Félix de Azúa
Formo parte de un jurado popular que debe decidir sobre la culpabilidad del señor Millás, acusado de asesinar a su esposa. Él afirma su inocencia. Dice haberla encontrado ya muerta al llegar a casa.
Un testigo asegura que ha visto pasar por allí a alguien muy parecido al señor Millás, a la hora del crimen y en un Volskswagen Golf, que es el coche del señor Millás. Sin embargo, era de noche y el defensor afirma que el señor Millás es de complexión normal, fácilmente confundible, y que miles de coches como el suyo circulan a diario por esa calle, exactamente un 12%. Además, la fiabilidad de los testigos presenciales es apenas de un 30%.
Hay huellas del marido por toda la casa, pero claro, vive allí. No hay más huellas. La acusación ha dicho que en un 80% los crímenes de este tipo, sin robo, sin móvil sexual, dentro de la casa, los comenten parientes próximos a la víctima. En fin, la inmensa mayoría de las pruebas (hasta un setenta y cinco por ciento) y el grado de credibilidad de los testigos, tanto los que presenta la acusación como la defensa, se apoyan en datos estadísticos indudables.
Las estadísticas proporcionan datos muy precisos sobre realidades incontrovertibles. En una sociedad cada vez más enigmática, los datos estadísticos son uno de nuestros escasos apoyos sólidos. Por ejemplo: casi un 90% de las mujeres asesinadas lo han sido por sus maridos, amantes, novios o rechazados.
¿Pero qué hago si sé que las estadísticas no tienen la menor validez científica para el establecimiento de un hecho? ¿Que las estadísticas no prueban absolutamente nada? ¿Las tomo o no las tomo en consideración a la hora de juzgar al señor Millás? ¿Y cómo hago para no recordarlas, para apartarlas por completo de mi juicio?
El caso lo propone Richard Fumerton en su reciente Epistemology (Blackwell). La decisiva importancia de la creencia en las estadísticas es aún más dramática si en lugar de formar parte del jurado soy el acusado. Dada mi edad y características sociológicas, las estadísticas dicen que tengo más del 50% de probabilidades de ser condenado por razones estadísticas.
Ahora adivinen ustedes de qué hablan los políticos, qué saberes manejan, y cuál es el único elemento técnico que usan para establecer la verdad, lo real, nuestra vida.