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A quién se escribe

Por 3 de octubre de 2008 Sin comentarios

Vicente Verdú

"¡Que la mano que escribe ignore siempre el ojo que lee"! Esto escribió Jules Renard en su diario el 7 de julio de 1894. Naturalmente, la fecha es aquí lo de menos. Lo importante es, sobre todo, su conminación feroz. No atender al ojo que nos lee significa escribir en el espacio de la soledad sin referencias. Un amigo, una pareja, un maestro, suelen leer los originales de los autores y emitir su reclamada opinión. El autor que escribe, mientras escribe, piensa al menos en estos personajes y anticipando de tiempo en tiempo sus juicios sobre la redacción endereza la obra. De esta deseada coacción exterior tan invisible como eficiente el criterio de aquellos a quienes se respeta dota a la escritura solitaria de un cierto amparo o de una relativa compañía por la que las elecciones se acercan a la convicción. ¿Se escribe pues para agradar a estas personas respetadas en la confianza de que su aprobación protegerá de los grandes errores y contribuirá a mejorar la inspiración?

No es seguro. El auxilio de un personaje crítico de esta clase puede conllevar una exigencia superior a la propia y asfixiar las desviaciones acrobáticas o acaso se trata de una exigencia inferior si se toma por ello una reclamación sin neurosis, una expectativa sin demasiada perturbación.

La presencia, en fin, de aquel Otro que nos lee y ampara, que nos acompaña y nos confiere destino convierte la azarosa tarea de escribir en algo tan justificado como sensato, tan razonable como una aventura cuyo grado de riesgo controlado reduce quizás el extravío y su dolor irremediable.

¿Es efectivamente así? Desde luego que no.

Escribir para alguien que no sea uno mismo -sea esto un fantasma o un rumor- o para alguien tan simuladamente parecido a uno mismo que su crítica se sume a la nuestra supone una elección tan falaz como aburrida. . En concreto, menos cobarde que muy tediosa, menos pueril que ausente de vigor creador. La escritura, como la pintura, la arquitectura o la música necesitan para ser atrayentes en sí, desconcertar a su autor. Sorprender a su autor y materializarse a través de una notable porción de temeridad, de arrojo y de inesperada alegría. La fórmula completa será un misterio y su repetición, en consecuencia, imposible. No hay un ojo que juzga toda la producción pero tampoco un ojo que ajusta la primera idea con éxito. Se escribe, a menudo, creyendo que se puede decir esto o lo otro gracias a las herramientas que ha perfeccionado la experiencia pero el éxito final depende, precisamente, de que lo hecho desdiga la correcta previsión del resultado. Esta es la sal, la pimienta y el azúcar de cualquier realización artística. Sin asombro no hay obra de arte. Y la gran obra de arte se llama a sí misma "maestra" cuando nacida de una mente no se identifica como una derivación de ella sino como una autoridad originaria y superior. De este modo el autor celebra sus producciones y se celebran de verdad por quienes elegimos para ayudarnos en el proceso. Los ayudantes cuyo ojo no queda sorprendido por el texto reducen su condición de seres aúlicos a correctores, de críticos a funcionarios, de vibrantes amantes a amigos.

"¡Que la mano que escribe ignore el ojo que lee!" La sentencia viene a ser, en rigor, irrealizable porque aún pretendiendo escribir sin mirada, la página es un espejo que se contempla y el rabillo del ojo que nace de cada línea refleja se posa en la siguiente. Sin embargo, nadie sería capaz de escribir bien si escribiera para sentar bien a una imagen preconcebida. Incluso a la imagen de aquello que reverencia. La obra gloriosa, sea cual sea el significado de esta exageración, sólo se consigue a través del vértigo del yo mismo, entregado, paradójicamente, no a ser el yo propio, ya apropiado, sino el ser todavía libre e incalculable.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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