Rafael Argullol
Rafael Argullol: Tenemos una especie de juego de estratos demográficos que se está produciendo además a una enorme velocidad y hubiera sido completamente imprevisto hace tres o cuatro décadas.
Delfín Agudelo: Me llama la atención el nativo, en relación con la idea tuya de la patria: no es aquella en la que se nace, sino a la que uno llega, la que se construye. Estas reacciones un tanto peligrosas, por xenofobia, intolerancia, a esta alteridad que llega a la ciudad, en apariencia terminan siendo que el nativo es uno más, que no tiene por qué sentirse con la exclusividad distinta al que llega. Oímos decir: "Yo sí soy de acá". ¿Pero qué es ser de "acá"? ¿Qué implica que haya vivido toda la vida en la ciudad?
R.A.: Este es un tema extraordinariamente interesente y sobre el que he escrito a raíz de la lectura de una biografía maravillosa de Alí Bey, un viajero barcelonés que a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX fue el segundo o tercer europeo en entrar en la Meca. Este hombre, que se llamaba Domingo Badía, y que adoptó para trasladarse a África y Asia el nombre de Alí Bey, es un hombre extraordinario, y que la obra que finalmente escribió -la recopilación de sus viajes por África y Asia, publicadas en París, me parece, en 1816- es una de las grandes obras maestras de la literatura de viajes. Me fascina la personalidad de Domingo Badía, alias Alí Bey- o al revés, Alí Bey, alias Domingo Badía- porque tenía esa enorme capacidad de metamorfosis. Fue un hombre que tuvo la capacidad de ponerse en el otro extremo de sí mismo continuamente. Como cristiano tenía una enorme facilidad de verse como musulmán; como alguien que hablaba francés o español, podía vestirse como alguien que hablaba árabe. O como alguien que nació en una clase social medianamente modesta, y que siempre tuvo dificultades para vivir, se veía muy bien y los otros lo veían muy bien como príncipe turco. De hecho hay una maravillosa anécdota en que se encuentran en Alejandría Chateaubriend y Alí Bey, y éste, cuando tiene la cita con Chateaubriend, le dice "¡Atala, René!" Chateaubriend, explotando en vanidad literaria -que él mismo después tendrá que justificar- dirá: "Por fin he encontrado al turco más sabio que pueda concebirse, que está familiarizado con mis personajes literarios." Cuando vuelve a Europa, Chateaubriend se entera de que el príncipe turco familiarizado con sus obras es en realidad un barcelonés llamado Domingo Badía, pero que había logrado ser el camaleón perfecto, no en el sentido peyorativo del término, sino en el sentido interno del viajero. Para mí la esencia del viajero es aquél que es capaz de mirarse desde distintos lugares y sabe situarse en distintas pieles. Y este personaje lo hizo hasta grados maravillosos, porque tenía esa capacidad de sentirse nativo, y para intercambiar el papel del nativo y el extranjero. Esto es lo que debemos acostumbrarnos a hacer: relativizar las denominaciones nativo y extranjero.