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Un gran bajito

/upload/fotos/blogs_entradas/el_escritor_augusto_monterroso_med.jpgHoy me han devuelto el recuerdo de Tito Monterroso. Han llegado sus libros, sus papeles, cartas, fotos y otras propiedades de éste escritor que supo ser preciso dónde otros se pierden por inútiles caminos, a la Universidad de Oviedo. Ignoro por qué allí, pero me alegro de sentir un poco más cerca parte de ese mundo que una vez pude visitar en su casa -y la de su mujer Bárbara Jacobs- en México. Tito Monterroso era un grande de nuestra literatura y nunca se creció por serlo. Mantuvo su estatura humana, esa manera modesta de pasear por el mundo y por la literatura.

Siempre hay razones para volver a Monterroso. No cansa, es breve y certero. Tiene humor, inteligencia y una cultura de la que no presume. Si literatura, casi siempre en corto,  a veces en muy corto, es una brillante y cercana lección de vida y literatura.

Sin querer, nos da lecciones para leer y algunas veces para escribir. Hizo un decálogo del escritor en "Lo demás es silencio". Con ejemplos prácticos tan útiles como éste:
"Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así jamás escribas nada con cincuenta palabras".

Tampoco me disgustan esos aforismos que encontraba en cualquier lugar impreso. Dos de virginidad: "(1) Mientras más se usa menos se acaba". "(2) Hay que usarla antes de perderla." Dedicados a las muchachas en flor.

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16 de abril de 2008
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Falacias Kantianas en materia de suicidio (1)

Decía dos textos atrás que la radicalidad de Kant en cuanto a la exigencia de que la razón vaya siempre por delante, puede servir de coartada (en la medida en que el pensador de Könisberg repudia el suicidio en nombre de tal exigencia) a la pusilánime razón de los que sólo otorgan el derecho a morir en caso de radical quiebra en las funciones que hacen la vida estimable. De hecho Kant podría, en este asunto, constituir la coartada incluso de los que defienden las posiciones más radicales. Cabe, en efecto, razonar kantianamente de la siguiente manera:

Supongamos que, acuciado por la indigencia física, la impotencia intelectual o el dolor afectivo, la melancolía me induce a poner fin a mis días. Mas supongamos asimismo que el actuar de esta manera fuera erigido en ley universal (recuérdese de textos anteriores que esta es la conjetura de la que Kant se sirve para alcanzar un criterio relativo al carácter moral o inmoral de una acción). Entonces todos nuestros antepasados hubieran muy probablemente tenido la ocasión de obedecer a tal ley universal y la humanidad no hubiera persistido. Mas como sin seres humanos no hay razón de ningún tipo, erigir en ley universal de la naturaleza el que el hombre pueda poner fin a sus días, sería contradictorio con el imperativo de tener la razón como un fin.

Todo muy edificante (además de racional), pero ya dije antes que esta posición de Kant no puede ser tomada como ejemplo digamos evangélico (aunque probablemente tal cosa es lo que sea, pues "el Gran Chino de Könisberg" tenía probablemente un inconsciente devoto). La reflexión ha de responder menos a ciertas afirmaciones explícitas de Kant que a la lógica interna de su texto. Y ello, por supuesto, sólo en la medida en que tal lógica parezca la más aguda, la menos contaminada por prejuicios, la más conforme al imperativo de huir de la falacia (ya ni me atrevo a escribir "atenerse a la verdad").

He sostenido muchas veces que (sea o no virtud en materia de relaciones conyugales), en materias filosóficas la fidelidad es un vicio (esterilizante más bien que contaminante, pero vicio). No debe interesar Kant (ni Descartes ni Putnam) sino el lúcido pensar que, en ocasiones, su texto nos transmite. Sigámosle, pues, exactamente hasta este punto, y abandonémosle cuando empecemos a tener la sensación de que hay que hacerlo. Una matización de momento:

No supondría lo mismo erigir en ley universal la máxima: el humano pone fin a su propia vida, que erigir en ley universal la máxima: el humano pone fin a su propia vida en las circunstancias x, y, z.  

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16 de abril de 2008
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Moribundos

El moribundo fue antes un ser que, entre tumbos contra el espacio invisible, rondaba el cercano momento de perecer. Ese moribundo yaciendo en la batalla, en el hospital o en el lecho doméstico, apenas se movía ni poseía esperanza alguna de curación. Su ubicación, tanto en el concepto social como en la realidad física, lo situaba en un irreversible preámbulo de la muerte, un espacio angosto donde apenas podía accionar su cuerpo ni su pensamiento. El moribundo llevaba a la convicción de que su muerte se hallaba a un paso, inmediata y segura, y que no disponía, en adelante, de una válida comunicación con los demás, ni emitía mensajes ni se hallaba en condiciones de comprender.

/upload/fotos/blogs_entradas/paseando_en_la_playa_med.jpgHoy, en cambio, el moribundo se presenta numeroso  e instalado en los hogares o las residencias, en los paseos o las playas, con una carta de legitimación vital que, debido a su   valor y  su número, ha determinado la emergencia general de una nueva subespecie humana. Estos moribundos no van a morir enseguida, pero aunque fueran a morir pronto pero se les trata efectivamente como si no fueran a morir. Se les trata de convencer incluso de que no hay muerte para ellos. En el ideal que se les imparte su vida no acabaría  jamás puesto que todos sus cuidadores, familiares o no, le discuten continuamente, vigorosamente, sus presagios luctuosas y niegan la importancia de la dolencia que acaso les estrangula. Todos, en fin, tienden a animarle para que no piense ni un segundo en su muerte, negada en su proximidad o en su indeterminación lejana.

Esta grey, en fin, de hombres y mujeres envejecidos con apenas fuerzas y nulo aliciente para pasar las jornadas ambulan por las estancias de la casa, da los  paseos o los parques para regresar más tarde a su cama o su sillón. En conjunto componen una populosa legión que requiere grandes atenciones,  cuidados médicos y entregas afectivas porque, en efecto, aunque todo lo indique, su consideración no se incluye en la noción de moribundos sino tan sólo de personas mayores, ancianos que se mantienen, natural o artificialmente, en una asíntota vital que se desenlazará no en forma de cadáver derivado de lo  moribundo sino en la planicie de un cuerpo con cefalograma plano o en la insignificancia simbólica de un anónimo puñado de cenizas.

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16 de abril de 2008
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Rento patíbulo para toda ocasión

No me asombra saber que un hijo de vecino mató a otro, ni tan siquiera si antes asesinó a veinte. Nada de eso podría prevenirse, es un hecho que tiene uno la potencial prerrogativa de escabecharse a quien le dé la gana, y hay quienes además se salen con la suya. La gente va a seguir entrematándose de aquí al final del género humano, nada hay en ello de insólito, por más que la noticia nos arrebate el sueño, o nos devaste, o nos haga temblar de indignación. Lo que sí me parece asombroso, amén de espeluznante y enfermizo, es que pueda existir toda una maquinaria legal consagrada a legitimar y ejecutar el asesinato, en el ambiguo nombre del bien común.

     Hasta antes de caer en desgracia por la monumental estupidez de pretender probar que en Auschwitz jamás hubo cámaras de gas, Fred A. Leuchter Jr. era un exitoso constructor de patíbulos. Había comenzado rediseñando la silla eléctrica, impelido por la piadosa idea de hacerla más eficaz, por tanto menos cruel, y encima de eso muy económica. Luego, ya encarrerado con el negocio y ante la sugerencia de un cliente, se aventuró a incursionar en la construcción de aparatos para inyección letal. Más tarde se metió al diseño de horcas y cámaras de gas. Todo, hasta hoy insiste, con el mero propósito de optimizar los métodos de ejecución y disminuir el sufrimiento del ajusticiado.

     Tras el atentado contra Hitler en julio de 1944, los acusados de participar en la conspiración fueron públicamente humillados a lo largo del juicio fársico que los llevó a la horca, tanto que el mismo juez, cada vez que podía, aprovechaba para insultarlos. Uno a uno, se les condujo a la pequeña mazmorra del verdugo, que no contento con ajustarles la soga entre burlas, denuestos y bofetadas, solazábase luego bajándoles los pantalones hasta media pierna, mientras los infelices -algunos, hasta pocos días antes, orgullosos generales del ejército alemán- se balanceaban ya, colgando de una viga. Había allí, con todo, un curioso detalle humanitario: cierta botella de cognac sobre la mesa. No para los ahorcados, sino para el verdugo, que de pronto como que se estresaba.

     A lo largo del documental de Errol Morris -Mr. Death: El ascenso y caída de Fred A. Leuchter Jr.- el oficioso constructor de mataderos observa, no sin alguna dosis de extrañeza, que hay personas renuentes a trabajar en ese negocio porque creen que algo quedará en ellas después de haber colaborado en lo que a fin de cuentas es una matanza. Y todo eso a Leuchter, que se mira a sí mismo como un filántropo, le cuesta comprenderlo. ¿Qué es preferible, al fin, morir en un patíbulo defectuoso que a la pena de muerte le suma la tortura, o abandonar el mundo amparado por la eficacia de una aséptica máquina de matar? Puede ser que las invenciones de Leuchter contribuyeran a disminuir los efectos traumáticos de la atrocidad -especialmente en los verdugos, a los cuales las leyes norteamericanas no conceden la vieja botella de cognac-, pero al cabo hay trabajos de mierda y el suyo. ¿Quién más querría quedar como el mejor amigo del verdugo?

     Hasta hoy estigmatizado y arruinado por unirse a esa banda guarra de los negacionistas, el autor del nefando Informe Leuchter -ya puedo imaginar la edición persa sobre el buró de Ahmadineyad- no tiene empacho en describir a detalle el mecanismo de sus inventos. Por el contrario, está muy orgulloso. Es arrogante, se siente científico, igual que cuando dicta sus conferencias ante decenas de hinchas del austriaco impetuoso. No le tiembla la voz al explicar que su sofisticado mecanismo de exterminio hace precisamente lo inverso que los aparatos destinados a conservar la vida. Y es que, insiste, lo hace por motivos humanitarios. ¿Tal vez equiparables a los que mueven a un médico?

     No me asombran, decía, los asesinos. Sí, en cambio, la máquina asesina y quienes la mueven. Me espeluzna mirar la sonrisa del falso ingeniero Fred Leuchter y advertir que le gusta su trabajo. Algo así como a little bit too much. Es un hombre que mata. Piadosamente, claro. Pero también con todas las licencias. En una de estas, cualquier día se lo llevan de Massachusetts a trabajar a Irán, o a Libia, o a China, donde el Estado mata con premeditación, alevosía, ventaja y coartada. En su opinión, los condenados deberían morir en un ambiente agradable, no ante un muro pelado sino frente a una televisión. Repito, una televisión. Puestos a imaginar tanta piedad, no sería mala idea que uno de los botones del control remoto inalámbrico echara a andar el mecanismo de la inyección letal. El botón de apagado, por ejemplo.

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16 de abril de 2008
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El personaje que va a matarte

Sabemos de novelistas que han muerto por sus ideas políticas, víctimas de la represión totalitaria. O en un duelo, por causa de un lance de honor. Pero pocas veces tenemos noticias de alguno que haya sido asesinado como consecuencia de lo que relata en sus propias novelas. Víctima de su imaginación. O de sus revelaciones.

/upload/fotos/blogs_entradas/el_padrino_bg_med.jpgGeorgi Stoev, un escritor búlgaro autor de novelas policíacas, fue asesinado de dos balazos en la cabeza hace pocos días por pistoleros que ni siquiera se tomaron el trabajo de cubrirse el rostro con máscaras, o pasamontañas, cuando salía de la cafetería del hotel Pliska en el centro de Sofía. La novela que le costó la vida se llama El padrino BG, (la verdadera historia de Madzho). Una pasada de cuentas al mejor estilo de la cosa nostra.

Pero no se trataba de un novelista cualquiera, sino que alguna vez había pertenecido a las redes de la mafia búlgara. En sus libros contaba secretos a los que tuvo acceso durante su temporada en el bajo mundo, y retrataba a personajes a los que conoció, con lo que, según las declaraciones de su editor, sabía que podían matarlo, pues andaban detrás de sus pasos. Es decir, fue muerto por sus propios personajes, a como hubiese ocurrido en las páginas de uno de sus libros.

Se cuidaba de ellos, de sus criaturas, y no pocas veces fue acusado de paranoico. Todo el que se cuida de los personajes que crea, y cree que pueden matarlo, corre ese riesgo de ser considerado una maniático, enfermo de delirio de persecución.

Hasta que uno de esos personajes sale de las páginas, y dispara.

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16 de abril de 2008
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Lo híbrido

Goya, "La Inquisición", 1812 (aprox.)Rafael Argullol: El americano tiene la certidumbre de una mezcla constante de linajes de las mitologías de estos linajes, de los sueños, las pesadillas, las historias macabras, los suicidios, los prodigios, que cada uno va aportando. Y ahí se van creando centauros continuamente. Lo híbrido es una creación continua.

Delfín Agudelo: En ese reconocimiento de híbridos el punto de partida es la época de la conquista, porque es la importación de un discurso. Es el discurso lógico renacentista europeo, con elementos medievales que relucen teniendo en cuenta que España era al país más católico y más aferrado a la iglesia, y lo que implicó necesariamente la institución de la Inquisición; para dar un caso preciso, en Cartagena de Indias: acusaciones de brujería, cuando apenas era una figura retoñando entre la población americana. Europa ya había cumplido unos doscientos o trescientos años de brujas, empezando por la gran cacería de brujas en Alemania bajo Conrado de Marburgo, y de repente llegan a América a importar el discurso de la bruja, a acusar al criollo de brujería. Utilizar el Malleus Maleficarum para juzgar a un indígena de brujería. Pero claro, lo que se ve obligado a hacer es a acumular la bruja en su realidad, sin entender muy bien por dónde, pero obliga a la creación de ese centauro, ese ser mitológico: en al zona cafetera colombiana encuentras elementos medievales, y siguen allí, incólumes, que han quedado frescos desde una conquista religiosa y discursiva.

Rafael Argullol: De nuevo hablamos del espectro de la materia prima del imaginario. La Europa de la Edad Media o Moderna es sobre todo el fruto de un gran centauro entre el cristianismo y los paganismos previos, el griego, romano, germánico, eslavo, que se fusionan con el cristianismo y crean ese centauro que llamamos cultura europea, en el cual, bajo la corteza del cristianismo, continuaban rituales y cultos que canalizábamos a través de los carnavales y distintas fiestas, donde la parte oculta del centauro se manifestaba. Ese centauro se traslada a América, y se encuentra además con todas las cosmovisiones anteriores; la riqueza abigarrada que tiene es extraordinaria, porque por un lado se importa toda la mezcla de tradiciones que habían cristalizado en Europa, pero a su vez se unen con todo el imaginario y con toda la cosmogonía, riquísima, de los distintos pueblos penetrados desde Europa. Por ejemplo el sincretismo que se produce en Brasil entre las distintas religiones, la europea, las africanas, y las indígenas; por ejemplo el carácter poliédrico, magnífico que tiene la fiesta de los muertos y el tema del cráneo en México, donde uno podía decir que es directamente la danza de la muerte medieval europea. El antropólogo con justicia te dirá que no, sino el culto a la muerte y el cráneo de los aztecas. Pero en realidad es una cosa y la otra, y en ese sentido creo que se mezcla la bruja, la caza de brujas y el propio chamanismo previo con que se encuentran. Todo forma una mezcolanza con una potencia imaginativa extraordinaria.
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16 de abril de 2008
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Democracia para cabreros

Casi con toda seguridad  mis padres habrían dicho que éste era un caso de indudable mala educación, pero al repetirme un par de veces esa frase, "mala educación", he percibido hasta qué punto es un juicio rancio, arcaico, desprovisto ya de sentido. A lo más que puede aspirar es a una sonrisita condescendiente por parte de la gente de mi generación que la considera un rasgo típico de la vieja burguesía. La nueva burguesía, los que ahora imponen su modelo de conducta, es muy distinta. Por ejemplo, la educación, buena o mala, le importa una higa.

Para mis padres, que un parlamentario llamara "cabestro" a un colega vendría a ser el regreso de las viejas trifulcas republicanas en las que el insulto y la sal gorda arrancaban carcajadas y manotazos en la espalda de los conmilitones. En las memorias de Azaña hay cientos de espectáculos de esta calaña, los cuales abatían al pobre hombre. Setenta años más tarde ya no es una prueba de mala educación o de barbarie por parte de un animal serrano ascendido a diputado, sino un signo de identidad. El que insulta es un vasco en representación de unos miles de vascos y el insultado es un español que representa a varios millones de españoles. El insulto es un modo de destacar la independencia del vasco (en realidad, su impotencia), frente al enemigo español. Porque en la semidemocracia española no hay adversarios sino enemigos y por lo tanto la repelente costumbre de insultar no es otra cosa que la consecuencia de la obligación de odiar. ¡Cómo se odia en los parlamentos! Y no sólo en los parlamentos.

Hace pocos días un amigo pasó por Madrid para conocer a la hija de unos colegas, una cría de tres años. Se citó con ellos en un restaurante de purpurina y aunque él es fumador pidió una mesa para no fumadores. Cuando se sentaron, todo el mundo fumaba a su alrededor. La niña tiene problemas de asma de modo que mi amigo acudió al encargado y le pidió otra mesa sin tanto humo. La respuesta del maître, un chico arreglado a la usanza chic hortera, le dejó helado: "Pero ¿usted ha venido aquí a comer o a tocar los cojones?". Paralizado por la baba de odio que goteaba de aquella boquita, se retiró desolado. Seguramente es una consigna del gremio, porque no es la primera vez que la oigo.

En realidad el encargado del local no hacía sino obedecer lo que está mandado. Si Carod puede decir: "Los de Madrid nos mean encima y dicen que llueve" y recibir aplausos. Si Rubianes depone: "Ojalá que les exploten los cojones a los españoles" y le jalea el mundo oficial catalán. Si cualquier diputado puede dirigirse a sus colegas en el parlamento como si estuvieran en el patio de una penitenciaría, entonces lo normal es que cunda el ejemplo.

/upload/fotos/blogs_entradas/palabrotas1_med.jpgBasta con encender la televisión en España para ver series que no tienen equivalente en el mundo. Los comisarios dicen constantemente: "Me cago en la hostia"; los policías: "Te voy a cortar la polla"; los galanes: "¿Ya te las has follado? ¡Mira que eres jodido!", y así sucesivamente, como si estuvieran en el reformatorio. No es el lenguaje de la gente común, es el modo de hablar de la nueva burguesía, de los actuales dueños de la imagen pública. Su estilo se difunde por todos los medios de persuasión, especialmente los dirigidos a la gente joven. Una nueva burguesía enriquecida con el odio impone su modo de entender la vida en sociedad así como la antigua impuso el sombrero.

Insisto en que el deje burgués de este modo de exigir respeto humillando al prójimo no tiene nada que ver con aquella "mala educación" antigua, sino con el odio. Y el odio está provocado por el miedo. Quienes así agreden a sus semejantes son gente que pasa mucho miedo porque sabe cómo se las gastan los dueños de la imagen pública. Se percatan de cómo está el patio, cómo los padres de la patria hacen pedagogía del rencor y lo subvencionan alegremente, cómo los periodistas, comentaristas, opinadores ligados a algún poder escupen veneno, constatan el éxito de los héroes de la pornografía sentimental y lo bien remunerada que está la navaja oxidada metida en la riñonera. ¿Cómo no van a tener miedo? De manera que simulan ellos también ser psicópatas, sicarios, navajeros o quinquis. Imitan lo que ven, la indiferencia ante el sufrimiento y la humillación ajenos. Así nos advierten, al modo del jovencito del restaurante madrileño, "No me toques los cojones o te hundo una faca en el ojo". Ese muchacho estaba espantado, pero había aprendido a defenderse en las cadenas de la televisión, en el parlamento, en los periódicos, en los suplementos juveniles, en el bendito cine español. Sabe que en España sólo hay un modo de hacerse respetar: que te tengan miedo, que les hagas temblar. De modo que se disfraza de bárbaro y ataca antes de que le ataquen.

Esta situación de terror reciclado en chulería agresiva (lo que con mucho optimismo suele denominarse "crispación") es lo único que puede explicar el lado complementario, la bondad oficial y angélica (única en Europa) que la sociedad acomodada muestra hacia los débiles, los vencidos, los perdedores, los que se extinguen, los desdichados. A nadie le importa la justicia, de ella no se habla jamás, sólo de la bondad. Un país tan bronco, tan incapacitado para la justicia, no tiene otro recurso compensatorio que una bondad etílica dirigida a cualquier excepción étnica, sexual, fisiológica, religiosa, artística, lingüística, zoológica o económica. Una bondad gratuita que esconde la dentadura del depredador. Aquella España despiadada, de corazón de piedra y cerebro de corcho, aquella nación de cabreros como la llamaba Gil de Biedma, la que mantenía en la miseria a la mayor parte de la población y calmaba su rencor haciendo obras de caridad, ha mudado de traje, pero no de alma.

A mi modo de ver, en nuestra semidemocracia el sentido de la justicia y de la responsabilidad (lo que mis padres y Azaña llamaban "buena educación") se ha reducido a una especie de ecologismo vaporoso que dice proteger todo aquello que no dé miedo y que no amenace el poder sobre personas y cosas.

La bondad establecida, por tanto, se limita a aquellas personas o cosas que no amenazan su dominio. Tullidos, niños, enfermos, etnias, minerales, animales, vegetales o lenguas en trance de extinción, es decir, lo que carece de fuerza reivindicativa, lo que es tan débil que ni siquiera puede exigir justicia, ése es el objeto de la bondad oficial.

La justicia exige trabajo, estudio, disciplina e inteligencia. La bondad sale gratis y es cosa del sentimiento, el cual, como es bien sabido, no cuesta un duro. En consecuencia, ya que es imposible ser justos en España, seamos bondadosos con todo aquello que no nos asuste, que no nos amenace, que esté ya medio muerto.

Al resto, en cuanto se descuiden les cortamos los cojones.

Artículo publicado en: El País, 14 de abril de 2008.

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16 de abril de 2008
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El anillo mágico (3)

Por lo demás quien quiera saber cómo es y adquirirlo por el módico precio de unos 35 euros más gastos de envío, circula por ahí publicidad que asegura hacer una reproducción fiel del original con un pentagrama en el centro encerrado en un círculo, que está custodiado por dos ángeles protectores. Y entre muchas cosas dice que "ha perdurado hasta nuestros días como un ideograma que conecta con las energías benéficas del Universo. /upload/fotos/blogs_entradas/seis_propuestas_para_el_prximo_milenio_med.jpgSería como un vórtice vibratorio que atrae lo mejor del entorno en beneficio de la persona que lo utiliza y lo lleva consigo".

He guardado el folleto sobre el poderoso sello del rey Salomón porque en el fondo está vendiendo poesía sin pretenderlo. Los promotores de este negocio para meternos por los ojos un simple anillo de plata lo han envuelto en una estupenda palabrería. Lo que me ha recordado el relato que cuenta Italo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio (Siruela) sobre Carlomagno y su fascinación por un anillo. Este libro de Calvino, al que vuelvo una y otra vez porque contiene las reflexiones más lúcidas, inteligentes y sensibles que se han escrito en torno a lo literario. Se trataba de unas conferencias que iba a impartir en una prestigiosa universidad de Estados Unidos y que lamentablemente no pudo pronunciar porque murió antes. Afortunadamente para nosotros tuvo tiempo de dejarnos estas reflexiones llenas de talento.

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16 de abril de 2008
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El último espectador

Durante esta semana, en Madrid, Casa de América ofrece un ciclo de homenaje al escritor y ensayista argentino Ricardo Piglia, autor de Respiración artificial y de Plata quemada y guionista de films como La sonámbula y Corazón iluminado. Lo que sigue es el texto que, si todo ha salido bien, presenté ayer martes en el contexto del ciclo. Lo reproduzco a partir de hoy en varias partes porque expresa algunas cosas en las que creo profundamente -en parte grito, en parte manifiesto-, pero ante todo porque me gustaría saber qué piensan ustedes de estos asuntos.

Abro el juego, pues. Soy todo oídos

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/upload/fotos/blogs_entradas/plata_quemada2_med.jpgBuscar a Piglia en las películas que llevan su nombre es una tarea desconcertante. Su obra literaria y ensayística se sostiene por sí sola, pero sus aportes al cine suponen otro tipo de viaje. ¿Existe algún hilo común entre la comedia Comodines, la ciencia ficción de La Sonámbula, el neo-noir de Plata Quemada y la nostalgia de Corazón iluminado? Las películas de Piglia son un objeto extraño, literalmente ex-céntrico. Muchos las ignoran como parte de su obra, considerándolas una distracción. Yo que lo conocí cuando me propuso guionar una historia suya para la TV -que iba a dirigir Adolfo Aristarain, nada menos-, creo por el contrario que en sus aventuras audiovisuales hay algo más parecido a un plan secreto que a un capricho.

Pero entiendo que su cine aparezca como un enigma a ser develado, el objeto de una investigación detectivesca de esas que tanto le gustan. ¿Qué se ve de Piglia en las películas con cuya creación colaboró? ¿Podemos distinguir la marca del autor en esas imágenes, o es que desapareció dentro de sus historias -Piglia como el escritor ausente, afantasmado?

La pista para salir de este laberinto la encontré en un pasaje de Respiración artificial, el primero de sus libros que leí, en algún momento de la década del 80 que se convirtió en una bisagra en mi vida. Allí Renzi, recurrente alter ego de Piglia, sugiere que para saber lo que Borges piensa de la literatura argentina no hay que escuchar lo que dice en reportajes y artículos. Si uno se deja engañar por esa corriente, encontraría que Borges elogia a Mallea, a Carmen Gándara "y a otros maestros por el estilo". No, según Renzi -según Piglia-, lo que hay que hacer para saber a quién admiraba de verdad es "mirar sobre quién ha escrito Borges su ficción, o mejor, a qué escritores argentinos usó como tema de sus relatos". Esto es: José Hernández, Sarmiento, Lugones, Arlt.

¿Se puede descubrir qué trata de decir Piglia a través del cine, recurriendo no sólo a las pruebas convencionales, en este caso las películas en cuyos créditos figura, sino a sus textos? Después de todo el cine es un arte de colaboración, del cual un escritor es apenas un engranaje. Pero los textos en los que Piglia habla de cine son demasiado escuetos para extrapolarles una teoría. ¿Es posible completar los vacíos aplicando al cine alguno de los conceptos que Piglia usa en sus ensayos?

Yo lo intenté. El resultado es una teoría descabellada, más apropiada a un congreso de ciencia ficción o las catacumbas de un culto nuevo que a un lugar como este, pero de todos modos les pido que sean indulgentes. Seguramente fui demasiado lejos (no sin agonía, ojalá esto cuente en mi favor), pero dado que ustedes ya están aquí, permítanme explicarme. 

                                                     (Continuará.) 

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16 de abril de 2008
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El Papa al que se escucha

"La gente venía a ver a Juan Pablo II; a Benedicto XVI le viene a escuchar", se dice en Roma (según cita George Weigel en el último número de Newsweek). El Papa al que se escucha más que se ve, llegó ayer en su primera visita a Estados Unidos, y la verdad es que no se mordió la lengua pues entre sus primeras declaraciones se declaró profundamente avergonzado por los sacerdotes pedófilos que han causado escándalo en EE UU. Por vez primera el presidente no lo recibió en la Casa Blanca sino que se desplazó él mismo al aeropuerto. Y es que hay mucho en común entre este presidente, convertido durante una época en teólogo en jefe en su país, y el Papa alemán en un país en que un 25% de la población se declara católica aunque Ratzinger no conecte bien con ella.

Naturalmente, este viaje tiene una dimensión americana clara, en uno de los países más religiosos de la Tierra. La gran sesión de masas será en un estadio de Nueva York. Pero a los de fuera, lo que más nos interesa es qué diga Benedicto XVI en su discurso a la Asamblea General el próximo viernes. Pues sin duda apoyará el multilateralismo, las Naciones Unidas y la paz -de Bush le ha separado la guerra de Irak- y se sumará a la campaña contra la pena de muerte. Pero previsiblemente, a juzgar por anteriores ocasiones, introducirá en ella su directa oposición al aborto. De hecho, con Bush (y antes de él lo impuso un congreso dominado por los republicanos) EE UU ha dejado de financiar campañas de la ONU sobre el control de la natalidad que no condenen la interrupción voluntaria del embarazo. En esto -en este creciente conservadurismo que se ha ido adueñando del mundo- coincide con algunos países islámicos o islamistas como Arabia Saudí o Irán. Benedicto XVI, tras unos inicios nada certeros como su conferencia en Regensburg,  ha intentado lanzar un diálogo muy peculiar entre el cristianismo/catolicismo y el islam, que en parte es un diálogo entre fundamentalismos.

Lo que interesará, esta vez no en Roma sino en Nueva York no es lo que parezca el Papa, sino lo que diga. Habrá que estar atentos.

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16 de abril de 2008
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El Boomeran(g)
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