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Misterios gozosos

Por 13 de marzo de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Después de ver setenta óleos de Pierre Bonnard uno sale a la calle y le parece estar viendo a todas las mujeres de París tomando un baño en el tub. Doble error. Estamos en marzo, sopla un norte que corta la respiración, y ya nadie que aún se bañe se baña en un tub.

Bonnard es un poeta marginal, entregado a un egoísmo pétreo y sublime. Ni la primera guerra mundial, ni la revolución rusa, ni la segunda guerra mundial, nada pudo apartarle de ese minúsculo, breve, mínimo mundo de la lujuria soleada. Mujeres de corta estatura y bien musculadas bañándose en un tub, aunque también (años más tarde) en una bañera, o incluso en medio del comedor. En todo caso, bañándose, lavándose, mojando la piel y la carne con una esponjilla o con sus pequeñas manos. En ocasiones, tendidas en la cama con las piernas muy separadas.

Junto a las mujeres bañándose en un tub, espejos, cristales, cortinas estampadas, fruteros y jardines, poca cosa más. Todo ello empapado de una luminosidad vibrante vivificada por pinceladas percutantes como pizzicatos. Decenas de azules, naranjas, lilas, fuegos y azafranes, anuncian un Rothko entregado a su joven amante en lugar de a la mística eslava.

Ese universo en miniatura, orgullosamente apartado del mundo y de sus catástrofes, es el de la pareja apasionada que vive en cueros, desayuna en cueros con búcaros de encendido color, y duerme en cueros interminables siestas. Un modo de habitar en el que sólo existe el baño, el dormitorio y la salida al jardín. Un mundo que no es exactamente el de la felicidad sino el del bonheur, que es cosa muy distinta.

El tub es la gran jofaina, tina, palangana o barreño metálico que se usaba antes de inventarse la bañera. Y si hemos de creer a los pintores, sobre todo a Degas y a Bonnard, sólo lo usaron las mujeres. La palabra aparece por contagio del inglés, hacia mediados del XIX.

Ese observador que ve a su amante lavarse en el tub, siempre simboliza el bonheur, porque el bon-heur es el buen augurio, el buen presagio, la señal indudable de un gozo o de un placer inminente. Muy distinto de nuestra felicidad, que es abstracta, intelectual, bancaria y un latazo.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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