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Religión en la plaza pública

Por 21 de abril de 2008 Sin comentarios

Andrés Ortega

"Aquí, en América, encontrará una nación que da la bienvenida al papel de la fe en la plaza pública". Así acogió en Washington el presidente Bush a Benedicto XVI, que fue mucho más lejos en esta declaración de principios nada laicos. El pasado viernes, en la Asamblea General de la ONU, el secretario general Ban Ki-moon le recordó al Papa que la suya es una "organización secular" y que el edificio que la alberga en Nueva York no tiene siquiera una capilla.  Ratzinger, sin embargo, aprovechó la tribuna para exigir que "la libertad religiosa no se puede limitar al libre ejercicio del culto, sino que tiene que dar la debida consideración a la dimensión pública de la religión, y por tanto a la posibilidad de los creyentes de desempeñar su papel en la construcción del orden social", aunque diferenció entre la dimensión del ciudadano y del creyente. Pero previamente había considerado "inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos -su fe- para ser ciudadanos activos", y  "no debería ser nunca necesario negar a Dios para disfrutar de los derechos de cada cual". ¿Quién lo exige? Es una subversión de los argumentos del laicismo.

Es verdad que poco hay más público que la religión, sea cristiana, musulmana u otra. Los viajes papales lo demuestran.  EE UU, formalmente un Estado laico o mejor dicho sin religión oficial, es uno de los países más religiosos del mundo, y en él la religión, al menos el deísmo, no es sólo un asunto privado sino muy público. Tanto que (aunque tan sólo desde 1956) los billetes de dólares llevan el famoso lema de In God We Trust ("En Dios confiamos"). Además, la dimensión pública de la religión ha ido aumentando con los crecientes intentos de politizarla. Parecía una cuestión tapada en las primarias demócratas, y sin embargo ha resurgido cuando Obama declaró recientemente que las frustraciones económicas de muchos electores en las ciudades pequeñas de Pensilvania les había llevado a "aferrarse a los rifles o la religión o la antipatía hacia la gente que no es como ellos". Pese a que tenga razón, está pagando por esta afirmación.

Aunque hablara mucho de religión -si bien significativamente escasamente de diálogo de religiones, que sólo citó una vez- , el discurso de Benedicto XVI en la ONU fue, inevitablemente, político. Con él, tres han sido los Papas que se han subido a esta tribuna. Pablo VI en 1965, cuando se presentó como "experto en humanidad". Juan Pablo II en dos ocasiones muy diferentes (1979 y, tras el fin de la guerra fría, 1995). En todos hay un hilo conductor: la insistencia en la libertad y en los derechos de los individuos. Juan Pablo II insistió mucho en 1995 en que la libertad no era algo que sólo buscaran los individuos sino también  las naciones. Y si habló de los "derechos de las personas", añadió los de las naciones, remontándose para ello al Concilio de Constanza en el siglo XV.

Inevitablemente, los tres Papas se han referido de una otra manera en esta tribuna al aborto y al control de la natalidad. La derecha americana y el Vaticano han coincidido en su oposición a dar fondos en la ONU a programas que contemplaran el aborto, y en esto han recibido el apoyo de los países integristas musulmanes.

Pero no todo son coincidencias con Bush.  Significativamente, Ratzinger sólo mencionó una vez la palabra "terrorismo" y consideró que el respeto de los derechos humanos es una de las formas de "aumentar la seguridad". Es decir, sin mencionarlos, un discurso contrario a Guantánamo, a la Ley Patriótica o a las detenciones ilegales de prisioneros de guerra.  Ya había pedido a Bush más "esfuerzos pacientes de diplomacia internacional" para resolver los conflictos internacionales. Pablo VI había definido la ONU, ya en aquellos años, como una "escuela de paz". El Papa Ratzinger también insistió en la paz, pero no desde el pacifismo. Defendió la injerencia par razones humanitarias. No renegó del uso de la fuerza sino que, insistió, ésta debe partir de un consenso si no universal, sí amplio. Hizo una alabanza a la ONU, como centro del multilateralismo y de la defensa de los derechos humanos cuya Declaración Universal cumple 60 años, e interesante fue su reflexión sobre el peligro de que la legalidad prevalezca sobre la justicia en relación con estos derechos.

Su insistencia en que hay que recuperar la religión en la esfera pública forma parte de esa tendencia que algunos sociólogos, como Peter Berger, detectaron desde los 90 y han llamado, la de la des-secularización del mundo. Al menos en Europa, oasis laico, conviene no sólo frenarla, sino invertirla.

Publicado en El País, 21de abril de 2008

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Andrés Ortega

Andrés Ortega Klein nació en Madrid en 1954. Es hijo de español (José Ortega Spottorno fundador de Alianza Editorial y de El País e hijo a su vez de José Ortega y Gasset) y francesa (Simone Ortega, autora de 1.080 recetas de cocina). Estudió bachillerato francés en Madrid, se licenció en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense y posteriormente realizó un Master en Relaciones Internacionales en la London School of Economic (LSE) con una beca de la Fundación March. En Londres inició su carrera periodística como corresponsal para El País, pasando posteriormente a Bruselas donde cubrió el final de las negociaciones de ingreso de España en la hoy Unión Europea.  Durante la primera Presidencia española del Consejo comunitario en 1989, trabajó como asesor ejecutivo para el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez. A principios de 1990, pasó al recién creado Departamento de Estudios de la Presidencia del Gobierno encabezado por Felipe González, que dirigió entre 1995 y 1996. Se incorporó entonces a la sección de Opinión de El País como editorialista y columnista. En 2004, se convirtió en el primer director de Foreign Policy Edición Española (FP), publica por la Fundación FRIDE.  Junto a su labor de análisis de la realidad internacional en El País y en FP, ha publicado en numerosos medios especializados en España y otros países y participado en los principales foros. Ha publicado cuatro libros: El purgatorio de la OTAN (1986), La razón de Europa (1994); Horizontes cercanos: Guía para un mundo en cambio (2000) y La fuerza de los pocos (primavera de 2007). En 2002 fue galardonado con el Premio Madariaga de Periodismo Europeo (prensa escrita).

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