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El comienzo de la primavera

Patricio Pron

Premio Jaén de Novela 2008

Mondadori

Así como las novelas de dictadores latinoamericanos han terminado por crear un subgénero que está en pleno auge*, también los profesores de prestigiosas universidades europeas empiezan a tener sus propios cultivadores dentro de la modalidad novela de misterio. /upload/fotos/blogs_entradas/el_comienzo_de_la_primavera_1_med.jpgHasta ahora predominaban las intrigas ambientadas en Oxford, quizás porque la mezcla de sabiduría, excentricidad y transgresión (a veces incluso con resultado de muerte) da mucho juego. Pero de un tiempo a esta parte el género ha saltado el canal y busca sus héroes y villanos entre profesores centroeuropeos, preferentemente alemanes. Uno de los ejemplos más obvios que me vienen a la mente es En busca de Klingsor, del mejicano Jorge Volpi, ganador del premio Biblioteca Breve de 1999.

Es evidente que ni las universidades alemanas ni los sabios que las pueblan tienen tanto tirón popular como el gótico de postal que enmarca las intrigas ambientadas en Oxford, con las abigarradas habitaciones privadas del profesor y la pipa, la chimenea, los ventanales de cristales emplomados o los sillones chester, donde una mente avezada en resolver problemas de inimaginable complejidad matemática puede desarrollar sus brillantes disquisiciones criminales.

A falta del glamour y de unas referencias visuales tan marcadas como las inglesas, las universidades alemanas ofrecen en cambio un material de fondo que sigue revelándose inagotable porque hasta el más desinformado de los lectores lo identifica de golpe, y porque ello le permite reconocer de inmediato sus siniestras implicaciones. Y me refiero obviamente a un pasado nazi que por convicción o imposición, o porque no se encontró la forma de aislarse y preservarse de la contaminación, no sólo afectó entonces a todos los alemanes sin excepción sino que todavía hoy, como acaba de ocurrir no hace tanto, basta la súbita aparición de un carné de afiliación a las juventudes hitlerianas para que alguien en apariencia tan por encima del bien y del mal como es (o era) Günter Grass sea pública, sumaria e inapelablemente crucificado. O sea, como decía más arriba, un material inagotable porque sigue vivo, y si un personaje actual resulta demasiado joven para asumir plenamente la culpabilidad de sus actos de entonces, casi seguro que no será así para sus padres, suegros y vecinos y delatores y quizás verdugos, todos los cuales continúan implicados hoy en esa lucha sin fin entre la culpabilidad individual y la colectiva.

El comienzo de la primavera es un ejemplo notable de novela de intriga ambientada en una universidad alemana (en este caso Heildelberg) y con el pasado nazi como trágico telón de fondo que sirve para calibrar la talla moral de los personajes hoy y en el pasado. De paso es un excelente ejemplo de cómo, si alguien tiene una buena historia que contar y conoce a fondo aquello de lo que se dispone a hablar, tan sólo necesita una anécdota mínima para poner en marcha una intriga que va a tener ocupado al lector hasta el final. Y lo intrigante, aquí, no es que un prestigioso profesor de filosofía de la Universidad de Heildelberg se muestre reticente a avalar la traducción que un estudiante pretende hacer de uno de sus primeros libros. Al fin y al cabo se trata de un alumno desconocido, un tal Martínez, encima argentino, y él, el profesor, no tiene tiempo ni ganas de invertir energías en un proyecto que carece de interés para él. Lo que de verdad intriga a Martínez son los términos en que el profesor Hollenbach trata de disuadirle de su proyecto: "He escrito libros tratando de entender la Historia alemana y siento que no he obtenido ninguna respuesta a mis preguntas. A cambio, me he visto involucrado en asuntos penosos que sólo me han traído trastornos y me han acarreado incontables enemigos dispuestos a calumniarme. Créame, en Alemania sólo campea la muerte".

Ese fragmento de una de las cartas de Hollenbach a su pretendido discípulo es un resumen bastante ajustado de lo que éste, el discípulo Martínez, va a encontrar cuando se presente en Heildelberg y, progresivamente intrigado, inicie unas pesquisas que han de llevarle a diferentes localidades alemanas estirando de un tenue hilo que empieza en el desaparecido Hollenbach y le conduce a compañeros y rivales de éste, pero también a personajes históricos -el inevitable Heidegger y también otros más improbables, como la esposa de Göring- o a recabar información de una antigua reina del porno que hoy se gana la vida exhibiendo por unas monedas su estado de ruina. En resumidas cuentas, esas respuestas que el profesor Hollenbach no supo encontrar en su día son las no respuestas que Martínez encontrará durante sus pesquisas, y esa muerte que según Hollenbach campea en Alemania no se materializa en ningún acto violento sino en el pesado manto de culpa y delación y deseo de redención que todavía condiciona las vidas de cuantos Martínez llega a conocer durante su largo y bastante penoso periplo alemán.

*Véase la reseña Tirana memoria, de Horacio Castellanos Moya, en esta misma sección.

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20 de noviembre de 2008
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La ética de la literatura

Rafael Argullol.: No quisiera pasar por alto lo que le está ocurriendo Roberto Saviano, con respecto a la persecución que está sufriendo por parte de la mafia napolitana a raíz de la publicación de su libro Camorra en 2006.

Delfín Agudelo: Casos como estos me hacen pensar y me intrigan en la medida en que se quiebra por completo la fina línea entre la realidad y la ficción. Mezcla de reportaje y literatura, existe una clara línea de ficción en Saviano. ¿Cómo debe afrontar éticamente un escritor una cuestión como tal, en la que su producción creativa, así sea basada en hechos reales, se toma completamente como veraz y, por lo tanto, merecedora de venganza por parte de algunos de sus lectores, en este caso la misma mafia italiana?

R.A.: Creo que Saviano ha sido muy valiente al escribir este libro, y además está no solamente en la tradición general de la literatura, sino en una gran tradición italiana. Pienso que uno de los grandes maestros de la literatura italiana contemporánea es Leonardo Sciascia, el cual durante toda su vida mantuvo en jaque a la mafia siciliana, y nunca dejó de denunciar en sus novelas y en sus ensayos lo que era el poder de la mafia. Pienso que Saviano ha hecho algo similar a lo que Sciascia en varios de sus textos; lo único es que lo ha hecho de una manera más descarnada. Es decir, mientras Sciascia lo que hacía era en cierto modo recurrir a un mundo metafórico, Saviano, usando técnicas creo muy actuales en las que se mezcla una potente fibra narrativa y una investigación periodística audaz, lo que ha hecho es entrar mucho más detalladamente en las redes de la mafia napolitana, de la Camorra. Ha aplicado el microscopio a esta organización criminal, que evidentemente tiene ahora un peso abrumador. Italia es un país que conozco mucho, y en el sur verdaderamente la organización mafiosa de todas las actividades de la vida está siendo en estos momentos terriblemente abrumadora, siempre amparada por poderes superiores Y él, en su texto, que es un texto literariamente muy atractivo, lo que hace es una disección minuciosa, sabiendo además que entraba en la boca del lobo. Ni siquiera disimula lo que serían las referencias en las que entra, sino que suelta de una manera muy abierta y descarnada quiénes son los habitantes de la cloaca, cómo se mueven, cómo se estructuran y cómo coaccionan. Creo que esto forma parte de la literatura y ha formado parte siempre. Desde sus propios orígenes no es que la literatura deba tener una ética contra el poder, sino que debe tener una búsqueda por parte de los escritores de la propia verdad, que hace que antes o después entren en lo que son los cotos vedados del poder, y antes y después, por tanto, choque con ese poder. Y eso forma parte de la esencia misma de la literatura. Platón tuvo que salir corriendo a Siracusa, Dante se exiló: el conflicto con el poder por parte de los escritores viene de lejos y debería formar parte de nuestro paisaje cotidiano. Pero no porque los escritores deban tener una ética principal, como antes se decía bajo compromiso social, sino que su propia labor de escritor les llevará a un choque con el poder.

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20 de noviembre de 2008
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IV. Votos en los basureros

Muchos fiscales de la oposición a Ortega sólo fueron admitidos a la fuerza en los lugares de votación por la que debían velar, y más tarde se negó el ingreso a los centros de cómputo a los fiscales de esa misma oposición que tenían que vigilar el escrutinio. Hay una lista de lugares de votación que fueron cerrados antes de tiempo, aún al mediodía./upload/fotos/blogs_entradas/votos_en_los_basureros_med.jpg

Y el acto de prestidigitación cometido con los votos de mi barrio, no fue por supuesto el único; he oído centenares de denuncias a este respecto, incluida la del vocero de la curia arzobispal de Managua, el padre Rolando Álvarez, quien advierte que su centro de votación también fue borrada del mapa, y que su voto ha desaparecido. ¿Dónde están todos esos votos perdidos?

Al día siguiente de las elecciones unos campesinos de León descubrieron en una basurero cercano a la ciudad, los restos mal quemados de una impresionante cantidad de material electoral, incluidas decenas de boletas marcadas por los votantes en la casilla de los candidatos opositores a Ortega; y junto a las boletas, actas electorales, y aún cédulas de identidad. Lo mismo ocurrió en otro basurero cercano a Jinotepe.

Pero no todos los votos acabaron en los basureros. Simplemente no se contaron. Al llegar las actas a los centros de cómputo, aquellas donde el partido de Ortega perdía, no fueron tomadas en cuenta. Y el fraude es tan burdo que los centros de votación eliminados, no aparecen enlistados en la página web del Consejo Supremo Electoral. No les interesa ocultar las plumas. Así como tampoco aparece la suma total de los votos emitidos, simplemente porque no ajustarían las cuentas.

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20 de noviembre de 2008
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Esperando a Borges

Viajo de Madrid a Stuttgart, para presentar en Esslingen la versión alemana de La batalla del calentamiento (que allí se llama Das Lied von Leben und Tod, o sea La canción de la vida y de la muerte), leyendo en el avión la entrevista a Borges incluida en el primer volumen de entrevistas de The Paris Review. Realizada por Ronald Christ en 1967, quizás sea la mejor del volumen. /upload/fotos/blogs_entradas/la_batalla_del_calentamiento_1_med.jpgPorque describe bien el sitio en que la entrevista transcurre -una amplia estancia de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, de la que por entonces el autor de Ficciones era director-, porque recrea fielmente el estilo de Borges expresándose en inglés... y porque hasta tiene algo parecido a un argumento, con la secretaria de Borges interrumpiendo la charla cada dos por tres para recordar que ‘el señor Campbell (lo) está esperando'.

Me sorprendió que Borges intentase una crítica de sus por entonces contemporáneos que sigue siendo válida hoy, cuando pensamos en los escritores de estos tiempos. ‘En este país... hay una tendencia a considerar cualquier clase de escritura.. como un juego de estilo. ...Ellos (los otros escritores) han aprendido a escribir del mismo modo en que cualquier hombre aprende a jugar al ajedrez o al bridge. Nunca fueron escritores ni poetas de verdad. Se trata de un truco que han aprendido, y que han aprendido bien. Tienen la tarea perfectamente dominada. Pero la mayoría... parecen relacionarse con la vida como algo que nada posee de poético o de misterioso... Se ponen el sombrero de escritor, entran en el estado que consideran adecuado, y entonces escriben', dice Borges, para de inmediato ser interrumpido por Susana Quinteros, que anuncia por primera vez: ‘Excuse me. Señor Campbell is waiting'.

Admito que Borges se caracterizó siempre por decir cosas que en realidad significaban lo contrario de lo que parecían: fue un verdadero artista del elogio envenenado. Cuando un poco más adelante sostiene que un escritor debería ser juzgado ‘por el disfrute que produce y por la emoción que despierta', uno desconfía. Y sigue desconfiando cuando después alega que si sus textos no producen emoción, se debe a una limitación y no a una decisión consciente. Pero sí le creo cuando cita a Joseph Conrad. Según Borges, Conrad dice en el prólogo de The Shadow Line -cuyo nombre equivoca, llamándola The Dark Line: un error que lo humaniza- que aun cuando un escritor narra algo realista sobre el mundo debería leérse como un relato fantástico, en la medida en que el mundo mismo es fantástico e insondable y misterioso.

/upload/fotos/blogs_entradas/borges_med.jpgMe llenó de ternura que Borges argentinizase su inglés, por lo general encomiable, colocando como colofón de muchas frases la pregunta retórica en español: ¿...no? Como en: ‘La superstición es, supongo, una forma ligera de la locura, ¿no?' Una afirmación a la que de inmediato se le adosa una coda que introduce la duda; durante la entrevista, Borges utiliza este mecanismo muchísimas veces. Si bien es cierto que el recurso es propio del habla porteña (sin ir más lejos, cada vez que voy a un café o a un restaurant, en vez de pedir algo directamente yo pregunto: ‘¿Puedo pedirle...?', lo cual me obliga a formular dos preguntas en vez de una), creo que expresa la profunda inseguridad de Borges, que largaba opiniones y de inmediato sentía la necesidad de asegurarse que contaba con la aprobación de su oyente.

Un grande, el viejo. Por cierto, la secretaria sigue anunciando a Campbell, de modo cada vez más perentorio. ¿Quién sería ese hombre? ¿Existió de verdad, o habrá sido una invención de Borges para impedir que la entrevista se eternizara?

Me pregunto si no habrá sido otro escritor de la época, interesado en que Borges dejase de sacarle el cuero al resto de los representantes del gremio. 

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20 de noviembre de 2008
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Extravagantes y poetas

Ayer estuve con el querido extravagante, Gonzalo Suárez, aunque tranquilo, educado y culto como los mejores extravagantes. Presentábamos su libro de aforismos y desafueros del que ya hablé desde Canarias. Me encuentro cómodo entre gente como Suárez, entre esos que, en sus palabras, "nos separa la realidad, nos une el misterio".

Encontré amigos, amigas, incluso saludados y olvidados. Entre los que resulta un placer ver, escuchar, encontrar, está Luis Eduardo Aute. Varias décadas siguiendo sus canciones, sus ocurrencias fílmicas, sus pinturas y sus escritos. No recuerdo como llama a sus poemas, algo que tiene que ver con las moscas, esos animales tan poéticos. Y me regaló dos rectificaciones, dos propuestas diferentes a versos que alguna vez nos acompañaron.

Los reproduzco:
 

Decía el poeta: "La poesía es un arma cargada de futuro"

Discrepo.

En este mundo

tan armado

y desalmado

sugeriría:

la poesía debiera ser

un alma

descargada

de tiempo."

 

Y otra corrección del "autista":

Decía el poeta : "Y me mantengo firme gracias a ti, poesía, pequeño pueblo en armas contra la soledad"

 

Discrepo.

Sugeriría, humildemente:

"y me mantengo apenas

gracias a ti, poesía,

pequeña aldea de almas

solitarias."

 

Me gustaría que siguieran las discrepancias. Toda poesía también puede ser rescrita. Lo que no quiere decir que se mejore.

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19 de noviembre de 2008
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Genealogía de la inspiración

Aunque el viaje tuvo como propósito negociar el préstamo de las esculturas y empaquetarlas hacia España, durante la visita encontre más piezas de las descritas en la correspondencia que había intercambiado con el joven, callado y larguirucho director del museo de Bamako. Y en muchas de estas esculturas estaban tallados motivos y ornamentos que no recordaba haber visto en los archivos del Musée de l'Homme. En Paris se guardaban gran parte de los tres mil objetos coleccionados durante la expedición Dakar-Djibouti de 1931 y las notas que Marcel Griaule y Michel Leiris tomaron a lo largo de los tres años que duró su travesía africana. Había leído los libros de Griaule (Le Renard pâle, Dieu de l'eau), y L'Afrique fantome de Leiris, pero ahora tenía en las manos unas inesperadas versiones artísticas del mito dogón.

Recorrí los mercados de Bamako, imitando el humor y la indolencia de sus principescos comerciantes, y salí de la capital para dirigirme a la Falaise de Bandiagara, la gran cornisa de roca que atraviesa de norte a sur, próximas al bucle del río Níger, las tierras del País Dogón.

/upload/fotos/blogs_entradas/villa_de_banani_la_togouna_es_visible_en_el_centro_de_la_imagen._med.jpgAl llegar a la aldea de Nombori me instalé en la pequeña cabaña de adobe que mis anfitriones me ofrecieron y subí los empinados senderos que recorriendo estrechas callejuelas, entre graneros y cercados, conducen al abrigo de la gran gruta. La majestuosa pared es una muralla y una atalaya para los poblados que a lo largo de más de 200 kilómetros se agrupan a salvo de la intemperancia del desierto. Afluentes y riachuelos se despeñan como delgadas columnas de agua cristalina irrigando escuálidos y nutritivos huertos familiares. El hogón se había vestido con una blusa de cuero tintado de color rojo y me esperaba sentado en una roca junto a su mujer.

El hogón es el chamán de una religión a la que los primeros etnógrafos clasificaban como creencia animista, pero después de las revelaciones obtenidas por los expedicionarios franceses, el mundo de los expertos se rindió ante la evidencia del patrimonio transmitido por una sofisticada tradición oral. Un conjunto de elaborados artefactos narrativos expresan una mentalidad literaria poblada de motivos mitológicos y de fabulosas intuiciones metafísicas. Los dogón, recluidos en el norte de Malí a causa de las guerras perdidas ante la expansión del Islam, habían elaborado, custodiado y transmitido un conjunto de figuras elegantemente ensambladas con la cadencia de una lengua riquísima en matices e inesperados quiebros narrativos.

En la conversación, que gentilmente aceptó el hogón de Nombori treinta días antes de fallecer (como supe más tarde) mencioné todo lo que yo sabía o creía saber acerca de la cultura de los dogón mientras él matizaba, corregía o negaba mis asertos. ¡Cuánta felicidad me inspiró el relato de aquél anciano! Los gemelos, la fiesta Sigui...

Viene a cuento este ejercicio de memoria pues entonces no pude encontrarme, como me hubiera gustado, con mi viejo amigo Miguel Barceló, vagabundo voluntario en aquellas tierras.

Hoy veo la majestuosa cúpula que ha realizado para la ONU en Ginebra y sólo reconozco motivos de entusiasmo ante una obra de arte vinculada, sin duda, a los vislumbres de los dogón en sus tierras del Sahel.

Dejemos que los ignorantes vayan bramando cuando no toca, pero fijemos nuestra mirada en la metáfora de Barceló. Meditemos un rato y luego recorreremos juntos las evocaciones de la nueva cúpula de roca y cielo. Quedamos emplazados.

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19 de noviembre de 2008
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La objetividad que atrapa

El seminario sobre Ryszard Kapuściński llamó mi atención por diversos motivos. La manera en que el periodista lleva a cabo su reportaje literario lo consagra como un autor de gran profesionalidad. Es interesante lo que Kapuściński considera que es digno de ser narrado, las personas con las que entra en contacto, las realidades en las que se sumerge, los detalles en los que se detiene: estos rasgos son los que lo hacen especial.
Resulta evidente la dedicación previa a la visita de los lugares, por su amplio saber general. Sin embargo, el relato que crea no tiene explicaciones, presenta las citas de los testigos, o las descripciones, de manera tal que el lector pueda interpretar el texto a su manera, puesto que no emite juicios de valor.
Otro recurso muy seductor es la espontaneidad con la que cambia bruscamente de tema. Así contribuye a una lectura muy dinámica y atrayente, y además refuerza la idea de que la realidad desde la que él escribe es tan rica de referencias, que no le alcanzan los sentidos para ordenar esos estímulos que lo llevan a escribir.
Su lenguaje es a la vez simple e incitante, y está perfectamente equilibrado con la riqueza de contenido. Kapuściński demuestra deleitarse con lo que observa y se interesa por ahondar en los detalles que descubre. Toma perspectivas interesantes sobre hechos ordinarios, y nos presenta nuevas realidades por conocer.

Belén Odriozola (alumna del Seminario)

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19 de noviembre de 2008
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Félix Alonso Fernández García

Sabía que la muerte lo acechaba después de romper el cerco de silencio y censura. Traía dos guardaespaldas y estaba bajando de su coche el 17 de enero del 2001, cuando desde un vehículo en movimiento fue acribillado con armas AK-47. Era director del semanario Nueva Opción de Ciudad Alemán, Tamaulipas donde publicó una serie de reportajes sobre los nexos del exalcalde Raúl Rodríguez Barrera con el narcotráfico. Desde hacía meses había recibido amenazas del priísta Rodríguez Barrera, también ex comandante de la Policía Judicial Federal y compadre del narcotraficante Gilberto García Mena, El June. El periodista había declarado contra él, luego de que la Fiscalía Especializada de Atención a Delitos contra la Salud (FEADS) descubrió en la casa del narcotraficante Gilberto García Mena, El June, fotografías y videos en los que aparecía el ex alcalde en actos sociales y carreras de caballos. Las autoridades no detuvieron a nadie. El crimen no se ha resuelto.

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19 de noviembre de 2008
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La crisis del coche

Resulta muy significativo que, en la crisis, sea precisamente la industria del automóvil la que despierte mayor atención pública, piedad presupuestaria, urgencia en la acción estatal.

Sin importar, en apariencia, demasiado los cientos de miles de parados que está provocando la burbuja inmobiliaria, las decenas de miles de obreros que pierden sus puestos en las factorías de coches aparecen como las víctimas cardinales de esta época en consternadora defunción. La construcción y su maldito pecado especulativo tienden a ser olvidad al modo de una odiosa ignominia mientras el sufrimiento de la industria automovilística se trata con los mimos que se procurarían a un símbolo sagrado de cuyo porvenir no puede inhibirse la autoridad de la nación.

La prosperidad del siglo XX nació con el automóvil. El individualismo, el turismo, la libertad personal y sexual, la independencia vecinal, la urbe, la industrialización en serie, las autopistas hacia el más allá, el flameante signo del petróleo, la cromada simbología del optimismo respecto al futuro de la sociedad capitalista llegaron materializadas en el sonido y la velocidad del coche.

La casa pertenece a la fase anterior pero el coche inaugura el auténtico hábitat contemporáneo. Representa un salto espectacular en la dominación privado del tiempo y del espacio porque si la velocidad terrestre fue ya modestamente experimentada con el ferrocarril esta invención no se afectaba sino a lo colectivo y con esa condición se mantuvo inscrita entre los nuevos artefactos del maquinismo industrial.

El coche es otra cosa bien distinta. No consiste sólo en una aportación tecnológica dentro del general desarrollo industrial sino que, como la luz eléctrica, se incorpora directamente y hasta revolucionariamente a la peripecia doméstica. Con él llega un componente cuasifamiliar que tampoco viene a ser como el antiguo animal de tiro pero que evoca, sin duda, la presencia de las bestias en la jornada diaria y cuya fuerza ayudaba eficazmente en las tareas. El coche procura calor (como los mulos en las cuadras) , proporciona ayuda en el quehacer laboral, se adhiere a nuestra cotidianidad como otro ser vivo pero, sobre todo, introduce en nuestra vida no un plus para trabajar sino para dejar o no de hacer. Su potencia ayuda a llegar pero simultáneamente a liberarse respecto a un destino fijo. El coche nos lleva y nos trae sin fatigarse, sin distancia predeterminada y sin adquirir ningún hábito que no proceda de nuestra libre voluntad.

Se ofrece a nuestro deseo como una prolongación de nuestras facultades mentales y físicas, y hasta un límite que jamás se pudo imaginar. Nos acoge como un albergue íntimo pero sin abarcarnos fijamente ni preceptuar nuestra dirección (geográfica o moral). Lejos de imponerse al recibirnos, o estar en él es proporciona poder: poder acceder a diferentes sitios, vivir directamente la ocasión de mundos cualitativamente surtidos.

El pueblo, la localidad, la vecindad, se reemplazan por la movilidad, el establecimiento por las etapas. Dentro del coche creamos nuestro refugio personal pero no para apartarnos del mundo sino para traspasar las distancias que nos apartarían de él. De ese modo el coche supone, literalmente "una apertura de miras" y, ¿cómo no?, una apertura cultural. Entre quien conduce y quien no conduce se percibe pronto una extraña diferencia, sea de carácter, de actitud e incluso la manera de ver. Pero, en conjunto, entre una sociedad conductora y otra que no lo es discurre un abismo de época. Todos somos, gracias a la actual omnipresencia del coche, intrínsecos conductores y ¿quién duda que esta facultad técnica y cultural se prolonga desde el volante al timón de nuestras vidas? El conductor lo es, aunque sólo sea potencialmente, un conductor a todos los efectos. Un posible conductor general que, en un grado u otro, posee el derecho y la posibilidad de conducir o conducirse. La importancia del coche en la construcción del individuo y sus derechos es no sólo máxima sino tan veloz como su dinámica y tan explosiva acaso en la historia social y política como el principio de su motor.

El conductor, como la figura del actual consumidor, son modelos que fue creando el siglo XX y generando con ello una democracia real e inaugural, un diferente sentido y valor de la vida personal y colectiva. Sobre estos nuevos pilares nacidos con el siglo XX la industria del automóvil ha ensanchado y enriquecido su oferta. Sus cifras han simbolizado el despertar de muchas naciones olvidadas y siempre el registro de sus buenos datos ha indicado el creciente grado de bienestar nacional e internacional. Todos los automovilistas del mundo han ido convirtiéndose así en una suerte de clase global ascendente de corte común y de idiosincrasia semejante con modos de vida y tópicos morales compartibles hasta el punto en que podía decirse que así como el campesino representaba un prototipo casi histórico superado ya por el homo urbano su perfil no culmina hasta coincidir con el homo automovilizado.

Que se trate ahora de salvar con ansiedad, urgencia y magnanimidad a General Motors, Ford, Chrysler, Nissan o cualquier otra marca emblemática tiene que ver, sin duda, con el propósito de reducir el número de desempleados pero tiene que ver esencialmente con "el modo de ver". El mundo tiende a verse y parecer otra cosa con el anunciado desmoronamiento del automóvil y, de hecho, la suprema estampa de la crisis actual, la primera que se ha alzado como real amenaza en los periódicos ha sido la de la ausencia de toda clientela en las tiendas de automóviles o la imagen de los infinitos stocks de autos en los amplísimos parques logísticos.

De otro lado, la suspensión de las jornadas de producción durante semanas reproduciendo los tenebrosos tiempos del cierre patronal en los comienzos de la industrialización transportan también a la incierta tumba de las libertades. Porque el mal que se desprende de la temida quiebra de la industria automovilística coincide con la quiebra de la jovialidad, la confianza y la alegría de nuestro tiempo. Ilusionados conductores de coches, escapadas, liberaciones soñadas: el repertorio de las fantasías asociadas al coche quedan mutiladas por la crueldad de la crisis y la consiguiente muerte de la producción.

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19 de noviembre de 2008
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«Un don del cielo»

El poeta Lenski presenta a su amigo Oneguin en la casa de su prometida Olga, hermana de Tatiana. En un baile con motivo del cumpleaños de esta última, Oneguin coquetea con Olga con el mero fin de fastidiar a Lenski por haberle embarcado en esa fiesta tediosa y provinciana. /upload/fotos/blogs_entradas/eugenio_oneguin_med.jpgSintiéndose traicionado, Lenski reta a su amigo a duelo: tal es la peripecia central de la narración de Pushkin "Eugenio Oneguin", adaptada a la ópera por Chaikovski.

"El hábito es un don del cielo para sustituir a la felicidad", dice la madre de la protagonista, evocando los años pasados junto a su esposo. Su hija Larina Tatiana podrá decir lo mismo lustros más tarde en relación a su vida con el anciano príncipe Gremin a quien ha decidido guardar fidelidad, rechazando la exaltada invitación de Oneguin para seguirle. Oneguin llega simplemente tarde a la cita consigo mismo que supone el reconocimiento de su amor por Tatiana. De hecho le fue indiferente cuando la vio en su casa perdida en la provincia, y sólo al encontrarla en San Petersburgo, en el palacio de Gremin y unida a éste, le parece una mujer fascinante. Tatiana pregunta el por qué de este amor repentino y ella misma avanza la conjetura: ¿no será porque ahora es rica, poderosa y recibida en la corte?

Una vez más la obviedad del dinero marcando las almas. No es que Oneguin sea un arribista, ni que ande necesitado de dinero. Se trata simplemente de que tiene digamos "buen gusto". Se lo dice a sí mismo explícitamente: ¿cómo reconocer en este ser que resplandece en sociedad aquella provinciana con ridículas ensoñaciones literarias y que se le declaró por carta tras verle una sola vez?

El propio Chaikovski trabajó la novela de Pushkin para hacer el libreto de su ópera. Y desde luego no quiso dejar escapar esta verdad tan incuestionable como sombría de que el brillo mueve el gusto, ya se trate de oro literal o de oro algo más mediatizado y hasta sublimado. Divino tesoro literalmente es también lo que representa Tatiana para el acabado Gremin que, en su esplendorosa área, cuenta a Oneguin que hasta la aparición de la muchacha lo grisáceo de sus cabellos era perfectamente acorde con la tonalidad cenicienta de la atmósfera en que transcurría su vida. De hecho el destino de Tatiana parece marcado en la fiesta de su cumpleaños por la canción que le dedica un residente francés en esa provincia pérdida, cuyo estribillo dice (en la versión francesa del área, pues en Rusia la he oído adaptada a la lengua del país) "brillez, brillez... brillez belle Tatiana". ¡Cuánta bisutería en tal brillo¡ Y sin embargo... ¡qué conmovedora esta historia de Pushkin magníficamente adaptada por Chaikovski y Konstantin Shilovsky¡ Seguiré aun mañana ocupándome de ella.

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19 de noviembre de 2008
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