Marcelo Figueras
Tengo una amiga chilena que de tanto en tanto intenta enviarme algún comentario, y como el blog no la deja (“¡Tu blog me ignora!,” se titulaba su mensaje de ayer) opta por el expediente de enviarme un mail simple y sencillo. El comentario que había intentado enviarme había sido motivado por el texto de hace algunos días sobre las canciones que nos cuentan. En él, según refiere, me preguntaba por qué no había incluído a ninguna artista femenina. “¿Ninguna Laurie Anderson, o Tori Amos, o Kate Bush?,” protestaba, movida por la incontestable misoginia de mi Top Ten personal.
En aquella ocasión establecí que se trataba de una lista personalísima, y por ende, en tanto subjetiva, alejada de cualquier pretensión de corrección política: cada uno tiene derecho a meter lo que quiere dentro de su Top Ten. Y además afirmaba que uno elige determinadas canciones no sólo por su valor puramente artístico, sino por la vinculación que tienen con nuestras historias personales. Son músicas que asociamos a momentos determinados, a emociones que nos resistimos a olvidar; por eso se trata de canciones que además de contar algo objetivo, nos cuentan también a quienes las amamos. Pero el comentario de mi amiga chilena (dicho sea de paso: ¡qué contento me pone la Bachelet!) me pareció una buena oportunidad para contar que ya llevo varios años comprando más música hecha por mujeres que por hombres. Las artistas más excitantes que he descubierto en los últimos años, y que por lo tanto suenan con más frecuencia en mi auto y en mi casa, son mayoritariamente femeninas.
Hace ya mucho que no oigo nada de Laurie Anderson, pero para hacer justicia con mi amiga, sí disfruto con frecuencia de la música de Tori Amos y de Kate Bush. (No se pierdan su álbum nuevo, por favor, y tampoco dejen pasar el último de Fiona Apple.) Aimée Mann me parece brillante: una canción como Wise Up, que apareció en su momento tanto en la película Jerry Maguire como en Magnolia, es de esas que jamás está demasiado lejos de mis labios. P. J. Harvey viaja conmigo a todas partes, conduzca hacia donde conduzca. Bjork es otra elección obvia. Claro, también las hay más exóticas. Como Sam Phillips, que ostenta nombre de hombre pero es una cantautora deliciosa: tiene un disco llamado Martinis & Bikinis que ya destrocé de tanto escucharlo. Y Natacha Atlas, cuyo descubrimiento debo a mi amigo Pasqual, fotógrafo extraordinaire. La Atlas es un puente entre Oriente y el futuro, dos ideas que muchos quieren creer enfrentadas.
También están las que uno escucha desde hace siglos y que jamás se dan por vencidas, como Rickie Lee Jones; su disco The Evening of My Best Day fue para mí uno de los mejores de 2003. Y Joni Mitchell, que en algún sentido es la madre de todas. Siento que debería hacer un esfuerzo para colar en mi Top Ten la versión de Both Sides, Now que Joni incluyó en un disco reciente, donde se acompaña con una orquesta que le hace justicia a una canción que es a su vez terrena y celestial. He contemplado al amor desde los dos lados, ahora / Desde el dar y desde el tomar, y aun así / Son las ilusiones del amor lo que recuerdo / Realmente no sé nada del amor, canta Joni. Y aún así, son sus canciones de amor lo que recuerdo.
Hace ya algún tiempo que advertí que, sin habérmelo propuesto, me la pasaba escuchando música escrita y tocada y cantada por mujeres. Me sorprendió gratamente. Se me ocurrió que las cosas eran así, nomás: que ellas eran las artistas más conmovedoras de este tiempo.
Después de lo cual volví a apretar play.