Rafael Argullol
Delfín Agudelo: A pesar de estar postrado en cama, el insomnio es tremendamente fatigante. No hay movimiento, pero el cuerpo al día siguiente atestigua el estado de confusión mental. Es como en el sueño, en el que no encuentras un equilibrio entre lo soñado y el tiempo transcurrido, con la diferencia de que en el caso del insomnio el cuerpo, a la mañana siguiente, evidencia ese supuesto largo tiempo transcurrido, que es precisamente el que te toma para salir definitivamente del insomnio.
Rafael Argullol: Por eso es tan extremadamente inquietante y creativo. Acelera mucho tus sensaciones, incluso corporales. Si uno se fija, en el estado del insomnio los latidos del corazón van más rápido. Así como es muy probable que en el estado de duermevela los latidos sean lentos, porque se trata de una especie de semi-nirvana en el que uno cae y que en todos los refranes de todas las lenguas está vinculado a un estar "colgado", estar "en Babia", estar "en los cerros de Úbeda", estar en algún lugar que te quedas con la conciencia suspendida. Estás como dormido pero estás despierto. En ese momento los latidos van más lentos, porque te quedas apaciguado. Tú mismo bajas las defensas, y al bajarlas los latidos y los ritmos del cuerpo disminuyen. Sin embargo, en el insomnio tú no bajas voluntariamente las defensas, estás desarmado porque te has visto obligado a sentirte desarmado pero tú no las has bajado, estás en lucha. Aceleramos los movimientos del cuerpo, sobre todo guiados por los latidos. Damos vueltas en la cama, necesitamos levantarnos y caminar de arriba abajo: el cuerpo se pone hiperactivo. En ese estado de aceleración del cuerpo que podríamos hacer equiparable a la toma de determinadas drogas, drogas activas, no drogas pasivas (el opio es la droga pasiva por excelencia), todo se acelera y entonces también se acelera la actividad neuronal, la actividad cerebral.
D.A.: Dado su carácter de lugar fronterizo, no todo el mundo puede hablar de él; sin embargo, todos estamos sujetos al insomnio, tanto los niños como los viejos. Es un momento aterradoramente íntimo del cual nadie escapa.
R.A.: Este estado fronterizo nos acompaña de nacimiento a muerte, desde la cuna a la tumba. Los viejos con frecuencia te dicen que tienen insomnio, que no pueden dormir por la noche. Y en los niños se produce también el insomnio mucho antes de que exista un estado llamado con dicho nombre. En todas las edades del hombre el insomnio forma parte de nuestra condición en el umbral del laberinto. Seguramente para el niño estar en el umbral del laberinto es el inquietante reconocimiento de lo que nosotros llamamos vida. Y para el viejo estar en el umbral es el inquietante reconocimiento de lo que llamamos muerte. Cuando estamos en la plena actividad de la vigilia, mantenemos alejada esta percepción porque la plena actividad de la vigilia finalmente nos lleva a una condición pragmática: estamos muy ocupados en cosas singulares, particulares, inmediatas. Si estamos en el sueño, estamos a merced de esas otras leyes en las cuales nosotros apenas podemos intervenir. Yo siempre he creído que el sueño nos toma a nosotros. Sería más apropiado decir que el sueño nos sueña que nosotros soñamos. Porque estamos en una actitud completamente pasiva, en la que no podemos hacer nada. En el estado de vigilia estamos en una actitud activa en la que, como vamos eligiendo, descartamos todo aquello que resulte peligroso. No obstante en el estado del insomnio estamos en una actitud que en parte es activa y en parte es pasiva. En cada época de la vida se nos va informando de ese laberinto que tenemos delante. El laberinto no es siempre el mismo. Éste va variando de acuerdo con nuestra propia variación en la vida.