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Estar preparado

Por 14 de marzo de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Formo parte de un jurado popular que debe decidir sobre la culpabilidad del señor Millás, acusado de asesinar a su esposa. Él afirma su inocencia. Dice haberla encontrado ya muerta al llegar a casa.

Un testigo asegura que ha visto pasar por allí a alguien muy parecido al señor Millás, a la hora del crimen y en un Volskswagen Golf, que es el coche del señor Millás. Sin embargo, era de noche y el defensor afirma que el señor Millás es de complexión normal, fácilmente confundible, y que miles de coches como el suyo circulan a diario por esa calle, exactamente un 12%. Además, la fiabilidad de los testigos presenciales es apenas de un 30%.

Hay huellas del marido por toda la casa, pero claro, vive allí. No hay más huellas. La acusación ha dicho que en un 80% los crímenes de este tipo, sin robo, sin móvil sexual, dentro de la casa, los comenten parientes próximos a la víctima. En fin, la inmensa mayoría de las pruebas (hasta un setenta y cinco por ciento) y el grado de credibilidad de los testigos, tanto los que presenta la acusación como la defensa, se apoyan en datos estadísticos indudables.

Las estadísticas proporcionan datos muy precisos sobre realidades incontrovertibles. En una sociedad cada vez más enigmática, los datos estadísticos son uno de nuestros escasos apoyos sólidos. Por ejemplo: casi un 90% de las mujeres asesinadas lo han sido por sus maridos, amantes, novios o rechazados.

¿Pero qué hago si sé que las estadísticas no tienen la menor validez científica para el establecimiento de un hecho? ¿Que las estadísticas no prueban absolutamente nada? ¿Las tomo o no las tomo en consideración a la hora de juzgar al señor Millás? ¿Y cómo hago para no recordarlas, para apartarlas por completo de mi juicio?

El caso lo propone Richard Fumerton en su reciente Epistemology (Blackwell). La decisiva importancia de la creencia en las estadísticas es aún más dramática si en lugar de formar parte del jurado soy el acusado. Dada mi edad y características sociológicas, las estadísticas dicen que tengo más del 50% de probabilidades de ser condenado por razones estadísticas.

Ahora adivinen ustedes de qué hablan los políticos, qué saberes manejan, y cuál es el único elemento técnico que usan para establecer la verdad, lo real, nuestra vida.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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