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Manolo

Como muchas otras personas, dediqué 45 minutos a la lectura de Sabor a chocolate, la cortísima novela de José Carlos Carmona. La editorial Punto de lectura ha cocinado (no hay otro verbo) un sitio para promover el libro. No es necesario. Es un relato excelente. Caminará por sí solo hacia los lectores. Y puedo anticipar un éxito real, sincero, de esta novela sobre todos entre los no-lectores de novela. Por fin, van a pensar, un libro que nos habla de la vida tal como es. El libro es atractivo por tres razones:

1. La desnudez: ¿Qué es lo que queda cuando se guarda meramente la columna vertebral de una historia? Cien capítulos, pero los más largos ni se extienden en dos páginas a pesar del gran tamaño de la tipografía. Sin embargo, no le falta nada a este libro.

2. El tono: el cuento se parece a otra novela, mucho más amplia, Ragtime del escritor norteamericano E.L. Doctorow. Habla de la misma manera sencilla, breve de hechos grandes o pequeños. Igualmente, aparece el incendio del Reichtag o el recalentamiento de un plato en la cocina. La voluntad de hacer un tejido continuo entre la vida emocional de unos personajes y la historia pública de su país produce una tremenda credibilidad. Consiste a veces en trucos muy sencillos: contar algo y añadir qué ocurre el día del estreno de una canción muy conocida es utilizar la técnica promovida por Stendhal, el uso de "los pequeños hechos reales".

3. La presencia de la Historia: esperamos de los novelistas una ayuda en el momento de entender nuestra época. Esta novela asume el reto al mostrar, sin decirlo de manera formal, cómo la atmósfera del momento (por ejemplo, la gran crisis de 1929) influye en los sentimientos y las posturas de las personas.

Un post pequeño en el sitio de The Guardian lo recuerda al plantearnos esta pregunta: ¿qué hicimos con el 11 de septiembre? Si pensamos en novelistas norteamericanos como Don DeLillo o Jonathan Safran Foer la respuesta es obvia: reciclaje de los acontecimientos en una literatura de gran control de la estructura. No veo algo similar en el mundo hispanohablante recientemente. En cierta forma, falta Manolo, Manuel Vázquez Montalbán.

Para mí, no era un gran escritor, no quedará mucho de su obra, pero en su voluntad productivista se dedicaba a contar, día a día, la crónica de lo que pasaba. Lastimar la ausencia de una gran novela en español que se apoya en el atentado de la estación de Atocha de Madrid es pedir mucho de las letras españolas. Pero tampoco hay lo que haría Vázquez Montalbán al contar hoy la historia de Carvalho: decirnos la vulgaridad obscena de la vida política española, el auge del dinero de la construcción, el ruido insoportable de ciertas tertulias radiofónicas. ¿Y en Francia? En Francia, es igual. El primer aniversario de la presidencia de Sarkozy, ayer, era una cosa sin literatura. Los escritores franceses ni utilizan el nuevo régimen como tela de fondo. Por eso, decidí dedicar el aniversario a consumir el chocolate de José Carlos Carmona. Me gustó. Me gustó, sí, pero es un chocolate amargo que recuerda a los límites de lo que encontramos en las novelas.

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7 de mayo de 2008
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La tertulia

Toda la vida se ha considerado de valor la presencia simultánea y múltiple de los puntos de vista pero hoy se ha llegado mediante el manido constructo de las tertulias radiofónicas a la situación de que la eventual aproximación de las versiones en liza podrían atorar y hasta asfixiar el sentido de la emisión. Y no se trata sólo de que quienes conforman el grupo no provengan de culturas distantes y formaciones dispares sino de que la dinámica del programa repetido fuerza a una desidia próxima a la dejación. Lo conveniente será siempre manifestarse una y otra vez mediante opiniones  diferenciadas pero se está corriendo el riesgo de que el tedio apelmace la disensión.

Para evitarlo, para impedir que los juicios sobrepuestos hagan inútil a uno u otro de los presentes, proliferan ahora los matices que sin ser importantes actúan como sucedáneos de la confrontación sustancia. De este modo, uno y otro de los contertulios se esfuerza en la detección del pormenor fútil, gracias al cual, se reproduce como un remedo las fisuras políticas.  Cada línea de desacuerdo, por fina que sea, dibuja los perfiles de una parcela que será el perfil legitimador del tertuliano contratado. La conversación puede de este modo prolongarse casi indefinidamente puesto que la coincidencia se evita deliberadamente, obstinadamente y en defensa del empleo. La atracción del espacio se hundiría bajo el peso del acuerdo global mientras se sostiene en inestable equilibrio con las disensiones. No es prudente tirar mucho desde un lado ni acentuar en exceso el punto de vista pero más capital resulta sumar descuidadamente las perspectivas y provocar con ello el apagón. La discusión permanece encendida en tanto hay roces, la tertulia permanece viva en tanto una opinión no se encastra en la otra y juntas abocan al incesto mortal. El ten con ten es la base de la vana persistencia. El ten con ten, mantiene la tensión que  discurre entre el incordio y la concordia, sin llegar a perder su circulación. Es tan capital el juego de la hemostasis dentro del grupo que, sin importar el asunto de que se trate, debe vigilarse este registro vital. En realidad, el asunto pasa, una y otra vez a un segundo lugar, puesto que el fin primordial de la función no será nunca la resolución o la cabal inteligencia del conflicto sino el somero cultivo del  aire conflictivo convertido en la amenidad de la emisión. 

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7 de mayo de 2008
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Colegios

Ayer estuve dando una charla en el Liceo Europeo de Madrid, un magnífico colegio en todos los sentidos, donde se respira el talante heredado de la Institución Libre de Enseñanza. Nada más entrar, te envuelve una oleada de árboles y plantas, entre las que se hacen hueco las instalaciones deportivas, y todo lo necesarios para que los chicos se sientan felices, o para que al menos no les desagrade acudir todas las mañanas. El ambiente es disciplinado pero flexible, motivador, ese tipo de atmósfera que fomenta la autoestima y que ayuda a perfilar la personalidad.

Comenté casi para mí, mientras admiraba la cancha de baloncesto, que en un colegio así yo habría estudiado con más ganas. No era un cumplido, era la pura verdad. Mis colegios (tuve varios) fueron duros, con profesores rígidos que pretendían que te amoldaras a ellos, sinceramente creo que muy pocas veces fui con gusto al colegio. Era feliz cuando me ponía enferma y me quedaba en casa, incluso en una ocasión fingí que me dolía tanto una muela, que decidieron sacármela (menos mal que luego me salió de nuevo), por aquel entonces no había tantos miramientos con la piezas dentales. En mis colegios te propinaban un pescozón a la mínima y nos presentaban el futuro como un mundo en que ibas a ser un desgraciado si ahora a los ocho, nueve, diez u once años (mis años de mayor pesadilla escolar, años 60) no hacías frente a la vida como alguien de cuarenta. O te hacías fuerte, o te quedabas hecha una blandengue para toda la vida. Te amenazaban con un futuro negro, sin trabajo, sin dinero y sin casa si no te sabías bien las oraciones subordinadas. Eso sí, eran colegios mixtos y estos mensajes no hacían distinción de sexo, por lo que he de confesar que a los once años me preocupaba bastante la idea de no encontrar trabajo de mayor. En mi mundo no tenían cabida posibles príncipes azules o casorios que me libraran de dar el callo, me grabaron a fuego que si no estudiaba y trabajaba me moriría en el arroyo. No sé dónde encontraban mis padres aquellos colegios que no se parecían a los de nadie más. ¿O sí?

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7 de mayo de 2008
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Santa Cruz: del orgullo regional al liderazgo nacional

Durante mi adolescencia en Bolivia, a fines de los años setenta y principios de los ochenta, mis vacaciones favoritas del verano eran a Santa Cruz. Mi madre, mis hermanos y yo íbamos en bus por una carretera tortuosa, en un viaje que duraba ocho horas. Me gustaba ver cómo el paisaje del valle -los colores terrosos y azulinos de sus montañas-- iba dando paso al verde intenso del trópico. Descendíamos de los dos mil quinientos metros de Cochabamba a los cuatrocientos de Santa Cruz. Nos alojábamos en casa de unos tíos cerca del monumento al Cristo Redentor; mis primas me presentaban a sus amigas y me sorprendía ante su carácter abierto, la forma en la que me decían las cosas sin reservas. Por las noches, yo leía en una habitación con las ventanas abiertas por donde ingresaban los mosquitos que no nos dejaban dormir. En la televisión se podían ver canales brasileños.

Por ese entonces, nosotros, los collas del valle y Occidente del país, veíamos en menos a Santa Cruz. Decían nuestros lugares comunes que los cruceños eran flojos y superficiales: gente que vivía para los concursos de misses y los Carnavales. Podíamos pasar las vacaciones en ese pueblo grande con pocas calles asfaltadas, podían algunos avezados emigrar al oriente, podíamos admirar la belleza de sus mujeres, pero estaba claro que si uno quería progresar debía irse a la capital, La Paz. La ciudad crecía en forma de anillos concéntricos, había en la gente un admirable orgullo regional y un gesto natural de hospitalidad hacia los visitantes, pero, para un país que todavía insistía en verse sólo como "andino", Santa Cruz era una especie de anomalía a la que no podía verse seriamente como un polo de desarrollo, mucho menos como el eje dinámico de una nueva Bolivia.

Y sin embargo, algo pasó en las últimas décadas del siglo XX. Santa Cruz continuó creciendo de manera imparable, al punto que, mientras el resto del país sufría un estancamiento angustiante, un tercio del PIB comenzó a generarse en ese departamento; la inmigración interna dejó de pensar en La Paz como la opción principal, y trasladó su destino hacia Santa Cruz (si en 1950 sólo el 9% de la población nacional vivía en Santa Cruz, hoy uno de cada cuatro bolivianos vive allí). De pronto, apareció un dicho en Bolivia: "Santa Cruz es otro país". Era y no era Bolivia: era el futuro del país, pero un futuro que ya era presente y en el que no nos reconocíamos del todo: estábamos acostumbrados a que Bolivia no funcionara, y en Santa Cruz nos encontrábamos con una Bolivia que progresaba.

El regionalismo de Santa Cruz se deriva del hecho de que, al hallarse lejos de los centros de poder en Bolivia, fue ignorado sistemáticamente por los gobiernos centrales. Cuando, en la segunda mitad del siglo XIX, se planeó unir al país a través del ferrocarril, no se tomó en cuenta a Santa Cruz; una línea de ferrocarriles con destino hacia este departamento comenzó a construirse en 1904, y recién llegó al departamento en 1954. Aislados, los cruceños aprendieron a desarrollarse por sí mismos, sin depender del poder central. Pese a la indiferencia del gobierno, los cruceños nunca dejaron de sentirse bolivianos. Andrés Ibañez, uno de sus caudillos decimonónicos, no peleó por la independencia sino por un sistema federalista que pusiera a Santa Cruz al mismo nivel de las principales ciudades de Bolivia. Los proyectos autonomistas, que aparecieron a fines del siglo XX y llegaron a un momento decisivo con el referendo autonómico el pasado domingo, nunca han enarbolado una bandera separatista, aunque el gobierno de Evo Morales ha hecho todo lo posible por demonizar el deseo cruceño de autonomía.

En la pulseada actual entre el gobierno central y Santa Cruz, arriesgo un pronóstico: ganará Santa Cruz. El dinamismo de ese "otro país" de Bolivia no puede ser frenado por el error histórico de Evo. Pronto, ya no se hablará de "otro país": Santa Cruz es la nueva Bolivia y le corresponde proyectar su orgullo regional a un liderazgo nacional. De hecho, ya lo está haciendo: en cinco de los otros ocho departamentos del país se vienen concibiendo diferentes proyectos autonómicos.

(Reportajes, La Tercera, 4 de mayo 2008)


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7 de mayo de 2008
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Narraciones de Babel

Rafael Argullol: La megápolis es ese interesante organismo desde el punto de vista de la narración.

D.A.: Las distintas lenguas y distintos relatos bien pueden ser vistos como ciudadanos. Habrá aquellos que pueden caminar tranquilamente a sus anchas por las calles, habrá otros más escondidos, saliendo sólo en la noche, y también habrá otros que serán silenciados por los inmuebles centenarios.

R.A.: En nuestras megápolis conviven dos tipos de sustratos narrativos. Por un lado el sustrato que capta esa globalización universal, en el cual se produce esa clonización de la imaginación a la que antes nos referíamos, y, como si hubiera un subsuelo, la diseminación de relatos y de narraciones que provoca la nueva tribalización urbana. Dicho de otro modo: por un lado hay unos medios de comunicación hegemónicos, unas industrias culturales de gran poder que ofrecen una suerte de tiranía continua de la actualidad. Esa tiranía de la actualidad tiende a lo uniforme, a modelos crónicos, a focalizar mucho el presente de manera que se provoca una rápida amnesia respecto al inmediato pasado, y en definitiva lo que provoca esto es una especie de vertiginoso relato vertical de cada uno de nuestros momentos, que se veía acompañado de una perspectiva horizontal sin unos referentes claros. Eso es lo que podríamos llamar lo que está a la superficie, lo que está engarzado en los grandes centro de producción, de comunicación entre culturas de nuestra época. Pero junto con esto, evidentemente, nuestra megápolis ha creado toda una serie de circuitos subterráneos en que se cruzan y fecundan toda una serie de narraciones y de tradiciones narrativas que tienen una vivacidad extraordinaria. Por un lado tenemos el discurso hegemónico, potente, uniforme, cohesionado, estructurado, y por el otro lo que sin duda podríamos llamar el mundo del nuevo subsuelo, en el que hay una extraordinaria vitalidad fragmentada y en el que diseminada se está produciendo muchos diálogos y muchas conversaciones inimaginables del siglo XIX o XX. Hay esa fusión de comunidades que llevan sus propias tradiciones, y esto está originando una especie de caos narrativo que puede ser extraordinariamente fértil en el futuro, pero que evidentemente siempre tenderá a ser asfixiado y obturado por lo que es el discurso monolítico que está gestionado desde los medios del poder.

 

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7 de mayo de 2008
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Huir del campo de concentración

El viaje se ha hecho ineludible. Millones de personas ocupan su ocio con esa vía de escape para aliviar la tortura urbana. Sin embargo los lugares insignes son ratoneras. Ir a Florencia o a la Costa Brava supone topar con el mismo ajetreo, estruendo, masificación y abuso del que queremos huir. Se impone la inventiva.

Algunos, como Jesús del Campo, viven fugas de intensa imaginación a lugares en los que nadie repara, pero son viveros de imágenes para el experto. Son viajes poéticos, más temporales que espaciales. Otros, como Robert Macfarlane, nos revelan preciosas zonas impenetrables aunque están a pocos kilómetros de la metrópoli. Son viajes radicalmente físicos.

/upload/fotos/blogs_entradas/naturaleza_virgen_promo_med.jpgEn "Naturaleza virgen" (Alba) este profesor de Oxford cuenta su pasión por las escasas áreas inaccesibles que quedan en Gran Bretaña, el país europeo más densamente poblado y en donde, aparte del paisaje victoriano que se ha conservado casi por motivos museísticos, la naturaleza salvaje ya ha desaparecido. Viajes nocturnos, en pleno invierno, a los fundidos glaciares escoceses. A marismas y turberas donde la bota se hunde hasta el tobillo. A cañadas desiertas desde hace medio siglo, hoy trenzadas de maleza y casi impracticables. A islas inhóspitas del septentrión británico. A los abruptos acantilados irlandeses.

Macfarlane se baña en gélidos ríos galeses, duerme acurrucado entre peñascos mientras cae la tempestad, escala en pleno invierno cimas de hielo petrificado. Y además del intenso placer corporal, se deleita en el detalle: el plumaje de un búho, el culantrillo de un pozo, los insectos bajo la corteza de un álamo muerto, las huellas del chorlito, la caliza arañada por la erosión. Macfarlane enseña a viajar por la oscuridad y lo invisible.

Lo tendría más fácil en España donde quedan tantos lugares que nadie ha vuelto a pisar desde que fueron abandonados por los trashumantes: la ruina del mundo agrícola ha creado admirables zonas salvajes a unas horas de muchas capitales. Por poco tiempo. Políticos delirantes quieren poner casinos en el desierto de Los Monegros.

Artículo publicado en: El Periódico, 3 de mayo de 2008.

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7 de mayo de 2008
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II. Una diferencia sencilla, pero crucial

Entre los países con gobiernos de izquierda están de por medio no sólo sus identidades, y no sólo su propia zona de color en el mapa. No sólo las formas en que se alinean, sino otros tipos de intereses. Intereses económicos, intereses fronterizos. Quiénes son ricos, y quienes son pobres. Quienes extienden la mano para dar, y quienes la extienden para pedir.  Qué clase de viejos o nuevos conflictos fronterizos existen entre esos países, desde una fábrica de celulosa, hasta una salida al mar.

Hay variados ejemplos que marcan esas diferencias. Pero existe una que es decisiva: si los líderes de izquierda, una vez alcanzada la presidencia, quieren quedarse, o aceptan como regla la alternabilidad en el poder. Es una diferencia sencilla, pero crucial, porque señala la frontera entre la voluntad democrática, y la voluntad autoritaria./upload/fotos/blogs_entradas/hugo_chvez_conversa_con_luiz_incio_lula_da_silva_med.jpg

Lula da Silva se encamina en el Brasil hacia el fin de su segundo mandato, y hasta ahora ha dicho que no pretenden un tercero. La propuesta de partidarios suyos, de que se presente de nuevo a las elecciones, la ha calificado como "insensatez pura". En cambio, una de las reformas claves a la Constitución de Venezuela, que Chávez sometió a consulta popular a fines del año pasado, era la reelección indefinida. Perdió el plebiscito, y esa posibilidad está cerrada "por el momento", como él mismo ha dicho, lo que significa que volverá a intentarlo. Alternabilidad, o reelección indefinida. Son dos caminos claros y diferentes para la izquierda. 

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7 de mayo de 2008
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El inevitable

/upload/fotos/blogs_entradas/los_culpables_med.jpgFue un placer escuchar a Juan Villoro en la Feria del Libro de Buenos Aires. Con la excusa de presentar su libro de cuentos Los culpables, que aquí publica Interzona, el mexicano habló de todo un poco: de su padre profesor de filosofía y de su madre psicóloga, de la abuela yucateca a quien le atribuye el don de la imaginación, de su admiración por el relator futbolístico Angel Fernández -dueño, según Villoro, de capacidades narrativas que adjetivó como "homéricas"- y de su visión de la crónica periodística como una forma del relato tan válida como la mejor ficción. Para Villoro (yo disiento aquí, pero no viene al caso), el mejor García Márquez no es el de sus novelas, sino el de Relato de un náufrago.

Cuando se le preguntó cuál de sus propias crónicas lo había marcado más, Villoro recordó una excursión a terreno zapatista en 1994. Como los locales seguían venerando los espejos como si se tratase de materiales preciosos (según Villoro, viajar a ciertas partes de México equivale a viajar en el tiempo hacia el Neolítico), los zapatistas los habían prohibido. Al cuarto día de aventura, angustiado por la imposibilidad de ver en qué se había convertido su rostro, Villoro corrió hasta un vehículo que había llegado a la región y se buscó en el espejito retrovisor, donde la leyenda convencional cobró nuevas resonancias: Los objetos están más cerca de lo que se ve. Por allí pasa la diferencia entre la crónica y la ficción, dijo Villoro. Un escritor de ficción puede ser en esencia un niño caprichoso. Un escritor de crónicas está obligado a salir al mundo, y a entender que todas las cosas están más cerca nuestro de lo que creemos.

Hablando de sus inicios en el periodismo, Villoro recordó que las redacciones mexicanas estaban por entonces llenas de argentinos ‘todo terreno', que podían escribir tanto policiales como artículos sobre la política de hidrocarburos. A esos argentinos les decían ‘los inevitables'. Varias décadas después, con novelas como El disparo de argón y El testigo y libros de relatos como el flamante Los culpables, Villoro se ha convertido en uno de los referentes más notables de las letras de Hispanoamérica, sobre las que hoy pesa, sin duda alguna, como el verdadero inevitable.

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7 de mayo de 2008
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I. Un obispo que amplía el mapa

La elección como presidente del Paraguay de un obispo de la iglesia católica suspendido ad divinis, Fernando Lugo, ha venido a significar el fin del reinado de casi 70 años del Partido Colorado. Pero no sólo eso. Amplía el mapa de la izquierda en el poder en América Latina; y si el FMLN, la vieja guerrilla marxista convertida en partido político en El Salvador,  gana frente a ARENA las elecciones presidenciales del año próximo, con su candidato el periodista Mauricio Funes, sólo dos presidentes provenientes de partidos conservadores, en México y en Colombia, quedarían en el continente.

Se gastaron las viejas promesas, y la izquierda está en los palacios presidenciales. ¿Pero cuál izquierda? En el  mapa, no todo su territorio es del mismo color. Líderes obreros, dirigentes indígenas, viejos guerrilleros, militares rebeldes, obispos que dejaron la sotana.  Una oncólogo en Uruguay. Una pediatra en Chile. ¿Por qué están allí? ¿Qué los une, y qué los desune?

Uno no puede imaginar un bloque de países de izquierda en América Latina, bajo una ideología socialista única, como ocurrió hasta antes del fin de la guerra fría con el campo soviético, cuando había en Europa Oriental estados de una estructura y una conducta uniforme. Lejos de eso. Las diferencias sobran, y no son sólo de matices.

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6 de mayo de 2008
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Odiar al más débil

En ese norte de Italia del que hablaba días atrás, evocando los 60 años del rodaje de la película de Visconti La terra trema, en las últimas elecciones italianas La Lega Norte ha obtenido un impresionante triunfo. Triunfo en localidades en amplias zonas rurales o semi-rurales del Piamonte, el Veneto o Lombardía, mas también en localidades que otro tiempo encarnaron los idearios de emancipación social, en el Torino de Cesare Pavese (poeta de vida y muerte trágicas, exiliado por el fascismo precisamente al Mezzogiorno) y en el Milán de Ivan Della Mea y del propio Luchino Visconti.

Triunfo de la Lega restaurando, es decir, poniendo al día, los argumentos con los que ya se abrió camino hace tres lustros. Pues el discurso de la Lega se limita hoy a ampliar el espectro de aquellos a los que se arroja a los pies de los caballos. Y para ello aprovecha incluso el sentimiento de los que fueron sus primeras víctimas, a saber, los que, sintiéndose italianos, son hoy presa de un sentimiento cotidiano de inseguridad, inquietud por el futuro económico y temor a una dilución de la propia identidad. Se trata de que vuelquen sobre alguien más débil esta carga (en realidad oculto resentimiento para los gestores y alcahuetes de un orden que, efectivamente, convierte muchas veces su vida en un pozo). Y este ser más débil no puede ser otro que el inmigrante. Lo cual no es óbice para que el discurso tradicionalmente insultante de la Lega para la población meridional prosiga:

Pues en todo el Norte se oyen hoy impúdicas voces de responsables proclamando explícitamente el carácter intrínsicamente ladro del carácter meridional. En la ex-comunista periferia milanesa, en la otrora roja Vicenza, y hasta en el Murano del que salieron obreros voluntarios para la guerra de España, será fácil escuchar en público parecidas frases vejatorias para una entera fracción del pueblo italiano.

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6 de mayo de 2008
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