No puedo dejar de comentar este pequeño drama del que tal vez leyeron ustedes para el tiempo en que estuvo de moda en las noticias la ejecución en la horca del dictador Saddam Hussein. Un niño hijo de inmigrantes pobres guatemaltecos que viven en el condado de Webster en Houston, Texas, vio por la tele las escenas de la ejecución. Todo eso de la subida al patíbulo, el momento en el que el verdugo encapuchado coloca en el cuello del reo de muerte la gruesa soga con que va a ser ahorcado.
El niño se llamaba Sergio Pelico, y tenía apenas diez años. Como las escenas pasaban una y otra vez por la pantalla, algo en aquel rito que merecía tantas repeticiones lo indujo a ensayar él mismo lo que seguramente creyó un juego, porque si se ponen ustedes en la mente de un niño sentado el santo día frente a la pantalla de la tele, la frontera entre juego, ficción, realidad e historia viva resulta borrada. Y no sólo para un niño, también para no pocos adultos. Colgarse de una cuerda le pareció al niño una diversión, o una manera de distraer su tedio. Una manera de entrar con su vida, y con su muerte, dentro de la pantalla.
Hussein fue ahorcado un sábado, el día primero de la fiesta musulmana del sacrificio. A Sergio Pelico lo encontró colgado su madre la mañana del domingo 31 de diciembre del 2006, víspera del año nuevo.
