Sergio Ramírez
Quiero también recordar que hay santos que llegada la hora, no han despreciado el uso de la espada para defender la fe. Sucede con Santiago Apóstol, santo militar por antonomasia. Los conquistadores acorazados que subieron desde Veracruz en busca de la gran Tenochtitlán en 1519, antes que a Hernán Cortés llevaban como capitán al mismo apóstol Santiago, ya probado en sus hazañas militares en la reconquista de Granada, y así guerreó en la batalla de Tlaxcala al lado de la Virgen María, dedicada por su parte a cegar con artes de magia a los indígenas, según lo recuerda con algo de duda, y respetuoso desdén, el viejo soldado Bernal Díaz del Castillo en su Verdadera relación de la conquista:
"…Que andaban peleando por los españoles Santa María y Santiago en un caballo blanco, y decían los indios que el caballo mataba tantos con la boca y con los pies y manos como el caballero con la espada, que la mujer del altar les echaba polvos por las caras y los cegaba; y así, no viendo al pelear, se iban a sus casas pensando estar ciegos, y allá se hallaron buenos…"
También apareció Santiago en la batalla de Tabasco, pero esta vez al lado de San Pedro, de quien no conocemos muchos ardores guerreros, salvo el de cortar alguna vez una oreja, en un arranque que le valió una reprimenda de parte del Maestro. “Se aparecieron los apóstoles Santiago y señor San Pedro, y yo como pecador, no fuese digno de verlo”, afirma Bernal al narrar aquel otro combate. Y cómo no iban a perder la lid los indios, con semejantes enemigos.