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La elusiva naturaleza del amor

Por 12 de febrero de 2007 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Mi hija más pequeña se enamoró de La ciencia del sueño, la nueva película de Michel Gondry. La vimos el sábado por la noche en los cines Renoir de Floridablanca, en Barcelona. El detalle me pareció apropiado; me refiero a que el espíritu benevolente de Renoir presidiese la velada, aún en esta época que parece haber condenado sus películas al olvido. Al oír el nombre Renoir, la mayor parte de la gente piensa en la cadena de cines antes que en el viejo maestro. Imagino que Gondry disfrutaría de la ironía: su película es tan encantadora como las del viejo cineasta de La gran ilusión, y corre el riesgo de pasar desapercibida por las mismas causas que hoy determinan el olvido de aquellos clásicos -un espíritu juguetón tan idiosincrático, que termina siendo propenso a los malos entendidos.

Durante un rato me pregunté cuál sería la causa del embeleso de mi hija. La película me había gustado, pero no tanto como a ella; supongo que de alguna manera envidiaba la frescura de su entusiasmo. Imaginé que Milena se había involucrado en la historia de amor: después de todo la timidez casi patológica de Stephane (Gael García Bernal, que está estupendo) se parece mucho al pudor de los adolescentes. Pero al fin entendí que la fascinación de mi hija iba mucho más hondo. La asombró que Gondry narrase el romance no desde la falsa objetividad que se ha convertido en el recurso narrativo más común en el cine, sino desde el interior de la cabeza de Stephane, sin que podamos distinguir del todo sueño de vigilia, ni hechos de delirios.

La sintaxis del cine se parece a la de los sueños. Comparten la fuerza de las imágenes, la suspensión de la incredulidad, la persuasión del sonido y la indómita imaginación que enhebra sucesos y asocia ocurrencias; el cine es la única clase de sueño que hemos conseguido plasmar sobre un soporte físico. Esto era evidente para los primeros cineastas, de Melies a los surrealistas. Sin embargo a poco de iniciado el siglo XX -y en especial ante el advenimiento del sonido, que potenció la asociación con lo real-, los intentos de profundizar los lazos entre el cine y lo onírico se vieron desplazados por los dictados de la industria. Había que narrar "objetivamente" y ceñirse a una lógica cartesiana, aún cuando la historia fuese tan delirante como las que enfrentaban a Flash Gordon con el villano Ming. Hubo algunos que siguieron agitando el estandarte pero fueron pocos y en general ya han pasado a mejor vida. La generación de Milena no conoce 8 y 1/2, por ejemplo. Lo más parecido al surrealismo que conocen lo vieron en algunos clips de MTV. (Donde Gondry se convirtió en un hechicero, dicho sea de paso.)

A Mile le encantó que Gondry inventase sus propias reglas para narrar la historia, por disparatadas que parezcan, y que se atuviese a ellas hasta el final. A mí me encantó además que su fantasía fuese puesta en escena con tanta simpleza, utilizando cartón corrugado, tiritas de celofán y técnicas primitivas de animación; quiero decir que cualquier latinoamericano podría haber filmado la película con dos pesos -siempre y cuando contase con la imaginación suficiente. Y en el fondo, creo que tanto Mile como yo le agradecimos a Gondry que contase una nueva historia de amor, después de haberlo intentado ya -y de manera maravillosa- en Eternal Sunshine of the Spotless Mind. Hay pocas cosas más difíciles en el mundo cínico que nos tocó en suerte que narrar una historia de amor de manera convincente (nadie dice que haya que ser realista para ser convincente), y Gondry lo logró otra vez.

A fin de cuentas, las dinámicas del amor y del sueño también tienen mucho en común. Son inapresables, lidian con nuestros sentimientos más profundos y tanto cuando salen bien como cuando salen mal, nos cambian la vida.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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