Teresa García es mexicana. Vive en los Estados Unidos desde 1989, cuando, muy joven, salió de su ciudad (Cuautitlán Izcalli), cerca de la capital.
Llegó como turista a Nueva York, se quedó, consiguió trabajo y posee ahora la codiciada Tarjeta Verde, el permiso de trabajo. Vive con su hermana casada; su hermano se encuentra en California y sus padres están en México.
Teresa se encuentra ahora en los trámites finales para obtener la nacionalidad estadounidense.
Del año 2000 hasta la pasada semana fue empleada de la Asociación Tepeyac que provee ayuda y servicios a los inmigrantes hispanos recientes que viven en la región, mayoritariamente mexicanos.
Por lo pronto, estudia y en 2009 espera obtener el certificado de corredora bursátil.
Si yo pudiera votar, votaría por McCain. Aunque él tuviera sólo 20% de probabilidades de ganar, dice con mucho énfasis.
¿Por qué?, le pregunto, pues extraña encontrar una hispana de Nueva York, ciudad demócrata por excelencia, que, además, haya trabajado con inmigrantes pobres y que favorezca a McCain.
Lo que conozco de política es lo que yo vi, responde.
Y cuenta que junto a la Asociación Tepeyac estuvo muy activa con el tema de la legalización de los inmigrantes y promovía una amnistía general.
Nos tocó tocar las puertas. En política, unas veces les ayudas a los políticos y otras, a veces, te ayudan. Fuimos a Washington a ver senadores, diputados, dice.
Recuerda que como no existen cabilderos para los inmigrantes, la presión política la realizan directamente los grupos de base y dependen de las acciones que lleven a cabo los activistas.
Ibamos en autobúses que nosotros mismos fletábamos hasta Washington, a que nos recibieran.
Viajaban a la ciudad hasta tres veces al año.
Viniendo de un país tan clasista como México, agrega, no esperábamos que nos recibiera un senador. Sólo un 30% de los políticos lo hacían.
McCain nos recibió y nos explicó que no era posible una amnistía, pero nos convenció de que si los inmigrantes ilegales habían pagado impuestos y no tenían expediente criminal entonces se les podía legalizar.
Siempre fue muy bueno. Nunca pensé que tuviera ganas de correr para presidente.
Explica, además, que, desde 1999, McCain ha tratado de pasar diferentes propuestas.
Y aclara que su voto a favor de McCain sería: no porque me cae bien, sino porque creo que ha sido consistente.
Cuenta que su experiencia con los políticos demócratas no ha sido alentadora. Por ejemplo, les tomó varios años convencer al diputado puertorriqueño José Serrano, del distrito del Bronx en Nueva York.
En 1999, nos dijo que mientras hubiera pobres en el Bronx, no estaría a favor de ninguna legalización. En 2003, lo convencimos.
Me sorprendió muchísimo que fueran más los republicanos los que favorecían la legalización. Quizá porque están con los intereses que quieren contratar, concluye.

Pero no se trata de un día cualquiera, al menos no para Ángel Santiesteban, un hombre que de algún tiempo atrás viene provocando a los acontecimientos para que hoy, precisamente hoy, no le quede más remedio que tomar una decisión trascendente [y sobre la que no pienso dar detalles porque, al menos en lo que al presente escrito se refiere, lo relevante es la necesidad de hacer y no la causa de dicha necesidad, que pertenece al terreno estrictamente novelístico].
Los premios MTV, y muy especialmente los latinos, tienen un aire inevitable a Back to the Future II, cuando Marty McFly comprende que las alteraciones que produjo en el continuum temporal resultaron en un presente que más que presente es una broma macabra. En serio: ¿Juanes? Por cada Café Tacuba surgen hoy cien Mirandas. Y el panorama no mejora cuando espiamos las otras bateas. ¿Cuántos gritos y gorgoritos más se pueden tolerar, cuando Britney, Cristina y Beyoncé no ceden un tranco y la competencia -desde las Pussycat Dolls hasta Leona Lewis- lanza un nuevo track cada dos semanas? ¿Cuántas bandas emo cortadas con la misma tijera, cuántos cantantes andróginos más? ¿Alguno de ustedes se siente en condiciones en digerir un nuevo videoclip hip-hopero con morocho parlanchín, mujeres pulposas, autos de lujo y poses de gangster? El reclamo es simple, muchachos: por favor por favor por favor, ¡con una idea más o menos original nos conformamos!



Pensándolo bien, ¿a quién le importa lo que yo digo?, ¿a quién le importa lo que yo hago?... Bueno, seamos serios, al menos disimulemos un poco. No es fácil estando en Valencia, sin duda la capital de España del kitsch. No solo en música -absolutamente imbatible desde sus bandas, pasodobles, moros, cristianos, tórtolas, conchas piqueres, brunos lomas, festivales de Benidorm, raimones, ninos bravos y todos esos seguidores desde el pop a los coñazos de chimos bayos y los del ruido de discotecas pastilleras. Valencia es la gran madre, la gran matrona capaz de criar a sus pechos toda clase de músicas. Me gusta Valencia.


Ese ser delicado, que parece estar dispuesto a dejar de ser lector a la mínima: porque de pequeño le diesen a leer el Lazarillo o porque de mayor abriese una novela que no fuera Los pilares de la tierra. Nos angustia tanto perder a un posible lector que estamos dispuestos a cualquier cosa. Estamos dispuestos a creer que la lectora de novela rosa acabará leyendo Madame Bovary o Cumbres Borrascosas porque parece lo lógico. Pero la lógica aquí no funciona, funciona el apetito, y hay gente que aborrece el caviar por mucho que a otros les encante.