Félix de Azúa
Durante años he estado persiguiendo una obra de arte. Bien es verdad que no se trata de una obra fácil, sencilla, inmediata y directa como pueda ser un paisaje de Claudio Lorena, un desnudo de Giorgione o una crucifixión de los Van der Weyden; no, no es una de esas cosas que cuelgan de las paredes. Se trata de algo más reflexivo, más teórico, algo que deja profundas cicatrices en la piel del arte.
En el año 1971 Chris Burden, arrebatado por la inspiración, produjo un conjunto considerable de obras maestras. En la exposición del Pompidou (Los Angeles 1955-1985) había algunas muy notables. La del balazo que le dispararon a cuatro metros y medio con un proyectil de cobre de 22 mm. En las fotos puede verse el brazo limpiamente perforado, el reloj de pared (eran las 19.45), el artista mostrando el orificio, en fin, todo.
También estaba la obra llamada Deadman. Una noche de Los Angeles, Burden se envolvió en un saco, se puso bajo un coche en medio de la calle y se iluminó con un foco. La policía llegó en un santiamén. Lo detuvieron por “falsa emergencia”, pero cuando se celebró el juicio salió libre porque el juez no sabía qué pena imponerle. En el Pompidou se exhibía el saco muy doblado.
Sin embargo, mi favorita es la de la consigna. Realmente uno se hace cruces al imaginar a Burden, que no era tan pequeño, metido en aquel agujero donde apenas cabe una maleta mediana. Las fotos muestran la pared de taquillas metálicas, las portezuelas de cada una de ellas, y así sucesivamente, pero lo en verdad emocionante era el candado. Allí estaba el candado, el verdadero, el único, el que cerraba la portezuela de la taquilla, protegido por una caja de metacrilato.
Valía la pena hacer la cola, pagar mil pelas, subir hasta la cúspide del Pompidou (que ya parece la del Vaticano), sortear los grupos conducidos por vociferantes cicerones y ciceronas, así como los miles de aficionados que pasean con la guía acústica pegada a la oreja y por lo tanto ensimismados en enjambre ante las mismas obras e impidiendo el paso. Nada de eso importa.
He visto el candado. Puedo morir en paz.