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En el espejo de un ‘goya’

En Lille se exhibe un cuadro en el que una dama se mira en el espejo sostenido por la muerte.

Apenas una hora de tren separa la Gare du Nord parisina de la ciudad de Lille, codiciada fortaleza septentrional de los estados mayores europeos desde la edad media. Los habitantes de este curioso centro urbano han sufrido todas las invasiones imaginables. Su posición estratégica (origen de su riqueza) lo hace imprescindible para cualquier asalto sobre Francia. Es también ineludible vigía de los movimientos que puedan llegar desde el Reino Unido al continente. Y la puerta que abre los tesoros almacenados en sólidos armarios e historiadas arquetas de los Países Bajos.

La ciudad es muy sugestiva para quienes hemos vivido años en Barcelona porque guarda con ella curiosas analogías, aunque tengan destinos desiguales: la una, arrasada guerra tras guerra desde los carolingios; la otra, apenas tocada por dos bombazos. A mediados del siglo XX ambas eran aún centros industriales rebozados de hollín, vencidos por la suciedad, el caos urbano, el desorden civil y la mala vida, hasta hacerlas infames para sus propios habitantes aunque pintorescas para el esteta extranjero.

Los ciudadanos de Lille odiaban los pocos edificios antiguos que aún quedaban en pie, casi todos del siglo XIX, de un modernismo pretencioso. Las guerras del duque de Borgoña, las de religión, la espada del archiduque de Austria, la pica del emperador Carlos, el sitio de Luis XIV y la tardía incorporación a la corona de Francia así como dos guerras mundiales, no habían dejado en pie ni un buzón de correos.

Stéphane Lebecq, profesor de Historia Medieval en la Universidad de Lille, lo cuenta con desgarro: cuando era niño, hacia 1960, sentía vergüenza cada vez que regresaba a su ciudad después de un verano pasado en Holanda o en Bretaña, lugares limpios, educados, adornados por monumentos intactos desde la antigüedad. En contraste, Lille era un lazareto de ladrillo rodeado por un venenoso parque industrial. Su opulenta burguesía vivía en una de las peores ciudades europeas.

Y de pronto, hacia los años 70 del siglo pasado, comienza la milagrosa recuperación de una villa medio muerta. De consuno, políticos, financieros, industriales, funcionarios y periodistas, el conjunto de poderes que construyen sociedades, se pusieron de acuerdo como solo sucede una vez cada dos siglos y sometieron al agonizante a una cura intensiva. Mediante el esfuerzo local y el apoyo central, los lugareños conseguirían la victoria definitiva en el 2004, tras situar a su ciudad como capital de la cultura europea y dar el último empujón a la tarea emprendida 30 años antes. Es una historia idéntica a la de los Juegos Olímpicos de Barcelona.

La misma política de renacimiento urbano la ha puesto en práctica Turín, otro centro industrial riquísimo, pero degradado, expoliado, leproso. Hasta el momento, el éxito ha sido notable: Turín es hoy una joya barroca. Estas curas de reanimación, sin embargo, requieren cirugía plástica muy agresiva y no se puede evitar que las ciudades resucitadas tengan un aire de familia, como esas señoras de la basura televisiva con sus labios inflados, sus pómulos mongoloides, sus pechos cerámicos y ese rictus que denuncia una insaciable frustración. De todos modos, mejor están ahora que cuando eran sucias lagartonas de greña pegada y brazos en jarras.

La actual Lille es amable, coloreada en ocre, calabaza y añil, salpicada de terrazas y con una abigarrada vida callejera en el centro peatonal. Acude mucho turista inglés, belga y holandés, lo que llena de satisfacción a los nativos y de comercios lujosos las calles. Tiene además un museo sensacional, el segundo de Francia, en donde (¡por fin hemos llegado!) figura un goya supremo.

Como si de una alegoría de la ciudad se tratara, Goya ha pintado una vanitas, género clásico en el que una dama se mira en el espejo sin percatarse de que se lo sostiene la muerte. La dama goyesca, sin embargo, es una vieja desdentada de ojos pitarrosos cuya nariz le roza la barbilla. En armonía, el espejo lo aguanta una gitana de rostro devorado por un bubón. Pero el detalle supremo es que Cronos, dios del tiempo que siempre figura en las vanitas para recordarnos que es él quien nos degüella a traición, en lugar de la clásica guadaña esgrime un escobón de cocina con el que se dispone a desnucar a la vieja coqueta. Detalle castizo, brutal, rotundo.

Confío en que el destino de las ciudades remozadas no sea morir descogotadas como conejas, pero es cierto que para mantener el tipo no basta con la cirugía. Al poco la carne se amanteca, la piel se hace pellejo, los senos se desinflan, las comisuras de la boca toman un rictus amargo. Al simulacro quirúrgico se le ha de inyectar sangre fresca, pero con cuidado: en Lille, los novedosos apósitos arquitectónicos de Koolhaas, de Nouvel, de Portzamparc añaden un muro de vidrio espectacular y dramático, como esas descomunales gafas ahumadas tras las que se ocultan las operadas para distraer del derrumbe. Como en el espejo de Goya, en lugar de disimular la cirugía, el escandaloso cristal la hace más pública y conspicua. Porque lo cierto es que ahora ese, y no el operado, es el actual centro de Lille donde hormiguea la población y no el turismo. Es su rostro auténtico, su verdad.

Artículo publicado en: El Periódico, 27 de marzo de 2007

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29 de marzo de 2007
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II. HISTORIETAS, PAQUINES, PENECAS, TEBEOS

En mis tiempos llamábamos paquines a las revistas de historietas, y también penecas. Paquín fue el nombre de una revista infantil mexicana, y Peneca el de otra de Buenos Aires, cuando muchos los libros y las revistas venían a Nicaragua desde Argentina: El Peneca, Patoruzito, Billiken.

Tebeos se dice en España. Nunca dijimos cómicos, ni revistas cómicas, en lo que sería una mala traducción del inglés comics, palabra que en español tiene una connotación diferente, ya se sabe. Lo cómico es lo que causa risa, por ridículo, divertido, o extraño, mientras que no todas las historietas de dibujos tienen comicidad.  Pero, extrañas disidencias, terminamos llamando tiras cómicas a los cuadros de dibujos en secuencia que se publican en los periódicos, en poco número en América Latina, menos aún en España, y numerosos en las ediciones de domingo en Estados Unidos, donde la cultura de los comic strips sigue viva. En aquellos tiempos de que hablo, decíamos simplemente muñequitos.

Hablaré entonces de mis preferidas, el Capitán Marvel, El Fantasma, aunque me memoria guarda muchas más de ellas.

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29 de marzo de 2007
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EL TEDIO DEL ZAPATERO

El señor Zapatero resulta tan pesado que aún tratando con 100 ciudadanos en la escena, en directo, en primicia, en máxima expectación, ha sido capaz de convertir el programa de la noche del martes en uno de los mayores turres de la temporada. Todos los análisis sobran si a propósito de una emisión el tedio se alza como soberano protagonista. Imposible concebir hoy a un buen político sin comunicación y, simultáneamente, parece imposible que sea elegido un candidato de este plúmbeo talante. Sólo la explicación de que los electores se encuentran secuestrados por los tópicos de la izquierda o la derecha ayuda a entender el desatino que significan personalmente los líderes actuales. Pero acaso cuanto más aburridos espectáculos como el del martes pasado se repitan, las gentes empezarán de nuevo a elegir con inteligencia y libertad. O a no elegir si las condiciones de representación continúan siendo invariadas.

En el programa del martes (“Tengo una pregunta para usted”) uno de los asistentes asoció la corrupción política al anacrónico procedimiento de representación, comunicación y control. Le preguntó a Zapatero si no consideraba que era el momento de revisar el funcionamiento del sistema pero fue patente que Zapatero no comprendió el alcance de la interrogación. Dijo que se sentía esperanzado con la incorporación de la mujer que él favorece con las paridades y discriminaciones positivas. Pero no se trata efectivamente de una cuestión de sexo sino de sentido. Se trata de sentido contemporáneo, se trata de empatía, de ironía, de innovación. Y sí, se trata de seso también. Del seso creativo que le falta a este Presidente procedente de las muy oscuras zonas del partido y de su acartonado y cansino modo de estar o de ser.

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29 de marzo de 2007
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Qué momento

¿Por qué parte de su historia van ustedes? Quiero decir, asumiendo que sentimos un amor natural a los libros, y por ende a las diversas formas de la narrativa popular, ¿no tienden ustedes, aunque sea de vez en cuando, a interpretar sus propias historias como parte de un ciclo narrativo? Cuando era pequeño y leí por primera vez The Sword in the Stone, por ejemplo, me convencí de que estaba atravesando un proceso de formación similar al del Arturo niño, abriendo los ojos por primera vez a un mundo extraño y maravilloso; yo no contaba con un maestro como el Merlín del libro, pero mi Merlín eran los libros en sí mismos. Cuando arribé a la adolescencia, entendí que me tocaba vivir un proceso similar al del protagonista de Demian, de Hermann Hesse: la extrañeza del mundo se tornaba oscura, lindando con lo esotérico. Durante la dictadura, y también después, creí que mi historia coincidía con la de algunos (anti)héroes que se veían impelidos a enfrentarse a un sistema que, por supuesto, los superaba en inteligencia y en recursos: tuve mis momentos de Josef K, y además otros en los que me sentía como el protagonista de Brazil, de Terry Gilliam –rezando a diario, por cierto, para que mi destino terminase siendo menos cruel.

Con el tiempo sentí que empezaba a hacer pie, que entendía la lucha que esta vida planteaba como su mapa, y hasta empecé a acariciar la noción de un triunfo posible. (Pírrico, como todos los triunfos humanos en este mundo, pero posible de todas maneras.) Fue mi momento-Neo, por ponerlo así; Neo como el de Matrix, quiero decir.

A veces hago el mismo ejercicio con gente que conozco. Pienso en Fulano y me digo: Este hombre ha llegado a su momento-American Beauty, está revisando su vida hasta ahora, descubriéndose insatisfecho y acercándose al filo del colapso nervioso. Y me pasa también con las noticias. Leo hoy que hasta los republicanos del Senado de USA votaron por el establecimiento de una fecha límite para sacar sus tropas de Irak, y me digo: Uh, Bush está llegando al momento en que Vietnam se convierte en VIETNAM y todo su castillo nixoniano, tan parecido a Elsinore, se desbarata.

Vuelvo a la pregunta del comienzo, entonces: ¿y ustedes, por qué parte de sus propias historias van? ¿Han descubierto que están enamorados de sus mejores amigos o amigas? (Lo cual los ubicaría en un momento-Harry, o momento-Sally.) ¿La vida cotidiana los está poniendo al borde del estallido? (Lo cual los convertiría en merecedores de un momento-D-FENS, como el personaje de Michael Douglas en Falling Down.) ¿Sienten que su vida es más abundante en pasado que en futuro, y que ni el pasado es tan dorado ni el futuro es promisorio? (Momento-Willy Loman, podríamos decirle.) ¿O están pasando por esa etapa inicial del romance en que hasta las duras calles parecen cubiertas de flores? (Momento-Singin’ in the Rain.)

En líneas generales todos atravesamos varios de estos momentos a la vez: la vida es así de complicada, mal que nos pese. Para ser sincero, yo estoy atravesando uno de esos en que el (anti)héroe siente que ya no da más, que lo ha entregado todo de sí; descarnado, el protagonista está a un tris de entregarse y de concederle al Mal su triunfo. Por supuesto, en los relatos que a mí me gustan este es el preciso instante que antecede al triunfo, la justa victoria que premia al fin la entrega y la pureza del corazón; pero por más que quiera vivir ese momento, la verdad es que no he llegado ahí. Estoy, más bien, en el instante previo a entender si mi vida es una peli de Bergman o una de Spielberg.

Después les cuento.

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29 de marzo de 2007
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El lector hecho hombre

Las noticias que llegan de América pasan por el tamiz de los medios de comunicación como si fueran otro acontecimiento mundano, pero a menudo son algo más. Detengámonos por un momento en los fastos dedicados en Cartagena de Indias a la Lengua Española y a Gabriel García Márquez. Los discursos de los académicos, de Carlos Fuentes y del Gabo se suceden celebrando la ocasión. Ya es notable que las instituciones de nuestro tiempo –la Corona, las Academias, los gobiernos- se pongan a conmemorar la aparición de un libro. Pero este excepcional propósito –dice algo sobre nosotros- nos remite a un telón de fondo en verdad extraordinario: el público fervoroso que vitorea al autor y lo escucha con tanto beneplácito como admiración. Los autores españoles que promocionan sus obras en América Latina regresan siempre complacidos de haberse encontrado con un público culto, comprometido con las obras que lee, dispuesto a mantener con el autor una relación de respeto, interés y, en ciertos casos, fascinación. Los autores regresan complacidos y, por qué no decirlo, confundidos, pues pocas veces sienten en la cansada España recompensado su talento con la fresca ternura de un entusiasmo tan original. Los que hemos visto de cerca las largas colas que se hacen para asistir a una conferencia, por ejemplo, nos fijamos en el aspecto de los lectores y en sus conversaciones. Y nos maravilla la seriedad. Nada frívolo hay en sus comentarios ni esa resabiada resaca de desconfianza que hemos aprendido a cultivar los españoles. El vínculo que los lectores de América Latina tienen con los autores es el más prometedor fermento que puede imaginar una cultura para prosperar.

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28 de marzo de 2007
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El día en que fui García Márquez

-Hola, soy el premio Alfaguara.

-Ah. ¿Eres Luis Leante?

-No, Santiago. Santiago Roncagliolo.

El periodista me observa con perplejidad, tratando de recordar quién soy, aunque me entrevistó hace seis meses. Recuerdo que hablamos durante horas. Tomamos un café. Nos hicimos amigos.

-¿Eres el premio Alfaguara del 2005? –pregunta.

-¡Soy Santi, el de toda la vida! –noto la duda en su mirada-. El peruano ¿Te acuerdas que una vez ganó un peruano?

-Ah, ya sé ¡Tú eres Jaime Bayly!

Abandono el hotel deprimido, sabiendo que moriré en la pobreza y el olvido como los próceres. Busco a mi editora para que me suba la moral:

-Pilar, nadie me recuerda…

-No te lo tomes demasiado en serio, Fernando.

-Me llamo Santiago.

-Sí, eso…

-Pero, Pilar, yo soy el premio Alfaguara.

-No, ya no lo eres. Por cierto, la organización sólo te paga el hotel hasta mañana, cuando termina tu reinado oficialmente. -Siento que el corazón se me cuartea. Y la billetera también. Pero aún falta la estocada final-. Ah, y te regresas a España en clase turista.

-¿Quéeeeee? Pilar, no me puedes hacer esto. ¿En clase turista? Eso está lleno de pobres.

-Sí, bueno, bienvenido a la realidad.

-Pero es que es un tema existencial ¡Yo pertenezco a la business class! ¡Yo quiero vivir en business class! Dime una cosa, al menos tú ¿me quieres?

-Crece de una vez, hijo.

Conforme mi editora se aleja, mi mundo se derrumba. Comprendo que hay que tomar decisiones rápido, y decido comenzar por recuperar mi popularidad. Pienso en García Márquez. Todo el mundo lo adora. Y ni siquiera se ha ganado el Alfaguara. Pero Cartagena está llena de homenajes en su nombre. El rey de España se reúne con él. Por toda la ciudad corren rumores sobre su paradero. Se dice que bebió hasta las tres de la mañana en un bar de la calle Estrella. Que lo vieron persiguiendo chicas en el centro de la ciudad. Que salió volando mientras tendía la ropa en un patio. Eso me inspira una idea. Regreso al hotel, donde el periodista continúa bebiendo su café. Lo saludo como quien no quiere la cosa, y le pregunto.

-¿Has entrevistado a García Márquez?

-García Márquez no ha concedido una entrevista en más de diez años. Es el sueño de todo periodista.

-Pues yo lo tengo en mi cuarto.

-¿Cómo va a estar en tu cuarto?

-Porque sabe que ahí no lo buscaría nadie.

El periodista considera mi respuesta y mi credibilidad. Finalmente, admite.

-Bueno, tiene sentido.

-Me ha contado la verdadera razón de la pelea con Vargas Llosa ¿Quieres saberla? –el periodista abre los ojos como dos platos. Lo tengo en mis manos-. Poker.

-¿Poker?

-Jugaron una mano toda la noche. Habían bebido. García Márquez se negó a pagar. Discutieron. El resto es historia.

-Poker –asiente lentamente. Pero un ramalazo de desconfianza cruza por sus ojos- ¿Cómo es que te ha contado todo eso?

-Creo que lo hace para que yo lo difunda sin tener que comprometerse. Por ejemplo, me ha dicho que odia a Fidel, pero finge respaldarlo porque le gusta llevar la contraria. Por supuesto, no puede estar diciendo eso en público.

-Por supuesto.

-Y me ha contado que una noche se fue de farra con Clinton y Mónica Lewinsky. A la Lewinsky se la tenía que quitar de encima. Dice que es una levantisca.   

-¡No!

Y así comienza a extenderse el rumor. A partir de ese momento, los periodistas vienen a transmitirme preguntas para García Márquez: ¿Cuándo saldrá el segundo volumen de sus memorias? ¿Cuál es su lugar favorito del mundo? ¿Habrá otra novela? A todas respondo con gracia y coherencia, tratando de usar palabras que he aprendido en sus libros como “historiado” o “cuca”. Lo he logrado. La prensa se me acerca. La gente me quiere. Me invitan a las fiestas. Se ríen de mis chistes. Y al fin he comprendo por qué se homenajea tanto a este hombre: porque es generoso con su nombre y su leyenda. Por eso y mucho más, gracias, Gabo.      

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28 de marzo de 2007
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UN GENIO INÉDITO

Siempre existe la esperanza de encontrar una obra maestra olvidada en algún chamarilero. Rara vez pasa, y siempre les pasa a otros. Hoy he tenido esa sensación. La de encontrar un tesoro cuando no lo esperas. Tenía referencia del tesoro, había leído algo sobre su existencia; incluso, había  disfrutado de algunas de esas perlas que de manera dispersa había enseñado su peculiar belleza. El tesoro es un libro, uno de esos libros que por razones incomprensibles seguían sin traducción en nuestro idioma. El tesoro es un libro y un escritor al que muchos quieren, siguen, admiran, leyeron y seguirán leyendo. Se trata de Nathaniel Hawthorne, uno de los mayores del siglo XIX norteamericano, uno de los grandes de lengua inglesa, uno de los grandes sin más. El haber escrito La letra escarlata, Wakefield y otros cuentos y novelas ya le hacen tener un lugar de privilegio en la literatura universal. Muchos escritores son deudores de ese escritor americano que fue un hombre sobrio, puritano, aburrido, encerrado, y un tanto misántropo, pero que nos  dejó libros inolvidables. Entre sus más destacados admiradores habrá que recordar a Henry James, Kafka, Borges o Paul Auster, por citar sólo a unos pocos. Otros muchos son deudores de sus escritos y de sus propuestas de historias nunca desarrolladas.

Ciertamente este escéptico, soñador y lo contrario de un hombre de acción, este hombre que se recluyó voluntariamente para vivir entre su familia, lejos de lo exterior, al margen de los otros, dejó un libro peculiar que nunca se publicó entre nosotros. Una gran noticia, al fin una edición -aunque sea no completa- de su mítico libro de apuntes, de esas historias para desarrollar que el escritor fue anotando toda su vida, se han llamado los Cuadernos norteamericanos. Una gran noticia. Un libro tesoro que ha  sido publicado por la editorial Belacqva, que no para de darnos alegrías literarias. Algunas de las últimas son tan importantes como Barnaby Rudge de Charles Dickens, que sólo se había publicado parcialmente. Y también haberse atrevido a publicar la minuciosa biografía de una de las vidas más simbólicas de los excesos del pasado siglo, Primo Levi.

Hay  que impedir que la sombra de la estatua de Poe siga dejando demasiado oculto a Hawthorne, así lo deseó uno de sus traductores, Valery Larbaud. Otro de sus seguidores que habría que sumar a los anteriores, aunque se podrían continuar con Julien Green o John Updike.

Algunos ejemplos de las propuestas que el escritor nunca desarrolló:

“La penosa situación de unas personas muy atadas a sus bienes cuando son admitidas en el Paraíso”

“Los placeres,  pensamientos y tareas de un holgazán durante un día transcurrido a orillas del mar: por ejemplo, sentarse en lo más alto de un acantilado y arrojarle piedras a su sombra, allá abajo”

Y para terminar una optimista: “Envenenar a alguien o a un grupo de personas con vino sacramental”

Si quieren un tesoro. Compren ese libro. Imprescindible para escritores bloqueados o para los que se creen muy sobrados. También para escritores anónimos.   

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28 de marzo de 2007
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El diccionario más frecuentado

No poseo un ejemplar de The Devil’s Dictionary, la miscelánea escrita por Ambrose Bierce, pero sí tengo infinidad de libros que citan sus inefables definiciones. Ayer, sin ir más lejos, consulté Opium: A History, de Martin Booth, en busca de datos para una ficción en la que trabajo, y me topé en su primera página con una perfecta definición debida a la pluma de Bierce. “Opio: una puerta sin llave en la prisión de la identidad. Conduce al patio de la cárcel”. Bierce también es uno de los más grandes contribuyentes a un libro de citas cínicas que frecuento, The Portable Curmudgeon. Allí figuran, por ejemplo, las definiciones de “diplomacia” (“El arte patriótico de mentir por el país de uno”), “santo”  (“Un pecador muerto, revisado y editado”) y “amor”: “Una locura temporaria, que se cura mediante el matrimonio”.

Cualquiera que se meta en internet encontrará más citas memorables. Por ejemplo: “Idiota: miembro de una enorme y poderosa tribu cuya influencia sobre los asuntos humanos ha sido siempre dominante y controladora”. O también: “Cañón: instrumento que se utiliza en la rectificación de fronteras nacionales”. Y la genial: “Corporación: mecanismo ingenioso para obtener beneficio individual sin responsabilidad individual”.

Algunos de los dardos de Bierce cortan dolorosamente cerca del hueso. Por ejemplo en su definición de “voto”: “Instrumento y también símbolo del poder del hombre libre para actuar como un tonto y devastar a su país”. O todavía más, cuando se mete con la noción de justicia: “Una mercancía en estado más o menos adulterado que el Estado le vende al ciudadano como recompensa por su fidelidad, por los impuestos que paga y por sus servicios personales”.

Lo que sí resulta inusual es encontrarse con una definición de un autor contemporáneo que le recuerde a uno la genialidad de Bierce. Yo me topé con una el domingo, leyendo un artículo de Rodrigo Fresán en el diario Página 12. Allí Rodrigo, hablando de los años 60, escribió: “Esos años en que los niños de mi generación aprendían a caminar, mientras sus progenitores tomaban las primeras lecciones para salir corriendo”. Me pareció brillante. Para los norteamericanos y para muchos europeos, los 60 despiertan memorias de rebeldía juvenil, Beatles versus Rolling y flower power. Para los latinoamericanos, en cambio, esa década es más memorable por los palos recibidos que por las rebeliones intentadas; y qué decir de los 70, entonces. Poco antes de desaparecer (literalmente hablando) al sur del río Grande, Bierce escribió que ser gringo en México era “una forma perfecta de eutanasia”. Los que sobrevivimos a los años 70 en este subcontinente nos atreveríamos hoy a reescribir la frase: en buena medida, ser latinoamericano en la Latinoamérica de los 70 era también una forma de eutanasia.

Si Bierce viviese, debería dedicarle a aquellos años un volumen llamado The Devil’s Decade.

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28 de marzo de 2007
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“CAMBIO RADICAL”

Algo nos dice que el programa televisivo Cambio radical (Extreme Makeover) comete un crimen. ¿Se trata sólo del asesinato de la fisonomía anterior? ¿Se refiere precisamente a la muerte de la personalidad acomplejada a través de una  cirugía especializada en el crimen perfecto? Todo lo que posee de milagroso el cambio radical lo tiene de siniestro. Lo bello y lo siniestro apenas se hallan separados por un finísimo perfil, el perfil precisamente que se junta en la transformación instantánea que presenta el programa. El proceso no interesa si no es inmediato, el cambio radical sólo es efectivo y efectista si se confunde con el prodigio.

Pero hay algo más y muy decisivo: el paso de lo feo a lo bello como un hecho productivo que convierte la materia prima, tosca e informe, en un artículo precioso o diseñado. El cuerpo del obrero que entregaba la plusvalía de su esfuerzo físico en la escena industrial sigue ofreciendo en la época postindustrial un plus relacionado también con el físico pero en la escena del espectáculo. Se trataba antes de la fuerza de trabajo bruto; se trata ahora de la energía obtenida del aspecto bruto. “Crimen u ornamento”, titulaba su manifiesto sececionista el arquitecto vienés Adolf Loos. El ornamento es crimen. Y al revés: el crimen se viste de ornamento.

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28 de marzo de 2007
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I. CON TINTA SANGRE DEL CORAZÓN

            Me entusiasma pasar de las telenovelas a las historietas cómicas y a sus héroes y heroínas, como se me ha sugerido, pues son parte de ese bagaje de cultura popular cotidiana que cargamos desde la infancia. En este sentido no hay cultura de primera y segunda categoría, ni cultura deleznable opuesta a cultura válida. Desde los boleros dulzones que un día escuchamos embelesados y siempre recordamos con ardorosa fidelidad de la memoria, a las radionovelas de voces plañideras que antecedieron a las telenovelas, a los dramones lacrimógenos de las películas mexicanas, a las poesías de irresistible cursilería del Tesoro del Declamador, todo es parte de la vida vivida, y forma una mezcla indisoluble de la que es inútil renegar. Nadie nos quita lo vivido.

            Hay quienes se ríen del sentimentalismo rimado de los boleros, y ponen cara de serio deleite frente a las óperas, en una arbitraria división de lo popular frente a lo clásico, como si lo uno excluyera a lo otro. Me fascina La Traviata, pero nunca puedo olvidar que una tísica que agoniza en su lecho difícilmente podría tener el empaque de las divas de peso pesado que interpretan el papel de Violeta la cortesana, y menos que alguien con los pulmones desechos pueda entonar un aria con tanto brío, al borde mismo de la muerte. ¿Por qué temer entonces a Julio Jaramillo cuando canta Si tú mueres primero yo te prometo que escribiré la historia de nuestro amor con toda el alma llena de sentimientos, la escribiré con sangre, con tinta sangre del corazón…

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28 de marzo de 2007
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