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Buñuel, entre dos mundos

Hemos vista la exposición sobre Buñuel en México. Excelente recorrido entre las luces y las sombras, un paseo por sus obsesiones. Tan suyas, tan nuestras. Lo oscuro y lo claro peleando en el interior, y en los exteriores de Buñuel. En el catálogo nos encontramos con una de las imágenes más sorprendentes de la iconografía buñuelesca. La reproducción de un Cristo, coronado de espinas, con la soga al cuelo y seguramente a punto de subir a la cruz... y sin embargo el Cristo está riendo, más que riendo, vemos una feliz y liberada carcajada. Hermosa imagen que nos saca del retórico valle de lágrimas, de la condena del sufrimiento. Si Cristo se ríe de su propia desgracia, de su trágico destino, también podemos nosotros hacernos unas risas.

Incluso reírnos de nuestros propios miedos. De nuestras soledades. Escaparnos de ese destino del solitario, del Robinsón que tanto le interesó a Luis Buñuel.

Hizo una de sus más desconocidas películas. Interesante por tantas cosas. El personaje literario de Robinson Crusoe. Ese mismo que años después de la invención de Daniel Defoe le parecía al extraño escritor francés, extremista político, suicida, Drieu La Rochelle el símbolo humano por excelencia: "Un hombre solo, perdido para todo, y que construye su casa. Y lo hace porque cree que alguien le mira y aquello se sabrá".

Hoy tengo ganas de reírme, sólo o acompañado. Reírme como ese Cristo de Buñuel. Reírme con Robinson sin compañía. Y mejor reírme en compañía. Y compartiendo, por ejemplo, unos dry martinis.

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3 de octubre de 2008
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Doble aventura

No sabemos todavía dónde estamos, ni conocemos el suelo que pisamos. Por no saber, no sabemos ni siquiera qué significado preciso tiene buena parte de lo que estamos haciendo. Pero hay que estar en este paisaje, es preciso explorarlo y se hace imprescindible seguir avanzando. Estamos en plena aventura. Los periódicos en papel se hallan en una fase que piadosamente podemos denominar de lento declive. Ese ejercicio insustituible y civilizado que es la lectura pausada y gustosa sobre hojas de papel impresas, normalmente matutina, acompañada de la primera colación, se está convirtiendo en una costumbre antigua, que camina hacia su extinción. La migración hacia el mundo digital es galopante, principalmente entre los más jóvenes. Habrá quien lo lamente. No es mi caso, pues significa ni más ni menos que llorar sobre la leche derramada: de nada sirve si no es para perder el tiempo y deprimirse. Una mutación como ésta hay que vivirla, estar en ella, participar de sus avatares y desafíos, celebrarla.
 
El periodismo de siempre sobrevivirá, precisamente, si sabe seguir siendo lo que es mientras se va adaptando a este nuevo paisaje. Este blog es un minúsculo y modesto ensayo en la pasarela entre el papel y lo digital. Una parte de los textos aparecen sólo en soporte digital, mientras que otros, una vez a la semana, aparecen en letra de molde impresa en el diario. Escribir cada día sobre la actualidad internacional es un ejercicio que tiene algo de deportivo: requiere entrenamiento y es un entrenamiento. Pero también funciona como un laboratorio: ahí están las pruebas, los experimentos y los borradores, realizados a plena luz e incluso a toda prisa. Periodismo sin red. Hacerlo además en un blog con comentarios abiertos significa ofrecerse al control, la crítica e incluso el humor bueno y malo de los lectores. Al principio cuesta aceptar la desenvoltura con que se juzga e incluso vapulea al autor de los textos; más adelante se agradece; puede decirse que uno se siente incluso más preparado y educado después de tal escrutinio (se aprende mucho de los lectores discutidores; por este lado, gracias).
 
Del alfiler al elefante es un joven blog -todos los blogs son jóvenes- que viene saliendo en El País desde abril de 2007. El nombre no es original ni propio. Es un homenaje y la expresión de una deuda. Lo utilizó Manuel Vázquez Montalbán a principios de los 70, en un diario vespertino: hubo una época en la que había vespertinos y matutinos, ahora estamos en la época en que muchos temen que llegue una noche sin periódico de la mañana siguiente. El diario se llamaba Tele/expres, se publicaba en Barcelona y fue todo un fenómeno de periodismo y pensamiento libres en un país que no lo era. Manuel Vázquez Montalbán fue uno de sus puntales a través de una columna diaria que incluía, bajo esta rúbrica, comentarios de política internacional y de temas culturales. En agosto de 2007 me permití el lujo, con el debido permiso de sus familiares, de construir una pequeña antología de estos artículos, que puede consultarse pinchando aquí.
 
Del alfiler al elefante llega ahora a El Boomeran(g), de la mano amistosa y sabia de Basilio Baltasar, gracias a que quien lo escribe acaba de incorporarse a una compañía de la que hay que sentirse honrado y mucho más que honrado: basta con ver la nómina de La Oficina del Autor para que sea evidente el privilegio y a la vez la responsabilidad que significa escribir al lado de plumas de tanta calidad y agudeza. El motivo es tan sencillo como estimulante: sale en los próximos días, bajo los estandartes que dirige Baltasar, el libro La Oca del señor Bush, publicado por Península, y vinculado estrechamente a las páginas del periódico y a la actividad de este blog. Es un ensayo en marcha, escrito a lo largo de los últimos cuatro años, y sustentado en unos textos, las columnas que publica El País los jueves en las páginas de Internacional, y los textos del blog, que han funcionado como borradores de esta work in progress, cerrada el 1 de septiembre, justo cuando empezaba la recta final de la campaña electoral norteamericana.
 
El blog tiene como objeto la política internacional, pero creo que nadie lamentará que por unas semanas se concentre en analizar y discutir la campaña presidencial norteamericana, a estas horas convertida ya en la más compleja y accidentada de la historia. Marcará un cambio de época, y por eso me ha parecido interesante seguirla con especial atención y proximidad. Los lectores de El Boomeran(g) me tendrán pues aquí a partir de ahora, siguiendo los avatares del enfrentamiento entre Obama y McCain, Biden y Palin. Y no dejaré, por supuesto, de estar con los lectores de El País, con los mismos textos en esta pasarela entre el papel y lo digital, entre El País y El Boomeran(g) y también alambre de experimentación y de debate. Feliz de estar aquí, muchas gracias.

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3 de octubre de 2008
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Cabaret

Desde Ginebra nos llegan estos días noticias sobre la posible desaparición del cabaret Voltaire en Zúrich, donde se gestó el movimiento dadaísta y se les dio un espléndido impulso a las vanguardias. El cabaret tiene casi cien años, y fue fundando aprovechando un antiguo café en Zúrich el 1 de febrero de 1916 por el alemán Hugo Ball y por la cantante berlinesa Emma Hennings, que lo rebautizaron con el nombre de cabaret Voltaire. En él formuló sus primeros manifiestos del dadaísmo el rumano Tristan Tzara, junto con Hugo Ball y con el alsaciano Hans Arp, que luego sería un famoso escultor no figurativo.

Más tarde frecuentarían el local y participarían del movimiento dadaísta artistas provenientes de América como Marcel Duchamp y Francis Picavia. Por allí pasaron también Kandinski, Paul Klee y Giorgio de Chirico. Del café salieron numerosos manifiestos y revistas, se celebraron numerosos espectáculos. El cabaret Voltaire es lugar de cita obligada en Zúrich para escritores, artistas y publico en general que cada día lo visita por centenares. Ahora han recortado las ayudas públicas, y los ciudadanos han decidido contribuir apoyándolo con sus impuestos.

La imagen del mítico café nos recuerda la de otros tristemente desaparecidos como el famoso café de El Pombo en Madrid, donde Ramón Gómez de la Serna y otros escritores y artistas realizaron una magnífica difusión de las vanguardias en España. Hoy, si exceptuamos el café Gijón y otros lugares de tertulia, la función pública de la literatura se reduce casi exclusivamente a las presentaciones de libros y a las mesas redondas.

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3 de octubre de 2008
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Galería de espectros: los campesinos del Ángelus

"Ángelus", Jean-François Millet, 1859Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros, he visto los espectros de los campesinos del Angelus.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres a aquél cuadro de Millet en que los campesinos miran solemnemente hacia abajo?

R.A.: Me refiero a este cuadro que desde siempre me ha interesado mucho por su capacidad de concentración, por su capacidad de esencia religiosa, de compenetración entre el hombre y la naturaleza, de expresión del trabajo como dignidad hasta el punto que lo calificaría como uno de los cuadros de más alta religiosidad de toda la historia de la pintura, superior por supuesto a muchas pinturas de tema religioso. Cuando a veces se da el debate sobre si el tema es el que marca o no el carácter religioso o profano del arte, en este caso la religiosidad viene dada por una actitud y no tanto porque haya un tema religioso explícito de fondo. Pero es que además creo que podemos calificar el Ángelus de Millet como la última gran pintura campesina europea, la última gran pintura en que el mundo campesino está en el centro del escenario. Y como tal, habría allí una admirable coincidencia entre ese crepúsculo del campesino como héroe del arte europeo y ese momento del Ángelus, el momento del final del trabajo cuando se produce el recogimiento por parte de los protagonistas, porque un ciclo ha culminado. La desnudez, la casi abstracción que tiene ese maravilloso paisaje de Millet, nos invita también a la meditación, a esa especie de soliloquio o de monólogo con nuestra conciencia, y al mismo tiempo nos expresa una exaltación de algo hoy día muy olvidado, que es esa exaltación del esfuerzo a pesar de que sea un esfuerzo que no conduzca al enriquecimiento, sino exclusivamente a la expresión de la propia dignidad vital.

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3 de octubre de 2008
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La aventura de pensar

Fernando Savater

Debate

Aparte de las diferencias intelectuales e ideológicas que mantiene con muchos de sus contemporáneos  (algunas tan estruendosas que incluso se pueden seguir en los periódicos) si algo distingue a Fernando Savater de sus colegas es la pasión que le pone a todo lo que hace. Ya sea pergeñarle una ética a Amador o espetarle un panfleto al Todo; ya sea cantar las excelencias de aquél mítico caballo árabe o contar las maravillosas aventuras de los personajes literarios que poblaron su infancia, hay que ser un verdadero cenizo para no acabar contagiado del entusiasmo que transmiten sus escritos. Y cómo no aficionarte a las carreras de caballos o cómo no dejarlo todo para releer a Stevenson o a Guillermo Brown. O cómo rechazar una invitación a repasar con él la vida y hechos de Nietzsche.

La aventura de pensarEn La aventura de pensar se trataba de darle un repaso al pensamiento occidental de los últimos 25 siglos y eso ha hecho. De un tirón. O mejor dicho, en 26, pues tales son los pilares que le permiten ir saltando desde Platón y Aristóteles hasta Sartre y Foucault. Por descontado que la selección de pensadores es arbitraria. Pero qué antólogo se ha visto libre de tal acusación. Siempre habrá quien eche en falta a este o aquél, o que proteste por la exclusión de su filósofo favorito. A mí, por ejemplo, me hubiese encantado conocer la visión que tiene Fernando Savater de Montaigne porque seguro que me hubiese descubierto un buen número de aspectos que a mí se me escapan. Por ello, y puesto que se trataba de elegir lo mejor de lo mejor,  en La aventura de pensar se advierten algunas ausencias notables, y también unas presencias que, como poco, resultan sorprendentes. Y entre estas últimas incluyo a Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset, y  no porque considere que no son dignos de mención, o porque piense que su obra no tiene suficiente entidad,  sino porque no es habitual encontrarlos entre los elegidos.

La explicación la proporciona el propio Fernando Savater en la Introducción: el proyecto original fue una serie de televisión sobre los pensadores que más han influido en la sociedad de principios del siglo XXI. Ahí es nada. Venderle a una televisión una serie de 26 capítulos en la que se hablará de forma digna y comprensible acerca de gente como Spinoza, Schopenhauer o Adorno. Contra lo que pueda parecer la serie se ha terminado sin contratiempos y la productora, la argentina Tranquilo Producciones, ya la tiene lista para su emisión.

Ese origen televisivo del proyecto explica suficientemente tanto el contenido de La aventura de pensar como la forma que se le ha dado incluso al ser pasada al formato libro. En principio,  la pantalla de una televisión no es el lugar idóneo para desentrañar el pensamiento de Hegel o Wittgenstein, por poner dos ejemplos evidentes. El telespectador medio está tan habituado al lenguaje de la imagen que el concepto se le enrevesa durante el breve espacio que media entre la pantalla y el oído, de forma que para cuando le llega al cerebro está hecho un verdadero lío. La única forma posible de llevar semejante empeño a la práctica era recurrir a una exposición clara, un desarrollo tranquilo y, por encima de todo, una capacidad de concisión sólo comparable con la necesidad de ir derecho a lo esencial y no enredarse en cuestiones poco relevantes.

No por casualidad, Fernando Savater goza ya de una prolongada experiencia docente y una no menos prolongada carrera como conferenciante, agitador, panfletista, combatiente de primera fila y escritor. O sea que a estas alturas ya no hay Heidegger que le arredre. Y ello es tan de agradecer como el ánimo que le pone a cada personaje.

Se trata, pues, de una obra de divulgación, y por lo tanto dirigida a un público amplio y no especializado. Pero al mismo tiempo es rigurosa, informada y sencillísima de leer. Y los incondicionales pueden estar tranquilos porque, con toda la seriedad y formalidad que la ocasión requiere, Savater se las apaña estupendamente para colar de cuando en cuando algunas de sus habituales bromas. Por ejemplo cuando, al hablar de Spinoza, confiesa que él leyó la Ética en la cárcel. Al parecer le proporcionó gran consuelo pues recomienda encarecidamente a los lectores que no se olviden de llevarse ese libro cuando vayan a la cárcel.

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3 de octubre de 2008
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II. El poder de las voces

A los compases del concierto de Tchaikowski seguía la voz engolada de un locutor que parecía hablar desde el púlpito para sentenciar: el derecho a la vida es inalienable (una palabra que me intrigaba tanto y que dejé reposar mucho tiempo en las páginas del diccionario porque me gustaba más en su misterio), nada, ni el orgullo de los hombres, ni la pasión de las mujeres podrán negar el derecho de nacer...

Y ya venían entonces, tras los anuncios del jabón Fab que lava y lava y nunca se acaba, las voces plañideras de las actrices y las otras mentoladas de los actores del Cuadro Dramático de Radio Mundial, los diálogos empalmados por las ráfagas y cortinas musicales, y cerrados siempre por el majestuoso de la orquesta con su fin de sinfonía. Era imposible perder el hilo de la narración, porque de una casa a otra las voces y los arpegios se repetían y también me seguían por la calle.

De allí vino mi fascinación literaria por las voces sin cuerpo, que me inducían a imaginar todo a partir de esas voces, voces que eran por sí mismas personajes, actuando en un escenario invisible en el que la credibilidad, es decir, la eficacia de la verdad fingida, dependía nada más de ellas, de su sonoridad, de sus modulaciones y matices. Y el gran premio lo recibía la imaginación de quien escuchaba. Imaginar a partir de las voces, o en función de la voces, darles cuerpo y rostro, que era una forma privilegiada de participar en el relato. Un premio que, de manera paralela, sólo ofrece la lectura, cuando en lugar de voces hay que descifrar signos.  

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3 de octubre de 2008
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Repudio de la entereza

Nuestras sociedades se reivindican a sí mismas como abiertas, descubridoras y hasta exploradoras de la alteridad. Al menos desde los trabajos de Lévi-Strauss, una suerte de interiorizada mirada etnológica nos haría dejar de considerar como extrañas manifestaciones, culturales (festivas, gastronómicas,  etcétera) que hasta hace poco eran juzgadas  como excesivamente elementales, primitivas, o incluso como signos de barbarie. Esta apertura a la alteridad, que desde luego es una singularidad de nuestra civilización, podría traducirse en que, distinguiendo lo profundo de lo contingente, se decantará un catálogo de valores universales, catálogo que sería la expresión de una universalidad antropológica en el terreno de la moral.

 Y sin embargo, como decía hace unos días, a veces parece que se asiste no ya a una relativización sino a una inversión de valores y  lo que debería  imponerse al buen juicio humano como constituyendo indiscutiblemente  una virtud es en ocasiones presentado como algo periclitado; señalaba que tal es el caso de la valentía, entendida como entereza ante la confrontación inevitable (como resultado de sentimiento de ofensa o injusticia e incluso para medirse a sí mismo), no sólo relativizada como virtud sino incluso reemplezada en la jerarquía de valores por su opuesto, la cual, eso sí, es convenientemente disfrazada de prudencia.

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3 de octubre de 2008
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El náufrago de las letras

Me encantó la entrevista que Braceli le hizo a Eduardo Belgrano Rawson y publicó durante el fin de semana adn, la revista cultural del diario La Nación. Belgrano Rawson es uno de los mejores escritores argentinos contemporáneos. /upload/fotos/blogs_entradas/el_nufrago_de_las_estrellas_med.jpgQue no goce de la difusión que merece, cuando libros como El náufrago de las estrellas, Fuegia y Noticias secretas de América figuran entre las novelas argentinas más perfectas y disfrutables de las últimas décadas, habla casi en su favor. Porque Belgrano Rawson es de la clase de tipos que no teme decir que el nacimiento de sus hijas lo puso más feliz que cualquiera de sus libros. ‘No importa lo que hagamos, ni nuestros libritos', le dijo a Braceli. ‘Lo que importa es cómo vivimos, eso es lo que va a hablar bien o mal de nosotros'. Y Belgrano Rawson, se nota, se ha dedicado a vivir bien. Esto es, lejos de conceder valor a las pavadas que desvelan a tantos escritores.

Debo haber empezado a leerlo sin darme cuenta, cuando escribía guiones de historieta para revistas como El Tony y D'Artagnan. Me pregunto cuáles serían sus seudónimos... Su padre era un profesor de filosofía que, apartado de su cátedra por cuestiones políticas, se convirtió en empleado bancario y criador de pollos. Belgrano Rawson lo vio morir joven, víctima de un cáncer fulminante, y debe haberse convencido de la importancia de no perder el tiempo en veleidades. ‘Escuché una frase china, y si no es china, a la mierda: ‘Apúrate, es mucho más tarde de lo que supones'. Apurate a disfrutar, dejate de pendejadas, tenés dos manos, dos piernas, dos ojos, diez dedos, otros diez, el bocho te funciona, ¡no seas imbécil!,' le dijo a Braceli, elaborando su propia filosofía. Debe ser por eso que se dedicó a hacer lo que más le gustaba, a enamorarse, a navegar, a mantener viva una familia. Y que bufen los eunucos, como diría alguien.

Lo que no significa que Belgrano Rawson no aplique el mayor de los rigores a su literatura. Manteniéndose tan apartado de los cenáculos como de las modas, ha construido una obra tan bella como envidiable. El fuego que lo impulsa es el único que cuenta. ‘Me acuerdo de una exhibición aérea en San Luis, había un tipo que daba una vuelta invertida que consiste, creo, en que el ala pase rozando a diez metros del suelo. Bueno, este tipo lo hacía, digamos, a cinco metros, el riesgo era inmenso. El instructor me decía: ‘¿Vos creés que alguien se da cuenta? ¡Nadie! Pero él lo quiere así, y ese es su orgullo y su pasión'. Con nuestros libros pasa igual, tratamos de rozar el ala en el suelo, aunque nadie lo va a notar'.

Esa es nuestra pasión y nuestro orgullo.

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3 de octubre de 2008
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A quién se escribe

"¡Que la mano que escribe ignore siempre el ojo que lee"! Esto escribió Jules Renard en su diario el 7 de julio de 1894. Naturalmente, la fecha es aquí lo de menos. Lo importante es, sobre todo, su conminación feroz. No atender al ojo que nos lee significa escribir en el espacio de la soledad sin referencias. Un amigo, una pareja, un maestro, suelen leer los originales de los autores y emitir su reclamada opinión. El autor que escribe, mientras escribe, piensa al menos en estos personajes y anticipando de tiempo en tiempo sus juicios sobre la redacción endereza la obra. De esta deseada coacción exterior tan invisible como eficiente el criterio de aquellos a quienes se respeta dota a la escritura solitaria de un cierto amparo o de una relativa compañía por la que las elecciones se acercan a la convicción. ¿Se escribe pues para agradar a estas personas respetadas en la confianza de que su aprobación protegerá de los grandes errores y contribuirá a mejorar la inspiración?

No es seguro. El auxilio de un personaje crítico de esta clase puede conllevar una exigencia superior a la propia y asfixiar las desviaciones acrobáticas o acaso se trata de una exigencia inferior si se toma por ello una reclamación sin neurosis, una expectativa sin demasiada perturbación.

La presencia, en fin, de aquel Otro que nos lee y ampara, que nos acompaña y nos confiere destino convierte la azarosa tarea de escribir en algo tan justificado como sensato, tan razonable como una aventura cuyo grado de riesgo controlado reduce quizás el extravío y su dolor irremediable.

¿Es efectivamente así? Desde luego que no.

Escribir para alguien que no sea uno mismo -sea esto un fantasma o un rumor- o para alguien tan simuladamente parecido a uno mismo que su crítica se sume a la nuestra supone una elección tan falaz como aburrida. . En concreto, menos cobarde que muy tediosa, menos pueril que ausente de vigor creador. La escritura, como la pintura, la arquitectura o la música necesitan para ser atrayentes en sí, desconcertar a su autor. Sorprender a su autor y materializarse a través de una notable porción de temeridad, de arrojo y de inesperada alegría. La fórmula completa será un misterio y su repetición, en consecuencia, imposible. No hay un ojo que juzga toda la producción pero tampoco un ojo que ajusta la primera idea con éxito. Se escribe, a menudo, creyendo que se puede decir esto o lo otro gracias a las herramientas que ha perfeccionado la experiencia pero el éxito final depende, precisamente, de que lo hecho desdiga la correcta previsión del resultado. Esta es la sal, la pimienta y el azúcar de cualquier realización artística. Sin asombro no hay obra de arte. Y la gran obra de arte se llama a sí misma "maestra" cuando nacida de una mente no se identifica como una derivación de ella sino como una autoridad originaria y superior. De este modo el autor celebra sus producciones y se celebran de verdad por quienes elegimos para ayudarnos en el proceso. Los ayudantes cuyo ojo no queda sorprendido por el texto reducen su condición de seres aúlicos a correctores, de críticos a funcionarios, de vibrantes amantes a amigos.

"¡Que la mano que escribe ignore el ojo que lee!" La sentencia viene a ser, en rigor, irrealizable porque aún pretendiendo escribir sin mirada, la página es un espejo que se contempla y el rabillo del ojo que nace de cada línea refleja se posa en la siguiente. Sin embargo, nadie sería capaz de escribir bien si escribiera para sentar bien a una imagen preconcebida. Incluso a la imagen de aquello que reverencia. La obra gloriosa, sea cual sea el significado de esta exageración, sólo se consigue a través del vértigo del yo mismo, entregado, paradójicamente, no a ser el yo propio, ya apropiado, sino el ser todavía libre e incalculable.

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3 de octubre de 2008
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El 68 en México

En París tomaron las calles. La utopía no tenía futuro. Al menos fue divertido y emocionante mientras duró. Teníamos 15 años, no sabíamos nada. No nos enteramos de mucho. Pero fuimos jóvenes marcados por aquellos sueños rotos.
 
En Madrid no hubo 68. Tuvimos que esperar diez años para salir a la calle sin peligro de nuestros huesos.
 
Ahora, en México, donde estamos cuarenta años después no quieren, ni deben, olvidar su octubre del 68. Fue un día como hoy, un 2 de octubre, cuando el movimiento estudiantil en las calles, en las plazas de México tomaba pacíficamente la ciudad. Más que utopías lo que pedían eran más escuelas, menos cárceles, más libertad.
 
El pensador Carlos Monsiváis publica un libro sobre aquellos momentos: "El 68. La tradición de la resistencia". En él se habla del espíritu crítico, contracultural y bastante ingenuo de los jóvenes de entonces. Recuerda que en una de las manifestaciones, un joven con pinta de progre de la época, pacíficamente se enfrenta a los policías uniformados con una ponencia dialéctica: "Amigo azul. Envaina tu furia y concédele el ocio a tu macana. Oye mis palabras y reflexiona. ¿Qué te han hecho los estudiantes, criaturas del saber preocupados por el destino de México? México no es el cuerno de la abundancia que tus jefes te pintan. Es tierra de sangre y lágrimas..." Y sigue diciendo Monsiváis que los policías trocan su recelo, su indiferencia en franca admiración y lo aplauden. El joven los exhorta a la lectura como oficio sagrado. Y grita:" ¡Viva la amistad entre el estudiantado y la policía digna". La ilusión duró unos minutos, fue un sueño breve, un espejismo.
 
Cerca de allí, unas horas después la policía cargó contra los jóvenes. Estaba comenzando la matanza de Tlatelolco. El miedo y la muerte se quedaron en la plaza de las Tres Culturas. Todavía hoy no se sabe exactamente cuántos, ni quienes fueron los muertos. Yo sé que podría haber sido uno de aquellos. Hoy, en México, no lo olvidamos. Hoy somos aquellos jóvenes que soñaron con un mundo distinto. En octubre, en México, mataron el espíritu de aquel 68.

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2 de octubre de 2008
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