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Elogio del manual de autoayuda

Acabo de ver en los telediarios las imágenes del lendakari Ibarretxe entrando en los juzgados arropado por el PNV en pleno y unos cientos de fieles risueños y aplausivos. Gente de edad avanzada, bien trajeados, en fin, burguesía vascongada. El mensaje era: "No hay más justicia que la que dicte el Jefe". Anima mucho. Porque la cuestión no es si debe o no debe ese señor reunirse con quién le dé la gana, sino que está de presidente gracias a un sistema legal que dice no admitir. A mi me alegra tanto como que Imma Mayol esté "contra el sistema", porque eso nos va arrimando al momento más brillante de la historia de España: el del anarquismo. Y yo, como todos los gandules, soy anarquista.

Es conocida aquella escena en la que un filósofo, preguntado sobre si creía en Dios, respondió que no, pero que ya no recordaba por qué. Los creyentes tienen graves problemas para creer que alguien no cree. Y los que no creemos ni en dioses ni en patrias, al final nos olvidamos de las razones por las que consideramos religión y nacionalismo unos sentimientos que jamás deben impregnar la vida pública y aún menos las leyes. Este olvido es, en parte, aburrimiento, porque tratar de razonar con los creyentes es un ejercicio extenuante. Puedes repetir mil veces el razonamiento. Da lo mismo: ante la ausencia de argumentos, el creyente se bunkeriza. Es como aquel falangista con quien dialogaba un progre de la universidad y que acabó aullando con rostro amenazador: "Mira, más vale que te calles porque me estás convenciendo y te voy a dar una hostia".

Como no es fácil recordar los argumentos irrebatibles por los que el nacionalismo es una ideología reaccionaria y nadie de izquierdas puede ser nacionalista, Félix Ovejero, que es rojo, acaba de publicar Contra Cromagnon (Montesinos), una guía que contiene los razonamientos imprescindibles, bien ordenados y a la mano. Hay que llevarlo en el bolsillo y cuando nos topemos con un creyente altivo y pendenciero decirle: "Espera un momento". Y desenfundar el Ovejero. A su sola vista, el creyente huirá espantado.

Artículo publicado en: El Periódico, 3 de febrero de 2007

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5 de febrero de 2007
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Gentuza

Hola. Me llamo Jorge Mata, y tenía un vecino que se llamaba Abdul. Pero la verdad, yo odiaba a ese canalla.

No siempre lo odié. De hecho, al principio nos llevábamos bien. Colaborábamos como buenos vecinos. Cuando alguien del barrio hablaba mal de mí, yo le compraba a Abdul bates de béisbol y hondas para que fuese y le partiera la crisma. Entre nosotros reinaba la armonía. El problema surgió cuando Abdul ya tenía suficientes bates y hondas, y empezó a hablar mal de mí él mismo. Habráse visto un desagradecido peor.

En fin, que decidí contratar a mis propios matones para que le peguen. Era lo justo. Los demás vecinos me preguntaron por qué iba a atacarlo: yo les expliqué que Abdul era muy peligroso para el barrio porque tenía un montón de bates y hondas. Los vecinos no estaban seguros de eso, pero yo lo sé bien porque yo se los regalé. Respondí:

-Créanme. Tiene bates y hondas. 

Una noche, mis matones entraron a su casa, lo zurraron, y lo metieron en el sótano. Luego se quedaron a vivir ahí para asegurar que todo estuviese en orden. La esposa y los hijos de Abdul se quejaron, pero mis chicos les han explicado que es por su bien.

Nunca se encontraron los bates y las hondas. ¿Pueden creer qué tipo tan ruin ese Abdul? ¡Ni siquiera los usó para defenderse! Eso se llama ganas de hacerme quedar mal. De todos modos, como le he explicado al resto de vecinos, el barrio es un lugar más seguro sin esa mala bestia rondando por aquí.    

Lo que no es seguro, por lo visto, es la casa de Abdul. Esa familia es francamente insoportable. Ahora que no está él, los hijos se pelean por cualquier cosa. Y sus hermanas se pasan el día gritándose. Y cuando se enojan, lo primero que hacen es arrojarles los platos a mis chicos, como si ellos tuviesen la culpa de su espantoso comportamiento. A veces, para calmarlos, mis chicos los amarran, los abofetean y los encierran en el baño. Y los otros tienen la desfachatez de quejarse ¡Vaya gracia! Si quieren que mis chicos no los sacudan, que se porten bien ¿No creen?

Mi propia familia está empezando a cansarse. Dicen que gasto demasiado a los matones. La vez pasada, mi hija menor se enfermó, justo cuando yo había dejado de pagar su seguro médico para dedicar ese dinero a comprar un par de bates de acero. En consecuencia, yo he hecho lo que haría todo buen padre y vecino responsable: he enviado más matones a la casa  de Abdul para arreglar la situación de una maldita vez.

Inexplicablemente, el comportamiento de la familia de Abdul no ha mejorado. Peor aún, sus vecinos directos se están contagiando de su actitud. Están empezando a comprar bates y hondas. Y la vez pasada vi a otro recogiendo piedras en el parque. Se dice que uno de ellos tiene un cuchillo de cocina muy muy grande. Ellos dicen que quieren los bates para jugar béisbol, las hondas para cazar palomas y el cuchillo de cocina para la cocina. Pero yo no me chupo el dedo.

Me preocupa especialmente la familia de Abdul. Aunque sean unos salvajes incivilizados, no puedo dejarlos a merced de estos vecinos. Es mi responsabilidad imponer un poco de paz en este barrio. Así que he llamado a más matones, he comprado un par de manoplas de acero y un aparatito muy mono que suelta descargas eléctricas. También he advertido a los vecinos seriamente que se están buscando un problema muy gordo. La próxima vez que los vea con un bate, dizque jugando béisbol, me veré obligado a tomar acciones más drásticas. Realmente, creo que hasta ahora he sido demasiado blando con ellos. No es fácil hacer el Bien en un barrio lleno de gentuza.    

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5 de febrero de 2007
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Banderas de nuestros padres

Seguramente fue la bandera de mis padres. Estoy convencido que sigue siendo la bandera de mi madre. Mi padre conoció -también mi madre pero sin afecto- otra bandera, la tricolor con la que no se encontraría incómodo. Lo sé aunque se pasara una vida disimulándolo, por miedo, por defenderse, por defendernos.

Yo no tengo claro mi eso de mi bandera. Ni la bandera de nuestros padres. Me encantaría tener las certezas, o las dudas, en ese asunto tan simbólico como las puede tener Clint Eastwod. Creo que mi bandera, si fuera de la patria del director de esa película de las banderas paternas, sería esa bandera que ayudó a la democracia en Europa, aunque pusiera bombas que espantan, aunque tuviera un futuro que muchas veces detesto. Desde luego tendría esa bandera antes de la bandera sudista, de la bandera de un mundo con esclavos. Eso creo. Pero soy de éste raro lugar del mundo y no tengo muy claro cuál sería la verdadera bandera de mis padres. Ni tan claro cuál es la mía. Desde luego no es la que llevaban ayer muchos airados a una manifestación, llena de rabia, de insultos, de pasado y de clara intención de asaltar el poder sea por las vías que sea.

No  tengo nada contra la bandera constitucional, ni aunque sea muy monárquica. Con el tiempo, con la democracia y los años constitucionales, nos acostumbramos a esa bandera. Le quitamos el franquismo, hacemos ejercicio de adaptación a la realidad y con esa bandera, por  ejemplo, aplaudimos a los deportistas cuando ganan en el extranjero. Es decir, esa bandera no me molesta…pero según dónde y con quién.

Algunos hace ya tiempo, por nostalgia de tiempos que no conocimos pero que nos emocionan más, nos sentimos más cercanos a otra bandera nacional. Por amor a una idea, unas gentes y una manera concreta de organizar la convivencia de este país de todos los demonios, estamos más cerca de la bandera de la República. Yo no la rechazo por monárquica, o no principalmente por eso, la rechazo porque en muchas manos me parece la agresiva bandera del franquismo, aunque disimule con otro escudo. Lo mismo me pasa con el himno. No me lo trago. No me lo creo. No puedo y, además, me pone nervioso. Creo que tengo que levantar el brazo. También me gusta más el himno de Riego.

No creía mucho en banderas. Sigo sin creer demasiado. Alguna vez nos emocionamos con la roja. Otras veces con la negra. Incluso con aquella especie de antibandera de “la comuna antinacionalista zamorana”. Éramos tan jóvenes. Ahora, con la edad y todo lo que ha llovido, nos gusta más la republicana. Una bandera progresista- y también conservadora- laica, educada y democrática. Ahí estamos más cómodos.

El otro día no sólo las banderas me disgustaron de aquellos gritones y agresivos manifestantes. No me podía creer que en Madrid todavía hubiera tanta estética “lóden”. Me importa poco cómo se vistan. Agredían con sus gritos. Con sus deseos de venganza. No reproduciré lo que le decían a Zapatero. Sí contaré, para dar una muestra de la catadura mental y de la capacidad mental de algunos que allí se dirigían lo que escuché a unas airadas señoras, con pinta de lo mismo: “¡Apagar la luz, apagar la luz… qué se habrán creído estos socialistas… El jueves a las ocho encendía todas las luces de casa, como en navidad…Que se jodan los rojos!”… Ese disparate me dio una imagen de con quiénes estamos compartiendo bandera, himno… Qué ignorancia, qué pena, qué miedo….Ya sé que apagar la luz no sirve de nada- incluso hay quién dice que se gasta más- pero no apagarla por española auténtica, me da asco y pena.

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5 de febrero de 2007
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ILÍCITO

Ilícito es el título del último libro de Moisés Naím. Un libro bueno, a veces excelente pero también frustrante. Leí la edición colombiana (Debate) que tiene ya unos meses. Se va a publicar en España en marzo. Supongo que el libro ya salió o va a salir en todos los países de América Latina, pues Moisés Naím es una figura de primer orden por ocupar la posición de director de la revista Foreign Policy.

¿Cómo un libro bueno genera frustración en su lectura? La respuesta tiene que ver con el tema imposible de este largo ensayo/encuesta sobre traficantes, contrabandistas y piratas. Hay análisis, hay información, pero no siempre se puede cerrar de manera perfecta el círculo del pensamiento y de los hechos al tratarse de un mundo criminal. Naím, que fue ministro en Venezuela y director ejecutivo del Banco Mundial, no se extravió al dedicar un trabajo de economista y politólogo al hampa internacional. Al revés: explica muy bien cómo en un mundo globalizado por empresas transnacionales, existe un espacio nuevo para las actividades ilícitas. Son estas últimas, dice, las que cambian el mundo. Aunque Naím estudia sobre todo cinco áreas, narcotráfico, armas, personas, falsificaciones y dinero, se entiende muy bien que se trata de un tema único mirado desde un punto de vista nuevo: la derrota económica y tecnológica del estado-nación.

Una buena entrevista en línea del autor permite entender cuanto cambio la política. Lo que Naím llama “agujeros negros geopolíticos” son territorios de nuestro mundo, territorios amplios en América Latina o en la Costa del Sol en España. Afirmar que los traficantes están cambiando el mundo es una tesis nueva por su tamaño. Naím habla de una influencia política de los traficantes que va “más allá  de la tradicional ‘compra’ de políticos o burócratas”. Existen, dice, capturas de gobiernos estatales o locales. Al final “los intereses de un país pueden estar completamente en sintonía con el fomento y la protección de actividades  comerciales ilícitas a escala internacional”.

Al empezar su libro Naím enuncia tres ideas “falsas” sobre el comercio ilícito. Uno: no hay nada nuevo; dos: no es más que delincuencia; tres: es un fenómeno sumergido. Su demostración implacable convence después que sí, estas ideas son falsas. Nuestro mundo cambia y no sabemos cambiar nuestra manera de ver al mundo. Vemos gobiernos, bancos, empresas cuando hay una red nueva que ya socava las bases mismas de nuestra vida y convivencia en sociedades democráticas. Ilícito es un libro que abre ventanas. Lo que se ve es escalofriante.

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5 de febrero de 2007
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El segundo previo al accidente

De todas las ediciones internacionales de la novela Kamchatka, ninguna portada me gusta más que la holandesa. Es simple, desde que se limita a reproducir una fotografía: se trata de un niño al que vemos de espaldas, de pie en una calle, asomándose en una esquina para espiar la oscuridad que asoma más allá. La imagen es en sí misma apropiada, dado que Kamchatka cuenta en esencia la historia de un niño que espía desde cerca -desde tan cerca, que no puede menos que pagar las consecuencias- la oscuridad que se apoderó de la Argentina entre 1976 y 1983, durante la dictadura militar. Pero lo que me produjo escalofríos cuando me enviaron la foto para ver si me gustaba fue el hecho de que ese niño, aun de espaldas, se pareciese tanto a mí a la misma edad: el mismo corte de pelo -no se ve el flequillo, pero puedo adivinarlo-, la forma de la cabeza y del cuerpo y hasta las zapatillas blancas que calza en la foto, similares a unas de marca Flecha que recuerdo haber gastado durante mi infancia.

La semana pasada, durante una cena en Utrecht, me enteré de algo que volvió a producirme escalofríos. Todo lo que yo sabía hasta entonces era que la foto pertenecía a la célebre agencia Magnum, lo cual significa que se trataba de una foto de archivo. Pero aquella noche mi editora, Nelleke Geel, develó aquello que yo ignoraba: que además de ser apropiada por su misma imagen, la foto era apropiadísima como tapa de Kamchatka porque había sido tomada en la Argentina, y en 1976. Esto es, en pleno golpe de Estado.

No voy a pretender que el de la foto soy verdaderamente yo, aun cuando ya es obvio que las zapatillas que se parecían a las Flecha deben ser Flecha sin lugar a dudas. (El par que más recuerdo de los que tuve terminó con la zapatilla roja bañada en sangre. Estaba en Neuquén jugando al fútbol en la vereda y al ir a buscar la pelota me corté en el tobillo con un vidrio de Coca Cola. Me dieron cinco puntos sin anestesia. Imagino que ese fue el momento en que empecé a odiar al fútbol.) Pero el hecho de que el niño -insisto: el niño igual a mí- haya sido capturado por la cámara en el acto de espiar la oscuridad del 76, lo cual equivale a decir que el gesto ha quedado perpetuado en imagen, significa que siempre tendré un espejo en el que verme a la edad de Harry, el protagonista de Kamchatka; siempre veré en esa imagen a aquel que era, segundos antes de que ocurriese el accidente y la vida cambiase de una vez y para siempre.

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5 de febrero de 2007
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SOCIEDAD DE CONSUMIDORES

En la muy compleja sociedad actual trufada por el superpoder de las grandes corporaciones, la democracia se vuelve un espantajo sin dotarla de fuertes organizaciones ciudadanas. Pero no son ya los partidos ni los sindicatos quienes alzándose bamboleantes de su sueño realizarán esta misión de importante contrapeso. Serán las asociaciones de consumidores. Frente a la arbitrariedad de las grandes compañías, frente al engaño en el contenido y valor de las cosas, frente a la explotación de las ilusiones y las vidas, el consumidor organizado opondrá su constante reivindicación de calidad. De calidad de esto o de aquello, de la política, de la cultura, del aire o del pan. En general, de la calidad de la vida.

Ni derechas ni izquierdas conservan potencia y sentido para transformar la sociedad actual. Toda la fuerza ha de nacer de una múltiple y firme coalición ciudadana instruida en la dinámica del consumo y aleccionada directamente sobre el bien y el mal, sobre la justicia y el placer, la equidad, la solidaridad y la placidez.

Contra la demonización del consumismo se presenta la imperiosa insumisión del consumidor. La gran explotación de nuestro tiempo se basa  en la indefensión de los ciudadanos/consumidores como efecto del exiguo desarrollo de sus organizaciones críticas y vindicativas. Consumidores todos y de cualquier elemento, desde el consumo de hortalizas al consumo de ocio, desde el consumo de medicinas al consumo de música, desde el consumo de amores al consumo de paz. 

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5 de febrero de 2007
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ESTOS OTROS

Quiero contar una historia no tan famosa, ni mucho menos,  pero más real, por desgracia, que la que cuenta Alejandro Amenábar en su película Los otros, bendecida por la gracia de Nicole Kidman.  La mía no ocurre en ninguna antigua mansión propia para fantasmas, sino en la aldea de Diyahil,  cercana a la comunidad minera de Rosita, en las perdidas regiones de la costa del Caribe de Nicaragua, donde cuatro  niños hijos de un matrimonio de indígenas misquitos, Solano y Andrea Paterson, están condenados a no ver nunca la luz del sol, que los mata. La mayor, Elisa, que tiene 9 años, ya se ha quedado ciega, y Saint Clair, de apenas un mes de nacido, tiene ya el cuerpecito lleno de costras y excoriaciones, igual que sus otros dos hermanos, Marlon de 5 años, y Niesel, de 3.

Se trata de una enfermedad de origen genético, e incurable, que se llama xerodermia pigmentosa, una lotería fatal que toca a uno por cada millón de niños nacidos en el mundo. Aquí vino a tocar en los últimos confines de la miseria y el abandono. El padre, que fabrica cal en un horno doméstico, y la madre, que cuida de sus niños en la oscuridad, no son visitados por los fantasmas,  sino por el desamparo, ni son fantasmas ellos mismos, a no ser por lo famélico que se ven en las fotografías.

Han hecho esfuerzos por cerrar los resquicios de las paredes de caña del rancho en que viven para que no penetre la luz, pero como poco lo consiguen, los niños deben refugiarse bajo uno de los camastros que llenan la pequeña habitación, la única de la casa, para huir de la fatalidad de la luz. No juegan, no tienen con quien. Su infancia se disuelve en la oscuridad. Prisioneros para siempre, reos de cadena perpetua.

La vida, cobra otra vez su precio injusto a la imaginación.

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5 de febrero de 2007
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Ella no sale de su asombro

Cuando nos encontramos con amigos extranjeros y nos sentamos a charlar suele darse a menudo la misma escena. Ellos nos cuentan qué ocurre en su país. Nosotros nos vemos obligados a explicarles qué pasa en el nuestro.

Ahora es una destacada líder conservadora americana la que confiesa su estupor. No entiende a Mariano Rajoy. Pertenece a sus propias filas ideológicas y no debería costarle tanto apuro entender mejor su actitud. Sin embargo, hay algo que le parece incomprensible.

Obviamente surge el controvertido asunto del terrorismo. Se deslizan críticas contra la gestión de Zapatero pero no llegan a justificar la hostilidad declarada por el Partido Popular al gobierno socialista. En casos de emergencia nacional, se dice, cabría esperar un pudoroso y astuto consenso.

La verdad es que resulta complicado explicárselo todo de una vez a nuestra amiga. La militancia de la Conferencia Episcopal, el enloquecido libelo radiofónico, la furiosa inquina mediática, el dinamismo económico de las órdenes religiosas seglares, la intoxicación policial, la conspiración judicial, la ambigua lealtad constitucional, las sangrantes llagas abiertas durante casi tres años por su inesperada derrota en las urnas…

Será mejor optar por la imagen que mejor retrata a la derecha española. Imagine, señora, que el líder de la derecha francesa Sarkozy, en lugar de fundamentar su legitimidad política en la gesta republicana de De Gaulle, fomentara con guiños sutiles pero explícitos un poderoso vínculo con la figura del Mariscal Petain. Por impecables que parecieran sus discursos, por  irreprochables que fueran sus actuaciones, cada palabra dicha, cada gesto escenificado ante la opinión pública, cada silencio, sería la estruendosa invocación de un pasado condenado.

Este es el pecado no confesado por la derecha española: su doble filiación. No hace mucho, uno de sus periódicos afectos ha puesto a la venta una colección de sellos, monedas y billetes del antiguo régimen. Se ha presentado como una ocurrencia comercial pero en realidad la circulación de la efigie del Caudillo en papeles de curso legal pretende agitar los sentimientos aletargados de la extrema derecha española.

Ella no sale de su asombro.

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5 de febrero de 2007
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ARTE Y REALIDAD

Estoy en Lanzarote, ese lugar por donde arrasó unas semanas el terrible Houllebecq. Me gusta Lanzarote, me gusta desde antes de conocerlo. Me gusta desde el nombre. Además me gustan los desiertos, los horizontes, las carreteras con badenes, los volcanes y algunas rubias que vienen del norte. También me gustan algunas morenas. Aunque son las pelirrojas las que más me conturban. ¡Qué pocas pelirrojas hay por nuestros pagos!

Dejando claro que Lanzarote me gusta, también reconozco que muchas Houllebecq, así como otros tantos escritores y creadores varios que pasan por exagerados, lo que en realidad son unos realistas. Son unos que saben tomar buenos apuntes de la realidad.  Ayer, en un día -con parte de su noche- de paseo por la isla, muchas cosas se parecían al paródico libro de Houllebecq. Esa vieja historia de que la realidad imita al arte.

El comportamiento de algunos de los veraneantes que acuden buscando un lugar exótico, distinto, volcánico, se parece al de los personajes de su novela. ¿O tendría que decir su libro de viajes? También los hoteles, esos hoteles de muchas estrellas que miran al mar y hacen ofertas de temporada baja. Esos hoteles que están pensados para los horarios de los nórdicos en tiempo de trabajo. ¿Cómo es posible que un hotel de lujo cierre sus restaurantes a las diez de la noche? Lo es. Y, ¿cómo es posible que el único bar que permanece abierto hasta después de esa hora castigue cada noche con un espectáculo? Porque ya nos habíamos acostumbrado al pianista de hotel. Generalmente una cruz de temas manidos pasados por arreglos de ascensor. Y digo generalmente porque recuerdo que Bebo Valdés se ha ganado la vida como pianista de hotel en Suecia. Y encontrarse a Bebo tocando en un hotel cada noche es como para trasladarse a vivir a ese lugar. Vale, después de hacer el curso de soportar la mayoría de los pianistas. Ahora hay que reciclarse en resistente de espectáculos étnicos. Noche de tangos argentinos. Noche balcánica. Noche flamenca. Noche romántica. Canción napolitana…O noche de Ronda. No han llegado las sardanas, pero cualquier día de estos.

Me tocó la noche argentina. Los tangos berreados. Los tangos machacados en bailes que aporreaban el suelo y  dos bailarinas que enseñaban cachas. Los hombres, invitaban a la pandilla de rubios guiris al grito de: “¿Dónde hay un macho man?... ¡Un macho man, que baila con las señoritas!”. No lo pude resistir. Huí a mi habitación, me refugié con el viejo amigo del mini bar. Mañana vería una Lanzarote diferente. Nada que ver con la irreal de Houllebecq, nada que ver con la verdadera que yo viví después de haber leído al francés. Hay textos, hay imágenes, de las que es difícil librarte. Mañana  estaré en la Biblioteca de Saramago, otra historia. ¿Otra realidad u otra irrealidad? Mañana hablaremos de la memoria, de las memorias.

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2 de febrero de 2007
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LEO «EL LIBRERO»

Para ser más precisos leo el número 6 (enero 2007) editado en Caracas por Sergio Dabhar. Es una revista fuera de lo normal: 48 páginas, papel couché, tamaño grande (27 x 31,5 cm), a todo color y… gratuita. En un continente donde escasean las librerías, con un precio sofocante para cualquier libro, El Librero va por el camino del lujo y de la gratuidad.

Durante años, Sergio Dabhar tuvo un papel fundamental en el diario El Nacional como periodista y ejecutivo en la sala de redacción. Como director de la colección de actualidad de la editorial Debate, es responsable, entre otros libros, de la edición de «la» biografía de Hugo Chávez -El comandante sin uniforme de los periodistas Cristina Marcano y Alberto Barrera. Con El Librero impulsa una idea y que es más que un modelo económico, algo sorprendente en el contexto de Caracas. ¿Tiene lógica una revista como ésta? Respuesta: sí, hay lectores y entonces hay necesidad por parte de las casas editoriales de comunicarse con ellos.

El Librero (5000 ejemplares buscados como pan caliente) es el único contexto dedicado solamente a los libros donde se puede publicar un anuncio publicitario de alta calidad (tanto por la definición de la impresión como por el soporte). Tampoco se trata de lo que llamamos en Francia una «trampa para publicidad». El Librero es una verdadera revista con artículos, en este número, sobre los libros infantiles, los libros de béisbol, los libros para médicos, las novelas ilustradas, una análisis de las tendencias del mercado, un adelanto sobre una novela política La última vez, de Adriano González León, que se publicará en febrero. Libros, libros, libros.

«No quisiera algo barato» reconoce Dabhar con una obvia sorpresa frente al éxito de su aventura. Los libreros piden tener más revistas, los editores ponen anuncios y desde afuera se les pide ejemplares de algo que falta en todas partes. Cuando Dabhar habla del «punto de equilibro entre las necesidades de los libreros y las de los lectores» entendemos que la revista cuida su posicionamiento: no es una revista cultural y tampoco es un especie de volante comercial para repartir entre compradores potenciales. Es una revista para ayudar a los libreros que recomiendan y orientan.

Para un europeo, hay un hueco inexplicable en América Latina. Cada diario importante tiene su suplemento (más bien sus páginas) de libros. Argentina tiene Ñ que es una maravilla aislada. Pero a nivel del continente, no hay nada que se dedique a los libros sin ser una revista cultural destinada a una audiencia restringida. Sergio Dabhar, que dice ser rentable ya, tiene un invento entre sus manos.

(Un blog escrito en Caracas habla de El Librero: http://desdeelexilio.blogspot.com/2006/12/el-librero.html)

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2 de febrero de 2007
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