Rafael Argullol
Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto al espectro loco de Aguirre.
Delfín Agudelo: ¿Te refieres al protagonista de Aguirre, la cólera de Dios de Werner Herzog?
R.A.: Sí, me refiero a él, y a la vez al personaje que desde mi juventud me fascinó como representativo de una determinada visión, de una determinada voluntad de poder: el conquistador loco y paranoico que era Aguirre, quien marchó a la conquista del Dorado por las tierras del Amazonas y colombianas, siempre con la ambición de llegar a la ciudad de oro, pero al mismo tiempo con la necesidad de forzar hasta el máximo la voluntad del hombre y su lucha con la naturaleza. Creo que debemos agradecer a Herzog que fuera capaz de captar esa especie de quintaesencia del descubridor loco que se lanza a la aventura de una manera prometeica pero también mefistofélica, intentando llegar al final de sus objetivos y sin tener ningún problema en causar todo tipo de destrucciones con tal de llegar a conseguir su trofeo. En la película el personaje de Aguirre, maravillosamente encarnado por Klaus Kinski, concentra toda la gestualidad de esa voluntad de poder -constructiva y destructiva al mismo tiempo-, capaz de las mejores hazañas y peores exterminaciones al mismo tiempo bajo un objetivo que aparentemente es siniestro y sórdido como lo es el oro y la conquista del Dorado. Ese gran objetivo codicioso llega incluso a sublimarse para adquirir un aspecto casi trascendente. Si somos justos con Aguirre -al menos con el Aguirre que nos presenta Herzog-, evidentemente es un loco codicioso, pero finalmente también es alguien que llega a experimentar con los límites mismos de la voluntad humana y de sus posibilidades ante la naturaleza.