Víctor Gómez Pin
Filósofo es quien, simplemente, ha asignado a su mente el objetivo más ambicioso que cabe esperar. Y se trata esencialmente de no ir de farol. Así, cualesquiera que sean las vicisitudes de su vida laboral, económica, afectiva… el filósofo ha de encontrar la entereza para sortearlas de tal manera que no imposibiliten el esfuerzo en pos de la lucidez, en el que siente que reside su confrontación esencial.
Refiriéndose a un proyecto análogo en radicalidad al del filósofo, a saber, el trabajo de la narración literaria, Marcel Proust afirmaba abrigar la esperanza de llegar a contar entre los afortunados para quienes, precisamente por lo sobrehumano de su esfuerzo, "la hora de la verdad" sonaría antes que "la hora de la muerte". Mas el propio narrador, se quejaba de haber perdido largos años en futilidades, de tal manera que se enfrentaba a la tarea "en vísperas de la muerte y sin saber nada de mi oficio". Pues bien este asunto del oficio no es menos esencial para el filósofo:
El filósofo ha de determinar cuál es su objetivo, qué tipo de interrogaciones le caracterizan en el seno de aquellos cuya función es plantear interrogaciones .Estas interrogaciones pueden referirse a lo inmediatamente dado (tanto en el entorno natural como en el registro de lo psíquico), o aspectos más ocultos, que eventualmente están parcialmente explorados por una indagación anterior.
Una vez realizada esta tarea, una vez delimitado el objetivo, el filósofo (como toda persona razonable) ha de valorar si se encuentra en condiciones de abordarlo, es decir: si reúne tanto la potencia de pensamiento que el asunto requiere como los instrumentos sin los cuales tal potencia sería inoperante. El filósofo, en suma, como todo aquel que se propone un objetivo, ha de estar provisto de alforjas, y ha de revisar periódicamente las mismas, por si algún instrumental exigido por una imprevista tarea no estuviese disponible.