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Doce quehaceres en quiebra / III

Por 29 de septiembre de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

9. Telegrafista. Técnicamente, se trata del señor que se encarga de hacer funcionar el aparato, no del que lo maneja ni del que lleva el mensaje a destino, pero seguramente somos mayoría quienes naturalmente pensamos en esos tipos francamente estrambóticos que saben expresarse a golpecitos. Uno de esos quehaceres que algunos siempre envidiamos en secreto, pero jamás nos dimos el tiempo de aprender. Hay una cierta dosis de poesía dactilar en el empleo de la clave Morse: alta tecnología del ingenio que la gente tendría que dominar, así fuera para poder secretearse sin para ello tener que abrir la boca. ¿Quién no disfrutaría de una declaración de amor expresada con toques largos y cortos en la piel? ¿Cuántas zonas del cuerpo serían muy dichosas de recibir tan delicados mensajes?

10. Ropavejero. Su solo apelativo es un atentado al glamour. "¡Ropa usada que venda!", gritaba el personaje y uno, niño curioso, se imaginaba a un hombre acaudalado, pues de seguro cargaría el capital bastante para hacerse con los ajuares de la colonia entera. Afortunadamente nunca supe cuánto ofrecía por cada prenda, menos dónde y a quién se las vendía, pero cualquiera que haya estado en una venta de garage sabe que en este mundo menudean los rotos y los descosidos, cada uno con el precio que siempre habrá alguien dispuesto a pagar.

11. Fichera. Eterna terapeuta del noctámbulo, profesora de baile del imberbe, pariente miserable de la vedette, mitificada de patética manera en varias de las peores inmundicias del cine mexicano (con el perdón de la entrañable Sonora Santanera). Quienes llegamos tarde a esta tradición mal podemos jactarnos de conocerlas, pues aun si alguna noche cruzamos el umbral de un tugurio siniestro en procura de esa rara experiencia, la encontramos al cabo desfalleciente, desgastada, olvidable. Hay quienes inclusive se indignan de saber que estas chicas de costumbres vetustas se atreven a cobrar por cada ginger-ale a precio de champaña que consumen, como si su negocio consistiera en gorronear bebidas de segunda. Lo cierto es que, mea culpa, me aburre intensamente su compañía, o será que está llena de la tristeza honda y ancestral de los sobrevivientes de la noche. ¿Quién quisiera, además, verlas de día?

12. Carretonero. No recuerdo a ninguno. Pasé cantidad de años sin siquiera saber en qué concretamente consistía su oficio, pero desde muy niño los oigo mentar. Siempre que mis mayores se referían a las verdaderas palabrotas -cuya sola mención delante de la familia me habría acarreado una segura bofetada- las llamaban groserías de carretonero. Ahora que sé que los carretoneros debían pasar sus días empujando un carretón lleno de variopintas mercancías, entiendo que se hicieran fama de blasfemos. Basta con que me vea obligado a empujar -cargar ya no digamos- cualquier objeto más pesado que yo, inevitablemente se me escapan docenas de pinches, putamadres y carajos, que a su vez tienden a quedarse cortos si encima de eso atino a darme un chingadazo. Hoy día, el uso exagerado de las palabras gruesas les ha quitado chispa, fuerza y resonancia. Atención, carretoneros: ya va siendo hora de renovar las blasfemias.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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