Javier Rioyo
Es mi club, creo que es también el club de mucha gente, pero ante todo nada de quejas. No se admiten quejas, ni plañideros. En el club, aunque no haya muchos motivos, se tiene que estar dispuesto a espantar la melancolía con cualquier excusa. No me hago de ningún club, ya recuerdan aquello de Groucho Marx, pero me siento sentimentalmente vinculado a éste que creó Manu Legineche hace 40 años y un día. Y dice que él sigue en el club. Que sigue creciendo, los últimos en ingresar han sido una gata llamada Muki y un pato, llamado Toribio. Todos residentes en Brihuega, provincia de Guadalajara. Allí se refugió hace años el añorado Manu, entre las ruinas de su inteligencia, en un viejo palacio que llaman “la casa del gramático”. Muchas veces le recuerdo. No tuve un trato muy cercano con él pero siempre me gustó lo que escribía, lo que contaba, sus amigos y su manera feliz de disimular la soledad. Ahora acaba de publicar un libro, un diario o algo parecido, que está lleno de inteligencia y de sensibilidad nada sensiblera. Ha puesto nombre a sus árboles. Pio Baroja al nogal, Miguel Delibes al ciprés, a un laurel Unamuno, al pino Azorín, a la higuera Hemingway y a un ciruelo Joseph Pla. Algunos nombres están claros, a otros habría que verlos para entenderlo.
El libro, repito, es una delicia se abra por donde se abra. Por ejemplo yo les voy a copiar un poco de la voz dedicada al jardín.
“El jardín.
”Naces en la aldea y vuelves a ella. Como Homero, prefieres la pequeña isla de Aarón a las cien ciudades de Creta. En el fondo todos somos exiliados de nosotros mismos. En este jardín cabe entero el ‘Cántico’ de Jorge Guillén…
”No temas si vacías tu fragante copa, pues hay una taberna allende el claro del río. Lo que crece, el árbol -dice Yutang- es siempre más hermoso que lo que se construye”.
Está más en alza lo que se construye, como sea, donde sea, que lo que crece. El goce de los pinos para el sabio chino representa el silencio, la majestad y el desasimiento de la vida. El pino lo comprende todo, pero no habla y en ello radica su misterio y su grandeza. El ciruelo simboliza para los hijos del Imperio de Centro la pureza de carácter. Es la flor del poeta. El sauce hace sentimental al hombre e invita al chirrido de las cigarras. Las rosas invitan a las nubes, los pinos al viento, los bananeros llaman a la lluvia. Las flores hay que bañarlas cuando están dormidas….
La auténtica felicidad es barata, o tiene que serlo, si bien entiendo que haya quienes sigan la recomendación del arquitecto Frank LLoyd Wrhight: “Dadme el lujo y renuncio a la necesidad”
Hoy me había levantado más Leguineche, pero, sinceramente, me gustaría saborear eso que pide LLoyd Wrhight. No debe saber mal.