Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

No me esperes en Zimbabue

Ciertos amigos y sin embargo lectores míos se han amostazado porque en la columna anterior cantaba albricias por el cambio climático y el hecho de que Londres vaya a ser como Valencia o Barcelona como Túnez. Algunos de estos muy solidarios amigos escribían palabras que parten el corazón como: "¿Y los países africanos?". O bien: "¿Acaso no serán los pobres quienes más sufran?". En fin, ese tipo de enunciados que yo había oído de niño en boca de los Hermanos de la Doctrina Cristiana. ¡Quién me iba a decir que con el tiempo ese sería el discurso único de la izquierda!...

Cuando se habla de los pobres y de África hay que cargar con las consecuencias. No somos inocentes. Los pobres son pobres porque nosotros somos ricos. Pero ningún partido político está dispuesto a incluir en su programa un remedio verdadero de la pobreza: sus electores los mandarían al carajo. A menos de que sean programas populistas o fascistas y entonces tienen mucho apoyo. Como acertadamente escribió Sartre en 1969, el principal enemigo de la revolución son los partidos de izquierda y de extrema izquierda.

Lo segundo que debemos considerar es que la trágica situación de los países africanos, como la de las favelas americanas (que suman más gente), depende por completo de nuestra capacidad de gasto. Mientras todos tengamos coche, moto, calefacción, avión, tren, televisión y demás juguetitos y los usemos con la beocia creencia de que la energía es gratuita, estaremos matando gente. Cada uno de nosotros. En innumerables ocasiones el que más lloriquea porque no se "ayuda" (¿qué querrá decir ese verbo?) al tercer mundo suele pasar por alto que mata a un pobre cada vez que pone en marcha el cuatro por cuatro para ir a destruir la Cerdanya o el Cabo de Gata con los niños, la señora y el perro.

Es un gran consuelo creer que los pobres y África están fatal por culpa de Bush, Aznar y el Papa. Es una suerte que esclarecer las causas reales de la miseria sea, hoy por hoy, un asunto tabú. ¿O será pura casualidad que el mayor enemigo del cambio climático sea un posible presidente de los EEUU?

Publicado en: El Periódico, 14 de abril de 2007

Leer más
profile avatar
16 de abril de 2007
Blogs de autor

ESPERANDO A GABO, «OFICIAL»

Parece que por fin Gerald Martin, el profesor de la Universidad de Pittsburgh que escribe la biografía de Gabriel García Márquez, va a entregar su obra. Hace tanto tiempo que se habla de este libro que ya hace parte de lo que se llevó el viento de Macondo. Diez y seis años de preparación es un camino interminable pero el autor no renunció y promete una publicación en 2007.

Lo extraño, realista y maravilloso de la noticia, es de lo que acabo de enterarme de manera casual en el sitio Financial Express, en la India. Se trata de una entrevista con Martin. Se hizo por mail, con una especie de frialdad en el tono que es una herencia del imperio. Pero Martin lo dice claramente, tal y como da información sobre el segundo tomo de la autobiografía del premio Nobel y sobre los límites de su reconciliación con Mario Vargas Llosa.

La biografía será “oficial” pero no “autorizada”, lo que se puede entender: Martin tiene acceso al mundo de Gabo pero Gabo no tiene control sobre lo que va a publicar. Hace años, Fidel Castro había permitido la publicación de su biografía por la periodista brasileña Claudia Furiati con la mención “biografía consentida”, lo que daba la imagen de un soberano dejando libre un pequeño proceso que habría sido posible de aplastar. Gerald Martin no fue aplastado por sus diez y seis años de soledad. Entonces, todos estamos esperando a Gabo. (No a Godo, a Gabo).

Leer más
profile avatar
13 de abril de 2007
Blogs de autor

Antes de fundar Macondo

Antes de contarnos cómo se fragua la confundida rabia de vivir, en Cien años de soledad se nos dice dónde empezó todo. Un crimen de honor y el fantasma del remordimiento, como todos saben, empujan a José Arcadio Buendía al destierro y lo arrastran durante veintiséis meses por la selva hasta que oye en un sueño el nombre de Macondo. Alentado por el agüero, y cansado de andar dando tumbos, Buendía clava la primera estaca de la nueva aldea.

Antes de que Gabriel García Márquez escribiera la epopeya de los Buendía hubo, sin embargo, otros hombres resueltos a buscar en la misma Sierra Nevada de Santa Marta un lugar donde empezar de nuevo y fundar esa ciudad libre de los males que fustigan al hombre.

El geógrafo francés Eliseo Reclus fue uno de ellos y vivió en una época en la que, con la adecuada confianza en las propias fuerzas, todo parecía posible.

A causa del golpe de Estado de Luis Bonaparte -al que Víctor Hugo, también exilado, llamó Napoleon le Petit- Reclus abandona Francia y emprende un viaje por Inglaterra, Irlanda y Estados Unidos que acaba en las costas de Nueva Granada.

No son tiempos propicios al amargo desaliento y el geógrafo, que tiene veinticinco años, está henchido por el entusiasmo de su generación. Instruido con las infalibles previsiones de La Edad de la Razón -probablemente con el libro de Tom Paine en el macuto-, el joven Reclus se deja llevar por la poderosa corriente ilustrada que todavía ilumina la imaginación europea. En la cubierta de la goleta El Narciso que lo lleva desde Portobelo hacia Cartagena de Indias, Reclus tiene como único equipaje el colorista catálogo de ideas -la Ciencia, la Industria, el Trabajo, la Dignidad- destinadas a cambiar la faz de la Tierra.

El viajero posee las formidables dotes de observación que Flaubert prestaba a sus personajes -Reclus hubiera sido un buen compañero para Bouvard et Pécuchet- y con insaciable afán contempla el aspecto de los fenómenos que a su alrededor confirman la vasta extensión del mundo. En la orilla caribeña de Colombia empieza a practicar su oficio el geógrafo cuya obra admiraría con tanto fervor su contemporáneo Julio Verne pero antes de entregarse en cuerpo y alma a redactar el enciclopédico inventario de la Tierra, Reclus creyó haber encontrado en los valles vírgenes de la Sierra la oportunidad para un nuevo contrato social.

Su libro -Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta- es la minuciosa rememoración de aquel desengaño pero así como el fracaso de la república no hace mella en su optimismo político, tampoco el intento frustrado de fundar una nueva tierra debilita la esperanza ilustrada que hasta su muerte siguió cultivando.

"Yo he visto en acción al antiguo caos en los pantanos en que pulula sordamente toda una vida inferior". Y desde ahí Reclus asciende a las cumbres de la montaña, baja a los barrancos, sortea las marismas y recorre los confusos senderos de la ciénaga. Se enfrenta a jaurías de perros salvajes y a la picadura de insectos y garrapatas. Bordea riscos, salta torrentes impetuosos y se deja la piel en la maraña de espinos que hacen impenetrables los remotos rincones de la Sierra.

Busca un lugar para fundar su innovadora colonia de productores, calcula los costes de la explotación agrícola, imagina la red de canales necesarios a la exportación de los productos cosechados y enumera las utilidades de la riqueza de este modo conseguida.

En la Sierra Nevada que ha elegido como patria futura, Reclus se regocija con el esplendor que una Naturaleza pletórica pone a sus pies. Los higos, las papayas, los nísperos que brotan espontáneamente de la tierra le inclinan a ser frugívoro y a abandonar el régimen de carne y sangre de los mataderos de reses. Celebra la armonía indescriptible que le rodea -aunque el inmenso lienzo de la prosa retiene los frutos de su entusiasta mirada- y siente el pálpito de las nuevas emociones: el vago centelleo de la Vía Láctea a través del tembloroso follaje, el aire voluptuoso que respira, la exuberante fertilidad y la cortesía enteramente castellana de sus nuevos amigos. La dicha de contemplar el espectáculo de la Sierra sólo se interrumpe cuando millares de mariposas blancas revolotean a su alrededor ocultando la grandiosidad del paisaje.

El júbilo del explorador, sin embargo, no se libra de las sombras que aparecen en su camino. Lo primero que recuerda haber encontrado al llegar a Cartagena de Indias es a dos hombres de mirada feroz con sus machetes en alto, arengados por una multitud ebria que grita "¡Mátalo! ¡Mátalo!" y una corte de mendigos cuya miseria le espanta. El olor fétido de los pantanos -"cubiertos de una eterna nata vegetal" se dice en Cien años de soledad-, los tufos pestilenciales y los miasmas palúdicos le revelan esa otra cara de la naturaleza "pérfida y encantadora de los trópicos". La picardía de los tratantes y mercaderes le desconcierta y al final aprende a desconfiar de la absurda palabrería y de las promesas hechas sin intención de ser cumplidas. "Llaga de las sociedades en que domina la influencia castellana".

Gracias a su formación científica Reclus conserva el estado de ánimo a salvo de las contrariedades. El contratiempo que hubiera sido causa de un enojado malestar, contribuye a estimular su curiosidad y lo ayuda a comportarse como un observador desapasionado. Pero antes de abandonar para siempre su sueño americano, Reclus se demora recordando a los indios de la Sierra que tanta hospitalidad le ofrecieron.

La mirada arrogante de los aborígenes, la altiva y radiante belleza de sus mujeres y el andar imponente de todos ellos, hace más espléndida la amabilidad que impresiona a Reclus. Los indios le nombran persona sagrada y ésta parece ser la única imagen que su memoria retiene libre de reproches. Para los guajiros, recuerda Reclus con admiración, "la verdadera aristocracia es la de la belleza".

Sin embargo, las penalidades se suceden y mientras va perdiendo por los caminos de la Sierra Nevada de Santa Marta socios heridos, monturas despeñadas, perros muertos de cansancio, víveres y mercancías, Reclus agota sus energías y cae enfermo. Las fiebres lo debilitan hasta el delirio y sin más ayuda que sus exiguas fuerzas se pierde por la selva hasta llegar medio muerto a una aldea de leprosos. Son estos desamparados los que comparten con el extranjero de aspecto moribundo sus plátanos y lo salvan dejándole beber en la vasija común.

Después de dos años de empecinada travesía por la Sierra Nevada de Santa Marta, Eliseo Reclus da su brazo a torcer, renuncia a levantar la ciudad igualitaria y regresa a Europa. Pero su empeño baldío se transforma tiempo después en el hermoso relato de una doble aventura. Su crónica es la evocación nostálgica de un viaje de iniciación a la vida y el testimonio de un ensayo fallido cuya lección tardaría mucho en comprenderse. A mediados del siglo XIX no se podía adivinar la concordancia entre el fracaso de Reclus y nuestras más recientes desilusiones. En el epílogo de su libro, el autor lo confiesa con franca caballerosidad: "vi oprimido mi corazón por una verdadera angustia, pues la naturaleza virgen es bella pero de una tristeza infinita".

Haber intuido la existencia de una desoladora amenaza en el corazón de la tierra anhelada, como si fuera un maleficio aguardando la llegada de los ilusionados viajeros, y disimular la decepción con el optimista temple de los revolucionarios del siglo XIX, hace de Reclus uno de esos profetas menores al que su época no puede descifrar y al que las generaciones futuras sólo pueden olvidar.

Imaginar al autor del gran corpus descriptivo del mundo, sentado en su gabinete, rememorando los días en que siendo un joven geógrafo ya era un viejo pionero de sueños condenados, verlo escribir su metódico inventario entre astrolabios, brújulas y sextantes, conservando vívida en su memoria la sensación de aquella insondable tristeza, hallada cuando en un último y revelador vistazo descubrió lo que en verdad está oculto tras la belleza del Paraíso, puede ayudarnos a entender el desengaño de nuestro tiempo. ¿A quién se le ocurriría hoy la feliz idea de empezar de nuevo?

Ahora, cuando tantos indicios nos abruman con el presagio de una fatigada y violenta decadencia, en lo que parece ser el inicio de un lento y desorientado ocaso cultural, quizá haya llegado el momento de reconocer que, como aquella estirpe condenada a cien años de soledad, tampoco nosotros tendremos una segunda oportunidad sobre la tierra.

Artículo publicado en: El País, 13 de abril de 2007

Leer más
profile avatar
13 de abril de 2007
Blogs de autor

III. ADIÓS, PRIVACIDAD

La novela 1984 de Orwell, en lugar de un diablo travieso capaz de levantar los techos para penetrar en las intimidades de la gente, nos pintó en colores más sombríos la amenaza universal de un gran ojo vigilante, el ojo del big brother —el hermano mayor— un ojo capaz de mantenerse abierto sin parpadear nunca para espiarnos. Es lo mismo que hace en sus dominios el dueño de la fábrica en la película clásica de Chaplin, de 1934, Tiempos modernos: vigilar a los asustados obreros cuando van al baño, desde una inmensa pantalla.

De acuerdo a las conclusiones de un equipo de especialistas del Instituto Tecnológico de Massachusetts, que Spielberg reunió para oír su consejo antes de la filmación de Sentencia previa, la privacidad, tal como hoy la entendemos, habrá desaparecido, pues, gracias a la tecnología. El diablo cojuelo podrá levantar todos los techos, y el gran ojo podrá penetrar todos los resquicios. Y el crimen, podrá ser detectado en la mente del criminal antes de que se cometa, gracias a un equipo de androides, o algo parecido, al servicio de una unidad precrimen de la policía.

La ambición suprema del totalitarismo en todas las edades, ha sido siempre la de adelantarse a los hechos de los demás para que “la paz social” sea completa. La inamovilidad y el sometimiento provienen de la capacidad de prever al movimiento del adversario, como en el ajedrez.  Así, el que todo lo ve, es dueño de todas las intenciones, y puede arrogarse el declarar qué conducta es criminal, y cuál no.

Leer más
profile avatar
13 de abril de 2007
Blogs de autor

AVES

En Londres durante los años 30 del siglo XX los fabricantes de botellas de leche se vieron obligados a cambiar el tapón. La razón no fue una sonora protesta de los consumidores ni tampoco de las asociaciones dedicadas en su defensa sino en la inesperada acometividad de miles de aves.

Cuenta Cavalli Sforza en La evolución de la cultura cómo los animales aprenden más de lo que se les supone y de qué modo, como es propio de la cultura/culta, acumulan y trasmiten el saber.

La tosca y tranquilizadora idea de que sólo la especie humana goza de su culturización queda desmentida por el proceder de incontables especies que, aun lentamente, progresan. O, mejor, dicho, evolucionan. Evolucionan o progresan del mismo modo que nosotros sólo que con una aparatosa desventaja: poseen un lenguaje demasiado simple que les impide confiarse secretos y procedimientos para incrementar con mayor rapidez y tino su productividad y su confort.

El caso de las aves londinenses interesadas por alimentarse con la crema de las botellas que dejaba el lechero en el portal de los vecinos dio a conocer su astucia para desprender el sello que tradicionalmente taponaba el recipiente. Y para hacerlo saber a otros muchos ejemplares del contorno. Las aves llegaban en multitudes y rompían tanto el cierre como la tradición. Las factorías que habitualmente tienen en cuenta las conductas de los clientes para actuar en consecuencia asumieron también, como variable, la decisiva conducta de estos agudos animales.

Leer más
profile avatar
13 de abril de 2007
Blogs de autor

7323044

Mi amiga la estudiante 7323044 nos cuenta su caso en este blog, en su post del 2 de abril. 7323044 quiere ser escritora. Está enamorada de Jean Genet desde los once años, y guarda bajo su almohada una foto, no de Ricky Martin, sino de Baudelaire. Se siente tan extraña con su inclinación que asiste al psiquiatra. Para su horror, el doctor le ha dicho que sí podría ser escritora, peor aún, que podría ser muy buena.

Los problemas surgen cuando regresa a su casa, cena con su padre y le oye decir:

-¿Has hecho ya tus tareas? Para entrar en la facultad de Ingeniería Química vas a necesitar un promedio alto.

Y entonces, frente a sus ojos, su padre se transforma en el comisario Javert. Y así transformado revisa rigurosamente sus cuadernos de la academia y sus boletines de notas. Alguna vez, ella ha querido explicarle su vocación por la literatura. Él se ha impacientado rápidamente y ha respondido:

-No se puede vivir con la cabeza llena de pajaritos.

Todas las mañanas, 7323044 asiste a su academia de ingreso a la universidad con la certeza de que no quiere ser ingeniera química. Se ha hecho amiga de 7453788 y de 72543876, pero ni a ellos se atreve a contarles que quiere ser escritora. En realidad, pasa buena parte del tiempo encerrada con su imaginación. Durante los cursos de química, imagina que descubre la fórmula para convertirse en Mr. Hyde y rebelarse contra su destino. Durante los de biología, trata de averiguar cómo construir un Frankenstein que la defienda de su futuro laboral. Pero con frecuencia, los exámenes y las impertinencias de 7654323 –que se sienta a su lado- la devuelven a un mundo que le parece menos colorido y vivo que el de los libros.

7323044 conversa cada vez menos con la gente y más con Hercules Poirot, con el capitán Lituma, con Sandokan y con todos los personajes que conoce en los libros. Pero evidentemente, eso repercute en su rendimiento académico. En el último examen de dinámica de fluidos aprueba apenas. Y en econometría, ni siquiera eso. Cada día le resulta más difícil entender la realidad.

Su padre, el comisario Javert, decide tomar medidas drásticas al respecto: secuestra todos los libros de su cuarto –menos los de trigonometría-, los mete en una caja y la arroja al mar. Mientras la caja se sumerge, él deja escapar una carcajada siniestra.

Al llegar a casa, 7323044 descubre la desaparición de sus libros y llora toda la noche. Se acercan a consolarla y darle consejo Aureliano Buendía y Gulliver, pero ella los espanta de un manotazo. Sabe que tendrá que escoger entre el mundo real y el ficticio, y aunque le duela, escogerá el real. Se lo repite una y otra vez. Ya se lo ha dicho su padre: “no se puede vivir con la cabeza llena de pajaritos”. 

Al día siguiente, en mitad de la clase de Física Avanzada, 7323044 se levanta de repente. El profesor cree que quiere ir al baño, pero ella se acerca a la ventana. Los estudiantes la miran sorprendidos, especialmente el tarado de 7654323, que tenía una bombita apestosa lista para dejársela en el asiento. Pero ella no les devuelve la mirada. Se apoya en el alféizar, se trepa a la ventana y salta.

La clase entera se abalanza a las ventanas, justo a tiempo de verla volar entre el paisaje gris de Lima. El profesor de Física, aunque es muy avanzado, no consigue explicar por qué ella revolotea por los techos, describe piruetas en el aire y esquiva los árboles con tanta gracia. El profesor le grita que lo que está haciendo es imposible y que regrese inmediatamente a la realidad real. Pero 7323044 desaparece en una nube.

Y nadie la vuelve a ver.

Leer más
profile avatar
13 de abril de 2007
Blogs de autor

Réquiem (II)

Vonnegut se cayó y se rompió la cabeza. Literalmente. Siguió vivo unas pocas semanas más (ah, vaya a saber qué visiones experimentó ese cerebro así desencajado) y al final se murió en Manhattan, el mismo miércoles del año 2007 en que Maradona salió del hospital con un hígado tan estropeado como su cráneo.

Y así van las cosas.

Me gustaban de Vonnegut el sentido del humor, la irreverencia y la imaginación proléptica. Me gustaba que le gustase inventar nuevas religiones, como la Iglesia de Dios el Completamente Indiferente y el Bokononismo, al que describía como “lleno de mentiras agridulces”. (Imagino que las creaba en la esperanza de que el peso de las supercherías derrumbase la totalidad del edificio, más temprano que tarde.) Me gustaba su pelo enrulado y su aspecto de viejo medio loco. Me gustaba que abominase de la violencia, sin que ese rechazo le impidiese valorar el costado estético del asunto. Alguna vez escribió que el bombardeo de Dresden durante la Segunda Guerra había sido una obra de arte. La novela en que hablaba del asunto, Matadero Cinco, lo convirtió en una estrella. Años después alguien se atrevió decir que el atentado contra las Torres Gemelas había sido una obra de arte, y casi se lo comen crudo.

Y así van las cosas.

Vonnegut sabía que las cosas son complicadas, y por eso entendía la importancia de apegarse a lo simple. El protagonista de God Bless You, Mr. Rosewater era capaz de resumir una filosofía de vida en pocas palabras: “Hola, bebés.

Bienvenidos a la Tierra. Hace calor en verano y frío en invierno. Es redonda y húmeda y está llena de gente. A rasgos generales, tienen como para cien años aquí. Que yo sepa, hay una sola regla –Maldita sea, tienen que ser amables”.

El último libro que publicó fue una colección de ensayos, A Man Without a Country, que además terminaba con un poema llamado Réquiem. Es tentador reproducir sus versos porque suenan a final perfecto, a círculo que se cierra, a síntesis ideal de obra y de pensamiento: “Cuando la última cosa viviente / haya muerto a causa nuestra, / cuán poético sería / si la Tierra pudiese decir, / en una voz que flotase / quizás / encima del suelo del Gran Cañón, / “Se ha cumplido”. / A la gente no le gustaba este lugar”.

Yo no creo en los finales perfectos. A mí me gusta estar acá. Aun en ausencia de Vonnegut.

Leer más
profile avatar
13 de abril de 2007
Blogs de autor

SIN CLASIFICAR

En una terraza de Montevideo, en un bar para ver la ciudad silenciosa, en una de las casas más altas del casco viejo, en un lugar tranquilo como el espíritu de la ciudad, después de haber buscado -y encontrado- libros por los rastros, librerías de viejo y tenderetes que la ciudad ofrece, estaba pensando en lo rara que es esta ciudad.

¿Qué es raro?...No lo tengo claro, pero ya es raro que los centros no estén multinacionalmente con la comida rápida, la moda rápida, la vida rápida. Y, no estando virgen -¿dónde las virginidades?- todavía está de muy buen ver. Todavía no está derrotada. Seguramente lo conseguirán. Harán de éstos boliches, de estas viejas librerías, de estos cafés y estas tiendas populares, otra parada multinacional para la uniformación y el dejá vu. Para que sea inútil e innecesario el viaje.

Pero la ciudad me parece hermosamente rara también por quienes la representan. Por ejemplo tres de los más inclasificables escritores franceses nacieron aquí: Isidoro Ducasse, el conde de Lautremont, del que siempre nos acompañaran sus cantos de Maldoror. También aquí nació otro raro, Jules Laforgue, simbolista en Uruguay, y del grupo de los Hydropathes del siglo XIX en Francia. Y otro que completa el trío de los franco-uruguayos, el más cercano, el contemporáneo de muchos de nuestro poetas del 98 o del 27, Jules Supervielle, también comenzó siendo simbolista, pasó por el surrealismo y terminó encontrando su propia voz.

La lista de los raros de Montevideo tiene muchos nombres, muchos nacionales, pero uno de los más grandes, posiblemente el más grande de los escritores de la ciudad -otra cosa son los pintores, con el enorme y cada vez más reivindicado legado de Torres García- es Juan Carlos Onetti. Misterioso, profundo, cercano, universal, triste e irónico como su propia ciudad, el autor de El astillero, Una tumba sin nombre, La vida breve o Juntacáveres, hace que los paseos por esta ciudad sean algo ya conocido, sin que los datos, los nombres, los lugares o las calles sean nombradas como son -algunas veces sí- sino como las imaginamos. Otro autor sin clasificar, como algunos de los más grandes de este lado del español, del castellano, del territorio de La Mancha. Onetti, que no cabe en el “boom”, que un día tuvo que dejar su ciudad, llegó a Madrid, divisó el panorama desde sus ojos lúcidos y miopes, se metió en la cama y decidió no levantarse. Seguir viviendo, bebiendo y escribiendo. Eso sí. Un grande sin clasificar. Como otro, este no de Uruguay, de Córdoba, antiporteño, casi eterno -murió a los 106 años- y casi oculto a pesar de haber escrito alguno de los libros más sagaces y geniales en nuestro idioma. Otro día hablaremos de ese raro, ese inclasificable, llamado Juan Filloy.

Leer más
profile avatar
12 de abril de 2007
Blogs de autor

CERRADURA 2

Lo peor del desarreglo en la cerradura estaba por llegar. El cerrajero se declara incapaz de ofrecer una lógica que justifique la avería. La rotura, de acuerdo a su peritaje, se ha producido porque sí. ¿Azarosamente? ¿Irracionalmente? ¿Al margen de todo proceso lógico o tecnológico y en consecuencia asociable a fuerzas ajenas a la razón de la humanidad? He pedido que realicen la reparación sin hacerme comentarios pero, al parecer, el asunto despierta tantas incógnitas en sus vidas profesionales que les oigo hablar más que trabajar. Ninguno de ellos en sus largos años de oficio se enfrentó a un caso similar. ¡Es anormal!, exclamaba uno de ellos. ¿Habrá descubierto algún detalle tan infausto como inextricable en esta clase de puerta que mandé colocar? ¿Se despedirán de pronto para alejarse de esta casa adscrita al mundo de las anomalías? Pero también pienso: ¿no será que la puerta pertenece por su alta calidad y sofisticación a un modelo que no han llegado a tratar nunca? La descalificación de lo que no se sabe constituye una socorrida coartada del inepto. Ningún operario es humilde sino arrogante y su soberbia, tarde o temprano, se enseñorea en el curso de la reparación. Sería improbable que resolvieran el problema sin un pomposo diagnóstico y más aún si, como en este caso, el paso del adentro al afuera, la simbología de la puerta que nos bloquea o nos franquea el exterior puede fácilmente unirse a la significación del sujeto ante lo saludablemente público o hacia lo tóxicamente hermético, achicado hasta los estrictos límites del hogar. Límites que atosigan el espacio secreto,  tósigo inexplicable que se oculta a la mirada de la vecindad.

Leer más
profile avatar
12 de abril de 2007
Blogs de autor

Una bella película boba

¿Vieron 300? Aquí en la Argentina ya lleva dos semanas al tope de las recaudaciones. A mí me gustó, tanto como para permitirme disfrutarla a pesar de su tufillo fascista. Esta cuestión era parcialmente inevitable: nadie puede pretender corrección política mientras glorifique a Esparta, cuando se trataba en esencia de una sociedad esclavista, moldeada por y para la violencia. Pero hubiese preferido que la pintura del enemigo no fuese tan sesgada: que Xerxes no pareciese tan gay (en un artículo que escribió para Página 12, el escritor Carlos Gamerro dijo que la plataforma en que trasladan al persa parecía robada de una scola do samba: ¡me hizo reír mucho!) y que los enemigos de Esparta no fuesen tan sólo hombres con turbante sin rasgos distintivos, monstruos o soldados que esconden su deformidad detrás de máscaras. En materia racial, 300 tiene una política digna de Leni Riefenstahl. Eso sí, la gente que pretende asimilar a Esparta con USA y a los persas con el mundo árabe me causa mucha gracia. Es verdad que muchos árabes descienden de los viejos persas, pero en esencia 300 es la historia de un pueblo invadido por un enemigo infinitamente más poderoso, y en el mundo de hoy ese esquema sólo se aplica al Irak ocupado, precisamente, por la potencia militar y económica de los Estados Unidos.

Me gustó 300 porque me pareció una de las pocas traslaciones de la historieta al cine en que la potencia del relato original no se pierde. La técnica de filmar actores reales delante de una pantalla azul que después será completada por artistas digitales ya fue empleada varias veces, pero nunca con tan buen efecto. Yo tengo cierta debilidad por Captain Sky and the World of Tomorrow, aunque fracasó en todas partes. (En este caso le echo la culpa no a la técnica, sino al casting: Jude Law no funciona como héroe de acción y Gwyneth Paltrow es demasiado lánguida; para compensar la artificialidad del entorno hace falta gente que aunque actúe peor, derroche carisma.) Y aunque la gente insiste en que Sin City es mejor, yo siento que la traslación historieta-cine es perfecta en 300. Para mí Sin City es cine jugando a parecerse a la historieta, y 300 es cine puro sin necesidad de traicionar sus fuentes: lo que se llama una buena adaptación.

También me gustó porque me dio excusa para releer la obra de Frank Miller. Es uno de mis historietistas favoritos, tanto como guionista como en su rol de ilustrador. Puede que Sin City se haya convertido en su ciclo más popular a causa de la película, pero a mí me gustan más trabajos que no se conocen tanto, y mucho menos en español: Ronin, su interpretación de Daredevil, Give Me Liberty –y por supuesto Dark Knight Returns y Batman: Year One, que han sido parcialmente adaptadas (apropiadas, más bien) por las películas sobre el Hombre Murciélago que hicieron Tim Burton y Christopher Nolan. Miller es excesivo tanto en sus tramas como en sus trazos. Y su aliento es siempre épico: aun cuando reconocen las complejidades que el mundo contemporáneo presenta a la vocación del héroe, sus protagonistas –y Miller con ellos- las asumen. Contradictorios y a menudo cuestionables, los héroes de Miller se cagan en la corrección política y hacen el trabajo sucio sin chistar, porque están dispuestos a pagar el precio. Por el contrario, los Xerxes de hoy explotan, reprimen y hasta invaden sin resignarse a que el mundo haya descubierto el engaño: todos sabemos, ya, que aunque se vean bonitos y saludables por fuera, tienen un corazón negro y retorcido.

Leer más
profile avatar
12 de abril de 2007
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.