Jorge Eduardo Benavides
En un post anterior comentaba, a propósito del más reciente libro de Luisgé Martín, "Las manos cortadas" las escasas novelas de contenido político que se escriben en España, al menos en los últimos años. Quizá se deba, dirán algunos, al hecho de que desde la entrada de la democracia, el tema ha perdido su atractivo ficcional, cosa que no ocurre en Hispanoamérica, donde todavía sigue perseverando -aunque también en declive- la novela de trama intensamente política y con muy buenos representantes, como el chileno Pedro Lemebel ("Tengo miedo torero") o el boliviano Edmundo Paz Soldán, quien además agrega un importante ingrediente, poco frecuentado en dicho género: la presencia de lo High Tech, por decirlo de alguna manera. No sólo ellos escriben ficción política y quizá sería interesante volver sobre el asunto en otro post, pero en este caso, simplemente los pongo como ejemplo de contraste respecto a la situación en España. Y es que las novelas de corte político, como aquella magnífica y desasosegante novela de Eduardo Mendoza, "La verdad sobre el caso Savolta", son muy pocas. Realmente son escasas las novelas que dejando de lado la Guerra Civil -un género en sí mismo- se propongan ahondar, por ejemplo, en la Transición. Prueba de ello quizá es que en el frondoso jardín editorial español de los últimos tiempos resulta casi un exotismo la muy reciente novela de Cercas, "Anatomía de un Instante". Pensemos en "El Socialista Sentimental" de Paco Umbral, o en esa tan extraña como maravillosa novela de José Julio Perlado, "Lágrimas Negras", donde un elemento mágico parece rondar las páginas más políticas de esta suerte de universo potencialmente distópico que plantea Perlado. Incluyamos también "Lo real", de Belén Gopegui y esa ambiciosa saga de Francisco Casavella, "El día del Watusi". Pero creo que hay poco más.
En todo caso, el tema político -la intriga abiertamente política, quiero decir- no parece interesar mucho a los narradores españoles. Y resulta curioso por tres razones: Primero, porque muchos escritores son perseverantes tertulianos, acérrimos columnistas, analistas perspicaces y opinadores vehementes de asuntos claramente políticos, como podemos comprobar abriendo las páginas de la prensa diaria, u oyendo cualquier programa de radio o viendo alguna tertulia televisiva. Segundo, porque precisamente desde la Transición existe en España un caldo nutricio de temas claramente políticos y potencialmente susceptibles de ser novelados: tramas inmobiliarias, conspiraciones parlamentarias, ataques terroristas, corrupciones de toda índole, separatismo, transfuguismo, dinero y poder, esperpento casi propio de lo real maravilloso. Y tercero, porque muchos de esos escritores crecieron leyendo las novelas hispanoamericanas (marcadamente políticas en su mayoría…) de las que un gran porcentaje se declara deudor o admirador. ¿Qué ocurre entonces? Quizá sea que el aspecto político lo tienen más que resuelto como opinantes de prensa y espacio público. Quizá que el panorama político les resulta inverosímil para ser susceptible de ficcionalizarse. Quizá que han tomado buena nota de que la novela política parece en declive incluso al otro lado del Charco. Pero yo me aventuro a creer que, simplemente, el rapidísimo cambio que supuso la Transición apenas les ha dejado tiempo para digerir y aceptar que la política no sólo es el territorio ríspido donde ocurren los pormenores de nuestra vida cívica y electoral, sino también la comarca de nuestros más recónditos sueños y pesadillas.