Sergio Ramírez
La fotografía de prensa que tengo frente a mis ojos parece convencional. Es la de un personaje que posa en traje ejecutivo, serio y atento a la cámara. Ya empieza a perder el pelo, y frente a él tiene abierto un ordenador portátil con el emblema del fabricante en la tapa, de modo que podría tratarse aún de un anuncio comercial de esos que vemos todos los días en diarios y revistas.
¿Pero saben qué? El pie de foto nos explica que el personaje del traje de casimir a rayas y corbata Guchy, se llama Salvatore Mancuso, cabecilla de las llamadas Autodefensas Unidas de Colombia, y esa foto corresponde al momento en que declara frente a un fiscal penal en Medellín. No da cuenta del éxito financiero de sus empresas, sino de que personalmente ordenó el asesinato de 336 personas —seguramente sus nombres y filiaciones personales están inscritos en el ordenador portátil del que se auxilia, pues identificó a cada una con su propio nombre.
Admitió masacres de campesinos, atentados contra dirigentes sindicales, alcaldes, universitarios, y líderes de organismos de derechos humanos. No sé si en su cuenta estará el padre del escritor Héctor Abad Fascolini. Asesinado a tiros en las calles de Medellín.
También confiesa, con aplomo y serenidad, que influenció con dinero y apoyo logístico la elección de los dos últimos presidentes de Colombia, y que infiltró, además, los altos rangos del Ejército, de la Policía, y de la propia Fiscalía ante la que rinde su declaración.
Gracias a su dadivosa cooperación al declarar, de acuerdo con la Ley de Justicia y Paz que promueve la desmovilización de los paramilitares, Mancuso no podrá recibir una pena mayor de ocho años en prisión. Buen provecho.