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Miau (3)

/upload/fotos/blogs_entradas/miau_med.jpgEs fascinante todo lo que se inventa para marear al currante y para que a su vez genere nuevas profesiones. En una línea más clásica están los seminarios para reconocer los miedos propios y trabajar sobre ellos. La verdad, a este seminario sí me apuntaría.  Y tampoco me importaría disponer de mi propio coach, alguien que me escuche y me aliente porque el coach engloba todo lo que puede necesitar un ser humano: es un entrenador, un tutor, un asesor, un maestro y un consejero. Por favor, si hay algún coach por ahí que quiera hacerse cargo de mí, que me llame sin falta.

De todos modos, me preocupa que todo el mundo se encuentre tan contento en su lugar de trabajo que nos vayamos a cargar al oficinista, al funcionario, a ese antihéroe solitario que ha dado las mejores páginas de nuestra literatura. Decía Dostoevski que todos hemos salido de El Capote, de Gogol, de la tragedia cotidiana y vulgar de todos los Akaki Akákievich del mundo. Quien más quien menos puede reconocerse en el Ramón Villaamil de la novela de Benito Pérez Galdós, Miau, porque Madrid ha cambiado desde aquellos tiempos de la restauración, pero no tanto como para que cualquiera pueda sentirse aplastado por la burocracia y el sistema. No convirtamos a los Bartleby, a los Iván Ilich, a los Gregorio Samsa o a los personajes de García Hortelano en alegres excursionistas.

Publicado en El País el 6 de Abril de 2008

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11 de abril de 2008
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Orientalismo y occidentalismo

Manuel Montobbio, poeta, diplomático y actual embajador en Albania, acaba de publicar un libro bajo un título que puede despistar: Salir del Callejón del Gato: La deconstrucción de Oriente y Occidente y la gobernanza global  (Icaria 2008). El paso jueves lo presentó en Madrid. El Callejón del Gato se refiere al juego de espejos cóncavos y convexos cuya imagen se acaba de confundir con la realidad, que planteara Valle Inclán, y que en este caso se refiere a  nuestro planeta Tierra, en un momento en que "la tierra es finalmente redonda", como dijo otro autor.

Los conceptos de Orientalismo y Occidentalismo han sido objeto de análisis y críticas por, entre otros, Edward Said o por Ian Buruma, citados en este libro que trata de las relaciones inter-nacionales e inter-societales. Es un intento de hacer frente  paradigma de Samuel Huntington del choque de civilizaciones y superarlo, con ideas universalitas. Este choque tenía, sin embargo, mucho de proyección no de los conflictos externos de EE UU, o no sólo de ellos, sino también de los internos, los de una sociedad multicultural. Por eso pienso que la dicotomía Orientalismo/Occidentalismo guarda cierta validez no ya como manera de aborda las relaciones inter-nacionales, sino las intra-nacionales, especial, pero no únicamente en Occidente y en nuestra Europa actual. En macro y micro enfrentamientos.

/upload/fotos/blogs_entradas/salir_del_callejn_del_gato_med.jpgLeer este libro nos lleva a considerar el fin del predominio de la cultura y el poder occidentales. A diferenciar entre modernización y occidentalización. O a pensar que dentro del Oriente hay también una especificidad árabe, antes que musulmana, que es la que más problemas plantea. Orientalismo significa también que Oriente Próximo no se puede ver ya sólo como tal, sino también, visto desde por ejemplo la India o Malaisia, como "Asia Occidental". Quizás en su intento de salir del Callejón se basa excesivamente en el concepto de tolerancia, que tiene que ser superado por el de una convivencia que nos cambiará a unos y otros, o incluso el de concordia. El concepto de universalidad hay que verlo, como el filósofo Slavoj Zizek (Bienvenue dans le désert du réel, Flammarion París 2007) como "un trabajo infinito de traducción". Lo que hace que en el curso de este esfuerzo se modifique el propio texto. Lean a Manuel Montobbio que al final nos ofrece unas "ideas cimiento", unas "ideas cemento" y unas propuestas para la gobernabilidad global. No es una lectura fácil, pero sí estimulante pues, se esté de acuerdo o no con sus postulados, aporta una caja de herramientas intelectuales sumamente útiles.

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11 de abril de 2008
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El ocaso de una época

/upload/fotos/blogs_entradas/paolofloresdarcais1_med.jpgEl escueto diagnóstico de Paolo Flores d'Arcais -"si Berlusconi gana asistiremos a la putinización de Italia"- tiene un tono melancólico muy parecido al de las elegías crepusculares de las épocas decadentes.

El filósofo no se deja seducir por la simpatía populista del empresario y desvela sus secretas ambiciones: garantizarse la impunidad controlando la magistratura y los servicios secretos.

Como la declaración de Flores d'Arcais es una aterradora profecía, lo que nos sorprende es el ejercicio de sagacidad que el pensador ofrece a sus conciudadanos: ¿acaso es posible conocer semejantes planes sin que el individuo conspirador sea inmediatamente detenido?

La fragilidad del estado democrático, la facilidad con que puede ser asaltado y dominado por los más atrevidos, es la espeluznante conclusión de nuestra impotencia: lo sabemos todo y no podemos evitar nada.

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10 de abril de 2008
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Las dos caras del escritor

/upload/fotos/blogs_entradas/naipaul_med.jpgVieja pregunta: ¿Se puede valorar la obra de un autor y despreciar al mismo autor como persona? El tema está en toda la prensa inglesa con la publicación de la biografía autorizada del Premio Nobel de Literatura (recibe su premio en la fotografía), V. S. Naipaul: "The world is what it is" (El mundo es lo que es) de Patrick French. El diario The Guardian se indignó al descubrir el tratamiento recibido por la esposa de Sir Vidia. Tuvo que aceptar durante 20 años una relación extra-matrimonial del escritor con una mujer argentina. Naipaul, una semana después de la muerte de su esposa, ya tenía otra persona para reemplazarla. Aún más impresionante, Naipaul no intentó leer el diario íntimo de su ex-esposa antes de venderlo a los archivos de una universidad americana.

Hay una lista de condenas o elogios de su comportamiento  tan larga (The Hindu, Literary Review, New Stateman, The Economist, etc.) que esta biografía es de los libros que nunca vamos a leer por enterarnos de su contenido a lo largo de las reseñas en la prensa. No falta una puñalada del novelista Paul Theroux, ex amigo del Premio Nobel de Literatura y autor hace diez años de un libro en contra de Naipaul. The Guardian llegó a tocar dos veces el tema utilizando el testimonio de una persona que compartió una mera cena en su vida con el autor.

Claro que voy a leer el libro de French, pues Naipaul me apasiona, pero ya sé cuál es mi bando: estoy al lado de los libros geniales de un escritor auténticamente libre. No me interesa escoger a los libros según los méritos morales de su autor como esposo. Otro caso es cuando el autor actúa e interviene como pensador, dando lecciones a todos sobre lo que hay que opinar y cómo comportarse. Como en el caso de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir destrozados según la misma prensa inglesa en otra biografía publicada en Inglaterra: Glued together by their lies (Inseparables por sus mentiras) de Carole Seymour-Jones. Es una revisión de lo ya conocido: el comportamiento muy blando de la pareja cuando había que oponerse a los alemanes nazis en Francia y su manera de compartir favores sexuales de jovencitas mandándoselas de una cama a la otra. Indignación de la Literary Review, perdón rápido del diario Times. Sartre y Beauvoir ya son un caso cerrado.

Molestaron tanto a los que no compartían sus opiniones que me siento atraído hasta la perspectiva de la Literary Review. Basta de estos intelectuales que buscan regir comportamientos y opiniones sin llevar una vida que obedece a sus propias advertencias. De todas maneras, lo que nos gusta en un escritor es su capacidad de mirar a los otros no su calidad de buena persona. Lo pensaba el otro día revisando el blog de Edmundo Paz Soldán, el novelista boliviano.

Cuenta su viaje a Praga y entrega un excelente post sobre Kafka, lo que queda del escritor en la ciudad. Me parece interesante pero no me gustó tanto como lo que dice el autor sobre el negocio del sexo. Aquí esta la vida: vale mucho más que la literatura, tal como la obra supera a su autor.

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10 de abril de 2008
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Mal, gracias, ¿y usted?

Todos fuimos alguna vez devotos de una pasión así, y hasta en cierto momento encontramos orgullo en que por ello nos pensaran idiotas. Creíamos, y algunos aún creen, que esa suerte de terca languidez en que nos sumergimos por su causa tiene o merece el rango de estado de gracia. De ahí a temerla musa insustituible hay apenas distancia, quizá por esa música de flautas desangradas que con frecuencia repta detrás de ella y le da al día un aire de antesala del patíbulo, ideal para entregarse a los deleites íntimos del automenosprecio. Es chantajista, cruel y atorrante, pero se piensa sexy cuando escucha su nombre entre las otras pasiones tristes.

     La pasión triste se alimenta a menudo de sí misma, toda vez que desea aquello que no puede, ni pudo, ni podría tener. Y si un día lo obtuviera, contra todo pronóstico y a pesar de la lógica del autoboicot, es seguro que haría lo imposible por destruirlo. La idea es apostar a perder, fabricar más de esa tristeza sólida y pesada que permite al usuario apasionarse por lo que le hace daño. Tropezarse, cortarse, lastimarse, luxarse, para que quede claro que es el mal fario quien tiene la culpa. Creer en cualquier cosa menos en uno mismo y aprender a hacer chistes ácidos al respecto, como lo haría quizás un pariente insidioso.

     La pasión triste se parece a un cobertijo repleto de lluvia, impermeable a los días de sol y aun así extremadamente cómodo. Mal podría uno arriesgarse ya a nada cuando desde el principio elimina la posibilidad de ganar y halla en ello coartada para irse tan abajo como pueda. ¿Cómo no va a ser cómodo vivir acurrucado en la certeza de la incomprensión ajena, que es uno de esos sentimientos fáciles que se encuentran por miles a la orilla del río? Desenredarse de una pasión triste significa tener que hacerse cargo de asuntos previamente asignados a la fatalidad.

     Decía Carlos Drummond de Andrade que al fracasado le asiste el derecho de considerar que fue la sociedad quien fracasó. Algo similar piensa el triste apasionado, que encuentra a la alegría de los otros árida y deprimente como la agenda de un condenado. Por eso necesita que lo compadezcan, se ha propuesto llevarlos de paseo por el sótano anímico que tan bien conoce. Se compadece de ellos cuando observa que quieren ayudarle, los muy ingenuos no han considerado que las pasiones tristes se avergüenzan de recorrer cualquier camino que no lleve hacia abajo.

     Cultivar una o más pasiones tristes es asumir el riesgo de acabar coqueteando con el espejo desde la orilla del escenario. Uno a veces se cura de las pasiones tristes sólo para no hacer el papelón, si bien a veces la mejor medicina consiste en aplicar una nutrida salva de soplamocos. Hay quien piensa que son un mal endémico, pues si hoy me burlo de ellas cualquier mañana me veré en sus manos. De otra manera ya me habría quitado esa manía enfermiza de compadecer a los libres de locura igual que a un discapacitado sin terapia.

Imposible seguir: recién amaneció. Sobre el balcón relucen ya los primeros reflejos del sol, habría que ser un infeliz supino para perseverar en la penumbra. Se oye un largo murmullo de pájaros afuera. Una canción-caricia me recuerda que el romanticismo no es una pasión triste.

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10 de abril de 2008
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¿Sería falaz toda decisión de muerte propia?

Avanzaba hace unos días que la muerte voluntaria plantea para muchos una interrogación relativa a si realmente en su fuero más interno alguien puede realmente aspirar a ella. Un cierto desvío por un problema más general es necesario para abordar el asunto:

Ferdinand de Saussure señalaba el carácter contradictorio de la pregunta sobre el origen del lenguaje, dado que encontrar  la respuesta, obviamente lingüística, equivaldría a erigir el lenguaje en testigo de un acontecer previo a su propia emergencia. Idéntica aporía se presenta a los antropólogos que intentan explicar la aparición entre los humanos de la ley, es decir: la sustitución de relaciones de equilibrio determinadas por la naturaleza, por una convivencia sustentada en principios (prohibición del incesto, por ejemplo). Pues la ley así definida es la condición de posibilidad de que se den cabalmente esos humanos que, teóricamente, se habrían puesto de acuerdo para establecerla.

Pero estos presupuestos sobre los que se sustenta todo discurso explicativo y toda organización de la existencia sustentada en explicación, es decir toda existencia humana, estos presupuestos que constituyen la ley y el lenguaje, son indisociables de su concreción en una subjetividad, la cual siempre es propia. Así el imperativo subjetivo de no cometer incesto es la forma en la que cristaliza la ley del incesto considerada como universal del orden social. De ahí que la imposibilidad de hacer abstracción de la ley y el lenguaje se traduzca en imposibilidad de hacer abstracción de la propia presencia, de ese pensar subjetivo que Descartes sitúa (con razón apodíctica) en el centro del universo.

De ahí que haya podido sostenerse lo inconcebible de la muerte propia. La propia razón da cuenta de la necesidad de la desaparición biológica, pero no da cuenta de la desaparición de sí misma como fundamento último de toda cuenta. Hay perfecta concepción de la necesidad de la muerte empírica, pero no habría concepción posible de la muerte entendida como abolición de esa misma subjetividad racional que tiene certeza de la muerte empírica. Cabría,  paradójicamente, decir que no puede ser abolido el único ser vivo marcado por la lucidez respecto a la inevitabilidad de la empírica muerte propia. Paradoja a la que quizás alude Sigmund Freud cuando nos dice (sin pretensión alguna de aportar consuelo) que en el inconsciente todos estamos convencidos de nuestra inmortalidad.

Como hace unos días indicaba, esto conduce inevitablemente a desconfiar  de la auténtica motivación de aquel  que cree querer acabar con su vida. Si el sujeto siente  en lo profundo la imposibilidad de dejar de estar presente, entonces su decisión de morir sería de alguna manera un farol ante sí mismo.  

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10 de abril de 2008
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Monstruos alimentarios

Cuando no pocos productos considerados hasta ahora de lujo se convierten en low cost, los artículos de primera necesidad suben escandalosamente sus precios. La asimetría cambia de lado y la ley del valor convierte lo superfluo en accesible y lo básico en una inesperada cuesta. Las subidas del pan, de la leche, de las verduras o del pollo, no evocan necesariamente las fúnebres menesterosidades de otros tiempos sino que reaparecen con el carácter de explosivos fenómenos monstruosos, subversiones de una sección productiva que desordena su alineamiento en la cesta de la compra y rebosa patológicamente ante la desconcertada presencia del consumidor. No es tanto indignación como pavor, lo que sentimos. No es tanto un fenómeno que pueda atribuirse a las leyes del mercado como a las súbitas acciones propias del terrorismo. Los precios estallan sin aparente justificación, se multiplican por dos, por tres o por cien, ascienden como piezas desencajadas del sistema y no se conoce donde irán a parar y si en el trayecto no arrastrarán también consigo otros elementos necesarios como el agua, las medicinas o las ropas. Porque una vez que el pan se desboca, cómo no esperar una cabalgata descontrolada del universo entero de la provisión.

¿Costará tanto alimentarse, por ejemplo, que el esfuerzo de sobrevivir, la dificultad de vivir, se asociará a la dificultad de conseguir comestibles? ¿Se ha reiniciado, en medio de la opulencia, una etapa que copia del tercer mundo su núcleo característico de la misma manera que en Tailandia o China se copiaron los núcleos de lujo del mundo occidental? La simetría induce necesariamente a la alteridad y la alteridad auspicia lo especular. Es decir la especulación que, en todos los casos, es el término sustantivo de la enfermedad que devasta los mercados. Y he aquí, por el momento, su caso más pervertido o teratológico.

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10 de abril de 2008
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Me gusta la mugre

Miro la serie Dirt casi con cargo de conciencia. Su protagonista, Lucy Spiller (Courteney Cox), editora de la revista DirtNow, no tiene casi ningún rasgo redimible: haría cualquier cosa -de hecho, hace cualquier cosa- con tal de conseguir un escándalo que poner en tapa y así mantener su medio a flote. En algún sentido, Dirt (es decir, literalmente: mugre) me produce la misma sensación que tengo cuando leo las novelas sobre Tom Ripley que escribió Patricia Highsmith: encuentro al personaje moralmente repugnante, pero no puedo evitar desear que salga bien parado de sus peripecias.

¿Por qué será que la intimidad de los famosos nos genera un morbo semejante? Suelo despreciar los programas de cotilleo locales, pero admito estar al tanto de lo que les ocurre a las estrellas internacionales. (A veces es casi inevitable: ¿debajo de qué piedra habría que esconderse para no enterarse del último papelón de Britney Spears o de la caida de Paris Hilton?) Pero la excusa que suelo darme -lo que les pasa a las vedettes de cuarta de la Argentina no sería tan interesante como, por ejemplo, cualquier cosa que le ocurra a George Clooney- es tan endeble que no me la creo ni yo. Cambiará el elenco de acuerdo a cada persona, pero a (casi) todos nos interesan las cosas que le ocurren a los talentosos, los ricos y los poderosos más allá del campo estrictamente laboral. ¿Cuán loco está Tom Cruise en verdad? ¿Quién nos cae mejor: Carla Bruni o con la ex esposa de Sarkozy? ¿Cuánto dinero dijeron que gastó el ex de Britney en Las Vegas?

Quizás nos produzca placer enterarnos de que esta gente, a pesar de tenerlo todo en apariencia, también puede ser castigada cuando incurre en los pecados que nosotros no nos atrevemos a cometer. Una satisfacción venal que nos justificaría en lo que tenemos de timoratos.

Mientras tanto, por supuesto, seguiré viendo Dirt.

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10 de abril de 2008
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Imaginación nómada

Rafael Argullol: Evidentemente eso hace que haya una fluidez en la imaginación literaria que a veces se disuelve demasiado en lo que podríamos llamar una retórica de la imaginación.
Delfín Agudelo: Me resulta muy interesante la migración de imaginarios entre el europeo y el americano. Yo, como latinoamericano, siempre cargo con un imaginario europeo, incluso antes de venir a Europa: mitos celtas, la figura del bosque artúrico, la bruja medieval. Cargo conmigo este imaginario que me permite comprender la realidad, sea en Europa o en Latinoamérica. ¿Te ha sucedido lo mismo con algún elemento del imaginario latinoamericano? ¿Ha habido algún elemento del imaginario latinoamericano que se haya convertido en una constante en tu regreso a Europa?
Rafael Argullol: Yo creo que para un joven que se inicia en la escritura y en la imaginación literaria hay una cierta simetría entre el europeo, o al menos el español, y el latinoamericano. El latinoamericano tiene un anclaje europeo, mítico, que casi siempre quiere de una u otra manera recuperar, y ese anclaje diríamos que va de una supuesta periferia a la búsqueda de un centro. En mi caso era la excesiva conciencia de pertenecer a un centro, a un centro en cierto modo asfixiante y opresivo, y a un escape hacia la periferia. En mi caso el imaginario americano es un imaginario diríamos de libertad, es un imaginario de apertura, de conquista de un territorio. El europeo ve América desde después de los viajes de descubrimiento como una tierra de provisión, de pasión, de escape y de en cierto modo desfiguración de su propia figuración, de su descentramiento, todo eso conjuntamente. Es un espacio en el cual tú vas a perderte para ganarte.
Es un mito muy potente desde el punto de vista, sobre todo, iniciático. Con lo cual yo evidentemente fui a América portando este mito encima, y luego, a través de las decenas de veces que iba a América, esto se redibujó y reconfirmó en parte o, así como negándose en otras. Lo que sí es cierto es que hay una mitología previa al viaje a América y hay después un enriquecimiento y un modelaje de esta mitología en cada uno de los viajes. La tendencia general que siempre he notado es que siempre que llego a América, fundamentalmente Latinoamérica, tengo, por un lado, la sensación de que los sentidos tienen que trabajar más; que se enfrentan a contrastes sensitivos más agudos; que el lenguaje es más rico en matices, que es lo que antes llamaba una imaginación nómada. Parece que te estén hablando de algo cinco veces más espeso de lo que te hablan en Europa, o con más capas, y luego la sensación, un poco tópica pero cierta, de una realidad en continua creación, de un paisaje en creación, de una realidad humana en continua alteración.
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10 de abril de 2008
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II. La felicidad de no saber nada

Kellie Picker, la famosa rubia, estrella de El ídolo americano, concurrió a un programa de televisión a competir en conocimientos con niños de quinto grado de primaria. Lo cuenta Patricia Cohen, en un artículo del New York Times y ustedes lo pueden ver en You Tube.

/upload/fotos/blogs_entradas/contra_la_felicidad_med.jpgEn una pregunta que valía 25 dólares, debía responder de cuál país de Europa es capital Budapest, y ella se quedó perpleja, para después responder: "yo creía que Europa era más bien un país...". Cuando recurrió a la respuesta correcta de uno de los niños,  se quedó aún más perpleja: "¿Hungría? Había oído de Turquía, pero nunca de Hungría....", dijo. Vale la sinceridad.

¿Tiene la ignorancia que ver con la felicidad, o con la ambición de felicidad, lo cual nos crea mundos planos, sin complejidades intelectuales? Es lo que se pregunta Eric G. Wilson en su libro Contra la felicidad, y advierte que "la obsesión en Estados Unidos con la felicidad, puede llevar a una súbita extinción del impulso creativo, que puede resultar en un exterminio tan horrible como el que amenazan provocar el calentamiento global y la proliferación nuclear".

Es decir, el exterminio de la inteligencia a manos de la banalidad, enemiga gratuita, y aviesa, del conocimiento. 

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10 de abril de 2008
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