Jean-François Fogel
¿Qué haremos con o sin Google? Otra vez la pregunta parece ineludible al leer la noticia de la victoria del fotógrafo alemán Michael Bernhard por su demanda en contra del motor de búsqueda. Es el proceso clásico: al reproducir sus obras sin su autorización, la empresa americana no respeta derechos de autor. Lo interesante en este caso, todavía no cerrado, pues hay una posibilidad de apelación, es que se trata de imágenes; de las pequeñitas imágenes de la búsqueda gráfica que vienen con la advertencia sobre la ignorancia por parte de Google del contexto de una posible utilización de las mismas. El fotógrafo alemán decía que, aunque son pequeñas y mezcladas en lo que es un catálogo de imágenes, se trata de una reproducción. La decisión es interesante pues Google acaba de perder también en Alemania otra demanda hecha por el propietario de los derechos de unos cómics.
Claro que sin Google no tengo la más mínima posibilidad de enterarme de la existencia de las fotografías del señor Bernhard. Él plantea un viejo dilema: decir que no a Google, y ser invisible, o aceptar el rastreo de las páginas con su obra almacenadas en los servidores del motor. A principio de 2007, varios editores de prensa belga consiguieron de un tribunal la prohibición para Google de reproducir el contenido de sus diarios y revistas. En estos días, los mismos editores belgas intentan conseguir 49 millones de euros como indemnización por el uso indebido de sus contenidos. Pero la verdad es sencilla: estos mismos editores no gritan más por la presencia de sus publicaciones en una página de resultado de Google. Solo piden plata. No quieren ser invisibles.
Nadie puede irse de Google. Lo único que se debate ahora es lo que es una cita. O más bien: ¿qué es lo que diferencia una cita (autorizada) y una reproducción parcial (prohibida sin acuerdo previo)? El fotógrafo alemán consiguió demostrar, con el apoyo de un tribunal, que la reproducción de su obra en el tamaño de un sello es una reproducción. Es un problema clave también para los textos, y lo pensé al leer la entrevista buenísima en El País con este tiburón de agente literario, Andrew Wyllie. En el momento en que él habla de "cuatro formatos, tapa dura, rústica, bolsillo y quiosco" para los libros antes de pasar a los derechos del libro electrónico, se nota cómo viene el problema: hay una fragmentación creciente de las ofertas y entonces necesidad de tener a un motor de búsqueda. ¿Pero cómo el motor de búsqueda cita al libro?
Y más allá, ¿cómo se hará la promoción de los autores, cómo se va construir la idea del éxito si no tenemos instrumentos reales para saber si un autor interesa o no al público? Le doy un ejemplo en esta página de Google (sí, Google, ¿cómo no?) que nos dice si los franceses se preocupan del novelista Michel Houllebecq. Vemos un interés en 2005, un repunte en 2006 y ahora una nueva, más modesta, fiebre con su último libro y su presencia en los medios.
Google es el gran hermano de los libros como de los autores y no hay manera de deshacerse de este hermano.