Jean-François Fogel
No soy un hombre bueno. Tampoco soy un hombre malo, pero perteneciendo a la cultura judeo-cristiana tengo desde siempre tremendos recursos para alimentar a mi culpabilidad: los sietes pecados capitales.
Aquí va la lista, tan utilizada en la literatura y en el cine (Seven, que maravilla y que no rompe con el lenguaje escrito):
1. Lujuria.
2. Gula.
3. Avaricia.
4. Pereza.
5. Ira.
6. Envidia.
7. Soberbia.
Es la lista del papa Gregorio I, la misma lista que utiliza Dante en la Divina comedia, la de los pecados que vemos en la imagen del Museo del Prado. Hoy sería mejor escribir glotonería en lugar de gula y enojo en lugar de ira, pero da igual: lo bueno de la lista es lo malo que va recopilando. Y como nunca se detiene el progreso la lista se alarga. El obispo Gianfranco Girotti, encargado de las confesiones y de la indulgencia en el Vaticano (¡que oficio!), propuso el 9 de marzo una nueva lista para agrandar el bulto del pobre ser humano.
1. Abuso de drogas.
2. Experimentos de una moral dudosa.
3. Daños al medio ambiente.
4. Estímulo de la pobreza.
5. Promoción de la desigualdad e injusticia.
6. Manipulaciones genéticas.
7. Acumulación excesiva de riqueza.
Me parecía tan estimulante tener más pecados a mi disposición que apunté en mi agenda la necesidad de buscar una lista propiamente mía. Todavía no lo he hecho pero acabo de descubrir la lista de PJ O’Rourke en el Weekly Standard y me confirma la validez de mi proyecto. Pecar es tan sencillo si leemos a uno de los autores más cómicos de EE. UU.
1. Celebridad (ser famoso es malo…)
2. Comunicación (quítate esas cosas de las orejas)
3. Juventud (y no es algo duradero, además)
4. Autenticidad (es no ser capaz de esconder sus pecados)
5. Preocupación (nadie te pide preocuparte por la guerra en Irak)
6. Opinión (tener un blog es un pecado, claro)
7. Pasar tiempo con la familia (y pensando que se pueden hacer tantas otras cosas…)