Sergio Ramírez
La trascendencia de las acciones del alma queda impregnada en los huesos, y a veces en las vísceras, como bien lo demuestra el culto a las reliquias corporales. Recordemos cómo el cadáver de San Juan de la Cruz, el poeta más alto de la lengua castellana, fue objeto de graves disputas en cuanto a su posesión, hasta el punto de que el remedio que encontraron los de Úbeda y Segovia, que querían para sí aquellos despojos, fue dividírselos, unos la cabeza, otros los miembros inferiores, toda una carnicería beatífica del pobre santo que había sido perseguido y encarcelado en vida por la superioridad eclesiástica, y siguió siendo perseguido tras su muerte por sus devotos, hasta la mutilación.
Me impresionó ver una vez que visité la iglesia de la Anunciación en Alba de Tormes, que el brazo izquierdo de Santa Teresa de Ávila, otra voz tan alta de la lengua, se exhibía acorazado dentro de una especie de pieza de armadura de cruzado, lo mismo el corazón, dentro de un yelmo refulgente. Y según se decía en un folleto explicativo que se me dio, el pie derecho y la mandíbula se hallan en Roma, el ojo izquierdo y la mano derecha en Ronda, y hay dedos y trozos de carne en muchos sitios de España. Es lo que podríamos llamar un canibalismo teológico.