Sergio Ramírez
No quiero abandonar por el momento el tema de los santos, sin anotar un episodio que Aldous Huxley describe en su libro Más allá del Golfo de México. El célebre autor de Valiente mundo nuevo y Contrapunto, vivió una temporada en México y también visitó Guatemala en 1933. Me encontré con este libro, bastante desconocido, en mis incursiones a la Biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín en 1975, y como no he vuelto a tenerlo en mis manos, cito con mi recuerdo:
En uno de los poblados indígenas que rodean el lago de Atitlán, las imágenes de la Virgen María y la de San Juan Evangelista eran sacadas de la iglesia el miércoles santo; la de la Virgen llevada a la casa de su mayordoma, donde permanecía bajo estricta vigilancia, y la de San Juan a la cárcel, donde era encerrada bajo llave en una celda. Las imágenes no eran devueltas a la iglesia, sino el sábado de Gloria, y aquella separación forzosa era una medida que los fieles católicos tomaban para impedir cualquier ayuntamiento carnal entre ambas pues, según la tradición, algo semejante habría ocurrido en otra remota semana santa.
En otro de los poblados que rodean el lago, Santiago Atitlán, se venera a Maximón, entronizado en el santoral católico por obra de la cultura indígena, como muchas deidades híbridas en América, con la particularidad de que Maximón fuma puro, bebe licor, y viste de saco y corbata, como todo un potentado aldeano… y en Nagarote, Nicaragua, el apóstol Santiago, de quien ya hablamos antes, recibe a sus devotos en su altar, vestido en traje de general de cinco estrellas, con quepis y charreteras, como si fuera el mismo McArthur. O mejor, el mismo Generalísimo, don Francisco Franco Bahamonde.