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22 escarabajos

Mario Cuenca, Andrés Neuman y Fernando Iwasaki. Fuente: facebook El día 12 de febrero, en la Librería Tres Rosas Amarillas, con el auspicio de la editorial Páginas de Espuma, se cumplió un hito de la historia musical de nuestro idioma: la presentación del grupo musical 22 escarabajos con Mario Cuenca y Fernando Iwasaki en guitarras y Andrés Neuman en voces. Dicen que Neuman, previamente, repartió tapones para los oídos. Algunos agradecieron el gesto. Otros dicen que no los necesitaron. Muchas preguntas quedan flotando en el aire. Por mi parte, espero que los gustos musicales de Fernando (otrora cantante de nueva trova en las cafeterías de la pucp) hayan mejorado. Quizá le entraron al tango de Neuman. No, no creo. Tampoco me los imagino cantando una guaracha a lo Lavoe, lamentablemente. Yo los veo medio aflamencados, la verdad Pero basta de especulaciones ¿Qué clase de música tocan estos escarabajos? Quien haya estado en el concierto que lo diga.

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15 de febrero de 2010
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Cuando la física deja estupefacto

"...Pues los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar movidos por el estupor. Al principio su estupor es relativo a cosas muy sencillas, mas poco a poco el estupor se extiende a más importantes asuntos, como fenómenos relacionados con la luna y otros que conciernen al sol y las estrellas y también al origen del universo. Y el hombre que experimenta estupefacción se considera a sí mismo ignorante (de ahí que incluso el amor de los mitos sea en cierto sentido amor de la sabiduría, pues el mito está trabado con cosas que dejan al que escucha estupefacto)" (Aristóteles)

 Para hacer directamente perceptible el enorme interés filosófico de algunas de las constataciones de la Mecánica Cuántica, a las que últimamente vengo aquí refiriéndome, el  auténtico envite que suponen para nuestra razón, hasta qué punto chocan con las ideas que tenemos sobre los mecanismos que rigen la naturaleza y, en consecuencia, subvierten el concepto que nos hacemos de ella, utilizaré un apólogo inspirándome de un texto aun inédito de un grupo de investigación dirigido por el profesor de física de la Universidad de Oviedo Miguel Ferrero:

Supongamos que a dos amigos que se encuentran respectivamente en Santiago de Compostela y Barcelona se les solicita  lanzar cien veces una moneda al aire y encontrarse después en San Sebastian para que el observador pueda verificar en cuales de las tiradas  habían coincidido en el resultado "cara" o en el resultado "cruz". Lo que cabe esperar es que cada uno de ellos haya extraído más o menos cincuenta por ciento de cara y cincuenta por ciento de cruz. Respecto a las veces en que hay coincidencia, cabe esperar que se trate de veinticinco por ciento de las tiradas. Supongamos sin embargo que al confrontar los resultados  el observador constata que han coincidido absolutamente en todas las tiradas. A menos de atribuirlo a una pura casualidad, buscaremos alguna causa clásica. Lo más inmediato será aventurar que ambos tienen algún truco que les permite extraer cara o  cruz a voluntad, y que además:

a)                             O bien se pusieron de acuerdo antes de la prueba respecto al orden en que iban a sacar cara o cruz

b)                             O bien uno de ellos, el que está en Santiago por ejemplo, tiene algún procedimiento oculto, procedimiento que al observador se le  escapa, para comunicar al otro el resultado que sucesivamente ha elegido.

En definitiva, o hay acuerdo en el pasado o hay comunicación oculta. Pues bien: en la mecánica cuántica se dan fenómenos de correlación con las características del expuesto y que no se explican por ninguna de las dos razones clásicas; fenómenos que violan todos los principios  en los que se funda nuestra concepción sobre la naturaleza y nos permiten una previsión sobre   los fenómenos que en ella se despliegan. Y es necesario enfatizar que no se trata de aspectos contingentes de la disciplina: se trata de aspectos que se halla, en la base de la información cuántica y, por ejemplo, revolucionan el concepto de criptografía, todo ello con enormes implicaciones prácticas en sociedades dónde la información es (para bien o para mal) una variable importantísima. Desde luego, alimento esencial para la Filosofía, de ser cierto que  "los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar movidos por el estupor".

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15 de febrero de 2010
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El año más peligroso de su vida

El profesor Rico llega al restaurante con su largo gabán y la gorrilla de cachemira. Mientras se desabrocha deja caer sobre la mesa un libro y me espeta: "¡Léelo de contino!" Cuando el profesor Rico me ordena que lea un libro, yo así lo hago. De igual modo, si codicio una recomendación para entrar en el cuerpo de Correos sé perfectamente a quién dirigirme. Hay que ser muy egoísta para no aprovecharse de los amigos. De otra parte, este libro es el primero que publica una nueva editorial, "Libros del Silencio" (está bien este nombre) y tengo por costumbre presentar en sociedad a los últimos suicidas.

    Se llama la novelita "Función en el colegio" y fue escrita hace muchos años por un italiano, Orio Vergani, que lleva medio siglo en el otro mundo. Si alguien como el profesor Rico resucita una novela con tanto aplomo y además la prologa, seguro que merece la pena torcer nuestra inercia por unas horas. Y así me ha parecido. Antes empleé el diminutivo "novelita" porque este relato es tan delicado, tan femenino, tan sutil, que parece escrito por una señorita alicantina en el año de 1940. Pero no hay en ella nada blando, popular o cursi. El relato presenta ese momento tremendo y único en que los hombres (las mujeres están armadas con otra voluntad) nos acogemos a un sexo, usualmente de modo atolondrado, al que seremos fieles el resto de nuestra vida. Es un instante lóbrego y tenebroso, aunque suele pintarse con mucho cielo rosa, pétalo de margarita y nube limonera, disimulado bajo el palio traicionero del amor.

    El protagonista, un muchacho de catorce años, tomará partido por un sexo tras ver a su amada vestida de general romano y ponerse él, a su vez, las ropas de la chica. Descubrirá, como es de ley, que el sexo es la puerta del mundo empírico, pero que tras esa puerta yace siempre, ineludiblemente, un primer cadáver. En esto consiste la iniciación: ¿qué vas a hacer con este cadáver cuando seas mayor? Y la respuesta es tan torpe como irremediable: tenerlo presente hasta el día de mi muerte. Aunque siempre hay quien no quiere crecer.

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15 de febrero de 2010
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La presidencia evanescente

Ya no viene Obama. El rescate de Grecia se hizo sin Zapatero en la foto. Y el nuevo presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, ha tomado las riendas de la recuperación económica, uno de los ejes de la presidencia española de la UE. Se diría que el semestre presidencial de Zapatero ya ha terminado. Que todo lo que quepa esperar a partir de ahora sea el normal desarrollo de esos estupendos consejos extraordinarios en los marcos incomparables de las ciudades de donde son originarios los titulares de cada una de las carteras. Con el aditamento de unas rimbombantes declaraciones destinadas a la gloria del olvido: la Declaración de Donostia sobre ciencia y tecnología, la de Cádiz sobre la igualdad de género, y las que seguirán. Nadie anulará estas reuniones ni cancelará tan solemnes manifiestos, como hizo Obama con la Cumbre Transatlántica, la renovación de la Agenda Transatlántica y la Declaración de Interdependencia entre EE UU y Europa que se pretendía pasar a la firma.

La difuminación de la presidencia española tiene dos causas. Una objetiva: la entrada en vigor del Tratado de Lisboa resta protagonismo al presidente del Gobierno que tiene a su cargo el semestre de turno. A pesar de ello, Zapatero hubiera podido aprovechar la transición para tener todavía algún papel, puesto que Van Rompuy acaba de aterrizar y hubiera sido del todo lógico acompañarle en sus primeros pasos en una especie de copresidencia. Si este papel cae en manos de Sarkozy, no hay duda de que el 'petit belge' las hubiera pasado canutas. La segunda causa de la presidencia evanescente es endógena y responsabilidad de Zapatero: el plan de trabajo es una mezcla de sueños de grandeza en los grandes eventos y falta de ideas políticas en todo lo otro. La realidad es que, en ausencia de una fuerte y pragmática ambición política, la presidencia española ha quedado ahora sin pulso ni impulso. Aunque no hay muchas razones para la euforia, todavía queda algún margen. Zapatero ha conseguido salir del escenario de los malos alumnos en el que se metió en Davos, cuando compareció con los presidentes de Grecia y Letonia, para sufrir el examen del presidente del Banco Central, Jean Claude Trichet. Después de las tormentas bursátiles, ha quedado claro que el problema está en Atenas, aunque no haya quedado despejada del todo la incertidumbre sobre el peligroso nivel de endeudamiento español, principalmente el privado. También ha avanzado la idea del gobierno económico del euro, bien interesante para España, aunque no por la capacidad de persuasión de nuestros gobernantes sino por la fuerza de los hechos. Una vez ha quedado claro el rumbo mediocre del semestre español, ahora sólo quedan dos cumbres a mano para que Zapatero levante un poco esta presidencia. La primera cita será en mayo, en Madrid, con la VI Cumbre UE-América Latina y Caribe, una reunión bianual de la que difícilmente saldrá el acuerdo de asociación con Mercosur que sería de desear. La segunda será en junio, en Barcelona, con la II Cumbre Euromediterrránea, que deberá coincidir con la puesta en marcha de la Secretaría Euromediterránea en el Palacio de Pedralbes. No ayudarán a la primera ni el populismo boliviariano ni el desplazamiento de protagonismos que propulsa a Brasil al tiempo que hunde a la declinante UE. Para la segunda cita no falta la ambición, suministrada sobre todo por el empeño de Sarkozy para que fructifique un proyecto que salió del Elíseo; pero tampoco las ganas por parte de las autoridades locales: ésta es una excelente oportunidad para que Barcelona siga consolidándose como la capital del Mediterráneo. Harán bien, pues, las instituciones en arrimar el hombro, aunque sólo sea por egoísmo y estén los catalanes en época de tocar a rebato electoral, para que luzca un poco más la presidencia española al menos a partir de esta cumbre. Si los 27 fueran además capaces de sustanciar algún avance en el proceso de paz entre israelíes y palestinos, entonces el semestre quedaría plenamente salvado y justificado. Si no, habrá quedado en otra oportunidad perdida, difuminada por la crisis y la indolencia.

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15 de febrero de 2010
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Entreleído

 
Las horas que se tomaba el Talgo de Barcelona a Madrid, a comienzos de los años 70, eran suficientes para leer una buena novela del siglo XIX. 

Al dejar el libro, uno se encontraba con los personajes de un drama ya leído: la familia de luto; la muchacha de provincias; el curita dormido después de comer, como una cita de Galdós.

En el viaje de ida leí cómodamente el primer tomo de La cartuja de Parma, y el segundo en el de vuelta.


Después de todo, Thomas Mann escribió su Diario de lectura del Quijote a lo largo de un viaje en barco.


De Quincey decía que las mejores bibliotecas yacen al fondo del Índico, gracias a los naufragios ingleses.

Elegir un libro es casi una confesión personal.

Si te preguntan qué libro te llevarías a una isla, no tendría sentido responder que uno se llevaría la biblioteca, ya que el valor de un libro, de uno solo, equivale a esa biblioteca.


Imagínate que alguien respondiera que se llevaría un Kindle.

Incluye muchísimos libros, en efecto, pero los límites de su lectura serían son los límites de su batería.


La tecnología del libro es la de su reproducción, y lleva la huella de su nacimiento: es totalmente remplazable.

Borges demostró que la Biblioteca es un laberinto tan periódico y arbitrario como el mundo: no tiene otro orden que la ilusión momentánea de un orden.

Por eso imaginó una enciclopedia china en la que los animales se dividen en “a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c) amaestrados…h) incluidos en esta clasificación, f) fabulosos…m) que acaban de romper un jarrón…”

Michel Foucault rió leyendo eso, y pensó con asombro que toda clasificación revela los límites de nuestro propio pensamiento. “Este libro nació de un texto de Borges,” fue la primera frase de lo que sería Las palabras y las cosas (1966).

El libro electrónico, en cambio, presume incluir todos los libros, como la biblioteca, pero leemos, en él, un libro menos.


Porque es un depositorio redundante: no tiene valor de intercambio, no pertenece  a la conversación; se debe al uso y al desuso.

No se debe a la Biblioteca sino a la Empresa. No se debe al placer de entender, sino a la lectura como olvido, al entretenimiento.

El cura y el barbero hacen el inventario deportivo de la biblioteca de Don Quijote, como lectores robustos que creen en una lectura saludable.

Si tuvieran que hacerlo en el Kindle, borrando y guardando con un dedo, no concluirían la tarea porque la mala literatura no acaba nunca. Es un best seller permanente. 

Don Quijote hoy día enloquecería leyendo electrónicamente todos los libros de Larsson. Y daría en escribir best sellers.

No pudiendo eliminar los libros culpables de esa locura, sus amigos tendrían que intentar matarlo para evitarle la ignominia.

Pero protegido por su agente y su publicista, el Don desaparecería en Marbella y sus nuevos libros seguirían siendo best sellers póstumos. 

Por eso, el acto quijotesco por excelencia sigue siendo leer un libro. 

En ese viaje el mundo resulta más habitable porque es perfectible; en español, a pesar de tanto y de tan poco, y en cualquier parte.

 

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14 de febrero de 2010
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Ni leyes, ni justicia

En Portugal, en la aldea medieval de Monsaraz, hay un fresco alegórico de finales del siglo XV que representa al Buen Juez y al Mal Juez, el primero con una expresión grave y digna en el rostro y sosteniendo en la mano la recta vara de la justicia, el segundo con dos caras y la vara de la justicia quebrada. Por no se sabe qué razones, estas pinturas estuvieron escondidas tras un tabique de ladrillos durante siglos y solo en 1958 pudieron ver la luz del día y ser apreciadas por los amantes del arte y de la justicia. De la justicia, digo bien, porque la lección cívica que esas antiguas figuras nos transmiten es clara e ilustrativa. Hay jueces buenos y justos a quienes se agradece que existan, hay otros que, proclamándose a sí mismos justos, de buenos tienen poco, y, finalmente, además de injustos, no son, dicho con otras palabras, a la luz de los más simples criterios éticos, buena gente. Nunca hubo una edad de oro para la justicia. Hoy, ni oro, ni plata, vivemos en tiempos de plomo. Que lo diga el juez Baltasar Garzón que, víctima del despecho de algunos de sus pares demasiado complacientes con el fascismo que perdura tras el nombre de la Falange Española y de sus acólitos, vive bajo la amenaza de una inhabilitación de entre doce y dieciséis años que liquidaría definitivamente su carrera de magistrado. El mismo Baltasar Garzón que, no siendo deportista de elite, no siendo ciclista ni jugador de fútbol o tenista, hizo universalmente conocido y respetado el nombre de España. El mismo Baltasar Garzón que hizo nacer en la conciencia de los españoles la necesidad de una Ley de la Memoria Histórica y que, a su abrigo, pretendió investigar no sólo los crímenes del franquismo sino los de las otras partes del conflicto. El mismo corajoso y honesto Baltasar Garzón que se atrevió a procesar a Augusto Pinochet, dándole a la justicia de países como Argentina y Chile un ejemplo de dignidad que luego sería continuado. Se invoca en España la Ley de Amnistía para justificar la persecución a Baltasar Garzón, pero, según mi opinión de ciudadano común, la Ley de Amnistía fue una manera hipócrita de intentar pasar página, equiparando a las víctimas con sus verdugos, en nombre de un igualmente hipócrita perdón general. Pero la página, al contrario de lo que piensan los enemigos de Baltasar Garzón, no se dejará pasar. Faltando Baltasar Garzón, suponiendo que se llegue a ese punto, será la conciencia de la parte más sana de la sociedad española la que exigirá la revocación de la Ley de Amnistía y que prosigan las investigaciones que permitirán poner la verdad en el lugar donde estaba faltando. No con leyes que son viciosamente despreciadas y mal interpretadas, no con una justicia que es ofendida todos los días. El destino del juez Baltasar Garzón está en las manos del pueblo español, no de los malos jueces que un anónimo pintor portugués retrató en el siglo XV.

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13 de febrero de 2010
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Por culpa de Hemingway

 

La culpa la tiene Hemingway. Y un poco mi propensión a la mitomanía. Estaba pasando unas buenas jornadas en Roma. Mañaneros paseos romanos  para perderse por sus calles, entre los rincones de la judería y los pasillos de sus museos. Cantando bajo la lluvia, incluso bajo la nieve, en buena compañía, buenas alcachofas, buenos vinos y una excelente grappa tomada con nocturnidad, entre amigos, en la que fuera la casa de Marcelo Mastroianni- un lugar que reverenció Maruja Torres y otras enamoradas de aquél seductor- y con fuerza para visitar al día siguiente los recuperados "caravaggios" de la Iglesia de San Luis de los Franceses.

Todo armónico, aunque un poco caótico, como corresponde a la ciudad. Al llegar la penúltima noche se me ocurrió una parada en Vía Venetto, la calle que todos conocimos por el cine de Fellini, por la mitificación de los años de la "dolce vita". De aquella elegante dulzura apenas queda el recuerdo. La calle está tomada por ricos horteras, mundo nocturno de la estética de Berlusconni y, lo que es peor, de la misma ética. Mafias rusas, prostitutas de lujo, fascistas de nuevo cuño y de viejos hábitos, cantantes vulgares para público vulgar en bares que conocieron mejor vida.

Lo peor de todo fue el intento de mejorar las cosas creyendo que algunos bares se deben al espíritu que les dio la fama. Por culpa, o gracias, a la influencia de Ernest Hemingway, hemos tomados algunas copas en algunos de esos "Harry's Bar" que el escritor hizo famosos. Creo que nunca estuvo en éste de Roma, pero recordando sus noches en el bar del mismo nombre veneciano, propuse tomar unos dry martinis, brindar por la memoria de Ernesto, y por la de Azcona y Ferreri que nos habían brindado la excusa para estar en Roma. Fue difícil que nos dejaran entrar, nos invitaron  a salir de su bar por falta de sitio, una excusa fácil para retirar a gentes como nosotros entre mafias como ellos. Ante la sorpresa de vernos en la calle y en compañía de Assumpta Serna y María Barranco, entre otros, volvimos al ataque. Tomamos un rincón de la barra y nos hicimos fuertes con nuestros drys. Un cóctel para el olvido, lo mejor: las aceitunas. Añoramos los de "Del Diego" o el de la barra del viejo Casino de la calle Alcalá y los de otros "Harry's" de nuestra vida. Además tuvimos que soportar ese castigo musical/ internacional con piano que lleva el mal gusto por toda clase de hoteles y bares pretenciosos. Los tipos que llenaban el bar y sus acompañantes, que se sentían satisfechos con su kitsch de lujo. Parecían aspirantes a ser invitados a una de esas fiestas en la Cerdeña que no queremos conocer. Aquello era todo menos el mundo de Fellini, de Azcona, de Hemingway o de Ferreri. Era el perfecto espejo de ésta Italia, esta Roma, tan hermosa y decadente, como incomprensible en sus visibles habitantes de la buena vida de nuestros tiempos. Pasamos de ellos, dejamos la nostalgia cerrada en una vieja maleta y nos escapamos a tomar una copa en otro lugar que nunca hubiera estado Hemingway. Pobre Ernesto, no se merece lo que hacen con su memoria.

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12 de febrero de 2010
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El mundo según Irving

La primera vez que me encontré con Rodrigo Fresán en Barcelona (hace de esto ya muchos años, puesto que lleva once aquí), me citó en la puerta de la FNAC, frente a la Plaça de Catalunya. Ayer nos encontramos en exactamente el mismo lugar. Y Rodrigo tenía para mí, a modo de obsequio por mi llegada, un libro que a su manera también completaba un círculo. En algún momento de la década del 80, cuando todavía vivíamos ambos en Buenos Aires, me regaló mi primer libro de John Irving: The World According to Garp. Sin exagerar ni un poquito, confieso que Garp cambió mi vida. Ayer me regaló la más reciente novela de Irving: Last Night in Twisted River. A eso le llamo yo una bienvenida.

 

         ¿Qué es lo que me enamoró tanto de la literatura de Irving? Que encapsulaba de un modo profundamente personal alguna de las cosas que más me gustan de la literatura. (Y por ende que más persigo en mis novelas, salvando las enormes distancias que me separan de aquellos a quienes considero maestros.) Empezando por el largo aliento: aquellos relatos que se prolongan durante décadas y le conceden al lector la sensación de haber pasado una vida entera junto a esos personajes. Los personajes entrañables: fallidos siempre como seres humanos, pero dignos de la redención que tanto buscan. El sentido del humor. (“Escriba lo que escriba, por más gris u oscuro que sea el tema, siempre me va a salir una novela cómica”, declaró alguna vez.) El empleo de la literatura como una variante del exorcismo. (“Escribo una y otra vez –contra mi voluntad- sobre las cosas que más temo”) Y la dedicación a las cuestiones esenciales de la vida: los afectos, la identidad, la posibilidad de hacer el bien aunque esto implique incurrir en un anacronismo. En un tiempo donde las únicas cosas que parecen importantes en la literatura son las que atañen a la literatura misma y sus minucias, Irving es de los que creen que los mejores libros son los que hablan, más bien, de otras cosas. Leyendo a William Goyen hace poco tiempo tuve (como la tengo cada vez que leo a Salinger) la misma sensación: de que la mejor literarura se produce cuando uno no está pensando en cuestiones librescas, sino más bien en los misterios de la vida.

         Gracias, Fresán. Nuevamente.

         Cuando termine el libro espero estarle agradecido a Irving otra vez, como lo estuve con Garp, The Cider House Rules y A Prayer for Owen Meany.

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12 de febrero de 2010
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Los bibelots

Los hogares tienden a afearse con el tiempo y no sólo porque envejezcan y pierdan frescura sino también por su intensa propensión a coleccionar residuos y mantenerlos, aún sin vida, distribuidos como objetos en las repisas, los estantes de las librerías o por encima de los aparadores y las cómodas.

 Se trata de objetos que llegaron a estos lugares con la ilusión de marcar la memoria de un viaje o un acontecimiento importante. Pero unos son aportados por las gentes de la casa y otros tantos pertenecen a la serie de regalos de pequeño tamaño que se ha  recibido. Casi nunca faltan, a  su vez menudas esculturas y trofeos sin relevancia que, en su momento, procuraron alegría a un  hijo o un padre en una competición de tenis, de fútbol o de dominó. Una multiplicidad de placas y galardones ínfimos y de de todas las especialidades imaginables se posan en los voladizos interiores del hogar y se hacen resistentes a su renovación, su eliminación o su eventual apartamiento. De la misma manera, numerosas fotografías salteadas en el tiempo pero en arbitraria desproporción respecto a otras, se exponen a la vista que, finalmente, será la mirada  de las visitas puesto que los demás de ese hogar, han llegado, a través de la costumbre, a no detectar siquiera su presencia ni una a una ni tampoco como conjunto. Son los invitados, en todo caso, quienes al ser acomodados unos momentos en esa habitación quienes reciben los impactos de todas o algunas de ellas.

 Objetos, bibelots, souvenirs y fotos van componiendo con el tiempo una especie que siendo altamente heterogénea en sus materiales y condición operan entre sí a la manera de una tribu altamente cohesionada y protegida de los demás por una misma capa que llega a ser rancia y muy recia en aquellas viviendas donde nadie, en los últimos tiempos, ha sentido el impulso de renovar ni la vida ni sus posibles rastros sin ton ni son.

Efectivamente el juicio que a los propietarios de ese habitat les merece este desfile abigarrado es semejante al que dejara tras de sí un dulce naufragio con sus pecios y sus paisajes de alrededor. No ven por tanto en ello ningún aspecto que debieran corregir o mejorar. Más bien lo  frecuente es que aún aceptando la mala impresión que transmite ese animalario y asumiendo la necesidad de una limpieza y  depuración  radical nunca se lancen a ello puesto que la clarificación o saneamiento requeriría la eliminación de  piezas queridas o piezas ambiguas que suspenden una y otra vez la decisión  de actuar con determinación.

 Las fotografías que se refieren a parientes o amigos ya desaparecidos pesan tanto, despiden tanto pesar, que es muy difícil removerlas pero otros obstáculos inesperados se encuentran cuando parece incuestionable que ese muñeco es una birria o esas casitas de Varsovia se encuentran desportilladas y ya no tienen razón de formar parte de la  exposición. Azarosamente o impulsivamente ciertos objetos pueden ser circunstancialmente destronados o extraviados pero es casi imposible dictar sentencias sin tropezar con figuras, fotos y souvenirs que  incluso no pertenecientes a la familia en cuestión se aferran a sus posiciones históricas.

Este zoológico de cosas reunidas y amontonadas adquiere, además, con el pegajoso paso del tiempo una especie de vida propia y una autonomía orgánica enferma de una fealdad que es difícil de combatir y desmontar. Son muchos los elementos y sin aparente relación entre sí pero es demasiado dura la argamasa fraguada y muy desafiante su trama moral como prueba en los momentos en que alguien pretende su desarticulación.  Como un funcionamiento fisiológico interno, invisible al espectador, los recuerdos de un tipo se asocian a los signos de los otros y mediante vectores de la misma dirección u su opuesta. Mediante parejas o  acoplamientos y a través de tan próximas como violentas negaciones de valor.

Su sistema, en fin, se rige por el decisivo orden del desorden y este desorden  se hace tan compacto como el de los desechos en un vertedero que llegan a integrarse entre sí y a apelmazarse con un resultado tan persuasivo que aumenta todavía más con su baja categoría estética, por el formidable poder de fusión que demuestra el  excremento.

Esta repetida realidad de casi todo hogar no es con precisión ni una homotecia de su  historia ni un claro rasgo caracteriológico. Pero ¿quién puede negar que sea su rostro o parte de él? Bien, una parte de su rostro. Su cara o fragmento de  cara a primera vista pero, también, dado que esa visión es imposible para los habitantes de la propia casa su existencia se alza como una realidad sin propiedad real y su impresión como parte de una revelación independiente.

 Revelación compleja de vidas y muertes, de viajes y de cumpleaños, de alegrías y  souvenirs,  débitos, gozos y descuidos. Puede parecer  mentira que un documento tan poblado de informaciones se muestre sin reparo a la visita. Puede parecer una contradicción que la intimidad de la vida del mismo hogar, por un inesperado gesto extracorpóreo, haya abandonado el secreto y haya venido a mostrarse como en un escenario obsceno tanto en unas como en otras habitaciones.

Sin embargo, no será  la obscenidad quien hace poner en candilejas ese muestrario de la vida sino principalmente la ingenuidad, el amor momentáneo y la ternura, el exagerado enaltecimiento  de una anécdota muy fotografiada, la miniatura esmaltada o el corazón de raso y bordado o que , de modo inconsciente, al paso de las horas, se dejaron allí y perviven en el mismo sitio, per-sistentes, a través de los años y los años. 

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12 de febrero de 2010
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IV. Escritor hasta la muerte

En el balance de su vida, Tomás colocó al final la literatura por encima de su otra pasión visceral, el periodismo, aunque en sus novelas nunca abandonó el periodismo que quedó en el entramado de la narración. Un clásico de nuestras letras contemporáneas, maestro en el arte de borrar todo espacio o frontera entre la historia pública y la imaginación hasta crear una realidad paralela mucho más creíble que la realidad real, tanto así que inventó una historia de Argentina en La novela de Perón y en Santa Evita, que sobrevivirá a la de los libros de texto. Ningún otro triunfo mejor para una novelista que inventar la historia de su propio país.

"Tenemos que estar agradecidos por cada momento en que la historia nos deja en paz", dice Philip Roth en alguna parte. A Tomás la historia nunca lo dejó en paz, y agradecido, cargó a la Argentina a lo largo de toda su vida como en peso vivo, como si se tratara del cadáver mismo de Eva Perón. Era su destino latinoamericano. Un destino hasta la muerte, y un escritor hasta la muerte que nunca cejó en escribir porque era su oficio sagrado. Ya casi imposibilitado, siguió escribiendo sus lúcidos y siempre aleccionadores artículos, y cada vez que yo abría el diario en Managua los domingos y me encontraba su firma, era como si recibiera un mensaje suyo, estoy aquí, sigo vivo, sigo trabajando, lo haré hasta el último aliento.

Y así, escritor hasta el último aliento, siguió adelante tratando de terminar su última novela sobre el Olimpo, dictándola cuando ya no pudo con los dedos, sin dejarse nunca amedrentar por la muerte.

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12 de febrero de 2010
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