Félix de Azúa
En la frontera con Suiza un leve temblor recorre la fila que espera a que le examinen el pasaporte y el equipaje. Es como esa primera brisa que riza las aguas del mar. La cola avanza despacio y la lentitud es un síntoma de excepción que alerta a los habituales. Musitan débiles quejidos. Algo sucede. Los agentes de aduanas muestran hoy una curiosidad infrecuente, les brillan los ojos.
La brisa aumenta de fuerza. Una mujer bajita, de tez oscura, muy fina, llama la atención de los policías. La separan del grupo con suavidad, en silencio. Noto cómo su hijo, un muchacho delgadísimo, con una espesa melena negra, gafas y calcetines blancos, se agita a mi lado. “Le va a dar un ataque de pánico”, pienso para mí, y en efecto el chico comienza a temblar, a mover los hombros, a dar saltitos, sin decir ni pío. En un instante los policías han formado un círculo a su alrededor y lo ocultan a la vista del público. Él y su madre son conducidos sin brusquedad por una puerta hacia la nada. Creo oír las dentelladas, el crujir de los huesos.
Los policías están excitados, han cobrado dos piezas y ahora se emplean a fondo, como los futbolistas después de marcar un tanto, queman energía, sobreactúan.
Es mi turno. Uno de ellos, alto y bermejo, se inclina, me mira de hito en hito y dice: “¿Habla usted mi idioma?”. Y sin tiempo para responder: “Es muy importante que entienda lo que le digo”. Sin pausa: “¿Lleva dinero? ¿Cuánto?”, pero de inmediato algo llama su atención y señala mi bolsa: “¿Qué lleva ahí?”. Estoy sudando y el pánico me hace balbucear en una lengua que conozco perfectamente. Soy un sospechoso. Incluso yo entiendo que me comporto como un culpable.
Otro agente me mira con ansia, como un chacal que observa envidioso la carroña que devora su compañero de jauría. Se acerca despacio arrugando el morro y mostrando los colmillos, pero mi policía se lo sacude de encima irritado, con un ladrido seco: “Fout l’camp d’ici!”. Y yo me escabullo, mientras él se enfrenta al colega.
Me he salvado gracias a la lucha por el predominio de dos machos carroñeros. Gracias, Darwin.