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“ME LLAMO VILA-MATAS, COMO TODO MUNDO”

Hace unos días en la Real Academia de la Lengua Enrique Vila-Matas recibía un premio de los académicos. Antes, el más veterano de nuestros escritores y académicos, Francisco Ayala, también era homenajeado por la histórica institución. Llegué tarde. Había intentado ser puntual, metí prisa al taxista y, la verdad, el hombre hizo lo que pudo, incluso a riesgo de ser multado. Cuando le dije que me llevara a la Academia, me preguntó cuál era la dirección, me pareció lógico que no la conociera, además era bastante joven. Me confesó que le hacía mucha ilusión conocer la Academia, que desde hace tiempo estaba deseando que alguien le llevara. Me extrañó. Le avisé que era con invitación. Aún así, me confesó que lo intentaría, que al menos quería mirar por fuera. Llegamos tarde. Me bajé deprisa. El taxista me dijo que dejaba el coche en doble fila un momento y pensaba colarse conmigo. Algo le extrañó de la puerta, del edificio. Me preguntó: “pero es esto la Academia de la tele, es la Academia de “Operación triunfo”. Sintiéndolo mucho, le saqué de su error, le tuve que confesar que era solamente la de la Lengua. Y que allí no cantaban, sino que leían, Francisco Ayala y Enrique Vila-Matas. Pues nada, no le interesaron. No le sonaban de nada. Y eso que todos nos llamamos Vila-Matas, hasta Erik Satie.

Yo tampoco pude ver la actuación. Por haber llegado unos minutos tarde no querían ni dejarnos pasar al hall a esperar el vino de celebración y saludar a los homenajeados. Me costó una dura pelea con varios guardias de seguridad y con una funcionaria encargada, o algo así, de la seguridad de la noble institución. Al final, apelando a la caridad y ante los dos grados bajo cero de la  calle nos dejaron pasar al hall central. Un detalle.

Se lo conté a Vila-Matas, me disculpé de la tardanza, sentí no haber escuchado su texto que tanto me alabaron. Me lo regaló. Después seguí charlando con algunos académicos, incluso con algunos que no lo eran. El muy simpático director de la Academia, Víctor García de la Concha, también se sumó a los piropos por el texto de  Vila-Matas, algo que extrañó a más de un escritor poco académico que a mi lado estaba.

La reunión era distendida, tanto que incluso saltándose las normas, algunos académicos se estaban fumando unos cigarros en el espacio de los percheros. Fumaba Francisco Rico y fumaba Ángel González. Siento chivarme, pero creo que les vendría bien dejarlo. No fumaba, ni bebía vino o whisky como nosotros, Claudio Guillén, que se acercó tan amable y distinguido como siempre para decirnos lo bueno de beber refrescos, de cuidarse. Lo decía como broma, de esa manera  relajada y amable que tenían sus formas. Sin duda Claudio Guillén seguía con su famoso excelente aspecto que estaba muy alejado de su edad real. Dos días después moría repentina y dulcemente frente al televisor de su casa viendo La reina de África. Me pareció de un realismo cruel. No supe a quién ni a qué compararlo. Sí recordé algo que recogía Vila-Matas en su texto, esas absurdas pretensiones que algunos escritores tienen. Ese escritor anónimo que una semana antes de la Segunda Guerra Mundial escribió una nota que decía: “Ya no hay nada que hacer. Pero si de verdad fuera escritor, debería poder impedir la guerra”. No podemos impedir la guerra. Ni siquiera podemos impedir la muerte. Ni aunque nos llamemos Vila-Matas, como todo el mundo.   

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31 de enero de 2007
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INFORME SOBRE PEDRO JUAN GUTIÉRREZ

Para reducir el cansancio de los compañeros de la seguridad cubana, cuya actividad frenética garantiza el éxito de la Revolución, tomé la decisión de redactar el informe sobre la comparecencia de Pedro Juan Gutiérrez frente al público del Hay Festival, en Cartagena, el 28 de enero de 2006. Favor transmitir una copia al ministro de cultura, Abel Prieto, siempre celoso del éxito de autores que tienen el talento que le falta a él, como a los responsables de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Lugar: Salón Rey, Claustro Santo Domingo.

Duración: una hora y pico.

Atmósfera: faltan sillas para una audiencia de unas 300 personas. No hay intervenciones en contra de la Revolución pero es notable la falta de expresión pública a favor de una rápida recuperación del comandante en jefe.

Presentación: Pedro Juan Gutiérrez lleva un sombrero blanco. Camisa y pantalón de algodón. Ningún rasgo de comportamiento burgués, aunque el sombrero sobre su calvicie provoca varios comentarios en la sala como «con su cara dura y su sonrisa suave, el sombrero se parece más al cine americano que a La Habana».

Guión: la entrevistadora, la periodista Alma Guillermoprieto, lee un extracto de un libro de Pedro Juan Gutiérrez, donde el narrador dice «soy una mierda, mi valor es la de una mierda, etc.», eso antes de preguntarle de manera perversa si el narrador es él. Nuestro compatriota da la cara y consigue unas risas al utilizar la autodecisión como arma.

Planteamientos: el compañero Pedro Juan dice varias veces «somos mestizos», al insistir sobre la naturaleza especial de la mezcla de africanos y españoles en Cuba. Habla también de centro Habana como un territorio «muy violento», «muy agresivo», sin dar la culpa de esta situación a la Revolución o a la idiosincrasia cubana. Por fin, insiste de manera repetida en su voluntad de entender el papel de los años 60 en la historia de Cuba (no recuerda a la audiencia que aquella década es la del triunfo de la Revolución).

Rasgo personal: dice Pedro Juan Gutiérrez que su desánimo total en el año 1994 lo llevó a ser escritor tal como otros tomaron la decisión de salir en balsa hacia Florida. (Favor comprobar cuál era la actividad del compañero en las organizaciones de masa en este año).

Referencias a enemigos de la Revolución: habla de los escritores cubanos como de un grupo único dividido de manera artificial por el exilio. Al ser invitado a citar nombres de buenos escritores en el exilio, cita sólo cuatro que no son revolucionarios: Guillermo Cabrera Infante, Gastón Baquero, Reinaldo Arenas y Zoe Valdés.

Nota específica: al calentarse, Pedro Juan habla de una parte de la isla donde nacieron Batista y… (por milagro no llego a pronunciar el segundo apellido, el del comandante en jefe).

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30 de enero de 2007
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Ser o no ser (un clásico)

Hablando de Hamlet… Pocos días atrás vi por primera vez (lo cual no deja de ser sorprendente, dado que me tengo por shakespeare-ófilo irredento) la versión de Hamlet protagonizada y dirigida por Laurence Olivier, que si no me equivoco hasta obtuvo un Oscar en su momento. Había hecho bien en privarme de verla, porque me pareció un mamarracho. Ya me disgustó de entrada el acápite que Olivier agrega al texto: “Esta es la tragedia de un hombre que no podía decidirse”. Entiendo que sea una de las lecturas más populares del personaje, pero eso no quita que se trate de una de las más erróneas. (Dar el salto del ser o no ser a la indecisión es simple pereza intelectual.) Yo creo, más bien, que Hamlet es la historia de un hombre que lucha para no ser ganado, y en el proceso destruido, por el legado de la violencia humana. Nótese que el Fantasma no le reclama a Hamlet justicia –que sería lo más natural, dado que ha sido víctima de un crimen-, sino venganza: ojo por ojo, sangre a cambio de sangre. Conmovido por la revelación del crimen de su padre, que a su vez torna más intolerables los esponsales de su madre con el asesino revelado, Hamlet se compromete con el Fantasma. Pronto comprende que esta promesa lo ata a un cometido que lo repugna: Hamlet no quiere matar, entiende que hacerlo lo convertirá en aquello que no quiere ser –un ser brutal y violento como su propio padre, que también se llamaba Hamlet. Por eso dilata hasta lo imposible la venganza, y sólo se involucra en los aspectos del complot más próximos a su verdadera naturaleza: el fingimiento de la locura –esto es, la actuación- y la composición de unos versos y dirección de la compañía teatral que arriba a Elsinore. Hamlet es, más bien, la tragedia de un hombre llamado a ser artista al que la circunstancia convierte en asesino. La ironía final ocurre cuando Horacio pide para el príncipe honores militares, la misma clase de honores que recibió su padre. Pudiendo ser algo distinto, Hamlet terminó siendo un hombre más –aunque haya fracasado en el más espectacular de los estilos.

Por lo demás, el Hamlet de Olivier es todo lo que uno teme de estas adaptaciones: teatro filmado en vez de cine, actuaciones rígidas y envaradas, decorados de cartón piedra y vestuarios ridículos; las calzas del rey Claudio y las mangas abullonadas de Horacio son para estallar en carcajadas. Y en lo que hace a Olivier… No puedo evitarlo, la gente lo considera un grande pero a mí nunca me gustó. Con su pelo cortísimo y casi blanco, era casi como estar viendo a Sting haciendo del Príncipe de Dinamarca. En realidad no estoy muy seguro de que me guste alguna de las adaptaciones de Hamlet al cine. El Hamlet de Branagh no me disgustó, pero no vi la versión protagonizada por Mel Gibson ni vi todavía –aunque aspiro a hacerlo- la adaptación a tiempos contemporáneos que filmó Michael Almereyda. Si tuviese que confiar en mi memoria, diría que el Hamlet que más me gustó fue uno que vi hace añares en la Sala Lugones del Teatro San Martín de Buenos Aires. En realidad era una adaptación para TV, protagonizada por Derek Jacobi, a quien ya conocía como el Claudio de la excelente miniserie Yo, Claudio.

El cine, estoy convencido, sigue en deuda con Hamlet.

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30 de enero de 2007
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FISIOLOGIA DEL GUSTO

La industria de los medicamentos que adelgazan es de las más brillantes y multimillonarias de la edad moderna, y su éxito se debe a un viejo anhelo vicioso que duerme en el fondo del alma humana, fácil de despertar ante cualquier reclamo: a nulo esfuerzo, placer máximo. Seguir comiendo y adelgazar con sólo tragarse una pastilla mágica, anhelo hermano menor de otro de soberanía inmarcesible a través de los siglos: dejar de envejecer, para lo que existen también pastillas prodigiosas, inyecciones de placenta,  cirugías estéticas, otra industria de multimillones. Y no olvidemos el otro anhelo placentero: sexo externo, aún a la edad más provecta.

Pero la obesidad se vuelve cada vez más amenazadora, y la promesa de adelgazar sin dejar de comer pierde prestigio, por lo que los gordos extremos a lo Botero pueden ahora optar por remedios que sí imponen sacrificios, ofrecidos también por los gigantes farmacéuticos: lo primero, un pulverizador nasal capaz de bloquear el sentido del olfato y del gusto, las dos sensaciones que nos inducen a comer, pues no hay hambre sin sabor y sin olor. Es como si a alguien le recetaran un bloqueador del nervio óptico para evitar la visión de un cuerpo desnudo, y así librarse del pecado de la carne.

También saldrá al mercado un marcapasos para ser instalado en el estómago, que provocará una contracción de saciedad, cuya señal  recibirá de inmediato el cerebro. Otro artilugio en fabricación, mandará descargas eléctricas al mismo torturado estómago, para atemorizarlo, y paralizarlo. Horrores infernales serían todos estos para Brillat-Savarin, que escribió todo un tratado sobre el buen comer, y los placeres que de él se derivan, su Fisiología del gusto, que recomiendo a ustedes leer.

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30 de enero de 2007
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EL CUERPO Y SU BULTO

El tratamiento del cuerpo como algo diferente al yo personal logra una experiencia culminante en los regímenes de adelgazamiento.

El cuerpo se expone ante el espejo con sus kilos superfluos y el yo que lo gobierna decide afrontar una reforma de la morfología con la que se presenta en cuanto figura ante los demás.

Se presenta y se representa porque lo más temible del aspecto se refiere no ya al peso en arrobas sino en la información perjudicada que trasmite sobre el yo y decide el carácter de la impresión.

El yo y el cuerpo tienden secretamente a distanciarse cuando la apariencia disgusta al juicio del yo, mientras que tienden a juntarse, por anhelo del yo, cuando la imagen se acerca al diseño más grato a la ilusión que hace el ego de sí mismo.

Puesto que el ideal físico resulta imposible de conseguir, la división entre el yo y el bulto es insalvable pero el hiato gana o pierde medida de acuerdo, en este caso, al tino volumétrico del cuerpo.

El volumen del cuerpo con todas sus diferentes particularidades revelándose por aquí o por allá, genera un malestar no sólo social sino íntimo, integral, que incluso difícilmente supera la más elevada idea de uno mismo.

O dicho de otro modo, por encimada que sea la idea del yo respecto a sí, por alta que sea, se halla peligrosamente expuesta la vanagloria a la descalificación cruel mediante el código de estética general que la sociedad ha adoptado como destacada referencia.

Estar gordo no significa estar sin más. Estar sin connotaciones. Comporta allegarse a una escala de cotización menor, degradada o ínfima.

El sobrepeso ha llegado así, por el imperio de la estetización general del mundo, a ser un lastre del valor. Habrá que afrontar seriamente y hasta severamente la tara del cuerpo obeso y ajustarla en beneficio del yo, príncipe de la conjunción. Y no del yo/príncipe en su sentido moral y metafísico sino, obviamente, al yo en su reino físico. Ahora bien ¿cómo evitar que el segundo incida en el primero si ya el sentido se juega mucho el tipo, para bien y para mal, precisamente en el tipo?

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30 de enero de 2007
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Reivindicación de Nerón

De tarde en tarde tenemos la fortuna de conocer investigaciones reveladoras sobre la antigüedad y llegan hasta nosotros los sagaces ejercicios de interpretación que facilitan una más fidedigna comprensión del pasado. Nos ocurrió hace años con La Biblia desenterrada –de Filkenstein y Silberman (Siglo XXI, 2003) y ahora mismo con Nerón (Edward Champlin, Turner-Fondo de Cultura Económica, 2006).
Coincide la lectura del libro con la esperada abertura en Roma de los restos arqueológicos de la Domus Aurea, el descomunal palacio que Nerón mandó construir después del incendio de Roma.

El discípulo de Séneca ha pasado a la historia como un modelo de atrocidad, preludio enfermizo del fin de una época. Su figura ha cargado con el oprobio de la historiografía cristiana por razones obvias –alumbraba sus jardines con los cuerpos de los mártires ardiendo como teas- pero también ilustres historiadores y biógrafos romanos nos han transmitido su escandalizado juicio ante los excesos de Nerón.

Tácito, Suetonio y Dión Casio, ampliamente citados por Champlin, testimonian con relatos pormenorizados la permanente orgía en que vivía el excéntrico emperador romano y el espanto que semejante depravación produjo en los respetables miembros de la aristocracia imperial.

Pero a la luz de la investigación de Champlin, el Nerón que cometió incesto con su madre antes de asesinarla, pateó a su esposa hasta la muerte, arrancó a mordiscos los testículos de sus esclavos y dilapidó el tesoro imperial en fiestas y parodias que hacían enrojecer de vergüenza -y palidecer de miedo- a los senadores romanos, fue un personaje que no merecía ningún eximente clínico.

Nerón, efectivamente, nunca estuvo loco y Champlin nos lo presenta como un gobernante con una sofisticada estrategia de legitimación concebida para escenificar ante el pueblo romano la grandeza heredada de los griegos. Nerón hizo de Roma el gigantesco escenario de un acontecimiento irrepetible: ante la mirada atónita de los ciudadanos romanos él mismo encarnaría a las poderosas figuras del repertorio mítico de la antigüedad, los arquetipos consagrados por la tradición literaria y religiosa.

Las vinculaciones subrayadas por Champlin entre las supuestas excentricidades de Nerón y las leyendas del acervo cultural greco romano son asombrosas y deslumbran por la precisión de propósito del que hasta ahora se consideraba un desquiciado arpista romano.

Los crímenes cometidos por Nerón responden con tanta fidelidad a los dramas o historias de Orestes o Penandro, que el autor, profesor de clásicas en Princenton, debe dejar en el aire la cuestión de si Nerón utilizó a estos personajes para reconocer su culpa o imitó sus crímenes para vivir, como ellos, ensalzado en los relatos de la posteridad.

Los Misterios de Mitra o las profecías de los oráculos pertenecían también al argumento que Nerón utilizó a su conveniencia para hacer excelso y espectacular su mandato.

Pero entre otras muchas observaciones, Champlin nos ofrece una perspectiva todavía más sorprendente: nos presenta a Nerón como un gran sátiro populista que irrita a la aristocracia romana con una permanente fiesta saturnal. La grotesca pantomima neroniana no era la bufonada de un perturbado, sino la maquinación de un emperador harto de sus nobles.

Quizá fuera éste, y no sus crímenes, el motivo que le granjeó la hostilidad de los historiadores de Roma y, por la interesada enumeración de los hechos transmitida en sus libros, la unánime condena de la posteridad.

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30 de enero de 2007
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LOS GOYA MÁS RAZONABLES

Mucho mejor de lo que se esperaba. Después de pensar, por el número de nominaciones, que la mayoría de los premios Goya se los llevaría Alatriste. Que Almodóvar se podría ir conformando con lugar secundario, la realidad ha dado la vuelta a las nominaciones. Creo que ha sido lo más justo, lo más razonable y lo más cercano al cine que se podría esperar. Para mi sorpresa los académicos han votado con bastante independencia, con acercamiento al cine y menos por filias y fobias que otras veces. ¿Será que  nos estamos tomando en serio? No estaría mal. Y después de lo visto, no hubiera estado mal la presencia de Almodóvar. Ya va siendo hora de levantar el castigo. Hay que dar la cara, saber perder como lo hizo el amigo Agustín Díaz Yanes.

Han estado bien, muy bien los premios. Lógicos los de director y película. Más que merecidos los muchos para El laberinto del fauno, muy acertados los que se llevó esa pequeña y gran película Azul oscuro casi negro. Cantados y acertados los de actriz principal, para esa universal chica de barrio llamada Penélope Cruz y para el veterano que no se rinde, Juan Diego. Otro premio que era obligado era el de la música de Alberto Iglesias, aunque creo que va siendo hora de crear un tope de posibles Goya. Siempre que se presente Alberto Iglesias los ganará, ya que es, con mucho, nuestro mejor músico para el cine. Y es un gran músico fuera del cine.

No entendí cómo en los documentales no estuvo La leyenda del tiempo, el mejor de los vistos este año. Y, además, sentí pena de que de los documentales que sí llegaron a la final no ganara el acercamiento a un universo llamado Fernán Gómez.

La gala mejoró en ritmo. Muy bueno Corbacho, sobre todo en sus parodias grabadas, más inseguro, menos afortunado con el guión, mejor en sus improvisaciones -sobrándole algunas- pero no dejamos de recordar al Gran Wyoming o a Rosa María Sardá.

Decepción porque no ganara Woody Allen. Y preocupación por la anorexia de un cómico llamado Santiago Segura. En  fin, nos ahorramos bastantes saludos a familia, agradecimientos a los papás, reconocimientos a la mitad del universo y saludos al pueblo, aunque todavía algunos estaban empeñados en demostrarnos que tenían madre, que tenían novia o que tenían abuelo.

Y seguramente el próximo año el discurso de la presidenta, Ángeles González Sinde será mejor, incluso lo podremos entender, es una mujer lista y se ocupará de mejorar su propio guión.

En fin, no estuvo mal. Alcanzó ese nivel medio en el que nos movemos en tantas cosas. Esa manera discreta de hacer algunas cosas, esa nota justita que tenemos cuando hablamos de nuestro cine. No somos Goya.

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29 de enero de 2007
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BOLAÑOMANÍA

En el salón Rey del claustro Santo Domingo, en Cartagena de Indias, el tema era «Roberto Bolaño y la nueva generación de escritores latinoamericanos». En el escenario: Sergio Gamboa, novelista colombiano, y Jorge Volpi, escritor mexicano que tomará pronto el cargo de director de una cadena de televisión en su país. En el Hay Festival se procura dar un moderador para casi todos los actos. No fue el caso en un viernes de celebración literaria animada por los dos escritores. En un movimiento concertado de vaivén o más bien de subastas, se dejaban la palabra uno al otro. No recuerdo haber oído otra celebración literaria como ésta. Extractos de la misa para el descanso del alma de Santo Bolaño, autor de Los detectives salvajes y 2666:

Jorge Volpi : «Roberto Bolaño es el escritor de fin del siglo XX más importante en América Latina».

Santiago Gamboa: «la prosa de Roberto Bolaño era un universo que lo contenía todo, una prosa universal».

J.V.: «es el referente de nuestra generación… Hay un casi absoluto consenso que comenzó a producir la obra de Bolaño desde Los detectives salvajes».

S.G.: «la lectura de Bolaño es un cataclismo. Uno no puede seguir escribiendo como si Bolaño no existiera».

J.V.: «2666 es una de la novelas mayores de los últimos tiempos».

Fue así durante una hora. No faltó la puñalada a la generación del boom. Gamboa tiene que matar al padre, como todos los artistas. Quizás él lo hace mejor por ser compatriota de García Márquez. Entonces, resumió la producción del boom como -lo que es cierto- una idea de la unidad geográfica de América Latina con un proyecto cultural y político en novelas «totalizantes». «Bolaño, añadió, llevó esto a sus últimas consecuencias al negar lo que hizo el boom». Volpi, recordando cómo Bolaño se inspiró en México más que en cualquier otro país hizo una denuncia de los autores del boom: «ninguno escribió una frase cuando murió Bolaño».

El conjunto del homenaje me produjo una sensación extraña. Gamboa y Volpi son buenos autores. El Manifiesto del crack, que Volpi hizo con sus amigos, supera de lejos el Manifiesto de los infrarrealistas de Bolaño y sus amigos. ¿Por qué celebró tanto a Bolaño cuya prosa tiene los momentos flojos de un poeta convertido a la prosa? Gamboa repitió varias veces una frase de Bolaño «la verdadera obra maestra por definición debe ser inadvertida» sin dar otro ejemplo de obra maestra e inadvertida que la de los «poetas malditos» franceses (Rimbaud, Verlaine, etc.).

Matar simbólicamente a los referentes del boom para crear otro referente ya muerto de verdad me provoca un cierto malestar. Lo mejor de Bolaño, ya lo escribí aquí, está en sus entrevistas. A largo plazo, veremos, pero por el momento me gustan los artistas latinos libres que caminen por su cuenta. Seguiré leyendo a Volpi y Gamboa a menos que escriban sobre su ídolo.

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29 de enero de 2007
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Rehabilitación

Si tu esposa acaba de encontrarte en la cama con otra, o tu jefe te ha pillado diciendo que es un ogro negrero, o si en general todo el mundo te encuentra insoportable, no te preocupes. Hay una solución: inscríbete en una clínica de rehabilitación.

Al menos, a las estrellas parece funcionarles. Isaiah Washington, el actor de Grey’s Anatomy, tuvo la delicadeza de llamar “maricón” a uno de sus compañeros de reparto. Y después, por si alguien no había oído bien, lo repitió en la ceremonia de los Globos de Oro. Ante el escándalo público, anunció que entraba en una clínica de rehabilitación para reflexionar y ser una mejor persona.

Y no es el primero, ni el último. Michael Richards, el popular Kramer de la serie Seinfeld, le gritó a un asistente a su espectáculo “negrata”. Luego le dijo “¿Qué pasa? ¿Me van a arrestar por llamarle negrata a un negrata?” y continuó: “hace cincuenta años en este país te habríamos colgado de un tenedor en el culo”. Todo quedó grabado en los teléfonos de otros miembros del público. Cuando su carrera se venía abajo por el escándalo racista, Richards anunció que entraba en rehabilitación para reflexionar y ser una mejor persona.   

¡Y Mel Gibson! Guapo, espiritual y católico hasta la médula, el hombre perfecto, se despachó con una andanada de insultos antisemitas tras ser detenido por conducir ebrio. Cuando trascendieron sus palabras, anunció que eso había sido producto del alcohol y que entraba en rehabilitación.

Por supuesto, eso no significa que asistan. Lindsay Lohan se inscribió para curar su alcoholismo en una clínica tan cara que se llama Wonderland. Entró hace diez días y salió hace tres. El anuncio público sirve siempre para mostrarse arrepentido y que la gente sepa que te lo tomas en serio. Luego puedes hacer lo que quieras.

Y sin embargo, si realmente estás arrepentido de tus palabras, y por lo tanto de tus siniestros pensamientos, si eres conciente de que odias a personas por su origen, raza o preferencias sexuales, si sabes que esta mal pero no puedes evitarlo y te gustaría desaparecer de la faz de la tierra a todos los que son diferentes que tú –o peor aún, a los iguales que tú- ya sabes: una clínica de rehabilitación es la mejor y, quizá sea la única, manera para curarte de ti mismo.   

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29 de enero de 2007
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«I FEEL GOOD»

Las disputas por la posesión de los cadáveres no la causa sólo la veneración de la santidad milagrosa, como en los casos de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila, que moran también en los más altos altares de la poesía. Ya ven lo que pasa en estos días con el cuerpo del rey del soul, James Brown, muerto el día de Navidad del año recién pasado, y quien aún no encuentra reposo definitivo. Un famoso que queda sin ser enterrado porque lo impide los pleitos legales por una herencia cuantiosa, que pueden llegar a ser eternos.

Mientras viudas reales o supuestas, hijos verdaderos o falsos, se trenzan en un lío judicial en el que cada quien busca la mejor tajada del pastel mortuorio, el cadáver del rey permanece embalsamado y maquillado en su mansión de Beech Island, en Carolina del Sur, dentro de un féretro que nadie puede abrir, y bajo una estricta y numerosa custodia de guardianes (ya no podríamos decir guardaespaldas en este caso) que impiden a nadie acercarse. La temperatura artificial que reina en la sala mortuoria está debidamente controlada, pero las flores deben oler ya con ese olor de nausea de las flores sepulcrales.

La mansión, además, se haya precintada por las autoridades judiciales, y ni los deudos pueden acercarse, ya no digamos a la sala velatoria, ni siquiera a los jardines. La decisión ha sido justificada por el abogado del rey muerto, bajo un sencillo argumento: la ávida parentela se estaba llevando todo, y las pertenencias de su cliente se esfumaban como si se tratara de una venta de rebajas de los almacenes Macys, después de la Navidad. ¿Se acuerdan de aquella vieja película de Cacoyannis, Zorba el griego?

Difícil que el rey del soul pueda cantarnos en estas circunstancias tan adversas aquel éxito suyo de antaño, I feel good.

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29 de enero de 2007
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El Boomeran(g)
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