Basilio Baltasar
La biblioteca virtual recibe en Francia una atención adecuada al volumen de su patrimonio escrito y a la intensidad de una conciencia cultural que a pesar del desconcierto contemporáneo se mantiene a flote. No es algo que debamos dar por supuesto en un país como el nuestro, que cuando debe elegir, lo quiere todo y cuando puede, no coge nada.
El ministro de cultura francés, Frédéric Mitterand, sobrino del que fue Presidente de la República, le planta cara a Google y se reserva el derecho a digitalizar los fondos bibliográficos depositados en la Bibliothèque nationale de France. Considera que la empresa norteamericana ha entrado en Europa con un espíritu monopolista inaceptable y repudia la confidencialidad excesiva, la exclusividad imposible y las clausulas leoninas de sus contratos. Matiza que no se siente conmovido por un antiamericanismo primario y que no le importa concertar con Google acuerdos transparentes que respeten los derechos de autor. Si Google no acepta estas condiciones, dice Mitterand, dejará en evidencia que sus grandes principios filantrópicos no son más que una fachada. Francia, añade el ministro, no renunciará a su patrimonio y sabrá constituir por cuenta propia la más grande librería virtual del mundo.
La precisión de los términos elegidos por el ministro ya lo dice todo sobre la fuerza que ha puesto en juego. Voluntad política para desmentir a la sociedad monopolística mundial y nervio dialéctico para deshacer la fascinación de la vanguardia tecnológica. Y astucia estratégica para desconfiar de tanta filantropía: digitalizar gratuitamente los fondos bibliográficos de las grandes bibliotecas europeas puede ser una patraña. Como empresa privada nada le impedirá, cuando quiera, cobrar por cualquier consulta.