Rafael Argullol
Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he escuchado al oyente de Salinas.
Delfín Agudelo: ¿El que está presente en la “Oda a Salinas” de Fray Luis de León?
Rafael Argullol: Sí. Siempre he estado pensando en cómo podía ser el oyente que rememora Fray Luis de León en su maravilloso poema. Y he pensado que ese oyente privilegiado muy posiblemente era un oyente que en Salamanca escuchaba a Salinas interpretar el órgano, y que era a partir de esa interpretación concreta de Salinas que se iniciaba el prodigioso viaje cantado por Fray Luis de León. Es éste el más puro de los viajes platónicos que se han cantado en la historia de la poesía europea. Porque el oyente, ese oyente privilegiado, en el momento mismo de escuchar la música del órgano interpretado por Salinas, él mismo sufre una metamorfosis honda, por la cual lo que estaba despierto se duerme y lo que estaba dormido despierta. La captación sensorial de los fenómenos puramente superficiales quedan congelados, detenidos, y en medio de esa corteza fenoménica superficial abruptamente surge otro plano que estaba dormido, el plano del alma, el plano de la belleza esencial que es la que es despertada a partir de los sones concretos de la música de Salinas. Y esa suerte de belleza esencial avanza entonces por el espacio como si fuera sonambúlica, arrastra al propio oyente, arrastra al oyente a ser él mismo un sonámbulo, y ese sonámbulo viaja a través de un espacio distinto, viaja a través de los cielos, de las estrellas, de las esferas, hasta llegar a una conexión con una especie de espacio de inmovilidad esencial que sería el espacio de la belleza esencial. Todo ello tratado como en un estado de conciencia para-real propia del sonámbulo y ese estar despierto a lo que antes estaba dormido y vise versa hace que el oyente se convierta ya no en el oyente concreto del órgano de Salinas sino en el oyente de la música del cosmos, del universo.