Es de tamaño medio, tiene el pelo largo y blanco, pesará como un labrador, los ojos son de color amarillo y responde al nombre de Delos.
Hace cinco años, sus dueños leyeron un papel escrito a mano y pegado a una farola del barrio en donde se alertaba de la inminente matanza de un centenar de perros jóvenes, por imperativos higiénicos del ayuntamiento. Podían, sin embargo, salvar alguno, si acudían a reclamarlo. Así lo hicieron. Con los ojos llenos de lágrimas porque los quería salvar a todos, una de las niñas pequeñas señaló a Delos, entonces un montoncillo de carne temblorosa, y se lo llevaron consigo.
Ya no es un cachorro, pero jamás ha superado el trauma de la condena a muerte. Durante el día y la noche, Delos se desparrama por la casa. Nunca camina, no ladra, no duerme. Apoya la cabeza contra el parquet, a veces en la oreja derecha, a veces en la izquierda, se tumba, y mira al infinito. Es un perro metafísico y existencial.
Hay que obligarle a comer y lo hace con parsimonia, a regañadientes, como contrariado. No juega, no se mueve, no existe. Debe de pasar las horas como un monje cartujo diciéndose: no soy, y si algo soy soy nada, nada soy ni seré, nada he sido y así sucesivamente.
Como carece de síntomas vitales, la familia suele olvidarse de él, de modo que ha desarrollado un inteligente sistema para que de vez en cuando lo bajen a la calle para cumplir con sus obligaciones corporales. La estrategia consiste en ir ocupando lugares de la casa cada vez más incómodos para los dueños.
Del oscuro rincón de un cuartucho pasa a la pared de la entrada, de allí al lateral del pasillo, luego al centro (hay que saltar por encima), del pasillo a la puerta del baño (donde se le pisa porque está oscuro, pero nunca se queja), para acabar tumbado sobre la mesa del comedor o sobre la cocina. Entonces lo bajan a la calle.
Se me ocurre que también nosotros podríamos emplear su estrategia. Tumbarnos en medio de la calle delante de Las Cortes. Luego, a la puerta del Parlamento. De allí a los escaños. Hasta tumbarnos encima de los diputados y diputadas. A lo mejor así se enteran de que existimos.
