Clara Sánchez
En un libro de James F. Fixx titulado Juegos de recreación mental para los muy inteligentes, que me compré en un arrebato de gran autoestima, se pregunta lo siguiente: "Un viajero llega a una bifurcación del camino y no sabe qué desviación tomar para llegar a destino. Hay dos hombres en la bifurcación, uno de los cuales siempre miente, en tanto que el otro siempre dice la verdad. El viajero no sabe cuál es cuál. Para hallar el camino sólo puede hacer una pregunta a uno de los hombres. ¿Cuál es la pregunta y a qué hombre se la formula?" Hay un apéndice al final del libro donde viene la respuesta, que por supuesto no pienso revelar para que algún cerebrito de esos que andan por ahí tenga la posibilidad de deslumbrarnos. Al mismo tiempo se nos presenta una ocasión de oro para reflexionar sobre la verdad y la mentira, que por otra parte es la gran tensión sobre la que se sostiene la literatura. ¿Mentimos cuando contamos historias que no han ocurrido? Puede que al saber de antemano y aceptar que algo que estamos leyendo es mentira ya no sea mentira, tampoco verdad, sino eso que llamamos ficción y que registraremos con una parte del cerebro distinta a la que capte la verdad o la mentiras.
¿Existe esa parte del cerebro? Pues francamente no lo sé, es una propuesta más para esa larga elucubración en la que podríamos enredarnos sin fin, a no ser que la zanjemos con unas palabras de Mario Vargas Llosa, de su lúcido e imprescindible libro La verdad de las mentiras (Alfaguara), "Las mentiras de las novelas no son nunca gratuitas: llenan las insuficiencias de la vida.", y con estas otras de Valle Inclán que el mismo Vargas Llosa cita: "Las cosas no son como las vemos sino como las recordamos".
Fuera de la literatura, mentir de forma consciente y con seriedad requiere un esfuerzo mental de tal calibre que casi es preferible decir la verdad. Aunque ¿quién puede estar seguro de vivir en el mundo de la verdad? Inventar, mentir, decir siempre la verdad, decirla a medias. Qué complicado es todo. Encima viene Watzlawick con eso de ¿Es real la realidad? Por Dios, Watzlawick no me líes más. No llego a estar segura de nada al cien por cien, ni siquiera al cincuenta por cien. Porque lo cierto es que a veces soñamos cosas tan reales que cuando despertamos dudamos. Soñamos por ejemplo que nos levantamos por la mañana y vamos al trabajo, que llevamos el coche al taller y que alguien nos llama por teléfono para darnos una buena noticia que esperábamos hace tiempo y que sentimos una gran alegría. Y la alegría, aunque al despertar resulte decepcionante, no nos la quita nadie. Esa alegría no deja de ser real. Ni tampoco al sufrimiento de las pesadillas en que llegamos a llorar y a desesperarnos.