Marcelo Figueras
La muerte aceptó al fin que Paul Newman le impusiese sus términos, arrancándole una última dignidad a la enfermedad más cruel. Murió en su casa de Westport, Connecticut, tal como había querido, en compañía de la que fue su mujer durante 50 años, la aún luminosa Joanne Woodward. (Cuando le preguntaban por la perdurabilidad de su matrimonio, Newman solía decir: ‘Tengo el mejor steak en casa. ¿Para qué salir a buscar hamburguesa?’)
Aunque estaba convencido de que su apostura le jugaba en contra (alguna vez bromeó que su carrera acabaría el día que sus ojos se volviesen marrones), nunca sobreactuó a lo Brad Pitt ni eligió papeles destinados al impacto fácil. Simplemente confió en que la cámara percibiría la inteligencia que operaba por detrás de esos ojos azules. Y la cámara no le falló: en Hud, en The Hustler, en Cool Hand Luke, en Butch Cassidy and the Sundance Kid, en The Sting y en The Color of Money -donde volvió a interpretar al Fast Eddie Felson de The Hustler, veinticinco años después- se convirtió en la clase de hombre que uno soñaba ser, uno que vive intensamente sin llamar demasiado la atención sobre sí mismo. ‘El truco’, dijo alguna vez, ‘es entrar y salir de este planeta con el menor alboroto posible’.
Conoció el peor de los dolores cuando perdió a su único hijo varón, Scott, en 1978. Se convirtió en el rostro de unas salsas famosas, cuyas ganancias donó por completo, después de deducidos los impuestos, a las obras de caridad. ‘No estoy aplicando al rol de santo’, solía decir. ‘Tan sólo creo que en la vida hay que ser un poco como el granjero, que devuelve al suelo lo que tomó de su seno’.
La última vez que lo vi actuar fue en la miniserie de HBO Empire Falls, donde interpretaba a un viejo tan extravagante como querible. Desde entonces se me metió en la cabeza que uno de los personajes de mi nueva novela, llamada Aquarium, tenía su rostro; se ve que le estaba pidiendo prestada esa dignidad que parece haber sobrevivido a todos los dolores.
Y Newman, que como resulta evidente era un hombre generoso, no me dijo que no.