Javier Rioyo
En mi pueblo, el mismo que el de Cervantes, están de fiesta oficial. Hoy, rodeado de autoridades, discursos, invitados vestidos de oscuro, escritores, políticos y algunos amigos, se concede el premio Cervantes a un poeta, Antonio Gamoneda. Lo recibirá de manos del Rey y estará, seguramente, acompañado del presidente, seguidor de su obra y leonés como el poeta. Fuera del paraninfo -ese emocionante espacio de nuestra historia literaria- de la vieja universidad, el lugar dónde se celebra la seria y emocionada ceremonia, está la fiesta del pueblo. Hay tenderetes que venden libros, hay gente que se anima a comprar un libro, seguramente algunos libros que merezcan la pena, no serán la mayoría, pero también son importantes las minorías, incluso aunque no sean las inmensas minorías. Quizá, es muy posible en un día como éste, compre algún libro de Gamoneda. El comprador ha tenido suerte. No será un libro para muchas risas, no será una invitación a la “movida”, a la juerga de esa fiesta libresca que se montan, por ejemplo, en Madrid. No son los libros de Gamoneda libros para muchas risas. Felizmente en la literatura, en la fiesta del leer, está esa imagen feliz de comprar un libro, una rosa y después correrte una juerga. Después viene la lectura, abres el libro de Gamoneda y te acercas a un mundo con menos risas. La fiesta es una cosa, la poesía otra. A veces es festiva, muchas veces no.
Gamoneda, como Cervantes, es un poeta que no ha tenido una vida fácil. Desde hace tiempo, las cosas son más amables para un poeta que supo sufrir, pero que también supo amar, y tener visiones de un materialista, que no es lo mismo que tener sueños. Ahora el día de celebración parece un sueño. Pero el poeta, aunque mantiene su interior ironía, sigue con su seriedad habitual. El poeta no olvida su pasado duro, tampoco olvida la pobreza de ese que da nombre a la fiesta, al premio, no olvida la pobreza de Cervantes. En Madrid, en Barcelona, me imagino que en muchas ciudades, hay mucho “cachondeo”, muchas rosas, muchas risas y muchos inútiles libros vendidos. También habrá otros, algunos, que compren un libro y que al leerlo se encuentren con poemas como éste: “Soy el que ya comienza a no existir/ el que solloza todavía. / Que cansancio ser dos inútilmente”. Eso lo escribió un poeta que fue pobre, desconocido, que pasó frío y que hoy es más rico, más conocido y tiene calor. También así se puede ser poeta.
Pasaré por la noche de los libros y las juergas, después de haber pasado el día del libro, en otro lugar que también existe, en un lugar llamado Teruel, en una ciudad de épicas y derrotas. En una provincia que tiene un pueblo llamado Libros. Un pueblo llamado libros y ninguna librería. También somos así.