Félix de Azúa
La película titulada Syriana, con el encantador George Clooney haciendo de espía desabrochado, es realmente mediocre. El mejor hallazgo es que el hijo de un consejero americano se electrocute en una piscina de Marbella a causa de una bombilla rota. Solo en España las propiedades de los jeques árabes pueden sufrir estas garrafales averías.
Sin embargo, es interesante comprobar que al espectador de cine comercial ya se le puede colocar un esquema de la filosofía de Heidegger bajo la forma de un thriller político. Resumiré el argumento.
El fundamento material del drama son los yacimientos petrolíferos que forman una cinta mágica alrededor de la tierra, cuyo espesor es mayor en algunas zonas de oriente medio y Asia central. Esta cinta es la que proporciona toda la energía que mueve a las naciones ricas. Es, por lo tanto, una material vital, el alimento de la vida. En realidad, es una materia sagrada porque es la que da sentido a la civilización occidental y sin ella nuestras naciones se hundirían en la miseria y la muerte.
Como todo lo sagrado, la materia vivificante está en disputa. La guerra por su posesión puede parecer una guerra meramente económica, pero es un conflicto más profundo. En la película aparecen dos de las iglesias que tratan de controlar la materia sagrada.
Nuestra iglesia la representan los obispos y los cardenales de las compañías petrolíferas americanas, los cuales compiten entre sí, asesinan, destruyen y conspiran los unos contra los otros como en el renacimiento florentino. La iglesia enemiga es un borroso conjunto de terroristas y suicidas que usan el arcaico lenguaje de los monoteístas. También ellos se matan entre sí, asesinan, destruyen y conspiran para demostrar su control sobre la fuente de la vida.
No hay modo humano de entender los lenguajes de unos y de otros. El lenguaje de los economistas americanos es tan oscuro como el de las madrazas islámicas. El lenguaje de los teólogos es, por definición, hermético. Su función no es explicar, sino consolar.
Dos códigos semióticos, el hipertécnico y el architeológico, tratan de vencer en esta guerra eterna por el nombre de Dios cuya única garantía son los cadáveres que producen los unos y los otros. Es una guerra que los humanos hemos perdido una y otra vez y otra vez y otra. Ahora la estamos perdiendo de nuevo. Porque nadie controla la materia mágica, el santo Grial, las reliquias santas. Es ella la que nos controla a nosotros, títeres de sucesivos símbolos del vacío.