Marcelo Figueras
Me encantó la entrevista que Braceli le hizo a Eduardo Belgrano Rawson y publicó durante el fin de semana adn, la revista cultural del diario La Nación. Belgrano Rawson es uno de los mejores escritores argentinos contemporáneos. Que no goce de la difusión que merece, cuando libros como El náufrago de las estrellas, Fuegia y Noticias secretas de América figuran entre las novelas argentinas más perfectas y disfrutables de las últimas décadas, habla casi en su favor. Porque Belgrano Rawson es de la clase de tipos que no teme decir que el nacimiento de sus hijas lo puso más feliz que cualquiera de sus libros. ‘No importa lo que hagamos, ni nuestros libritos’, le dijo a Braceli. ‘Lo que importa es cómo vivimos, eso es lo que va a hablar bien o mal de nosotros’. Y Belgrano Rawson, se nota, se ha dedicado a vivir bien. Esto es, lejos de conceder valor a las pavadas que desvelan a tantos escritores.
Debo haber empezado a leerlo sin darme cuenta, cuando escribía guiones de historieta para revistas como El Tony y D’Artagnan. Me pregunto cuáles serían sus seudónimos… Su padre era un profesor de filosofía que, apartado de su cátedra por cuestiones políticas, se convirtió en empleado bancario y criador de pollos. Belgrano Rawson lo vio morir joven, víctima de un cáncer fulminante, y debe haberse convencido de la importancia de no perder el tiempo en veleidades. ‘Escuché una frase china, y si no es china, a la mierda: ‘Apúrate, es mucho más tarde de lo que supones’. Apurate a disfrutar, dejate de pendejadas, tenés dos manos, dos piernas, dos ojos, diez dedos, otros diez, el bocho te funciona, ¡no seas imbécil!,’ le dijo a Braceli, elaborando su propia filosofía. Debe ser por eso que se dedicó a hacer lo que más le gustaba, a enamorarse, a navegar, a mantener viva una familia. Y que bufen los eunucos, como diría alguien.
Lo que no significa que Belgrano Rawson no aplique el mayor de los rigores a su literatura. Manteniéndose tan apartado de los cenáculos como de las modas, ha construido una obra tan bella como envidiable. El fuego que lo impulsa es el único que cuenta. ‘Me acuerdo de una exhibición aérea en San Luis, había un tipo que daba una vuelta invertida que consiste, creo, en que el ala pase rozando a diez metros del suelo. Bueno, este tipo lo hacía, digamos, a cinco metros, el riesgo era inmenso. El instructor me decía: ‘¿Vos creés que alguien se da cuenta? ¡Nadie! Pero él lo quiere así, y ese es su orgullo y su pasión’. Con nuestros libros pasa igual, tratamos de rozar el ala en el suelo, aunque nadie lo va a notar’.
Esa es nuestra pasión y nuestro orgullo.