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Me gusta la mugre

Miro la serie Dirt casi con cargo de conciencia. Su protagonista, Lucy Spiller (Courteney Cox), editora de la revista DirtNow, no tiene casi ningún rasgo redimible: haría cualquier cosa -de hecho, hace cualquier cosa- con tal de conseguir un escándalo que poner en tapa y así mantener su medio a flote. En algún sentido, Dirt (es decir, literalmente: mugre) me produce la misma sensación que tengo cuando leo las novelas sobre Tom Ripley que escribió Patricia Highsmith: encuentro al personaje moralmente repugnante, pero no puedo evitar desear que salga bien parado de sus peripecias.

¿Por qué será que la intimidad de los famosos nos genera un morbo semejante? Suelo despreciar los programas de cotilleo locales, pero admito estar al tanto de lo que les ocurre a las estrellas internacionales. (A veces es casi inevitable: ¿debajo de qué piedra habría que esconderse para no enterarse del último papelón de Britney Spears o de la caida de Paris Hilton?) Pero la excusa que suelo darme -lo que les pasa a las vedettes de cuarta de la Argentina no sería tan interesante como, por ejemplo, cualquier cosa que le ocurra a George Clooney- es tan endeble que no me la creo ni yo. Cambiará el elenco de acuerdo a cada persona, pero a (casi) todos nos interesan las cosas que le ocurren a los talentosos, los ricos y los poderosos más allá del campo estrictamente laboral. ¿Cuán loco está Tom Cruise en verdad? ¿Quién nos cae mejor: Carla Bruni o con la ex esposa de Sarkozy? ¿Cuánto dinero dijeron que gastó el ex de Britney en Las Vegas?

Quizás nos produzca placer enterarnos de que esta gente, a pesar de tenerlo todo en apariencia, también puede ser castigada cuando incurre en los pecados que nosotros no nos atrevemos a cometer. Una satisfacción venal que nos justificaría en lo que tenemos de timoratos.

Mientras tanto, por supuesto, seguiré viendo Dirt.

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10 de abril de 2008
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Imaginación nómada

Rafael Argullol: Evidentemente eso hace que haya una fluidez en la imaginación literaria que a veces se disuelve demasiado en lo que podríamos llamar una retórica de la imaginación.
Delfín Agudelo: Me resulta muy interesante la migración de imaginarios entre el europeo y el americano. Yo, como latinoamericano, siempre cargo con un imaginario europeo, incluso antes de venir a Europa: mitos celtas, la figura del bosque artúrico, la bruja medieval. Cargo conmigo este imaginario que me permite comprender la realidad, sea en Europa o en Latinoamérica. ¿Te ha sucedido lo mismo con algún elemento del imaginario latinoamericano? ¿Ha habido algún elemento del imaginario latinoamericano que se haya convertido en una constante en tu regreso a Europa?
Rafael Argullol: Yo creo que para un joven que se inicia en la escritura y en la imaginación literaria hay una cierta simetría entre el europeo, o al menos el español, y el latinoamericano. El latinoamericano tiene un anclaje europeo, mítico, que casi siempre quiere de una u otra manera recuperar, y ese anclaje diríamos que va de una supuesta periferia a la búsqueda de un centro. En mi caso era la excesiva conciencia de pertenecer a un centro, a un centro en cierto modo asfixiante y opresivo, y a un escape hacia la periferia. En mi caso el imaginario americano es un imaginario diríamos de libertad, es un imaginario de apertura, de conquista de un territorio. El europeo ve América desde después de los viajes de descubrimiento como una tierra de provisión, de pasión, de escape y de en cierto modo desfiguración de su propia figuración, de su descentramiento, todo eso conjuntamente. Es un espacio en el cual tú vas a perderte para ganarte.
Es un mito muy potente desde el punto de vista, sobre todo, iniciático. Con lo cual yo evidentemente fui a América portando este mito encima, y luego, a través de las decenas de veces que iba a América, esto se redibujó y reconfirmó en parte o, así como negándose en otras. Lo que sí es cierto es que hay una mitología previa al viaje a América y hay después un enriquecimiento y un modelaje de esta mitología en cada uno de los viajes. La tendencia general que siempre he notado es que siempre que llego a América, fundamentalmente Latinoamérica, tengo, por un lado, la sensación de que los sentidos tienen que trabajar más; que se enfrentan a contrastes sensitivos más agudos; que el lenguaje es más rico en matices, que es lo que antes llamaba una imaginación nómada. Parece que te estén hablando de algo cinco veces más espeso de lo que te hablan en Europa, o con más capas, y luego la sensación, un poco tópica pero cierta, de una realidad en continua creación, de un paisaje en creación, de una realidad humana en continua alteración.
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10 de abril de 2008
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Miau (2)

Luego está lo de la destrozaterapia, que consiste en desahogarse rompiendo cosas. Un empleado que ya se había puesto manos a la obra confesó que se había sentido muy bien destrozando un ordenador. Es comprensible que a uno le tiente la idea de cargarse el ordenador cuando no funciona, como cargarse al vecino que no le deja dormir, pero de eso a realizarlo va un abismo. ¿No será una manera de aprender a ser violentos físicamente? Porque puestos a elegir, prefiero a alguien reconcentrado y de mirada torva que a uno que le dé por destrozar, romper.

/upload/fotos/blogs_entradas/outdoor_training_day_med.jpgNo sé qué se pretende hacer con la vida laboral, se pretende disfrazarla de otra cosa o puede que transformarla en algo mejor dedicándole más tiempo o por lo menos arrastrándola al plano de la diversión que hasta ahora era lo que se hacía al salir del trabajo. Tengo por ejemplo un recorte de prensa del 2005 con la foto de unos ejecutivos tocando el tambor para incentivar el ritmo del equipo. En estos cursos de formación también se cocina o se ensayan escenas en las que se pone al jefe en apuros para comprobar su capacidad de reacción, pequeñas representaciones teatrales para soltar el miedo. Pero unos años antes ya se había inventado el outdoor training. Se trata de cursillos al aire libre que según sus promotores "quitan la máscara a los profesionales y hacen que se comporten como personas anteponiendo los intereses comunes a los particulares para conseguir llegar a la meta". Uno de los ejercicios consistía en tapar los ojos a los participantes y pedirles que hicieran unas cuantas cosas para determinar el grado de comunicación entre ellos. Tirar con arco puede servir para calibrar la resistencia al estrés de alguien y remar desarrollaría la habilidad para diseñar estrategias, como hacer una trampa para osos puede potenciar la capacidad de liderazgo.  

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10 de abril de 2008
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Sobre el consenso

El consenso. Muy en uso, pero realmente ¿qué significa en términos de política práctica? La Real Academia de la Lengua lo define como "acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros de un grupo o entre varios grupos". La transición a la democracia en España se centró en el consenso. Por varias razones, entre otras, porque había un equilibrio de fuerzas (entre el antiguo régimen y el naciente) y porque los españoles sabían qué querían ser: democráticos y como nuestros vecinos europeos e integrados en lo que hoy llamamos UE.

El consenso más básico es sobre las reglas del juego, y su base (y producto dentral de la transición, fue la Constitución). La idea del consenso, que se ha vuelto a poner en circulación tras la crispación política de la legislatura pasada, y ahora tras el discurso de investidura de Zapatero y las ofertas de Pactos de Estado que ha presentado. Y hay una demanda social de consenso. Pero con límites, como bien ha expuesto Juan José Laborda. El consenso en materia de política antiterrorista, es absolutamente necesario. Sin consenso no es posible una reforma constitucional o de la ley electoral (que hoy por hoy no está sobre la mesa). Tampoco es bueno cambiar de leyes educativas con cada Gobierno.

En cuanto a política exterior, el consenso interno, evidentemente, fortalece a un país de cara al resto del mundo. Es bueno que la política exterior se base en un consenso lo más amplio posible. Pero no es una tragedia que no se alcance (de hecho en muchos países no es así) y menos ahora cuando la forma de abordar lo exterior influyen en el interior. Los giros en política exterior (dentro de ciertos parámetros, claro) se dan en muchos países, desde EE UU, como hemos visto en las diferencia entre Bill Clinton y George W. Bush, o en Francia. El Reino Unido es de los más estables a este respecto. Lo importante, en democracia, sin mermar el liderazgo, es que la política exterior también refleje la opinión pública. Si consenso hay, también debe ser desde la sociedad.

Pero en política exterior (y en otras materias), en España, el consenso se referiría a dos cosas muy diferentes: 1) al acuerdo sobre contenido la de propia política exterior, y 2) a la actitud de la oposición de no socavar públicamente las posiciones del Gobierno ¿Cabe recordar a Aznar llamando pedigüeño al Gobierno de Felipe González en plenas negociaciones presupuestarias sobre la UE, o las dudas sobre el ingreso en la moneda única, o las críticas al PP por el apoyo a la guerra de Irak? En España no hubo consenso sobre la OTAN cuando el Gobierno de la UCD presentó la solicitud de adhesión. Eso sí, hubo y hay un consenso básico sobre la política europea que debe seguir España, pero también con diferencias. Ahora Zapatero ha ofrecido consensuar con la oposición las grandes líneas de la Presidencia española de la UE en el primer semestre de 2010. De hecho, es algo que se ha venido casi siempre consensuado.

Dada la estrechez de márgenes de maniobra que ha generado para los Gobiernos la mayor integración en la UE (especialmente en la zona euro) y las presiones de la propia globalización, no conviene exagerar los consensos pues nos quedaríamos sin democracia, que necesita de la apertura del sistema en su cima, con el juego entre Gobierno y oposición.

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10 de abril de 2008
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II. La felicidad de no saber nada

Kellie Picker, la famosa rubia, estrella de El ídolo americano, concurrió a un programa de televisión a competir en conocimientos con niños de quinto grado de primaria. Lo cuenta Patricia Cohen, en un artículo del New York Times y ustedes lo pueden ver en You Tube.

/upload/fotos/blogs_entradas/contra_la_felicidad_med.jpgEn una pregunta que valía 25 dólares, debía responder de cuál país de Europa es capital Budapest, y ella se quedó perpleja, para después responder: "yo creía que Europa era más bien un país...". Cuando recurrió a la respuesta correcta de uno de los niños,  se quedó aún más perpleja: "¿Hungría? Había oído de Turquía, pero nunca de Hungría....", dijo. Vale la sinceridad.

¿Tiene la ignorancia que ver con la felicidad, o con la ambición de felicidad, lo cual nos crea mundos planos, sin complejidades intelectuales? Es lo que se pregunta Eric G. Wilson en su libro Contra la felicidad, y advierte que "la obsesión en Estados Unidos con la felicidad, puede llevar a una súbita extinción del impulso creativo, que puede resultar en un exterminio tan horrible como el que amenazan provocar el calentamiento global y la proliferación nuclear".

Es decir, el exterminio de la inteligencia a manos de la banalidad, enemiga gratuita, y aviesa, del conocimiento. 

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10 de abril de 2008
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Tropezando con raros

Siempre me parecieron de los míos. Sin saber bien qué quiere decir eso de "los míos". En cualquier caso, sin llegar a considerarlos eso que ahora llaman "friáis", la galería de raros, extravagantes, perdida, olvidada y otros extraños sin paraísos me han ayudado a creer menos en lo previsible. No me gusta aburrirme con el orden. Un poco de desconcierto siempre me anima.

Ayer tropecé con un raro al que admiro hace ya unas décadas. Es poeta, gaditano, afrancesado y casi francés. Se llama Carlos Edmundo de Ory, vive cerca de París hace muchos años, pero no deja de tener a su idioma como su patria más necesaria. Creo una especie de surrealismo a la española, como poniéndole un botijo a las propuestas de Bretón, que se llamó postismo. E hizo lo que le dio la gana con la palabra, en poesía o en forma de aerolitos, sus particulares dardos, sus aforismos de serio juguetón. No se olvida de Holderlin y podría ser amigo de Ginsberg.

Me gusta lo que de él dice Cristóbal Montilla cuando se encuentra uno con la obra de Edmundo de Ory es algo parecido a "sentirnos que nos visita el limpiabotas y que sus poemas nos pisan los talones". Ayer me pasé de nocturnidad, hoy- como decía Buñuel- me vendría bien encontrar un limpiabotas. Viene muy bien para la resaca.

Hoy comeré con el poeta y otros alrededores. Es lo bueno de tropezarte con raros en Málaga. Detrás de un raro puede haber un editor.

Y de regalo un poema de Ory:

 

"Cuando no cante más adivinaré

el hundimiento de un barco que había

conseguido pasar el océano

más enmarañado de la noche.

Será mi isla propia un vestigio

de tierra infecunda un corazón

jamás arrepentido pero solo

siempre solo recordando el mar"

 

Que suerte que pervivan algunos raros.

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9 de abril de 2008
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¿De qué se ríe el gordito?

Varias noches después de haberla visto, la escena continúa sobrevolándome. Al principio de una de las sesiones de los juicios de Nuremberg, tras la proyección de ciertas escenas que documentan la anexión de Austria al Tercer Reich, Hermann Göring divierte a Rudolf Hess y Joachim Von Ribbentrop narrando ciertas anécdotas pertinentes que por lo visto son de lo más graciosas. Se les ve muy contentos, carcajeándose juntos a medio juicio. Luego, a medida que avance la proyección y aparezcan algunas de las atrocidades filmadas en los campos de exterminio, la mayor parte de los jerifaltes nazis habrase derrumbado en el banquillo, excepto el propio Göring y Julius Streicher, amigos entusiastas del trabajo sucio. Ya de vuelta en la celda, Göring levantará la voz airadamente por la proyección de "toda esa propaganda". ¿Quién se cree el fiscal que es para echar a perder ese ambientazo?

     Hitler consiguió el puesto de canciller como parte de un colmilludo chantaje que incluyó una segunda condición: Hermann Göring sería jefe de policía. A partir de ese punto, el rollizo implacable de los gustos excéntricos y los lujos exóticos se encargaría de pacificar las zonas conquistadas. Solamente en Berlín, durante los primeros dos días en su puesto, el policía mayor habría hecho arrestar a más de cien mil enemigos reales o potenciales de los nazis, la mayoría de ellos detenidos en sótanos habilitados como mazmorras y cámaras de tortura, donde según se cuenta era común andar entre charcos de sangre y miembros mutilados. ¿Esperaba el jurado de Nuremberg que el fundador del primer campo de concentración se conmoviera viendo una vez más esas atrocidades que con seguridad conocía de memoria?

     Regresé varias veces la grabación. Había algo contagioso en esas carcajadas. Varios entre los peores criminales de la Historia son juzgados por millones de crímenes aberrantes y están ahí, risa y risa delante de las cámaras. Son las estrellas y no lo ignoran, ya varios de los guardias que los cuidan les han pedido autógrafos. "En cincuenta años esta firma va a valer una fortuna", se jacta el gordo, convencido de que tarde o temprano habrá quienes lo reivindiquen como héroe y mártir. ¿De qué pueden reírse varios de los más terminantes promotores del odio criminal durante el juicio que muy probablemente los llevará a la horca? ¿De qué se ríe el nihilismo absoluto? De cualquier cosa, literalmente. Supone uno que al verdadero nihilista tiene que parecerle muy gracioso narrar entre los suyos el último estertor de su mamá. Claro que ya llegados a ese nivel, solamente las bromas en verdad ácidas consiguen el aplauso del selecto público. Göring tiene que estarse luciendo.

     Según demuestran numerosos indicios, Hermann Göring se apoderó de la cápsula de cianuro de potasio con la que consiguió burlar a los verdugos gracias a su amistad con uno de los guardias, que contra el reglamento le ayudó a recobrar varios de sus efectos personales. Tal parece que el gordo sabía administrar tan bien su leyenda como su magnetismo personal, de manera que aun precedido por su fama de homicida masivo podía contar con la admiración fetichista de sus captores. Los habría hecho reír, más de una vez. Querrían atesorar esas anécdotas. Les daría ilusión poder contar después a amigos y parientes que habían tratado personalmente al antiguo Reichsmarschall.

     "Su culpa es única en su enormidad", dictaminó el jurado antes de condenarlo. Él por su parte estaba satisfecho. "Solamente los mártires son declarados héroes", se ufanó días antes de morder la cápsula que sin embargo no lo libró de ser fotografiado ya cadáver, al igual que los otros sentenciados. Pero al final un muerto no es mucho más que un muerto. Las imágenes de un asesino múltiple carcajeándose al lado de sus compinches me siguen pareciendo más perturbadoras. ¿De qué se reía Göring, con esa repelente simpatía digna de un enemigo de Batman? El demonio lo sabe, literalmente.

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9 de abril de 2008
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Miau (1)

Una de las curiosidades que hace unos días ponía el broche final a las noticias serias en los telediarios era que había que divertirse en la oficina. Si no entendí mal, incluso era obligatorio divertirse un rato al día y para ello convenía gastar bromas. Siempre hay gente por ahí ideando cosas y ésta francamente no me parece de las mejores porque si hay algo que puede agriar el ambiente es precisamente el asunto de las bromas. Se necesita tener una gracia especial para que una broma no resulte pesada e incluso amarga. La broma es la sustituta del sentido del humor, es la situación cómica forzada y como todo lo forzado puede llegar a ser desagradable, por lo que no parece la práctica más aconsejable entre jefes y empleados que no tienen más remedio que convivir, sobre todo si las instalaciones no son muy grandes y el bromista no puede perderse por el foro. Personalmente antes que a un bromista preferiría a un chistoso porque al menos el chiste tiene una eficacia contrastada por el uso y no implica apenas al que escucha, mientras que la broma exige participación.

También se recomienda que los compañeros profundicen en su conocimiento mutuo. ¿Para qué? cuanto más se conozcan, más roces, más implicaciones personales y más sangrante será el momento en que a uno le asciendan y al otro no, en que a uno le despidan y al otro no. Además, si uno llega a estar demasiado a gusto en el trabajo no le apetecerá regresar a casa y entonces la frontera  trabajo-vida privada se borrará y se reducirán los espacios en que movernos.  

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9 de abril de 2008
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Director se busca

Nunca tuve problemas en aceptar que, en buena medida, formatos televisivos como el de la serie y la miniserie ocupan hoy el sitial que otrora se reservaba a la novela. Narrativas largas -llevo catorce años viendo E.R.-, complejas, corales, con la ambición del fresco de época. Ayer Balzac, hoy Los Soprano. Más aun, el esquema de la miniserie es prácticamente el único adecuado para la adaptación de ciertas novelas, como las de Dickens, como las de John Irving, cuyo encanto pasa en parte por la posibilidad de desarrollar empatía con una gran serie de personajes -y eso requiere tiempo.

Bleak House, que suele traducirse al español como Casa desolada, es una de mis novelas favoritas de Dickens. Además de contar como protagonista a uno de sus mejores personajes, la sufrida Esther Summerson, Bleak House es particularmente contemporánea en algunos de sus temas -la asfixiante burocracia de la maquinaria legal, la corrección política que Mrs. Jellyby dedica al Africa al tiempo que descuida a su familia- y modernísima en su escritura, que alterna las voces de Esther y de un narrador omnisciente. Ya había leido por ahí que la BBC había hecho una adaptación para la TV a la que se le prodigaban elogios, y durante mi viaje a Londres me ocupé de buscar su edición en DVD.

/upload/fotos/blogs_entradas/bleakhouse_2_med.jpgCon Gillian Anderson (Scully en The X Files) como Lady Dedlock y Charles Dance como el malévolo Tulkinghorn, la miniserie Bleak House está en efecto muy bien. Pero aunque sortea la zancadilla en la que suelen caer las adaptaciones de Dickens al cine -a saber, la necesidad de comprimir tanta gente y tantas peripecias en hora y media-, comete un error que termina desmereciendo el resultado final. Es fácil entender por qué tuvo tanto éxito en Inglaterra, donde compitió de igual a igual con otras series en horario central: bien llevadas, las historias de Bleak House conforman sin problemas un melodrama con todas las de la ley -lo que nosotros llamamos teleteatro, o culebrón, con su mezcla de romances, secretos, conflictos sociales e injusticias varias por resolver. Donde Bleak House la miniserie traiciona a Bleak House la novela es en su imposibilidad de narrar en un estilo tan rico, tan inagotablemente creativo -o como lo pondría Borges: tan interminablemente heroico- como el de la prosa de Dickens.

Tan sólo en el primer capítulo, llamado In Chancery, Dickens nos hace descender lentamente sobre una Londres que es a la vez modernísima y antediluviana -hay un megalosauro que hace una aparición especial-, donde el barro original y la niebla de los tiempos se van fundiendo con el humo de la industria hasta disiparse en el umbral de Chancery, la corte de Justicia en la que nunca se imparte justicia. Leyéndolo hoy, da la sensación de que Dickens estaba dando instrucciones para el uso de un steadycam y el adecuado empleo de los efectos digitales: le llevó al cine más de un siglo de desarrollo tecnológico para ponerse en condiciones de narrar Bleak House tal como Dickens la cuenta.

Ahora sería necesario un director que fuese mezcla de David Lean y de Tim Burton para filmar Bleak House con un estilo tan maravilloso como el que Dickens crea. Hace falta más que tecnología para hacerle honor a ciertos relatos; en el caso de Bleak House, no se necesitaría nada por debajo del genio.

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9 de abril de 2008
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Migraciones

Rafael Argullol: Todas estas capas provocan algo en Estados Unidos muy evidente, y es que la narración americana es a pesar de todo una narración de gente que hace poco ha colonizado esta tierra.

Delfín Agudelo: El caso de Latinoamérica es distinto, porque la imagen del colono es distinta— jamás tuvo los asentamientos que ocurrieron en Estados Unidos. Sin embargo, aún así el imaginario ha estado en un constante diálogo con los antepasados europeos, que es evidente tanto en la tradición oral como en la literatura. Hay cierta migración narrativa que es absorbida y amparada por ese imaginario en constante creación.

Rafael Argullol: En la vida latinoamericana me llamó mucho la atención esa gran migración de los relatos, ese juego muy abierto de la imaginación y, comparándolo con mi caso, yo consideraba con envidia que cualquiera en mis condiciones en cualquier ciudad latinoamericana —Buenos Aires, Bogotá o Lima— en su familia, si se remontaba ya no a cuatro sino a dos generaciones, seguramente encontraría mezclas. Es muy difícil encontrar esa estabilidad sedentaria en la sangre y por tanto en las historias que transporta la sangre. Evidentemente eso hace que haya una fluidez en la imaginación literaria que a veces se disuelve demasiado en lo que podríamos llamar una retórica de la imaginación. El peligro de la narración europea es o era la escasa materia prima de la migración imaginativa. Quizás el peligro americano es que el exceso, la sobrecarga, el barroquismo de esa migración pueda llevar a una cierta retórica. Por eso lo que se llamó Realismo Mágico en literatura acabó de una manera degeneradamente retórica.

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9 de abril de 2008
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