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Matrimonios

Me voy a casar. Siempre pensé que era una decisión reposada de gente estable. Pero a veces parece un deporte de alto riesgo.

Cuando anuncio que me caso, muchos amigos antes de felicitarme me preguntan “¿por qué?”. Hace unos años bebía todos los días hasta caerme muerto, y nadie me preguntaba por qué. Era normal. Por lo visto, el alcoholismo es un pasatiempo bastante más extendido que el matrimonio.

Los que sí se muestran fascinados son nuestros parientes mayores: los padres y tíos son tan felices que parece que son ellos los que se casan. Cuando se casó mi papá –que militaba en la izquierda latinoamericana de los años 70- se negó a imprimir invitaciones para la boda por considerarlo una espantosa señal de burguesía. Ahora, mi papá me ha pedido que le mande invitaciones para sus amigos. Y me ha regalado la corbata y los gemelos. Y ha empezado a preguntar cuándo le voy a dar un nieto.

Los mayores conservan una actitud hacia el matrimonio en vías de extinción. Una encuesta publicada por The New York Times establece que, por primera vez, el número de mujeres solas supera a las casadas. En 1950, las mujeres que vivían solas eran el 35%. En el 2000 aumentaron hasta el 49%. Y acaban de llegar al 51%. Como la mayoría de las cosas que ocurren en EE UU, la tendencia prefigura al resto del planeta.

En buena medida, la pérdida de popularidad del matrimonio se debe a las mujeres, para quienes el placer de la independencia es aún relativamente nuevo. Cuando estuve en Noruega, uno de los países más avanzados en temas de igualdad de género, muchas chicas me decían:

-Los noruegos jóvenes ya son los hijos de una generación de mujeres que valoraba la igualdad y los crió para ocuparse de las cosas de la casa y la familia. Como resultado, ahora los chicos quieren casarse y formar familias, y las que se oponen son las mujeres. La mayoría de nosotras sólo queremos echar un polvo. Son muy normales las relaciones de convivencia, pero el matrimonio implica una promesa de eternidad que las mujeres ya no quieren asumir.

En América Latina, los hombres aún sueñan con que una mujer diga eso. Pero en Noruega, como me dijo una amiga:

-La tasa de natalidad sólo se ha salvado porque el Estado financia a las parejas con hijos. La maternidad perjudica especialmente la carrera profesional de las mujeres, porque tenemos que dejar de trabajar durante el embarazo. El estado ha tenido que “sobornarnos” para que aceptemos formar familias.

Hay una excelente novela de John Updike llamada Parejas, en la que un grupo de matrimonios que vive en un pequeño pueblo empieza a hacer intercambios de parejas. En un momento, uno de ellos expresa sus reservas ante la posibilidad de dejar embarazada a su amante. Ella le responde que no hay riesgo, y le dice: “bienvenido al paraíso de la píldora”. La novela apareció en los años 60. En efecto, no es casualidad que las cifras de mujeres independientes se disparen a partir de los años 50. Con la llegada de los anticonceptivos, las mujeres descubrieron que somos bastante prescindibles.

Si se confirman las tendencias, el futuro estará plagado de hombres suplicando matrimonio a mujeres reacias. Tendremos que darles dinero para que se casen con nosotros. Tendremos que ocuparnos de la casa y llevarles sus cervezas mientras ven fútbol y eructan con sus amigotas. Tendremos que aguantar sus ronquidos en la cama cada vez que tratemos de hablar sobre nuestra relación. De momento, sin embargo, los hombres también son reacios. Yo empiezo a sospechar que casarme es lo más vanguardista y contracultural que he hecho en mi vida.   

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7 de febrero de 2007
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Esta historia le gustaría a Osvaldo Soriano

Estaba en los estudios de Radio Nacional de España, esperando el inicio de un programa de esos en los que siempre es un placer participar: La Ciudad Invisible. Para amenizar la espera, el productor Javier Díez nos daba charla a Pura Roy, de Alfaguara, y a mí. Ya no se cómo fuimos a dar al asunto, pero en un momento Javier se puso a hablar de Ava Gardner y de su legendaria estancia en España. Habló de las ruidosas fiestas que ofrecía en uno de los pisos que tuvo por entonces -fiestas que, no dudo, nunca acabarían antes del alba-, y entonces recordó el dato y preguntó: "¿A que no saben quién era su vecino del piso de abajo?" Pura y yo nos quedamos mudos, a mí no se me ocurría nadie lo suficientemente disparatado. Al fin Javier dijo: "Su vecino de abajo era Juan Domingo Perón".

Desde entonces no paro de imaginar el potencial encuentro. El por entonces ex hombre fuerte de la Argentina, exiliado por el golpe militar, perdiendo el sueño por la música incesante que viene de arriba -y por el repiqueteo de los tacos aguja de la diva. Imagino una primera vez, con Perón enviando a un lacayo a pedir un poco de cordura. Imagino una segunda vez, con Perón enterado de que su ruidosa vecina es una célebre actriz de Hollywood -la amante de Frank Sinatra, nada menos- y decidiendo acudir en persona; en el peor de los casos, aunque no lograse obtener silencio podría echarle un vistazo a la belleza morena y cerril de la Gardner. E imagino que Perón habrá sumado dos más dos: si el matrimonio con la por entonces ya difunta actriz Eva Duarte había ayudado a convertirlo en el hombre más popular de la Argentina, ¿qué no lograría de convertirse en marido de una actriz de Hollywood?

Lo que es obvio es que la cosa no salió bien. Quizás Perón no se cruzó nunca con Ava, quizás la diva lo invitó a la fiesta y Perón perdió la competencia para ver quién de los dos resistía mejor el alcohol. Lo único cierto es que poco tiempo después Perón conoció a una artista de cabaret con la que terminó casándose, y que a su muerte se convirtió en presidente de todos los argentinos -Isabel Martínez fue el mandatario civil que terminó cediendo el puesto a la dictadura militar.

Ay, Ava. Cuánto amamos todavía tu belleza indómita, y cuánto daño nos has hecho a todos los argentinos.

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7 de febrero de 2007
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¿LA CHINA SE AVECINA?

El más común de los dichos acerca de la China fue siempre aquel atribuido a Mao, de que si todos los chinos dieran una patada al mismo tiempo estremecerían al mundo. La película de Marco Bellocchio del año 1967, La China se avecina, ponía en clave de sátira este drama acerca de la ignorancia con que aún hoy seguimos viendo a un país que siendo todo un continente, ha vivido cambios más que formidables en el último medio siglo, cambios que hoy, al despuntar el milenio, no hacen sino acelerarse.

La China crece, y se avecina. Se nos acerca. Pero a diferencia de lo que ocurría hace 40 años, cuando se filmó la película de Bellocchio,  aunque nuestra ignorancia acerca del gigante aún es grande, sabemos, al menos, de su insaciable avidez por la acumulación de riqueza. 

Hablando de lo que un día se llamó el viejo y olvidado tercer mundo, pues ahora sólo hay dos, traigo a cuento la historia de la mina de cobre de Chambishi, en la región montañosa de Zambia, comprada por el gigante estatal chino, Empresa Minera de Metales no Ferrosos, y que produce anualmente 50.000 toneladas de concentrado de cobre. Como una aspiradora gigante, China empieza a chuparse las materias primas del mundo. El asunto es, a qué precio.

Las quejas en Zambia contra la transnacional china poco tienen que ver con los manuales del viejo socialismo real. Los sindicatos están prohibidos en los planteles mineros, los salarios se hallan por debajo del mínimo que establecen las leyes en Zambia, manifestaciones de protesta de los obreros han sido reprimidas a balazos, y en una empresa subsidiaria que produce explosivos, establecida muy cerca, se produjo en 2005 una explosión que dejó 50 muertos, atribuida a bajos estándares de seguridad.

¿Se avecina la China, o ya se halla entre nosotros?

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7 de febrero de 2007
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Reparto de papeles

Si De Juana Chaos consuma su suicidio los militantes del Movimiento Vasco de Liberación Nacional (los terroristas al que The Times llama separatistas, el mote que les puso Franco) prometen una oleada de fuego, destrucción y muerte. Auguran un verdadero caos si su gudari fallece, como si nos tocara purgar las desdichas del que presume por haber matado a unas decenas de pacíficos españoles.

A pesar de las manifestaciones convocadas con irregular desánimo para airear la indignación ciudadana, lo cierto es que subsiste inmaculado el estupor original. El asombro inconmensurable que sentimos ante el magistral y perverso reparto de papeles cometido ante nuestras narices.

Unos pistoleros vocacionales se alistan para cazar indefensos transeúntes y auspiciados por un numeroso coro de admiradores se encaraman al heroico rango de una epopeya majestuosa. Se acercan por la espalda, disparan un tiro en la nuca del confiado paseante y huyen con sigilo. Sin embargo, un relato grandilocuente los retrata como valerosos soldados enfrentados a feroces enemigos.

Cuanto más resignada ha sido la mansedumbre de los perseguidos, más escondida su pena, más avergonzadas sus silenciosas omisiones, más furibundo ha sido el exultante grito de guerra aullado por los arrojados combatientes.

Como en tantas ocasiones, son simples ideas las que están en liza. Por un lado, la evidencia de una realidad exenta de relatos épicos: ciudadanos condenados a muerte sin saberlo, se pasean indiferentes por la acera de su ciudad. Por otro, los que aprietan el gatillo se preguntan quién será el próximo.

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6 de febrero de 2007
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HIMNOS

No quería volver sobre estos elementos simbólicos que tanto nos distraen, y tanto nos siguen enfrentando. Las banderas, los himnos y sus usos sectarios y grandilocuentes, no  han dejado de generarme malestar e incomodidad. También porque he recibido llamadas, reflexiones de amigos u opiniones de algunos queridos paseantes por el “boomeran” que me han hecho volver a esas banderas, a aquellos himnos de nuestros padres.

Ya dije lo que pensaba de la bandera. Y sinceramente no creo que tenga mucho arreglo. No lo tiene entre los que tenemos una idea abierta y amplia de lo que llamamos España. No parece tenerlo para los que creen que su bandera nacional excluye otra bandera nacional. No somos optimistas con el uso de los ismos, de los españolismos y de otros ismos de las nacionalidades. Me hacen gracia las propuestas de cambio de color. De cambio de bandera. Incluso, sinceramente, si se encontrara alguna consensuada y divertidamente pop, tampoco me importaría intentar recuperar la sensación de comunidad ante un trapo al viento. Una vez alguien propuso que la enseña nacional fuera la bandera de “El Corte Inglés”. Es desde luego una de las enseñas españolas más reconocibles y usadas por todos, pero le faltan colores. No tiene la energía necesaria, es más blanda de tonos que la bandera vaticana. Para eso nos quedamos como estamos.

Aunque hoy quería hablar de los himnos. Yo si tuviera un himno con una letra y con una historia como “La Marsellesa”, ya no buscaría más. Es más, “La Marsellesa” podría ser el himno de todos los europeos laicos. Un himno civil al que podríamos cambiar la letra, adaptarla a nuestras cosas, nuestras ciudades y darle por bueno para todos. Mucho mejor que el himno británico que se somete a una señora de insólitos sombreros. Tampoco estaría mal un himno triste del tipo “Lili Marlen”. Tan hermosa, tan melancólica y emocionante que fue cantada en los dos bandos. Hablando de himnos no eran feos algunos de los nazis, ni algunos de los falangistas. Pero, claro, con una letra que no es de recibo democrático.

Ya conté que aquí, con buena voluntad se han intentado actualizar o crear himnos nuevos. Un fracaso aquél de Leguina, presidente entonces de la Comunidad madrileña, que encargó un nuevo himno al poeta ácrata, Agustín García Calvo. No acertaron con la letra, ni con la música.

Años después, con Aznar en la Moncloa, con esa derecha que cree que el himno y la bandera son suyos, se encargó un nuevo himno nacional. No me pareció mala la idea. Poetas, buenos poetas, de todas nuestras nacionalidades. De distintas edades, gustos e incluso ideología fueron convocados a la Moncloa. Los poetas llamados por el colega, y entonces alto cargo político del Partido Popular, Luis Alberto de Cuenca, acudieron por curiosidad, por juego y quizá también por buena voluntad. Los llamados fueron, Jon Juaristi, Ramiro Fontes, Joan Margarit, José Jiménez Lozano y Abelardo Linares, además del propio Cuenca. Aznar estaba ilusionado, cada uno traía algunos versos y cuando llegó el momento de la verdad, de la letra final, no fue posible ni el consenso con el idioma. Y el himno se quedó sin letra. ¿Se puede vivir unidos y sin letra de himno?... Pues habrá que intentarlo. Al menos lo suficientemente unidos, que nadie quiere estar revuelto, sobre todo con alguna tropa.

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6 de febrero de 2007
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UN ENLACE OLVIDADO

Al dedicarme a la tarea insoportable de cambiar programas en una computadora (u ordenador, como se dice en ciertos países) encuentro un enlace olvidado. Un enlace hacia una maravilla que no sé bien cómo describir. Claro que odio las artes digitales. Y tampoco considero la tecnología Flash como una ruptura en la historia de la creación artística. Pero me deslumbró en su época (creo que era el 2003) lo que hizo una Julie Potvin con L'horloge, un poema de Baudelaire dedicado al tiempo.

Al verlo otra vez me parece que todo es perfecto en este trabajo de ilustración que se puede comparar con los que hacían los grandes ilustradores; es decir, los artistas más grandes en la época predigital.

El poema de Baudelaire hace parte de la serie «Spleen e ideal». Es donde se encuentra el verso «Mi garganta de metal habla todos los idiomas». Busqué una traducción al castellano. La que encontré no me gusta pues el famoso verso se transforma en «Mi garganta metálica toda lengua conoce».

Última recomendación: aunque desconozcan el francés, hay que ver aquella maravilla.

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6 de febrero de 2007
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SANTOS EN CUARENTENA

            No quiero abandonar por el momento el tema de los santos, sin anotar un episodio que Aldous Huxley describe en su libro Más allá del Golfo de México. El célebre autor de Valiente mundo nuevo y Contrapunto, vivió una temporada en México y también visitó Guatemala en 1933. Me encontré con este libro, bastante desconocido, en mis incursiones a la Biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín en 1975, y como no he vuelto a tenerlo en mis manos, cito con mi recuerdo:

            En uno de los poblados indígenas que rodean el lago de Atitlán, las imágenes de la Virgen María y la de San Juan Evangelista eran sacadas de la iglesia el miércoles santo; la de la Virgen llevada a la casa de su mayordoma, donde permanecía bajo estricta vigilancia, y la de San Juan a la cárcel, donde era encerrada bajo llave en una celda. Las imágenes no eran devueltas a la iglesia, sino el sábado de Gloria, y aquella separación forzosa era una medida que los fieles católicos tomaban para impedir cualquier ayuntamiento carnal entre ambas pues, según la tradición, algo semejante habría ocurrido en otra remota semana santa.

            En otro de los poblados que rodean el lago, Santiago Atitlán, se venera a Maximón, entronizado en el santoral católico por obra de la cultura indígena, como muchas deidades híbridas en América, con la particularidad de que Maximón fuma puro, bebe licor, y viste de saco y corbata, como todo un potentado aldeano… y en Nagarote, Nicaragua, el apóstol Santiago, de quien ya hablamos antes, recibe a sus devotos en su altar, vestido en traje de general de cinco estrellas, con quepis y charreteras, como si fuera el mismo McArthur. O mejor, el mismo Generalísimo, don Francisco Franco Bahamonde.

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6 de febrero de 2007
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SEXO Y MUNDO

Si en Google se teclea la palabra God (Dios) aparecen 385 millones de entradas pero con Sex se rebasan los cuatrocientos millones. Tanto uno como otro asunto han experimentado una colosal expansión en la última década. El primero en la obstinada busca de lo que no se ve y el segundo en persecución de lo más vistoso, lo más obsceno, siendo el porno su mayor representación.

En 1995 se realizaban en España tan solo 5 películas pornográficas pero en 2005 se acercaban tendencialmente a las 100. Entre tanto, las compañías distribuidoras sirvieron al mercado español más de 1.200 títulos de diferentes procedencias extranjeras. Más de 700 millones de vídeos o DVD's se alquilaron el año pasado en Estados Unidos y los ingresos de la industria norteamericana porno en su conjunto, desde revistas a sex shops, desde páginas web a circuitos privados para hoteles, supera no sólo a la industria cinematográfica convencional sino a los mayores negocios del deporte profesional unidos, béisbol, fútbol americano y baloncesto.

A lo largo de los últimos festivales eróticos en Barcelona se han acreditado más de 1.000 periodistas pero muchos festivales más de esa naturaleza han proliferado desde los años noventa,  desde Cannes a Las Vegas.

En Oriente se sigue siendo más pudibundo pero ¿qué decir del turismo sexual masivo en Tailandia, Birmania, Indonesia, Filipinas? La censura china y la de sus entornos sigue controlando el espacio convencional pero el ciberespacio es más difícil de velar. De hecho, los niños, incluso antes de cumplir doce o trece años, se desvelan en todo el planeta para seguir las emisiones porno en red. Un ciberuniverso que ha democratizado el conocimiento general y la máxima visión del mundo. ¿El cuerpo desnudo? El mundo es un bulto abierto y explorado en todos sus intersticios y anfractuosidades, recorrido en sus valles y sus montes, fotografiado sin cesar, poro a poro, como lo hace la pornografía sobre la superficie de la piel y el sexo. Naked capitalism fue el título de un famoso artículo en The New York Times donde se mostraba el éxito general del texto en el último capitalismo. Consumo de placer en su significación originaria, siendo Freud el núcleo de la exégesis hedonista.

Sin reservas, el masivo consumo de lo sexual, en todas sus versiones, caracteriza la actualidad del mundo. Hasta los libros –en franco declive energético- de fuerte contendido sexual han aumentado en cerca del 400% entre 1990 y el siglo XXI. El último fragmento del pasado siglo no ha dejado de dar coletazos difundiendo la oferta sexual en su amplio catálogo. El sexo nunca ha poseído menos valor de cambio que actualmente pero su valor de uso se ha incrementado incalculablemente. Tener sexo con alguien ha perdido en efecto, de acuerdo a su menor dificultad, la carga significativa de hace veinte años pero, como ocurre con las obras liberadas de los derechos de autor, su publicación ha crecido en todas direcciones. El sexo es más público que nunca. Tanto que si la publicidad desea llamar la atención no puede esperar su impacto de los reclamos eróticos. Con el menor pretexto el público se desnuda. Y no en los escenarios como en los tiempos del destape y todo aquello. Ni siquiera en los estadios con la moda de los espontáneos en pelotas, sino en cualquier calle o plaza del vecindario. Los cuerpos desnudos atestan las avenidas para ser objeto de arte. O para ser objeto de protesta, de colecta humanitaria o de colecta sin más. Los calendarios de Playboy han sido doblados por los calendarios de bomberos, enfermeras o basureros desnudos y desnudas.

El desnudo femenino sigue siendo de mayor interés pese a todo y pese a todas las feministas aunque, de hecho, la liberación sexual de las mujeres haya sido capital en el fenómeno del sexo ubicuo. El culto al cuerpo, la cultura del cuerpo, significa una deriva del culto al cuerpo de la mujer. Por el hombre y por la mujer. La mujer como objeto para ser contemplado, admirado, deseado y la mujer como elemento que ha administrado su sexualidad, en la sociedad patriarcal, para extraerle rendimientos de condición social y estatus. (Continuará).

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6 de febrero de 2007
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¿Dreamboys, o Chicos Pesadilla?

Tenía toda la intención de escribir sobre lo mala que me resultó la película Dreamgirls, cuando me encontré con la noticia de que Bush solicitó 700.000 millones de dólares más para gastos militares, dinero que saldría entre otros lados del (nuevo) recorte de programas educativos y de salud. La lógica es inapelable: ¿para qué queremos programas educativos cuando la única educación que cuenta es la militar, para qué invertir en salud cuando enviamos cada vez más soldados a una muerte si no cierta cuanto menos probable?

Yo quería decir que Dreamgirls es la prueba palpable de que los estadounidenses ya no saben filmar musicales. Ya sé que inventaron el género tal como lo conocemos -y aún disfrutamos, DVD mediante- en el cine. Pero en todo caso, esta sería tan sólo una entre tantas cosas que los amigos de USA desarrollaron pero ya no saben cómo hacer. ¿Se acuerdan cuando la gente consideraba la democracia estadounidense como un faro en el mundo? Ahora se parece más bien al Coliseo romano de la época imperial: el sitio en que los infieles no tienen más destino que el vientre de los leones.

Dreamgirls pretende contar la historia del ascenso y caída de The Supremes, el trío vocal femenino que el mundo aún recuerda gracias a Diana Ross. Lo hace de forma veladamente ficcional (Diana aquí se llama Deena, no sea cosa que se llame Duna y uno se confunda), pero ni siquiera el morbo que podría derivar del mostrar ciertos trapos sucios sirve a la hora de hacer funcionar la historia. La música es mediocre -las canciones de The Supremes tampoco eran especialmente memorables, si me preguntan-, las actuaciones nunca superan lo meramente adecuado (si le dan el Oscar a Eddie Murphy sería razón suficiente para tomar por asalto la ceremonia cual si fuese la Bastilla) y la puesta en escena, que resulta clave en cualquier musical, es más chata que el pecho de Twiggy. (O de Bebe, si esperan de mí un ejemplo más moderno.)

Para peor, tanta mediocridad envuelve con fastos y oropeles una historia que es, en esencia, la de un mercachifle que aguó la música negra para hacerla tolerable al paladar de los blancos. Sin los oficios de ese mismo mercachifle, que fue además quien lanzó a los Jackson 5, el posterior éxito de Michael Jackson habría sido impensable. No contento con lavar su música, Jackson blanqueó también su piel, convirtiéndose primero en un payaso y después en un trágico Pagliacci digno de la ópera. Aun cuando pueda ser verdad que de esa manera la música negra se convirtió en la música del mainstream, la pregunta sería: ¿a qué precio? No me extraña que Michael Jackson haya hecho una escena delante del cadáver de James Brown. Debe haber sentido que el fantasma de Brown lo acusaba del crimen.

La pregunta sobre el precio que uno paga para obtener determinados resultados tiene una respuesta muy concreta en lo que hace a Bush: (otros) 700.000 millones de dólares. Tanto en el caso del mercachifle del film como en el de este mercader de la muerte, la historia comienza contándonos cuán listos que fueron y termina mostrándonos el campo devastado que dejaron una vez que debieron retirarse de la escena.

Yo puedo reconciliarme con el musical volviendo a ver Singin´in the Rain en el DVD de casa, tan pronto como regrese. Me pregunto qué hará falta para que vuelva a reconciliarme con la idea de los Estados Unidos.

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6 de febrero de 2007
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Cuando éramos jóvenes

La edición española de la revista Granta ofrece a sus lectores una selecta colección de piezas literarias y variados motivos para practicar de nuevo el arte de la lectura. Una pericia que suele atribuirse sin más a todo el que consigue abrir un libro y deletrear sus párrafos.

Si por azar uno se entretuviera en el cuento de Paul Theroux y sigue hasta el final la espeluznante historia del protagonista llegará a la conclusión de haber saboreado un inconfundible episodio autobiográfico. No porque conozca los disturbios padecidos por el autor de La costa de los mosquitos, sino por la inconfundible semejanza entre los terrores que atenazan la mocedad de los hombres de buena voluntad.

Un muchacho resignado a soportar los aburridos episodios de una predecible adolescencia, ve sacudida su modesta fantasía de estudiante por el minúsculo fruto de unas inexpertas actuaciones sexuales. Su novia se queda embarazada.

Con Theroux, el lector avispado recordará el intrincado berenjenal de complicaciones que debió atravesar hasta desembocar exhausto en la edad adulta.

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6 de febrero de 2007
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