No le gustaban los funerales y no quiso estar en el suyo. No quiso, pero estuvo a su pesar. No quise verlo. No quise mirarlo, no miro a los muertos. Pero lo recordaba muy bien. Me impresionaba, desde pequeño y nunca dejó de hacerlo. Ni mucho menos cuando lo conocí, cuando algunas veces pude estar con él, cerca de él. Fernando Fernán Gómez ha sido parte de nuestras vidas. Una de las mejores partes. En el cine, en el teatro, en sus escritos, sus biografías, sus charlas y sus poemas. Sí, sus poemas. Fue un poeta roñoso, temeroso, controlado, pero fue un poeta. Le gustaba ser poeta. Se puso muy contento cuando publicó en una de las mejores colecciones poéticas de nuestra lengua. Hace años publicó en Visor una selección de su obra poética.
Ayer, después de cabrearme con la noticia, después de buscar sus recuerdos en mi memoria y después de volver a algunas páginas de sus emocionantes, libres, tragicómicas y divertidas memorias, El tiempo amarillo, volví a sus poemas reunidos. El canto es vuelo los llamó. Y no es mal lugar para acudir y conocer más a este tipo tan grande que ya no nos podrá impresionar más. No podrá hacerlo en directo. Lo seguirá haciendo con su cine, sus escritos, sus charlas grabadas, sus palabras y sus poemas. Algunos me hacen reír con sonrisa cómplice, otros me emocionan.
Ayer, la tarde de una noche en que un poeta recibirá en premio Loewe, el mejor pagado de los nuestros, la misma tarde en que se presenta la poesía completa de Pedro Salinas, yo vuelvo a leer este poema de Fernando Fernán Gómez:
"VERGÜENZA
Qué vergüenza, hermanos míos,
este dolor.
Este dolor tan vulgar,
pequeño,
cotidiano.
He crecido en un tiempo de dolores.
Duele y dolía la injusticia.
Duele y dolía el hambre.
Duele y dolía la guerra.
Cuando niño, a cada instante
estallaban huelgas
y alborotos con sangre.
He oído los disparos.
He visto llorar a las mujeres de los obreros.
He visto luego los paseos.
Más luego aún, las represalias.
Y el mundo entero estalló
y se partieron muchos hombres en miles de pedazos.
Pero, gracias a Dios, poquito a poco,
volvieron a construirse las injusticias.
Y algo sangriento pasa
y algo horrible no deja de pasar.
Y os pasa a vosotros hermanos.
Hombres de genio calculan,
místicos sufren,
valientes siguen ofreciendo su carne para los destrozos.
Y yo, aquí,
pobre, cobarde, ridículo,
insensible a tanto dolor,
cornudo caracol diminuto y encerrado,
creo que mi alma es nueva,
porque os olvido
y me duele sólo mi dolor.
Qué vergüenza, hermanos.
Aprovecho una pausa en mi llanto
para pediros perdón."

¿Existe esa parte del cerebro? Pues francamente no lo sé, es una propuesta más para esa larga elucubración en la que podríamos enredarnos sin fin, a no ser que la zanjemos con unas palabras de Mario Vargas Llosa, de su lúcido e imprescindible libro La verdad de las mentiras (Alfaguara), "Las mentiras de las novelas no son nunca gratuitas: llenan las insuficiencias de la vida.", y con estas otras de Valle Inclán que el mismo Vargas Llosa cita: "Las cosas no son como las vemos sino como las recordamos".





