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La mejor película del año

Ciertas cinematografías, sobre todo en los periodos heroicos o fundacionales, se apoyaron en un solo nombre, convertido en enseña y en embajada. Angelopoulos en Grecia, Satyajit Ray en la India, Torre Nilsson en la Argentina a fines de la década 1950, Oliveira en Portugal, Ousmane Sembène en el emergente y pequeño cine senegalés de los 60. Cuando existía el Telón de Acero, y estábamos todos, los públicos extranjeros y los artistas locales, muy aguerridos, cada cine de aquel oscuro lado comunista tenía su gran figura, aunque la riqueza de cineastas fuera mayor, como en el caso argentino. El nuevo cine checoslovaco contaba  -antes de americanizarse él- con Milos Forman (si bien los más díscolos preferíamos el formalismo radical de Véra Chytilová), en la entonces unida Yugoslavia el cineasta indiscutiblemente seminal era Dusan Makaveyev, y de Polonia, entre los también prestigiosos Kawalerowicz, Zanussi y Has, Andrzej Wajda capitalizaba desde sus primeras obras maestras ‘Kanal' (1956) y ‘Cenizas y diamantes' (1958) el formidable cuño político-expresionista emanado de la Escuela de Bellas Artes de Cracovia, en la que la mayoría de los directores nombrados se formaron.

 

    Ha sido un duro honor para Wajda ostentar esa representatividad tan focalizada, en medio de los muchos avatares políticos por los que Polonia ha pasado en el siglo XX, y tanto tiempo: nacido en 1926, y autor de una filmografía de más de treinta títulos, conviene señalar que ‘Katyn' está realizada por un hombre de 81 años que sigue en ejercicio y tiene una nueva película, ‘Tatarak', rodada este mismo año. Confieso que, arredrado por la megalomanía algo rimbombante de su anterior ‘Pan Tadeusz', fui a ver ‘Katyn' con un asomo de pereza, encontrándome, sin embargo, con una conmovedora pero delicada obra maestra, para mí la mejor película vista en este año que acaba de terminar, y la confirmación del especial talento de su autor para el relato épico sostenido por una profunda vibración lírica y un gusto por lo grotesco y lo macabro que los lectores de Schulz o Witkiewicz reconocerán complacidos.

     Wajda es un historiador de la intimidad afectada por la historia, y como tal ha ido contando en sus obras más enraizadamente ‘polacas' el acontecer de su país a lo largo de casi dos siglos. Imposible aquí resumir los pasos de esa vía dolorosa de revelación y examen nunca dogmático. En el caso de ‘Katyn', la historia se mezcla con la autobiografía, ya que el padre del cineasta fue uno de los más de 15000 oficiales del ejército polaco asesinados en los primeros meses de 1940 en una sistemática matanza ordenada, a instancias del siniestro Beria, por el politburó del partido comunista soviético; llevando después a cabo una de las operaciones de propaganda más mistificadoras de la historia, el gobierno estaliniano atribuyó ese exterminio masivo de hombres desarmados a los nazis, con el logro asombroso de engañar a las fuerzas aliadas y a la complaciente Europa occidental durante casi cuarenta años, hasta que las propias autoridades de la URSS reconocieron en 1990 la responsabilidad directa del NKVD. Aun así, Wajda elude los lamentos del album familiar: "no quisiera que la película fuese mi búsqueda personal de la verdad, ni una vigilia sobre la tumba del capitán Jakub Wajda. Lo que quiero es contar una historia sobre el sufrimiento y el drama de muchas familias, sobre la mentira de Katyn que yace sobre la tumba de Stalin y que obligó a guardar silencio durante medio siglo a los aliados occidentales de la URSS en la guerra contra Hitler".

    Wajda se muestra como narrador de gran empuje desde la primera e inolvidable escena del film, la de los fugitivos polacos atrapados en el puente entre dos ejércitos hostiles entre sí y hostiles a la población civil atemorizada; a continuación planta su cámara entre los oficiales detenidos en la estación ferroviaria, paseándola en una serie de majestuosos ‘travellings' sobre esa tropa humillada y culminando la secuencia con el desgarramiento de la bandera polaca y el uso que los soviéticos hacen de los trozos de tela para cubrirse los pies ateridos. Momentos como el saqueo de la universidad, la oración espontánea de la milicia en los barracones o, en la parte final, la matanza en las zanjas del bosque, recuerdan esa admirable capacidad de Wajda para individuar tragedias colectivas, muy resaltada en ‘Katyn' por la fusión nunca descompensada del material de archivo y lo nuevamente filmado. Como en muchos de sus mejores films, el gran realizador de epopeyas no sacrifica los matices, ni una peculiar y refinada poética de los objetos: el crucifijo herido bajo el capote militar, el sable del general devuelto por la criada fiel, el rosario, la caja de cenizas del capitán.

     El mayor acierto en la construcción del film es el escalonamiento de personajes femeninos que van poniendo de relieve, con sus propias andanzas de búsqueda y duelo, el vacío emocional dejado por los militares desaparecidos. Esa cadena dramática de esposas, hijas o madres en perpetua indagación alcanza el verdadero ‘pathos' gracias también a las actrices, en especial Danuta Stenka, que interpreta a Roza, la orgullosa y elegante mujer del general, y en el papel de la esposa y madre de dos de las víctimas, Maja Komorowska, una actriz imposible de olvidar desde sus apariciones en el ‘Decálogo' de Kieslowski. A menudo operístico en el aliento narrativo (y qué bien ayudado por la partitura fílmica que le ha escrito Krzysztof Penderecki), Wajda, también un distinguido hombre de teatro, rinde algo más que homenaje a las artes escénicas en la peripecia para mí más atractiva de la película, los ensayos de la obra sobre Antígona en la que participa Agnieszka (otra gran intérprete, Magdalena Cielecka) y con la que se establece un elocuente paralelo temático y sugestivamente metafórico en el motivo del sacrificio de la trenza.

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4 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La silla

El mueble más inmediato y sencillo, el primer eslabón en el sistema del mobiliario doméstico es la silla. Otras figuras del mobiliario podrían escogerse como ejemplo de sencillez pero ninguno lo es tanto en intención, concepción y elocuencia.

 El banco o el taburete son todavía más simples pero se diría que pertenecen todavía a un tiempo primitivo, casi animal, y de hecho, ambos encuentran una fácil connotación con el pesebre, el pretil o el escabel para ordeñar el ganado. La silla, sin embargo, mercede a su respaldo, es ya algo humano.

Una fabricación pensada, aún esquemáticamente, con el pensamiento humano, tanto que, a  la manera de los pictogramas  designa por anticipado su función práctica. Todos entienden con facilidad su referencia a un uso determinado y de hecho, su dibujo crea una dialéctica  exacta, desde el boceto a la cosa y de la cosa al trazo.

 Sin desdeñar el amplísimo surtido de sillas diferentes dentro tanto de la simplicidad como de la retórica, el hecho viene a ser que acaso ningún arquitecto llega a sentirse del todo completo, sea Le Courbusier, Miess, Siza o Moneo, sin haber pergeñado una silla con su nombre. El arquitecto consigue así desarrollar no sólo su particular concepción del espacio puro sino, además, su concepción respecto a la confortabilidad de su habitáculo.

 En la Edad Media apenas había muebles en las habitaciones y de ahí que el espacio desnudo cumpliera las veces no sólo de refugio indiscriminado sino de ámbito diferencial según los mundos que deseara crear y los estados de ánimo que pretendía suscitar en ellos producir. Las iglesias, los conventos, los dormitorios, los oratorios, las lonjas, se autonombraban a través de la inspiración  que hablaba en su seno.

 Los muebles, después, han  venido a ser quines califican una y otra habitación con una fuerza - a veces torpe, a menudo burda- que, en ocasiones, perturba la calidad intrínseca al  espacio básico. Un buen arquitecto es aquél que aúna la espacialidad a sus contenidos pero siempre el promotor le permite llevar a cabo la labor completa. Cuando se lo autorizan, sin embargo, el diseño de muebles, armonizados en su espacio,  viene a ser la obra íntegra.

Pero no faltan sino que abundan los ejemplos de excelentes  interiores perjudicados y hasta estragados por la presencia de muebles horrísonos o, al cabo, inapropiados.  Podría así decirse que los muebles son los primeros habitantes de ese inmueble y así como es común que los ocupantes de una vivienda la estropeen con una mala decoración o un mal uso, los  muebles sin tino invadiendo los cuartos torturan o malbaratan a su contenedor y establecen al cabo una atormentada pugna que desestabiliza el ambiente. y su destino.

 Muebles incómodos para ese espacio al margen de la máxima confortabilidad que posean por sí mismos para ser expuestos y admirados.

La silla sería la primera letra en la secuencia semiótica del mobiliario. Es como una letra inicial que llama hacia un estar en el lugar, el primer punto que invita a permanecer un tiempo en ese concreto espacio. "Dar silla a alguien" es invitar a otra persona a sentarse ante quien lo desea aunque otra manera de dar silla más o menos duradera es procurarle la postura yerta mediante  la silla eléctrica. La palabra silla procede del latín sella, asiento, y hay tantas sillas como las que discurren en una sucesión casi infinita desde la silla de enea a la silla a la silla de montar y desde la silla gestatoria a la silla de ruedas.

La mayor parte de los hogares se definen por los muebles escogidos y muy especialmente por las sillas que se disponen alrededor de la mesa de comer.  A través de la interpretación que propicia su diseño, el visitante alcanza a ponderar tanto el gusto estético de los amos como acaso el gusto mismo de los platos que se servirán ante ellas. Sillas mullidas o sillas estrictas, sillas desacopladas y sillas que forman un amable juego o una melodía perfecta. Ese comedor, en cuyo aspecto, ha venido interviniendo mucho las mujeres  habla del carácter de ella y hasta de su fisonomía en cuanto persona y en cuanto esposa.

No pocos detalles del mobiliario completarán el perfil de los amos y, obviamente, en una casa abundan las pistas de todo tipo, textuales, textiles, tectónicas, que orientan las conclusiones, pero la silla, excepcionalmente, es una información de gran alcance sobre el carácter integral de un domicilio y el bienestar o el malestar que allí se esconde.

 



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4 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El peor año de nuestras vidas

Es difícil decir cuál fue el mejor, pero 1974 está entre los candidatos. Me refiero a la vida de los periodistas, claro. Aquel año unos jóvenes y humildes reporteros consiguieron derribar al hombre más poderoso del planeta. En 2009, los que quedan y trabajan lo hacen en periódicos en declive, cuya difusión en papel disminuye a ojos vista, reciben cada vez menos anuncios con los que equilibrar las cuentas y saben muy poco o quizás nada del futuro de su negocio, que será indefectiblemente digital. No es el único dato malo del año. Reporteros sin Fronteras nos ofrece un buen puñado de malas noticias adicionales respecto al número de periodistas asesinados en servicio, heridos, encarcelados o censurados.

El año estuvo lleno de noticias sobre la prensa, y las noticias auténticas ya se sabe que no suelen ser buenas. Fue un año malo, pero pudo ser peor. De hecho, augures hubo que lo previeron más negro todavía. Los macabros pero simpáticos redactores del Observatorio de la Muerte de los Periódicos suscriben la afirmación que encabeza esta nota: ?Este fue incuestionablemente el peor año en la historia del negocio?. Habla de Estados Unidos, el lugar donde en realidad se ha inventado casi todo del oficio, lo bueno y lo malo: ¿cómo no iba a producirse allí antes que en ningún otro sitio el síndrome de la defunción? Allí, asegura, el nivel de ventas regresó a niveles anteriores a la segunda guerra mundial y los ingresos de publicidad fueron como en los años 60. Cerraron cabeceras históricas en Denver y Seattle y entraron en barrena otras en Boston, Chicago y San Francisco, pero no se produjo la mortandad masiva entre los grandes títulos que muchos anunciaban y algunos esperaban, debido sobre todo al recorte de costes y de puestos de trabajo más drástico y doloroso de la historia. Algo paralelo a lo que ha sucedido en todo el mundo desarrollado. Lo peor no es el mal estado en que están los diarios, sino el pésimo estado en que se halla el periodismo. Tiene que ver lo segundo con lo primero, pero no es la única explicación. Las causas de la crisis que sufre el periodismo hay que buscarlas mucho más allá de un simple cambio tecnológico. He escrito bastante sobre este asunto este año, pero me temo que tendré que seguir haciéndolo en el año que ahora empieza. Coincide con un aniversario a tener en cuenta. Hoy hace 50 años murió Albert Camus, en un accidente de coche, a los 46 años. Nicolas Sarkozy quiere con tal motivo llevar solemnemente sus restos al Panteón. Su familia prefiere que sigan en el cementerio provenzal de Lourmarin, localidad donde habitó en los últimos años de su vida. Fue un periodista excelente y un modelo para este oficio, tal como lo ha recordado su amigo Jean Daniel, en un libro imprescindible sobre el personaje y sobre el periodismo: ?Avec Camus. Comment résister à l?air du temps? (Gallimard, 2006), traducido aquí como ?Camus. A contracorriente? (Galaxia Gutemberg, 2008). De dicho libro quiero sólo citar un par de frases a propósito de su experiencia periodística como director de Combat: ?en cierta ocasión dijo que no sería capaz de admitir ninguna verdad que pudiera ponerle en la obligación, directa o indirecta, de condenar a muerte a una persona?. Según Jean Daniel, fundador y director de Nouvel Observateur, lo más destacado de Camus periodista es ?su voluntad de combatir la mentira, más que su éxito en alcanzar la verdad?. Un periodismo menos pretencioso, ocupado a conciencia en combatir la mentira, es lo que nos conviene ahora, cuando salimos del peor año de nuestras vidas y nos adentramos en otro que amenaza con superarle. Pase que lleguen más años malos, pero, por favor, que no nos hagan más ciegos. (Enlaces: con Reporteros sin Fronteras, Newspaper Death Watch, con varios artículos sobre Camus: los que han publicado José María Ridao y Joan de Sagarra con motivo del aniversario y otro mío de hace tres años en el que escribí sobre su patria argelina y sus vínculos con los republicanos españoles).



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4 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Breviario del año que acaba: la nueva ley del aborto (4)

 

Aceptar la ley que regula el aborto voluntario no significa librarse de su dilema moral. La ley dispone las garantías sanitarias y jurídicas que amparan a las mujeres afectadas pero no puede ir más allá. No puede resolver los interrogantes que sólo en el ámbito personal tienen sentido.

No obstante, las objeciones contra la ley persisten: se considera que la mujer no sabe lo que hace y que sólo una prohibición legal con fundamentos religiosos le permitirá ser eximida de la condena divina que recae sobre quién comete la blasfemia abortista.

Como una polémica formulada en estos términos resulta difícil de conducir, la exasperación de los adversarios del aborto es cada día mayor. Pero en lugar de introducir argumentos reflexivos, profieren anatemas cuya refutación es imposible.

Para el arzobispo de Valencia el aborto no sólo es un crimen sino la más tremenda de las dictaduras. Para el arzobispo de Granada, el aborto es un genocidio y para la totalidad de los obispos, inevitablemente, un pecado.

Ajenos a la controversia intelectual de la inteligencia civil, los obispos enemistan a la moral con el buen gusto y apelan sin cesar a la credulidad de sus fieles. Sin embargo, los estrategas eclesiásticos no sólo intentan imponer a las mujeres el duro yugo de la penitencia mortal sino sacar un provecho inesperado a la polémica abortista.

Mientras la Iglesia de los Estados Unidos quiebra después de pagar cuantiosas indemnizaciones por sus delitos de pederastia y la iglesia de Irlanda ve dimitir a los obispos que protegieron a sus curas pedófilos, la iglesia española afirma que  "el aborto es peor que la pederastia".

La palabra clave de esta declaración es "peor". Después de haber calificado al aborto como genocidio, tiranía y pecado, a los obispos les corresponde desvelar en qué grado la pederastia es un crimen menos grave. Sobre todo después de admitir lo que va implícito en la oración: si sus contrincantes son partidarios del aborto, ¿significa acaso que ellos lo son de la pederastia?

Parece una torpeza dialéctica o un rudimentario acto fallido, pero la consigna tiene un significado que va más allá de lo aparente. El sorprendente juicio proclamado en Ginebra por Silvano Tomasi, observador permanente del Vaticano en la ONU y decidido abogado de los sacerdotes implicados en casos de pederastia, nos ayudará a comprender el sentido de este atrevimiento. Al parecer, para el Vaticano resulta esencial diferenciar entre los pedófilos que abusan de los niños y aquellos homosexuales que se sienten atraídos por "varones" de 11 a 17 años. Según Tomasi, éstos curas no son pedófilos: son "efebófilos". Lo cual supone, por lo visto, un atenuante.

¿De dónde procede la ambigüedad institucional con la pederastia? ¿Qué necesidad hay de vincular la polémica del aborto al sórdido episodio de los abusos sexuales a menores? ¿Para qué turbar a los fieles y creyentes con esta inexplicable indulgencia?

La sensatez política aconseja una condena sin contemplaciones y dejar limpio el buen nombre de la institución imputando a los curas la única responsabilidad de los delitos cometidos. Pero la Iglesia se empecina: ¿qué la inclina a fomentar sospechas tan perjudiciales para el prestigio que quiere proteger?

Tanto en lo relativo al aborto como a la pederastia, la Iglesia da continuidad a una tradición de 1.700 años: sostener en cualquier dilema la más incomprensible de las opciones. El desafío al mundo moderno es todavía más agudo pues de la inaccesibilidad de sus motivos depende el futuro de la institución. La arrogante y aristocrática presunción de unos obispos ajenos al sentido común y a la razón democrática es la única garantía de su singularidad. Pues si consintieran entablar conversaciones mundanas ¿quién les querría escuchar?

Conviene no olvidar que los obispos hablan en nombre de dios. Y un dios que puede ser comprendido, pierde su divinidad. Un dios con el que se puede discutir, pierde su autoridad. Este es uno de los fundamentos de su creencia.



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2 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La vida continúa siendo una mierda

 

Queridos amigos, odiados enemigos, aunque nunca se sabe bien quiénes son unos y otros. La vida. La vida te da sorpresas porque nuestros cerebros son muy complicados. En nuestros cerebros hay mucha mierda camuflada de bien y honradez, de justicia y lealtad, de dignidad y bla, bla, bla. Pero por debajo asoman las manías, los celos, el desprecio arbitrario y un mal rollo que te cagas. Por eso uno de los textos más visto y comentado de este blog es "La vida es una mierda", frase que no es mía pero que resume bastante bien, sin palabrería, lo que hay. Amigos, esto es lo que hay.

A todos os deseo que tengáis un maravilloso 2010.



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2 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La última luna de 2009

Click here to view the embedded video. Ayer, corrí desde la barriada del Cerro hasta la casa a fin de alcanzar la puesta de sol para filmarla y colgarla en mi blog. El último círculo de fuego que se ponía en el 2009 resultó estar rodeado de nubes e imposible de quedar registrado en la cámara. Algo frustrada, miré hacia el nordeste y una luna espectacular se alzaba a un costado de la columna de humo de la refinería Ñico López. Luz al lado de la mugre, anillo plateado cercano a las llamas que genera la combustión del ?oscuro? petróleo. Les dejo, junto a este texto, unas imágenes de ese satélite natural que brilló con toda plenitud sobre nosotros. También lancé el tradicional cubo de agua a las doce de la noche desde mi balcón, en un acto de limpieza anual para expulsar todo lo que nos impide avanzar como Nación. Hoy en la mañana, el primer sol de 2010 secó los charcos que formaron los chorros caídos desde los edificios cercanos. Como una catarata plural y dispersa sonaban esos surtidores que salían de cada casa. ?Qué se vaya lo malo, qué se vaya? pensamos ?al unísono? millones de cubanos.



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2 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Adioses del año

 

Nunca acaba uno de dar las gracias a los amigos que se marchan. Para ellos, como pedía Rubén Darío al despedir a uno de los suyos: rosas, rosas, rosas, rosas.

 

Alejandro Rossi (Florencia, 1932)

El 91 estuvo Alejandro en el congreso sobre literatura venezolana que organicé en Brown, donde se reencontró con Adriano González León y José Balza; pero también consigo mismo, ya que se asumía como venezolano por parte de madre y memorias de infancia. Había nacido en Florencia, vivió en Caracas, después en Buenos Aires, estudió filosofía en Friburgo, y optó por hacerse mexicano. Ya entonces había imaginado una novela sobre su antepasado, el general Páez, tras cuyas huellas fue después a  la Biblioteca del Congreso, en Washington, donde un bibliotecario, al saber de sus búsquedas, le diría: Yo también soy descendiente del General Páez. En otra de sus visitas, charlábamos a lo largo de Prospect Street cuando de pronto se detuvo, miró la calle con asombro, y dijo: “Esta esquina me recuerda el tratado de Vitruvio,” explicándome, de paso, la simetría serena de mi ciudad. En esa o en otra ocasión, se enfermó, y en Urgencias le diagnosticaron una gripe. Estuve a punto de llamar a Octavio Paz y pedirle que consiguiera con el presidente Zedillo un avión para Alejandro. Zedillo, ¿o tal vez Salinas?, lo había hecho por Paz. Al menos en México, un escritor enfermo era una cuestión de interés nacional. Una vez me contó que las clases del seminario de Heidegger eran, en verdad, lecciones de filología: empezaban con la etimología de una palabra. Un peruano, Victor Li Carrillo, que escribía la tesis con Heidegger, le había dicho a Alejandro que su apellido era, claro, chino, pero que su apellido materno era un genérico que los peruanos le ponían a los hijos de los coolies. A mi, le dije, esa genealogía me resultaba una broma sutil de Li.  Para formar parte de su seminario, Heidegger exigía un año de griego clásico; Li Carrillo, su Instructor, se encargaba de esos rigores, y así se conocieron. Yo lo habia visto una vez, en Lima, de lejos, y admiraba su libro sobre el Hermógenes.  Alejandro estaba fascinado por su suerte, sus períodos de profesor en Venezuela, su historia familiar, sus ultimos años en Perú. Escribió una nota, “Gato fino,” en recuerdo de Li, que salió en Hueso Húmero, en Lima, como leve tributo al ausente. Podía ser irónico con elocuencia, pero sabía ser tolerante. Recuerdo que de una profesora preguntaba: “Y a Fulanita, qué raro que le guste Benedetti, ¿no?” En estas conversaciones descubrí que México era el único país donde uno podía ser, para siempre,  extranjero, y habría que agradecerle la gentileza de no convertirlo a uno en nativo. Todos los demás países te asimilan, lo que es casi un abuso de confianza.  Quizá por eso, Alejandro vivió cómodamente en México, en su Castillo, a cuyas puertas siempre llamaba alguien, decidido a retomar la conversación. Nos había convertido a sus amigos en interlocutores permanentes. Y era capaz de hacer citas telefónicas y viajes internacionales para continuar conversando.
Ha dejado la charla, pero uno sigue devolviéndole la palabra.
 

Blanca Varela (Perú, 1926)

Siempre había alguien que preguntaba por ella. Desde Octavio Paz, de quien había sido novia en el París de los años 50, hasta Rossi y Carlos Fuentes, quienes la recordaban con admiración.  Tenía la rara virtud de la inteligencia afectiva, y era capaz de preservar a sus amigos en un espacio encantado, libre de los malentendidos de la fama y los desentendimientos de la política. Pero era también pronta de ingenio irónico, nunca amargo, siempre reverberante. Con ella uno charlaba, mundana y familiarmente, como si ella no fuese la poeta que escribía los poemas más desagarrados que se han escrito, el equivalente verbal de un cuadro de Bacon.  La he visitado en su oficina del Fondo de Cultura Económica, del que fue directora varios años; en el taller de ropa que después tuvo en Miraflores; en la moderna casa que le construyó su marido, el pintor Fernando de Szyszlo, donde sobrellevó, si eso es posible, la muerte de su hijo. Pero antes de ello, a comienzos de los 80, pude invitarla a Austin, a un coloquio sobre poesía y traducción, con Juan Gustavo Cobo Borda y Emir Rodríguez Monegal. Se quedaron en mi casa y Emir, que tenia más autoridad, organizó los horarios. Blanca fue el alma de la fiesta. Su gentileza, paciencia, humor y elegancia fueron puestos a prueba, plenamente confirmados.  Juan Gustavo le declaraba amor eterno y ella le juraba noviazgo perpetuo. Iban del brazo como si danzaran. Y, sin embargo, había en ella una timidez íntima con estos eventos y tenía reservas sobre su  contribución al debate. Me dió a leer las páginas que presentaría en su sesión, que eran ciertamente personales y, por eso, mejores; y, como siempre, tuvo más que decir de lo que ella creía. Mi última conversación con Blanca, en Lima, fue sobre una antología de poesía latinoamericana cuya selección compartió con otros poetas; yo terminé defendiendo la antología. No sé  si llegué a contarle que en mis clases de Cambridge sus poemas son los que más demoraron a los estudiantes, fascinados por su enigma.
Me flaquearon las fuerzas para visitarla cuando perdía la memoria. Me consuela saber que era el amigo con quien ella habló poco y en voz baja.

 

Cintio Vitier (Cuba, 1921)

Cintio y Fina García Marruz, su mujer, extraordinarios poetas y maravillosos críticos literarios ambos, compartían uno y otro género, y a veces uno creía escuchar la voz de ella en las páginas de él, y al revés. No es raro, porque aunque son tan distintos, los unía una idea de la poesía en la que sus lectores fuimos educados: la noción de que la demanda poética es superior a nuestras fuerzas. Quien sepa de lo que hablo sabe lo que digo. Lezama Lima puso al día esas exigencias, entre misterios de la misa y placeres de la mesa. Los conocí en Poitiers en un homenaje a Lezama Lima, a comienzos de los 80. Yo había leido la colección completa de Orígenes en una biblioteca de Gainesville; la obra de Lezama en la biblioteca de Yale (sus libros dedicados rezaban: “A la biblioteca de la Universidad de Yale, con mis mejores deseos”), y la obra crítica y poética de Cintio y Fina en las grandes colecciones de Pittsburgh y Austin. De modo que nuestra charla hiperbólica fue un homenaje al estudiante local, Rabelais. Una de esas noches fuimos iniciados como caballeros del vino de la región del Poitou, a cuya fama debimos jurar fidelidad, luego de que unos nativos enormes, de nariz morada, nos ordenaran usando como espada una rama de vid. Años después, nos encontramos en el aeropuerto de Roma, camino a un coloquio sobre crítica genética convocado por la colección Archivos y el entusiasmo latinoamericanista de Amos Segala. Los llevé en un taxi a nuestro hotel en el Campo de Fiore. Todo lo olvidaré, menos el día en que el pueblo chileno votó NO a Pinochet, y lo celebramos en el Campo de Fiore.
Cintio fue siempre un hombre serio, claro, noble y recóndito. No era para nada el cubano desenfadado que cultivó Guillermo Cabrera Infante, a la hora social del té en su casa de Londres, celebrando extravagancias tropicales.  Cintio, además, era católico y llevaba sobre sus hombros la cruz de la Revolución. Si hubiera un santoral de los poetas, Cintio sería el santo patrón. Por eso, conocerlo era quererlo para siempre.
Tuve la rara suerte de estar en el jurado del premio Juan Rulfo que se lo concedió, en Guadalajara, el 2002. Fue un reencuentro feliz. Me tocó presentarlo en un foro, donde él recordó que en Poitiers yo le había dicho que la Revolución cubana había ocurrido para darle la razón al grupo Orígenes. Lo que equivale a decir que no hemos terminado de leer esa revista, estos poetas, aquellas promesas.
Qué vida fecunda la de este hombre esencial. En su mirada de asombro uno sintió el porvenir.
 
 



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1 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fin y otros principios

 

Ha pasado ya éste año tan claroscuro. Lo comienzo entre nieve, en un pueblo de la Maragatería, Santiago Millas. Un pueblo del camino. Un pueblo maragato que conoció su esplendor en los años en que los arrieros con sus mulos transportaban alimentos, tabaco, mantas y otros productos que venían del oeste. Llegó el progreso, el ferrocarril y los pueblos maragatos se quedaron parados en el tiempo. Hoy, casi por milagro, conserva su belleza. Postal nevada y un tímido sol que aparece tras los montes.

Un grupo de amigos, copas, música, charla intrascendente, encuentros y desencuentros. Leo en el "e-book" un poema de Huidobro: "bajo la nieve resbala la noche..." Me desperté y la nieve caía con esa mansedumbre que conoce tanto Julio Llamazares.

He regalado al grupo un libro reciente, una novela española: "Fin". La primera que publica David Monteagudo. Un escritor gallego, transplantado a Cataluña, trabajador en una fábrica del Penedés. Gran lector. Y toda una feliz sorpresa de novelista. Todavía es posible. La novela es inquietante, eficaz, inteligente, ligera y aguda. Comienza siendo un relato hiperrealista de un grupo de amigos. Termina en un mundo que parece una ficción de Ballard "a la española". Está publicado en "El Acantilado". Una vez más Vallcorba está atento a la caza de la buena literatura. Esta vez no ha tenido que mirar hacia atrás con olfato sino hacia delante con sagacidad.

Creo que los que no tengan claro el regalo de reyes, y que no tengan mucho presupuesto, harán que sus amigos se encuentren un poco más prevenidos con esas reuniones a ciegas, con esos intentos de recuperar el tiempo perdido y volver a la juventud evocando lo bien que lo pasamos cuando entonces.

Empiezo el año. He vuelto a Paul Auster. Apenas llevo cuarenta páginas y ya estoy atrapado entre esas vidas que encuentro paralelas de algo que nunca podré ya vivir.

La literatura, como el cine, tiene subidas y bajadas. Después de algunos libros de Auster que me parecieron más prescindibles, con "Invisible" estoy atrapado. Ha vuelto a su lugar mejor. Menos mal que hay algunas cosas buenas que nos dejó el 2009. También volvió el mejor Woody Allen.

Por cierto si algunos no quieren invertir los euros en Monteagudo, aquí, en esta barra, se puede leer la novela de Monteagudo. Buen año.



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1 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La gran novedad que trae 2010

Los demógrafos han echado las cuentas. El año que hoy empieza nos traerá una modificación sustancial para la humanidad. Acabamos de salir de una larguísima etapa de la historia del planeta. Por primera vez habrá más habitantes en las ciudades que en el medio rural. Hace 60 años apenas un tercio de la humanidad vivía en ciudades, pero dentro de 40 años, en 2050, el 70 por ciento de los seres humanos serán urbanitas. En el siglo transcurrido desde 1950 la proporción campo/ciudad se habrá invertido y el momento crucial del cambio, en el que la población urbana superará a la rural, se producirá este año en el que acabamos de entrar.

Este dato no es anecdótico, sino que comporta muy serias consecuencias. En las próximas cuatro décadas la población mundial crecerá de los actuales 6.830 millones de habitantes hasta los 9.150 millones, una cantidad enorme que quedará estable a partir de aquella fecha. El mayor crecimiento se producirá en las ciudades de los países más pobres y con población más joven, donde serán colosales los déficits educativos, las dificultades de empleo o la falta infraestructuras e inversiones. Elemento central de esta evolución es que la religión de la mayor parte de esta población urbana y en gran parte desafortunada será el islam. La urbanización del planeta irá acompañada de una brutal extensión de las clases medias, consumidoras y competitivas, a los países emergentes, un proceso que ya ha empezado pero que tomará dimensiones mucho mayores. Estas nuevas clases medias ?pobres? y en ascenso no vivirán, sin embargo, en unas condiciones urbanas mejores que las viejas clases medias europeas y norteamericanas, al contrario. Habitarán medios urbanos deteriorados o precarios y dotados de infraestructuras insuficientes y de mala calidad. Aunque mejorarán sustancialmente en riqueza y educación respecto a sus padres y abuelos, no lo harán en seguridad en estas ciudades donde proliferarán la delincuencia y el terrorismo. Sus jóvenes serán ellos mismos carne de cañón para el reclutamiento rápido, y fácilmente se verán involucradas en conflictos étnicos, enfrentamientos religiosos y políticos y tentados por movimiento populistas. Junto a esta evolución en los países pobres y emergentes, la evolución demográfica y económica del mundo atlántico, Estados Unidos y sus aliados occidentales, será justamente la inversa. Su población representará sólo un 12 por ciento del conjunto mundial (en 2003 estaba alrededor del 17). Su participación en el PIB mundial, que alcanzó el 68 por ciento en 1950 y bajó hasta el 43 por ciento en 2003, será inferior al 30 por ciento en 2050. Si estos países quieren convertirse en una fortaleza frente a la inmigración, enfrentada culturalmente a quienes practican el islam, fácilmente podremos sacar negras conclusiones sobre lo que nos espera en los próximos años. De las ciudades caóticas e inmensas de los países emergentes pueden salir millares de lobos solitarios como el joven nigeriano Umar Farouk Abdulmutallab, dispuestos a convertir en una violencia ciega su resentimiento y su desorientación ante la vida. (Enlace: estos datos y reflexiones vienen a cuento de la lectura de año nuevo que propongo a los lectores: La nueva bomba poblacional. Las cuatro grandes tendencias que cambiarán el mundo, artículo de Jack D. Goldstone en Foreign Affairs, con acceso de pago. Las tendencias en cuestión son: 1.- la pérdida de peso demográfico del mundo desarrollado con el correspondiente cambio de centro económico del planeta; 2.- el envejecimiento y declive de la fuerza de trabajo de los países desarrollados, con el correspondiente aumento de demanda de mano de obra inmigrante; 3.- la concentración del crecimiento en los países, pobres, jóvenes y musulmanes; y 4.- la urbanización masiva del planeta).



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31 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El color de la autopista

Con el fin de año el precio del cerdo se dispara, los carteristas recrudecen sus acciones y el transporte interprovincial se pone de mala palabra. Comprobamos que se acerca el 31 de diciembre cuando aumentan las colas para comprar un pasaje y en la carretera se vuelve más difícil hacer autostop. A la salida de La Habana se acumulan los viajeros en solitario o las familias enteras cargadas de maletines. Muchos de ellos regresan a sus pueblos de origen para celebrar la última noche de este 2009. Retornan ?por unos breves días? al lugar que las estrecheces materiales, el trabajo o el matrimonio les han hecho dejar atrás. Aunque la compra de miles de ómnibus Yutong parecía ?hace algunos años? que iba a solucionar el transporte en Cuba, aún es una Odisea moverse de un punto a otro de esta Isla. Un boleto desde la capital hasta la provincia de Camagüey puede costar la mitad de un salario mensual y condenarnos a los apretados asientos de estas guaguas chinas, al aire acondicionado sin regular y al reggaetón que suena estruendoso en sus bocinas. A esos inconvenientes se suman los puntos de control en la carretera, que la picardía popular ha bautizado como TAC (tomografía axial computarizada) pues son capaces de detectar un paquete de camarones escondido hasta en los mismísimos senos de una rolliza anciana. Para fin de año, el trapicheo del mercado negro se potencia y los policías hacen su agosto confiscando, multando ?y hasta quedándose con lo quitado? a los intrépidos mercaderes de queso, langosta, carne, leche y huevos. A ambos lados de la vía que enlaza una provincia con otra, se ven las manos estiradas ofreciendo billetes que baten al viento. Son esos que no pudieron alcanzar un ticket ni siquiera para el tren y se lanzan al azar de la autopista a la espera de que alguien les pare. Allá se ve el azulado papel de uno de veinte y más adelante dos de cincuenta, una joven muestra sólo un billete de diez, de manera que no tendrá chance si no eleva su oferta o se sube un tanto la saya. A algunos les sonríe la suerte cuando aparece un auto de turismo que necesita de un guía ante la falta de señalización de los caminos. Pero los visitantes extranjeros prefieren parejas o mujeres con niños, ante el temor de un asalto. De manera que los hombres deben esperar por un camión o una carreta que los quiera llevar. Al final del día, varios de estos improvisados viajeros estarán sentados a la mesa de una intrincada casita o preparando la yuca para la comida de San Silvestre. Cuando amanezca el primer sol del nuevo año volverán a la autopista, se integrarán de nuevo al pavimento, levantando una mano que ?esa vez? quizás ya no tenga billetes que mostrar.



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31 de diciembre de 2009
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El Boomeran(g)
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