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La Clase B más cara de la historia

Por 13 de enero de 2010 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Como toda obra artística que deviene fenómeno sociológico, Avatar está siendo objeto a diario de los más diversos comentarios. Que se la sospecha de racismo, en tanto muestra a un hombre blanco salvando a una raza de color. Que el Papa Ratzinger desconfía de su ideología, en tanto otorga categoría de divinidad a la naturaleza. Que se sabe de que existen escenas de sexo entre Jake (Sam Worthington) y Neytiri (Zoe Saldana), que James Cameron terminó eliminando del montaje. Que marca el camino por el que se adentrará el cine en el futuro, y al mismo tiempo que lleva al cine en una dirección inconducente. (Después de todo tardó quince años en hacerse, y a un precio sideral que muy pocos pueden afrontar.) Que algunos espectadores se quejan de dolores de cabeza y pensamientos suicidas después de la proyección. Que su éxito apresuró el lanzamiento público de la TV en 3D. (Ya que estamos, pregunto: ¿cómo hará la gente que deja la TV de fondo y la mira de tanto en tanto mientras hace otras cosas? ¿Terminaremos llevando los dichosos anteojitos hasta en el baño?) Y mil abordajes más, brotando cada día en cuanto medio pasa por delante de mis ojos.

         Lo que a mí me gustó más de Avatar fue, simplemente, que reavivase en mí la experiencia de la maravilla que el cine me hizo vivir cuando era pequeño; esa sensación de estar viendo algo nunca antes visto, un mundo nuevo o una civilización que hasta entonces había sobrevivido en algún valle inaccesible a la mirada del común de los hombres, como ocurría en la King Kong original y en tantas otras películas clase B. Recuerdo una llamada El valle de Gwangi, cuyos dinosaurios –obra del maestro Ray Harryhausen, tanto antes de la tecnología de Jurassic Park- me parecían de niño increíblemente reales. A fin de cuentas, ¿no es Avatar la película Clase B más cara de la historia?

         Yo le agradezco a Cameron que me haya hecho recordar la esencia maravillosa del cine, esa capacidad de dejarnos con la boca abierta que practicaron tantos grandes y hoy tiende a ser olvidada, entre tantas películas predecibles hasta la exasperación.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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