Jean-François Fogel
En Cuba, la noticia principal no es la capacidad gástrica de un comandante pre-jubilado, es lo que pasó en la XVI Feria del Libro de La Habana. Sometiéndose a un jerarquía clásica de la información, Mauricio Vicent, corresponsal del diario El País en la capital cubana, dedica su título y su “lead” (primer párrafo) a la declaración de Raúl Castro: “Fidel va mejorando por día” y “se le consulta todo”. Pero lo fundamental, lo verdaderamente revolucionario es el resto de su texto publicado en la edición del diario del sábado (hoy sólo los suscriptores tienen acceso).
César López, el poeta al que rinde homenaje la feria, pidió al evento, en un discurso público, superar “cualquier limitación que en el transcurso de los años pueda haber mostrado, soportado y sufrido nuestra cultura”. Y citó de manera favorable a grandes escritores exiliados: Guillermo Cabrera Infante, Heberto Padilla, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, Gastón Baquero y hasta Jesús Diaz, fundador de la revista Encuentro de la Cultura Cubana. Raúl Castro estaba presente, después estrechó la mano del poeta y por la noche, tanto las palabras como las felicitaciones del hermano de Fidel estaban en las noticias del telediario.
Para entender el enorme paso adelante que representa este acontecimiento, hay que recordar las dos etapas de la historia de los intelectuales en Cuba:
1. Fidel Castro, en sus “palabras a los intelectuales”, el 30 de junio de 1961, define la regla del juego “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”. Entonces, sólo existe la categoría del artista revolucionario. Y así fue durante décadas, pues Fidel no era ni un José Stalin, capaz, en su brutalidad, de hacer algo para proteger a Boris Pasternak o Ilya Ehrenburg o cuidar la obra de Serguéi Eisenstein.
2. Alfredo Guevara, Presidente del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematograficos (ICAIC) repite mezzo-voce, a principio de los años 90, algo como “la Revolución puede aceptar artistas no-revolucionarios, pero no aceptará artistas anti-revolucionarios”. Era el principio de la política favoreciendo la salida de los artistas hacia el exilio. Tenían el derecho a volver a Cuba, a comprar allí su casa, etc., bajo una condición: callarse sobre la actividad política y la libertad en su patria, sobre todo hablando en presencia de la prensa.
Lo que cuenta Mauricio Vicent es obviamente algo nuevo, que no se esperaba. Es imposible saber si es el fruto de la enorme agitación provocada por el retorno de burócratas que se dedicaron, en los años 60 y 70, a perseguir a los artistas e intelectuales con especial énfasis en contra de los homosexuales. O si se trata de una verdadera apertura. Podríamos hacer malas bromas al notar que la Revolución se reconcilia con los muertos y que faltan los exiliados vivos en las palabras de César López. Pero algo es algo. Y algo pasó en Cuba.