Vicente Verdú
Los 25 millones de personas de los que ha perdido su ficha fiscal y personal el Gobierno británico son el ejemplo masivo de la masiva dependencia del vacío.
¿Qué dinero poseemos? La abstracción que al banco se le antoja reconocernos. ¿Qué identificación nos procura la condición de ciudadano? Aquella que una intangible anotación decida en un ámbito remoto y abstracto al que no accedemos. Cuando perdemos lo que creíamos tener seguimos en la misma situación palpable pero nuestra apariencia funcional ha desaparecido. ¿Desaparecido en un vacío inaccesible, inmanejable e inasible?
El abismo, la vacuidad, la ausencia es la razón de la existencia. Y también la razón de nuestra muerte documental, de nuestra ruina contable, de nuestra eliminación administrativa u hospitalaria, de nuestra muerte perfecta. Nacemos, vivimos y perecemos en paralelo a la naturaleza física con la que amamos, nos cansamos o sufrimos. Un universo, más allá de nuestro alcance, planea como algo sobrenatural e ingrávido alrededor de nuestros cuerpos. No nos roza, no nos incomoda, sólo es capaz de procurarnos autorizaciones, pasaportes, permisos o de retirarnos toda capacidad.
De este modo la Autoridad se manifiesta como la Autoridad Máxima. Nada es superior a su influencia y, simultáneamente, nadie parece hallarse al frente de sus decisiones azarosas. Los millones de personas a las que se les han hurtado involuntariamente los elementos de personalización administrativa discurren, en apariencia, como si nada hubiera sucedido en sus cuerpos pero, de hecho, discurren como ciertos espectros que son tales por haberse extraviado en un medio erróneo tras haber sido afectados de un mal que transforma su carne en transparencia, su nombre en fulguración y sus posesiones en indecibles quimeras.