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IV. La violencia, marca de origen

Los viejos fantasmas de nuestra realidad latinoamericana traspasan las fronteras de Estados Unidos como tantos otros clandestinos, escondidos en los genes, o en el equipaje de los emigrantes que un día serán escritores de primera línea. Fantasmas mojados, que no se dejan quitar de en medio.

En La maravillosa vida breve de Oscar Wao, el Generalísimo Trujillo y toda su cohorte de personajes siniestros, de su hijo Ramfis al playboy Porfirio Ruborosa, acompañan a la novela en notas de pie, mientras tanto la narración discurre en un inglés salpicado a cada paso de español del Caribe, que es el mismo español de los inmigrantes de Nueva Jersey, adonde el novelista recaló de niño con sus padres. Si es dueño de dos mundos, también es dueño de dos lenguas, una lengua hendida, viva y despierta./upload/fotos/blogs_entradas/radio_ciudad_perdida_med.jpg

Daniel Alarcón, en cambio, recaló a los 3 años con sus padres en Alabama. En Radio Ciudad Perdida, un niño desamparado que viene a la capital desde lo hondo de la sierra, se presenta delante de la conductora de un programa de radio con la lista de desaparecidos de su pueblo arrasado por la violencia ciega. Matan sin piedad los alzados en armas, y también mata sin piedad el ejército que reprime. No hay una línea de la novela que diga que se trata del Perú, pero es el Perú, o cualquier otro país de Latinoamérica poseído por sus fantasmas, o por sus maldiciones, el fukú dominicano de la novela de Junot Díaz, herencia de los esclavos africanos, del que no pueden librarse sus personajes. Ni tampoco de la violencia,  personaje que ejerce su propia soberanía. 

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25 de septiembre de 2008
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Sobre las alas de Indra

En la orilla final del reciente equinoccio de otoño, Tomás López Durán conducía un autobús de pasajeros por la carretera México-Tulancingo -también útil para llegar a las pirámides de Teotihuacán, que de noche dan miedo como todo lo que es inmenso y oscuro- cuando vio en su camino a una elefanta. Ya demasiado tarde para eludirla, estrelló fatalmente el autobús contra el cuerpo de cinco toneladas de Indra, que había conseguido escapar de su celda en el Circo Unión y trataba de atravesar la carretera. Según la información, antes de perecer junto a Tomás -entre los pasajeros sólo hubo lesionados y atónitos- Indra había pasado por un par de pueblos, donde evidentemente nadie atinó a detenerla, tal vez desconsolada por las dificultades insalvables que un paquidermo encuentra en este mundo ínfimo para evadirse hacia ninguna parte.

     La pregunta sería digna de un koan: ¿Qué haría usted si fuera un elefante y lograra esfumarse del odiado circo? Suele uno solidarizarse a la distancia con los furtivos, más todavía cuando sus probabilidades de éxito son pequeñas o nulas. Vista así, ya la fuga en sí misma es exitosa, pues representa el triunfo de la autodeterminación sobre la indignidad del cautiverio. (Da pena imaginar la vida plana de quien jamás logró -y quizá no llegara ni a pensarlo- escabullirse de situación alguna.) Nadie, por otra parte, quisiera estar en el lugar de un animal de cinco toneladas huído de su jaula hacia una realidad donde nunca conseguirá esconderse, pero todavía menos apetecible parecería vivir puertas adentro de un circo donde no hay aventura concebible, y ni siquiera la mínima opción de hacer de cuando en cuando lo que te venga en gana.

     Por más, pues, que le falten a uno varios miles de kilos para ubicarse en el pellejo de Indra, no es tan difícil imaginar la clase y el tamaño de las sorpresas que el pobre animalito se llevaría durante los minutos que siguieron al instante en que derribó la puerta de metal del circo y salió a correr mundo. Si, como se ha sabido, los elefantes tienen la facultad de distinguir sonidos en un radio cercano a los veinte kilómetros, calculemos la cantidad de información que llegaría hasta los tímpanos de la elefanta, en su celda de secuestrada vitalicia. Tentaciones inútiles, rebanadas de escarnio cotidiano.

     Puesto en lugar de Indra, que al morir ya pasaba de los cuarenta años -la tercera edad, en los elefantes- supongo que al final habría hecho lo mismo. Escapar sin un plan ni menos un destino, afirmarme una vez en el nombre de todas, ser en mí y para mí durante el último día de mi triste existencia, que con toda certeza me sabría como si fuera el primero luego de tantos años de vivir lo que nadie en sus trece apodaría vida.

(Suena atrás la canción: ...mejor arder que desvanecerse.)

     No esperaría Indra terminar arrollada por una mole aún más pesada que ella, como tampoco se figuraría Tomás López que encontraría una muerte así de extravagante. Antes de hacer esfuerzos para entender qué diablos hace una elefanta en media carretera, valdría preguntarse qué carajos estaba haciendo en un circo. La pregunta que Indra seguramente nunca consiguió responder.

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25 de septiembre de 2008
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Signo de victoria y muerte

Los actuales escolares serán, quizás, los primeros niños españoles para quienes el signo de la cruz ya no sonará como el bajo continuo de todo lo visible. Desde el siglo octavo y hasta hace unos decenios, la cruz ha sido el signo más repetido, más presente en el espacio y en el tiempo de los españoles. También en otros lugares, en los extintos estados vaticanos particularmente, pero sin la fiera intensidad con que entre nosotros se imponía, como si fuera la firma al pie de un permiso de vida. En España la cruz, la cruz impenetrable, había nacido en respuesta a la afilada media luna, el arco blanco con ojeras femeninas contra el que se alzó Santiago y aunque nosotros ya lo habíamos olvidado, la cruz mantenía su nervio guerrero y nos trabajaba en el silencio nocturnal.

Por eso choca, al cabo de los años, percatarse de que la cruz tardara en ser signo cristiano y que su historia sea novelesca y enigmática. Porque la cruz de tosco palo que marcó nuestra mirada para siempre en las escuelas, comenzó siendo una cruz de luz sobre el cielo blanco del mediodía romano. En el año 312, poco antes de la batalla decisiva, el futuro emperador Constantino, cegado, alzó una mano a modo de visera, atónito por la vehemencia de una luz obstinada que encandecía la mañana. Y vio una cruz luminosa flotando sobre la misma luminosidad. Su razón le decía que aquello no podía ser visible, pero él lo estaba viendo. O quizás no, porque en otro de los relatos escritos por Eusebio de Cesarea, su biógrafo (que nunca sabremos si es verdadero y si, como dice, así se lo confesó el emperador, o si fue una invención turiferaria o un fraude), cuenta también que lo divisado por Constantino no fue la cruz sino una leyenda que decía: "In hoc signo vinces". ¿Qué importa? El emperador adivinó que aquella era señal de un dios poderoso y enterado de que cierto mago oriental había muerto ajusticiado, pero que sus seguidores lo tenían por un dios al que llamaban "el Ungido", es decir, el Cristo, mandó grabar en los escudos de sus soldados las iniciales del mártir, Chi Rho, que en mayúsculas daban una X y una P, las cuales figuraban al siguiente día en decenas de miles de escudos golpeados por espadas y en el estandarte imperial, el lábaro, horas antes de que en el puente Milvio con fuerza rabiosa Constantino arrasara a las huestes de Majencio y se hiciera con el poder absoluto. El signo del Ungido, el Crismón, fue a partir de aquel momento el amuleto personal de Constantino, el que le cuidaba en las batallas.

No por eso los cristianos, ya legalizados e incluso favorecidos por el poder, usaron la cruz como signo común. Apenas si la trazaban sobre la frente para espantar a los demonios y se reconocían entre sí mediante ese conjuro mágico con el que captaban la simpatía del poderoso mago que había hecho cristiano al emperador. Porque el signo cristiano era entonces la figura de un pez, más leve y bendita que ese patíbulo de suplicio, ese madero manchado de sangre en el que nadie podía reconocerse sino quizás un sanguinario emperador colosalmente ambicioso y asesino de sus allegados. Vendrá luego la leyenda, falsa o dudosa, sobre la madre de Constantino, la que desenterró la cruz del Ungido para hacer con ella finas astillas que luego figurarían en todos los relicarios de la cristiandad hasta dar un peso excepcional, como si la cruz del Gólgota fuera de uranio. Sólo casi cien años más tarde, en Bizancio, con el emperador Teodosio, la cruz comenzaría su pasmosa ascesis para limpiarse de la sangre y olvidar la tortura, hasta aparecer simple y desnuda: unos brazos abiertos que acogen a cuantos sufren o padecen injusticia, los simples, los perdidos, los abatidos.

Tengo ante los ojos la gran cruz de Justino II, la Crux Vaticana guardada en el Tesoro de San Pedro, una de las pocas que han sobrevivido al exterminio del cristianismo oriental, sin duda pieza de mucho valor en la Constantinopla del siglo sexto. El relicario interno contiene un alma de la Santa Cruz y la cruz misma está cubierta de gordas gemas. Debió de servir como protección contra la esterilidad, el mal de ojo, la posesión, la enfermedad bubónica, los jueces corruptos, la cicuta. Estas grandes piezas, pero también las pequeñas, tenían mucho poder contra los demonios, es decir, contra los dioses antiguos que, aunque vencidos, seguían hostigando a cristianos y paganos. La cruz aún no sostenía un cadáver. El Cristo no aparece como dios muerto hasta mucho más tarde. En sus primeras imágenes bizantinas, cubierto de túnica púrpura, en majestad, vuela con los brazos abiertos como gran ave. Estas piezas guardaron su poder largo tiempo. Todavía es posible ver, hoy día, en alguna parte de Andalucía, figurillas de madera o piedra que mantienen una eficaz fuerza de apaciguamiento de los demonios, que sanan a los escrofulosos, que limitan el dolor de quienes paren hijos hidrocefálicos, que sanan del pasmo o protegen a las plantadas en cinta. Fuerza mágica de antigua energía griega y romana que es la de aquellos demonios ahora esclavizados bajo tierra, pero siempre vigilantes para escapar por una grieta y atacarnos y confundirnos.

Todo esto latía agazapado en las cruces de nuestra infancia, pero nosotros nunca lo supimos. Y hoy es ya demasiado tarde.

Artículo publicado en: El Periódico, 24 de septiembre de 2008. 

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24 de septiembre de 2008
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Los temas hispanos

Prosigo la conversación con Gabriel Guerra Mondragón, miembro del Comité Nacional de Finanzas de la campaña de Obama. Enumera los temas predominantes entre el electorado hispano, la migración, la economía, la salud y la educación. Insiste en que el tema del aborto es un factor de importancia, pero no determinante.

"McCain tiene un problema", agrega, "pues el tema inmigratorio es importante para los latinos."

Guerra Mondragón recuerda que McCain ha ocupado posiciones contradictorias recientes sobre los inmigrantes. Presentó un proyecto de ley bipartidista, junto al Demócrata Ted Kennedy, que hubiera acordado el acceso gradual a la nacionalidad a los 12 millones de inmigrantes ilegales. El proyecto gozó de mucho apoyo entre los hispanos, pues la inmensa mayoría de los ilegales son mexicanos o latinoamericanos. Formaba parte de la vertiente inconformista y rebelde del republicano McCain, que, a menudo, ha llevado la contraria a los de su partido. Pero, precisamente el ala conservadora del Partido Republicano se opuso al proyecto y no pasó el voto del Senado, a pesar de que el mismo Bush deseaba aprobarlo.

Desde que llegó al poder, Bush consideró el voto hispano esencial para poder consolidar una mayoría republicana duradera. Proyectaban ganarse a una buena parte de los electores latinos con temas conservadores y abandonar el Partido Demócrata a mano de los sindicatos, las feministas, los negros y otros grupos. Empleo aquí la palabra negros y no afroamericanos porque no todos los negros lo son. Existen muchos inmigrantes de Jamaica, Trinidad, Guyana y las antillas inglesas, además de los haitianos y de los africanos que no se consideran afroamericanos.

Al presentar el proyecto, McCain, por su parte, pensaba en su campaña presidencial. Si lograba abrir el campo político a su izquierda, hacia los latinos, no tendría, probablemente, que contar demasiado con la base de derecha del partido. Pero, no ha sido así, pues los conservadores han logrado oponerse a cualquier apertura que sea sobre el tema de la inmigración.

"McCain se lanza en campaña" prosigue Guerra Mondragón, "este tema lo hundió, debido a la base". McCain tuvo que dar marcha atrás y proponer, primeramente, terminar de erigir la muralla entre las dos fronteras y, luego entonces, comenzaría a discutir el tema. Pero, por esa misma razón, el electorado latino se encontrará difícilmente al alcance de McCain.

"El objetivo de Obama en estas elecciones", dice Guerra Mondragón, "es llegar al nivel del voto hispano durante la campaña de Gore, que ha superado a todos los candidatos presidenciales hasta ahora". Del 60 al 70% de los latinos prefiere a Obama, pero para asegurar una victoria clara habría que rebasar, en casi todos los estados en donde existe población hispana importante, la cifra del 60%.

De todos los estados indecisos en los que los hispanos juegan un papel clave, Florida el más importante, debido al importante número de colegios electorales de los que dispone.

"Según las últimas encuestas", afirma Guerra Mondragón, "la situación está muy cerrada". La meta de Obama es recoger, modestamente, un 30% del voto cubano en la región de Miami, que ya se logró con Bill Clinton, y, en la región de Orlando y Tampa, poblada por puertorriqueños y otros latinos, obtener un 80%. Para ello, Obama cuenta con una campaña bastante bien organizada, con numerosas oficinas locales, voluntarios y la inscripción de muchos nuevos electores.

Recientemente, el nuevo elemento en la campaña es el tema de la crisis financiera, que domina las noticias diarias desde hace dos semanas.

"Cambia la temática de la campaña", concluye Guerra Mondragón, "Es el tema principal. Las crisis económicas siempre han favorecido a los Demócratas". Y, recuerda que, según Obama, la situación surgió por causa de los 8 años de desregulación republicana y del dominio por los republicanos de la rama ejecutiva federal.

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24 de septiembre de 2008
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García Lorca

No sé qué morbo puede tener abrir una fosa común de la Guerra Civil y sacar los restos de los asesinados para enterrarlos en otra parte. La utilización de la palabra "morbo" por parte de la familia de Federico García Lorca para justificar su deseo de que los restos del poeta descansen donde cayeron el terrible día de su fusilamiento me ha parecido excesiva tratándose de una situación que no es única, sino en la que se encuentran miles de afectados. La figura de García Lorca, su obra, su personalidad, su trágica muerte siempre ha suscitado un enorme interés, un gran poder de atracción, que a nadie se le ha ocurrido, hasta ahora, llamar morbo, pero que una vez despertada la fiera.... quién sabe. Aparte de que la postura de la familia García Lorca no tenía futuro puesto que con el poeta están enterradas otras personas, cuyas familias sí quieren que se abra la fosa y tienen todo el derecho de hacerlo.

A mí particularmente lo único que me importa es lo que nos dejó escrito, pero su figura está inmersa en el proceso de recuperación de la memoria histórica que a todos nos concierne, a quienes hemos tenido a alguien en una fosa común y a quienes no. 

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24 de septiembre de 2008
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Orgullo, prejuicio… y dinero

Los editores de una popular edición de bolsillo de la novela de Jane Austen Pride and Prejudice ofrecen en un apéndice una selección de comentarios que han realizado sobre el libro afamados escritores de lengua inglesa. /upload/fotos/blogs_entradas/jane_austen_pride_and_prejudice_2_med.jpgJunto a la propia Jane Austen figuran Walter Scoot, Mark Twain, Somerset Maugham, Charlotte Brönte, etcétera. Cabe añadir a Rudyard Kipling, evocado en la introducción de Carol Howard, quien, en uno de sus relatos cortos hace referencia a soldados ingleses, combatientes en la Gran Guerra, unidos en una sociedad secreta con el nombre de Jane Austen. Estos soldados compartirían un sentimiento de nostalgia "por un mundo de estabilidad social, moral y económica, en el que, sin embargo, los caracteres fuertes se hallarían en condiciones de llevar a cabo lo que se habrían propuesto sin sacrificar sus sentimientos", escribe Howard.

Elisabeth Bennet, la protagonista de la novela sería el paradigma de esta singular disposición, distanciada respecto a los intereses inmediatos, fiel en todo momento a sus principios, y desde luego -en esa campiña inglesa protegida de los avatares de la industria incipiente- adalid de la causa de mujeres fieles a su corazón e idearios, y que se negarían a inmolarlos en razón de la ambición o la mera angustia por el futuro.

Pues bien, me ha llamado la atención que en ninguno de estos comentarios, ni tampoco en los de aquellos -que los hay- críticos, y hasta sarcásticos, con la atmósfera supuestamente etérea en la que bañarían los personajes, se diga una sola palabra de algo evidente, a saber, que en tal atmósfera llega desde algún lado un perfume sospechoso, que cuando el viento arrecia se convierte en verdadera peste.

Pues determinados o no por el orgullo, el sentimiento de clan, la convicción religiosa, o la mera estupidez, los comportamientos de los personajes se hallan marcados por algo primordial: la pasta, ese dinero al que en un texto anterior me refería con la expresión "es mi alma", y que desde luego, constituye el verdadero engrasador de los ejes de esta edificante historia.

Obviamente el dinero es el único acicate que mueve a Wickham y a esa síntesis de arrivismo y estulticia que es el clérigo Collins, pero también el dinero esta anclado en el alma de la protagonista, de lo cual daré mañana un indicio, empezando por recordar la circunstancia.

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24 de septiembre de 2008
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Fumando espero

/upload/fotos/blogs_entradas/fumandoespero3_med.jpgJorge Ángel Pérez

Bid & co.editor (Caracas, Venezuela)

Virgilio Piñera fue un poeta y dramaturgo cubano cuya obra le valió un gran prestigio (pasa por ser el primer representante del teatro del absurdo) pero cuya nunca negada homosexualidad le costó ser condenado al ostracismo por las autoridades castristas. Fumando espero narra el inicio del exilio bonaerense de Virgilio Piñera, donde convivirá con personajes públicos tan variados como Perón y Evita, Jorge Luis Borges, las Ocampo, Josephine Baker o un Witold Gombrowicz realmente insólito y casi irreconocible para el lector normal.

Quienes gusten de los relatos tremendistas, barrocos, extremistas y disparatados no deberían dejar pasar la ocasión de comprobar si este libro - por otra parte original y bien escrito- les ofrece la clase de sobresaltos y emociones fuertes que ellos le piden a un relato.

José Ángel Pérez, el autor, parece ser hombre al que le gusta el riesgo y llevar las cosas hasta el extremo. El problema es que a ratos va tan embalado, o le fascinan de tal modo las posibilidades expresivas de lo que está contando, que da la sensación de no saber parar a tiempo. Y como les ocurre a los toreros tremendistas, a fuerza de alargar la faena les van cayendo amenazadores avisos que acaban desluciendo sus méritos.

El lector tendrá ocasión de comprobar la clase de desmesura a la que me refiero según vaya pasando episodios como la etapa infantil del Piñera identificado con Madame Pompadour,  la presentación de los personajes con los que convive en la pensión bonaerense (por otra parte geniales) o las diversas aventuras con la vidente cegata. Pero donde más expresivamente se ven la ventajas/inconvenientes del gusto del autor por llevar las cosas hasta el extremo es cuando al Virgilio Piñera alumno de una escuela militar le da por seducir a un guapo compañero recurriendo a una decoración artística de su pubis y aledaños. Según José Ángel Pérez, con la sola ayuda de unas tijeritas y las pinzas de cejas de mamá es posible tallar un "pubis churrigueresco" en el que unas escenas del Beowulf  pueden ser sustituidas por otras de Rolando y la retaguardia de Carlomagno con olifante y todo, pero que dejarán paso a su vez a Tristán e Isolda, finalmente sustituidos por el Cid y doña Urraca, Bellido Dolfos y el rey Sancho como comparsas. A esta clase de exceso en la tauromaquia lo conocen por cargar la suerte y es una práctica que tiene tantos partidarios como detractores. Para compensar, la secuencia se acaba con un apocalíptico incendio y la correspondiente  intervención de los bomberos, uno de los cuales, por descontado que muy apuesto y viril, da ocasión a una cómica situación a costa de sus dos mangueras, una, la reglamentaria, y otra, la propia. Y conste que la terminología corresponde por entero al ardoroso Virgilio Piñera, un irredento entusiasta de las mangueras.

Al mismo tiempo, Jorge Ángel Pérez demuestra ser un eficaz usuario del leitmotiv. Una simple manía del personaje -quiere ser inmortal y para ello busca un embalsamador que le asegure la pervivencia de sus manos, que son lo más bello de su cuerpo- le permite usar ese motivo como punto de referencia en los continuos saltos de tiempo y espacio, pero también para imbricarlo en la narración casi como un personaje  más. Desde el fallido intento de ver en Buenos Aires el cuerpo embalsamado de Manuel de Falla (el autor del Amor brujo murió en la ciudad argentina de Córdoba y fue  debidamente  preparado para el traslado a su Cádiz natal) hasta la creación de un disparatado comando cuya misión será atentar contra el cuerpo de Evita Perón, Jorge Ángel Pérez sabe sacarle un enorme partido al embalsamamiento.  El cual es un deseo de pervivencia que deja traslucir inequívocamente la angustia que le provoca la suerte que ha de correr cuando regrese a Cuba y sea perseguido, encarcelado y ninguneado por los valientes revolucionarios castristas, tal y como le predice una nueva vidente, esta vez rusa, que ha venido a sustituir a la cegata. Y todo sigue así hasta el final.

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24 de septiembre de 2008
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Para siempre

El principio de los peores males radica en la obstinada idea de que las cosas deban ser (implícitamente) para siempre. /upload/fotos/blogs_entradas/pesame_1_med.jpgEste es el principio que hace exageradamente trágica y aspaventosa la separación de las parejas, pero igualmente la muerte de un perro, el cambio de un puesto de trabajo, de una pertenencia o de una nación. Las pérdidas de cualquier sujeto, objeto o situación determinados coinciden con el miedo a la indeterminación y, de paso, con la consideración del cambio como fenómeno dañino. Una consideración que coincide con la clase de pensamiento, de persona y de sociedad que tuvo su vigencia hace más de un siglo y que, tampoco, volverá más.

La vida sin cambios e imprevisiones, sin desenlaces ni sustitución de asideros, acaso no ha existido nunca pero renegar de ello actualmente es tanto un anacronismo como una muestra de obsolescencia que linda con la preferencia de lo mostrenco.

Los miles de divorcios tras el verano que ahora publican todos los periódicos encierran coherentes e intensas dosis de dolor pero no debieran conllevar también sentimientos de fracaso. La frustración y el fracaso poseen sentido cuando una meta preestablecida no se alcanza pero ¿quién puede pensar hoy que la meta de la invariabilidad, la ambición de la continuidad y la inmovilidad puedan ser metas cabales y marcarse la perdurabilidad no aluda sino a un imaginario extinguido y disecado ya?

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24 de septiembre de 2008
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La bestia

El mundo se divide entre cazadores y presas. Unos capturan y otros son capturados. Unos tienden su tela de araña y otros caen en ella.

Así, a primera vista, ustedes podrán creer que esta cita está extraída de algún texto de ideología delirante, de aquella que abundaba en épocas de mal recuerdo y hoy todavía reproducen ciertos marginales extremistas. Pero no es así. Se trata de un texto publicitario que sirve para promocionar una cámara fotográfica. El anuncio, encabezado por aquellas frases, ha sido desplegado a toda página en repetidas ocasiones en los periódicos. Es muy probable que ustedes lo hayan visto. Junto al texto, a la izquierda, hay un rótulo bien visible con dos palabras: Bestia Negra. Debajo del rótulo hay una mujer con mirada más o menos ávida.

No tengo ni idea si el mencionado anuncio ha merecido la atención de las instituciones que velan contra la discriminación y el racismo. Nadie, desde luego, lo ha prohibido, a juzgar por su permanencia en los medios de comunicación. Con todo, no deja de ser chocante que ninguna voz de nuestra democracia se escandalice ante el hecho de que el mundo se divida entre cazadores y presas, de modo que unos cazan y otros son cazados. Esta constatación didáctica debería despertar cierta alarma. Pero al aparecer nadie se extraña si encuentra en su periódico, y a toda plana esta declaración de principios.

Una primera explicación es que se trata de un recurso publicitario, y ya se sabe, al lenguaje de la publicidad se le permiten licencias que jamás permitiríamos en otros lenguajes. Si un político proclamara que el mundo se divide entre cazadores y presas lo tacharíamos inmediatamente de fascista; si un periodista, en un editorial, opinara que estamos en esta vida para cazar o ser cazados sería probablemente expulsado de su periódico. Especialmente, claro, de utilizar el tono apologético del anuncio que nos ocupa.

A la publicidad, en cambio, se le supone una dimensión de encantamiento colectivo que justifica casi todas las afirmaciones. Es algo así como un cocktail de información, camuflaje, sugestión y embuste; lo malo es que acostumbramos a ignorar los auténticos ingredientes que forman el combinado. Aparentemente, a la publicidad -y no sólo a la explícitamente calificada como publicidad engañosa- se le otorga una cierta vía libre para el manejo de la mentira, con tal de que esta mentira sea encantadora.

Al fin y al cabo, ¿alguien se toma en serio los mensajes de la publicidad? ¿Alguien cree verdaderamente que para cuidar su ego debe comprar un coche o que para librarse de tal ego deba adquirir un reloj? Como a la industria publicitaria no son recursos económicos lo que le faltan, sus creativos -una denominación modesta- reproducen para los consumidores cualquier condición virtual: seremos místicos, budistas, guerreros, ingenuos, vanguardistas o lo que quieran que seamos, siempre que compremos lo sutil o groseramente anunciado.

¿Influye en nosotros esta metamorfosis por la que navegamos de anuncio en anuncio? No, en cuanto reconocemos las reglas del juego del teatro publicitario, con sus ficciones y trucos mágicos; sí, en cuanto la gota malaya de la propaganda va horadando nuestra conciencia hasta hacernos indiferentes ante afirmaciones más o menos monstruosas. ¿Compartimos la invitación a que el mundo se divida entre cazadores y presas? Sí y no.

A este respecto sería injusto citar sólo el ejemplo del anuncio de una cámara y olvidarse de todo el bestiario al que estamos habituados, con especies de todos los colores. Acordándonos de la feliz bestia roja de estos últimos tiempos (¡vaya cambio simbólico de un color!). Es difícil separar qué había en ella de teatro de encantamiento publicitario y qué de gota malaya de una propaganda necesariamente nefasta.

Sin embargo, hay un método, bastante infalible me parece, para averiguarlo. Cuantos, transportados por el patriotismo, elogiaron el seguimiento publicitario de la selección española de fútbol durante la pasada Eurocopa y de los distintos deportistas nuestros en los recientes Juegos Olímpicos, en campañas de intensidad sin precedentes diría yo, podrían ser encerrados durante unos días con la sola compañía de una pantalla que trasladara a sus retinas los apoyos publicitarios de que gozaron las selecciones y deportistas de otros países. Es decir, que los seguidores de la bestia roja, tan maravillados con las cosas que se dijeron de ésta, fueran obligados a tragarse las maravillas que simultáneamente adornaron las trayectorias de las bestias azules, naranjas, blancas o verdes; a menudo unas contra otras o todas contra todas.

Estoy casi seguro de que tras esta prueba, el prisionero del magnífico bestiario sabría más acerca de su propio fanatismo. Imagínense ver una y otra vez a estos héroes míticos que la publicidad ha creado, no como los nuestros, sino con caras alemanas, chinas, italianas o rusas, "nuestros rivales". Dejarían de ser, de golpe y con trauma, esos gladiadores, esos caballeros medievales, esos combatientes de grandes causas, esos soldados futuristas, esos chicos entrañables. Serían unos tipos insoportables que, con piruetas extravagantes y pesadas, invaden nuestras existencias.

¿Nos hemos creído lo que nos han contado de la bestia roja? Sí y no; al igual que ha sucedido en los países con bestias de otros colores. No, porque, si lo pensamos un instante, sabemos perfectamente que sólo se trata de chicos que chutan o encestan la pelota en hermosos juegos que, aunque levanten millones y pasiones, son únicamente esto, juegos; sí, porque, convertida la magia en propaganda pura, hemos contemplado masas magnetizadas y dirigentes enloquecidos en una comunión que a la fuerza tiene que ser lo más trascendente que ha sucedido en lo que va de siglo.

Con todo no se nos concede el más mínimo respiro y si tras la cima de propaganda total que significó la Eurocopa llegó, todavía más abrumador, el espectáculo olímpico, ahora ya las máquinas vomitan furiosamente la epopeya de la nueva temporada. Apenas importa la dudosa ejemplaridad de unos mercenarios de lujo vendidos por cantidades obscenas al mejor postor (sea éste un especulador español, un jeque árabe o un millonario ruso); lo que importa es el fabuloso negocio que convierte a los mercenarios -siempre que sean nuestros- en supuestos héroes de leyenda. Y todo gracias a la habilidad con los pies.

¿Y los cerebros? Me acuerdo que hace cosa de un año hubo una Eurocopa de cerebros en Valencia. Certamen Europeo de Jóvenes Científicos se llamaba oficialmente. Según informó este periódico, España no obtuvo ninguno de los tres primeros premios, ninguno de los tres segundos, ni de los tres terceros. No entiendo cómo no se hizo ninguna campaña publicitaria exhaustiva del evento pues, como suelta un anuncio que ha hecho compañía al de la Bestia Negra, "tenemos que ser realistas y pedir lo imposible".

El País, 14/09/2008

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24 de septiembre de 2008
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III. Viejos fantasmas ruidosos

/upload/fotos/blogs_entradas/la_maravillosa_vida_breve_de_oscar_wao_med.jpgJhumpa Lahiri ganó el Pulitzer a los 33 años, envidiable edad para tocar la gloria, y Junot Diaz lo ha ganado también este año con su primera novela La maravillosa vida breve de Oscar Wao, después de haber cosechado fama con su libro de cuentos Drown (El ahogado). Mientras tanto, Daniel Alarcón, nominado entre los 21 mejores novelistas jóvenes de Estados Unidos por la revista Granta, estremeció a la crítica con su novela  Radio Ciudad Perdida, publicada en 2007.

Junot Díaz y Daniel Alarcón, separados por una década en cuanto a sus fechas de nacimiento, algo que en la vorágine de la literatura latinoamericana puede convertirse en una brecha insondable, además de su doble hilo común, el inglés como lengua de expresión literaria, y su condición de emigrantes, o hijos de emigrantes, se identifican todavía más por otro factor que llevan en sus propios genes literarios: los fantasmas de la realidad latinoamericana que nos persiguen a todos, escribamos en español, o en inglés. Y cuando digo realidad estoy hablando de la que tiene que ver con la vida pública, la realidad social y política, la que proviene de la historia reciente, o de la historia lejana. Las dictaduras, el terror. República Dominicana y la dictadura de Trujillo; Perú y Sendero Luminoso. Los viejos fantasmas no dejan de hacer sonar sus cadenas al arrastrarlas.

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24 de septiembre de 2008
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