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Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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Sucesión

Cuando los príncipes mueren jóvenes, el reino llora pero la corte tiembla. Todos giran el rostro para no ver el dolor del viejo rey cuya vida había ya concluido en el sosiego y ahora vuelve a comenzar sometida al peor de los sufrimientos: vivir más que los hijos. El más insoportable de los destinos.

El príncipe Edouard se ahogó el pasado viernes tras el hundimiento de su navío de placer, un fileyeur-ligneur de apenas nueve metros de eslora, con el que había salido a pescar lubinas.

La juventud del príncipe hace imposible, para mayor desesperación de la corte, que la corona pase a sus hijos: los varones son de muy corta edad y las hembras están excluidas del trono en este peculiar y poderoso reino.

Edouard, de 42 años de edad, había conducido a su pueblo con destreza y audacia, convirtiendo el reino de Michelin en uno de los más poderosos de Europa. Durante los últimos años había vivido sus mayores victorias gracias al contrato de armas que mantuvo con el mercenario español Fernando Alonso, un capitán de indescriptible arrojo, campeón en todas las batallas.

Tiemblan los cortesanos, llora el pueblo. En el horizonte se perfilan los reyes de Goodyear y de Bridgestone afilando sus espadas. El vacío de poder atrae a la sangre como el imán a las virutas de hierro. No hay vacío más vertiginoso que el anillo de aire formado por una corona sin cabeza. Lo dijo Shakespeare, pero no suele equivocarse.

La estrategia de Edouard había consistido en no firmar alianzas más que con aquellos feudales que demostraran poseer grandes cantidades de oro, en especial el grupo conocido como “los 4X4”. Simultáneamente, había abandonado a su suerte a los pequeños súbditos sometidos a robos y estafas por los innumerables señores de la guerra que martirizan a esa pobre gente. Un modo de actuar quizás algo cruel, posiblemente algo cínico, pero de impresionantes resultados. En 2005 el reino había ganado 889 millones de euros.

El difunto Edouard sabía lo que se hacía: el grupo de los 4X4 cuyo origen es rural, se ha impuesto en las ciudades y sus corazas negras, relucientes, sus cristales ahumados, las parrillas atigradas, el penacho altivo de sus antenas direccionales, dominan plazas y caminos. De grandes dimensiones, muy potentes y con gran atractivo entre las mujeres, son hoy en día los más envidiados y gloriosos. A su paso, todos los demás se apartan e inclinan los guardabarros.

La bandera del reino, la célebre Bibendum que representa a un humano formado por ruedas de caucho, ondeaba en todo el mundo desde 1898. Los cortesanos se preguntan ahora si seguirá alzada muchos años más. Se oye relinchar a lo lejos a los caballos sajones. Caballos CV, evidentemente.

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29 de mayo de 2006
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Madame

El piano de media cola era de color blanco. No me suelen gustar, excepto en los bares, pero por una vez estaba en armonía con el escenario. La ropa de la pianista japonesa era una seda tornasolada en la que bailaban aguas mostaza cuando pulsaba pedal. Lo habría podido pintar Watteau. En las paredes había candelabros sujetos al muro mediante un tondo de bronce con la figura de un sarraceno enturbantado. Sobre el lambrís lila, el enorme espejo barroco entre dos columnas jónicas de vidrio cuya cornucopia imita una bóveda en campana de Gauss.

Es el salón de música de Madame de Sévigné, en el palacio Carnavalet. Cuando la pianista ataca el Tombeau de Couperin, el sol de la tarde se cuela entre la hiedra que cubre el patio central y entra en la sala tanteando el parquet como un espíritu cegato y curioso.

Este delicado espectáculo es lo que queda de un recinto pensado para distraer a las princesas del siglo XVII. Algunos plebeyos aún podemos vivirlos, aunque sea ya muy degradados y con pianos blancos, a comienzos del siglo XXI, mientras el mundo parece, una vez más, estar deseando hundirse en la barbarie. Esa querencia constante e insondable.

En uno de los lagrimones de la gran araña que cuelga del techo, veo reflejado un paño de la cristalera. Es un rectángulo cruzado en cuartos áureos, como el que se refleja en el espejo cóncavo de los esposos Arnolfini, burgueses estos, de Amsterdam, pero todavía cuidadosos y exigentes con el utillaje doméstico.

La Sévigné quedó viuda a los veinticinco años. Su marido, Henri de Sévigné, un camorrista, un mal bicho, una bestia bretona con quien se había casado a los dieciocho, murió en duelo por una querella de faldas. Ella cuidó de sus dos hijos hasta que abandonaron la casona del Marais. El hijo, otro tontiloco, para seguir la senda del padre. La hija, para vivir con su marido en un castillo de la Provenza.

Quedarse sin su hija fue para la Sévigné harto más cruel que quedarse sin marido. Durante los años de separación le escribió miles de cartas. Hoy se siguen leyendo con la misma emoción. Trataba por todos los medios de mantenerla unida a una vida, la de París, que era el líquido amniótico en el que ambas flotaban. Las cartas cuentan los sucesos, escándalos, curiosidades, personajes, humoradas o prodigios de una corte más pequeña que la del actual gobierno italiano.

Aquella muchacha de 25 años, arruinada por un marido tarambana, dejó un epistolario inmortal y un bello palacio que mantiene vivo su fantasma.

No está mal. Cuando sonaba la Forlana del Tombeau, una de las páginas más elegantes de la música francesa, miré su retrato y le guiñé un ojo. Por si acaso.

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26 de mayo de 2006
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Y dale con el arte

Los efectos especiales han aplastado la imaginación de los escenaristas. El exceso técnico mata la creatividad como ha demostrado Frank Ghery, arquitecto que no ha construido un sólo edificio sino un programa informático para la construcción de diez millones de edificios todos iguales entre sí.

Cuando no existían medios técnicos tan apabullantes, los  creadores tenían que exprimirse las meninges. He aquí un ejemplo modestísimo, de un género artístico menor, la comedia musical, pero representativo: es un número de la revista que el Casino de París estrenó en 1951.

Todo el escenario figuraba un gigantesco motor de automóvil. En aquella época las máquinas, especialmente las italianas, eran objetos preciosos y muy admirados, algo así como los futbolistas actuales. Las coristas, vestidas de bugías, salían en abanico de los cilindros en espasmódico vaivén y se distribuían geométricamente por el tablado. Bailaban entonces un frenético claqué que levantaba una nube de chispas del suelo metálico a modo de polvo de estrellas. La música imitaba la aceleración de una máquina similar al soberbio Alfa Romeo con el que Juan Manuel Fangio había ganado el Grand Prix de España, en el circuito de Pedralbes, ese mismo año.

En las comedias musicales actuales, los efectos técnicos son avasalladores pero aburridos. Los hemos visto ya mil veces en la publicidad, en las cintas de acción, en el cine de animación. Están machacados. Es insoportable ver volar por los aires, una vez más, a Tom Cruise mientras se derrumba el puente de Brooklyn, sube un volcán de llamas del camión cisterna incendiado y estalla un helicóptero sobre su cabeza, todo al mismo tiempo y con el rostro de Cruise (bizco) en primer plano. ¡Qué contraste con las Gold Diggers de Busby Berkeley, evolucionando como una composición suprematista en busca de la perfección cristalográfica!

Las muchachas que soltaban chispas en el Casino de París en 1951 fascinaron a Roger Nimier, excelente escritor hoy totalmente olvidado y autor de una de las más típicas frases de su generación: “Desde que todo el mundo participa en ella, la guerra se ha desacreditado muchísimo”.

Fangio amaba sus máquinas: “Cada vez que llegábamos en primer lugar, era para mí una satisfacción compartida. Incluyo al auto porque yo nunca lo consideré un medio para conseguir un fin, sino una parte mía. Siempre pensé que yo formaba parte del auto, así como la biela y el pistón”.

También Nimier era un fanático de los bólidos. Se mató al volante de un Aston Martin DB4, en 1962, a los 36 años de edad.

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25 de mayo de 2006
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Retraso mental

Es algo que sucede con cierta frecuencia. Alguien afirma que la televisión es la causa del acelerado deterioro mental de los jóvenes y siempre hay alguien que le tacha de nostálgico y antiguo. La cúspide del contra-argumento es que eso mismo se dijo también cuando apareció el cine, etcétera.

No es fácil saber a ciencia cierta qué efectos produce la acumulación de horas televisivas en el cerebro de los humanos porque los estudios son contradictorios. O bien hablan de clases sociales (los pobres tienen peores resultados, claro), o bien de países (los norteamericanos parecen tercermundistas), o bien de culturas (la tele produce estragos en Turquía).

Un reportaje de Die Welt, recogido por el Courrier International de esta semana, expone el primer experimento que tengo por absolutamente irrevocable, sobre los efectos de la televisión en las delicadas cabezas infantiles.

Lo llevaron a cabo Peter Winterstein y Robert J. Jungwirth en el cantón de Göpingen, en el sudoeste de Alemania. Sometieron a casi dos mil niños de cinco/seis años, todos ellos pertenecientes a una sociedad coherente y unificada, todos miembros de la clase media, todos alumnos desde los tres años de escuelas públicas similares, a un sencillo ejercicio: dibujar una figura humana.

El resultado es escalofriante. Aquellos niños que miran la TV menos de una hora al día dibujan figuras desarrolladas, con brazos y manos distinguibles, con cabellos, vestidos de modo reconocible, en fin, seres humanos estructurados. Los niños que ven la TV tres horas al día o más, producen unos monigotes esquemáticos, deformes, meros palotes y manchas de una pobreza patética. Estos niños no han observado jamás a sus semejantes.

A mi no me cabe la menor duda de que la TV y sus subproductos han hundido el nivel intelectual de Occidente de un modo ireversible. La mayor parte de los fenómenos de violencia estúpida (el terrorismo urbano de los hinchas del fútbol, la destrucción de automóviles en los barrios, las palizas grabadas con el teléfono) están determinados por el efecto televisivo.

Así como la propiedad privada del automóvil, que tiene otras ventajas, ha destruido las ciudades y casi todo el campo, del mismo modo la TV ha destruido la urbanización mental de los ciudadanos, aunque seguramente también con otras ventajas que de momento son invisibles.

Primero hay que admitir la realidad. Luego, encararse con ella. Puesto que nunca podremos acabar con la TV, hay que ir pensando qué se hace con las sociedades que este aparato ha creado a su imagen (¡) y semejanza.

Así como se han creado programas de asistencia a minusválidos, madres solteras, inmigrantes desvalidos, minorías religiosas, víctimas de terremotos, transexuales, y así sucesivamente, habrá que ir pensando en programas de ayuda para afectados gravemente por la TV.

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24 de mayo de 2006
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Cuando es peor enmendar

Lo suponía. El lunes 22 de mayo de 2006, Peter Handke dobló las piernas, hincó las rodillas, abrió los brazos en cruz, bajó la cabeza y pidió perdón en medio de la plaza de la Opinión Pública. Disimuladamente, claro: en forma de explicaciones y de exculpaciones. El artículo, Pardon de m’expliquer, aparecido en Liberation, es una de sus peores páginas. Espantosamente escrito, doloroso de leer.

No creo yo que el asunto real sea la responsabilidad o inocencia del Handke en la guerra de los Balcanes. Se puso del lado de los serbios, qué le vamos a hacer, y los defendió contra todo el mundo mediático. Exigía que se reconocieran los muertos del lado serbio. Olvidó que los muertos del bando derrotado no existen.

Ahora afirma que hubo matanzas por parte de todos los nacionalistas, los croatas, los serbios, los bosnios, y por parte de todas las religiones, musulmanes, cristianos, ortodoxos, que todos aquellos enloquecidos yugoslavos se lanzaron a la destrucción mutua con verdadera pasión. Le creo. En España es fácil de entender. Handke no es culpable de apoyar al bando perdedor.

Pero Handke es culpable de haber tomado a los medios de información en vano. Creyó poder decidir por sí mismo, libremente, creyó que no era necesario humillarse ante el poder público. Ese fue su pecado. Si quieres llevar la contraria a la opinión institucional, has de tener las agallas de llevarlo hasta el final. Es una lección que nunca olvidará.

De la manera más triste y sosa, sin nervio, sin talento, convertido en un muñeco de serrín que escribe en una lengua de trapo, Handke ha pedido perdón a los medios de información. Y se ha suicidado. La gracia del personaje residía en su altiva indiferencia: vive como un marginado en un barrio de inmigrantes africanos, no concede entrevistas, nunca acude a la radio o a la tele. Su aislamiento le permitía mantener creencias a contracorriente. La dignidad tiene sus exigencias.

Ahora ha pedido perdón.

Se ha convertido en un vulgar secuaz de Milosevic, asustado y contrito.

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23 de mayo de 2006
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Más sobre nazis

El pasado 3 de febrero una información de agencia advertía sobre las cinco pinturas de Klimt que el estado austriaco se ve en la obligación de devolver a su propietaria, María Altmann, una vez que el tribunal llamado “Fondo de Indemnización” (para los judíos expoliados) hubiera fallado en su favor.

No es ninguna tontería. Entre los cinco cuadros figura el retrato de la abuela de María, Adele Bloch-Bauer, una de las piezas más celebradas de la galería del Belvedere y uno de sus principales atractivos. Había sido robado por los nazis en 1938 a Ferdinand Bloch-Bauer, judío austriaco que logró huir a Suiza y murió arruinado al poco tiempo.

La información aparece con cuentagotas: otro boletín de agencia fechado el 16 de mayo, amplía la responsabilidad del estado austriaco. No son sólo los cinco cuadros, sino también el palacio de los Bloch-Bauer, en el 18 de la Elisabethstrasse, lo expoliado por la administración de ese país. En la actualidad están instalados los despachos de la alta burocracia de los ferrocarriles (ÖBB).

La disposición del tribunal ordena la devolución de una parte del palacio. Los derechos fiscales han dejado la porción de María en el equivalente a una cuarta parte.

Los cuadros ya están empaquetados y pronto volarán al museo municipal de Los Angeles, ciudad en la que reside María y donde desea depositarlos. Sin embargo, el palacio es indivisible, no puede desplazarse un trozo hasta los EE. UU.

Y ahora viene lo bueno.

Los burócratas de la ÖBB ya tenían muy avanzada la venta del palacio. Pensaban trasladar sus despachos a un lujoso edificio nuevo y espectacular. El negocio era brutal: la administración austriaca se embolsaba cien millones de euros (tirando bajo) gracias a un robo perpetrado por la misma administración austriaca unos años antes. En Austria, a diferencia de Alemania, nunca se aplicó la desnazificación del estado.

Ahora bien, tras la sentencia, el estado austriaco no puede vender sin la firma de María, la cual cuenta 90 años de edad y ríe discretamente cuando se le pregunta por este delicado problema. Si muere, la venta del palacio y las comisiones de los intermediarios pueden retrasarse un siglo. Están muy nerviosos.

¿Venganza? La anciana heredera comenta: “No, no. Sólo quiero que esa gente comprenda el significado de la palabra justicia”.

Con estos mimbres, Bernhard habría escrito una pieza magistral.

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22 de mayo de 2006
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Princesas y vampiros

Cinco bulliciosas colegas de trabajo con las que coincido en una comisión universitaria, salen a bucear por la vida nocturna de esta exquisita ciudad de provincias. Van por su cuenta, una práctica cada vez más común entre mujeres que ya han cumplido los treinta y cinco. Se arreglan en el aula, sin el menor recato. Sus compañeros estamos encantados: damos consejos y curioseamos. “Hidratación skin caviar luxe body emulsion la prairie”, lee el presidente del tribunal, que es químico, “¡cielo santo!”.

También yo manifiesto mi sorpresa porque una de ellas, una mujer de complexión fuerte y abundante, morena, muy sexy, se pinta un suave bigote con el lápiz de ojos. En el labio superior, evidentemente. Una sombra leve pero conspicua.

No es un bigote fingido a lo Groucho, sino con pretensiones de verosimilitud a lo Portugal Te Ama. Insisto en mi estupefacción con toda la modestia del mundo, no vaya a ser que se trate de una nueva tendencia erótica, the moustache trend, digamos. Me miran como si fuera el último en enterarme. Lo soy.

“Es por los moscones, dice una de ellas pequeña y vivaracha, los ahuyenta como el ajo”. Interviene la de ingenieros: “A los chulos no les gusta el pelo, los peores se depilan, el pelo se está demostrando el repelente más eficaz contra el pelmazo”.

Nunca lo hubiera dicho, pero sus amigas lo confirman. Ellas no gastan bigote porque buscan compañía y están muy ilusionadas y efervescentes. “Alguien habrá que nos comprenda y nos mime, no como vosotros, cabezas de huevo”. La que habla es una profesora de informática, alta y seria, que estudió en el MIT. “Lo de ella, añade dando una cabezada hacia la singular, es distinto, es una avalancha, es insoportable, es un no vivir, serán las feromonas o el olor corporal o cualquier otra porquería biológica, pero le caen encima como langostas. Lo de las rubias es un cuento, aquí chiflan las morenas. Hace bien en protegerse”.

La del bigote (le queda estupendamente, por otra parte) asiente. Luego, con cierta melancolía, concluye: “Es la ley de los rendimientos decrecientes. Si te asaltan demasiados, no puedes quedarte con ninguno. Al bigote, en cambio, ya sólo acuden los maduros. Y por lo general, gallegos. A mi me gustan así, maduritos y gallegos”.

Se alejan como una bandada de codornices. Las despido con el corazón ligero.

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19 de mayo de 2006
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A propósito de bustélidos

Un Hombre Muy Importante de Madrid me reprochaba hace poco la visión catastrofista y negativa que había yo manifestado en un articulo, en el que decía que millones de jóvenes están en el límite de la miseria, que las grandes compañías estafan a sus clientes, que los partidos sólo protegen sus propios intereses, etcétera, etcétera, y añadía que eso era mentira. Este cerebro privilegiado aseguraba que escribir estas cosas era ir contra el progreso y por lo tanto “reaccionario”.

Entre los españoles hay una obsesión por calificar. Nos encanta decir de alguien que es reaccionario, neocón, facha, progre, rojo o hermafrodita. Es evidente que ninguno de estos calificativos tiene sentido, sobre todo en una sociedad como la nuestra en la que lo único que tiene sentido es sobrevivir, pero lo hemos heredado de nuestra historia. Protestantes, viejos cristianos, de noble estirpe, hereje, maricón, judío, marrano, limpio de sangre, hidalgo, meapilas, rastacueros. En fin, la sociedad española ha sido siempre una sociedad de castas, clientelas, tribus y secuacidades viscerales. Al que no es de tu cuerda, hachazo.

Mi adversario es un molusco bivalvo de los que se agarra a la roca del poder cuando nace y ya no la suelta hasta la muerte. Sin embargo, me acusaba a mi de reaccionario porque no creo en el progreso. No se ha enterado de que lo del progreso se terminó en el siglo XVIII. Y también porque desanimo mucho a la gente diciendo lo que digo. Tendrá que enfrentarse a algo más que a un articulo en El País.

Con un notable número de encuestados, dos sociedades francesas del máximo rigor sociológico (Cevipof e Ifop) han realizado un trabajo sobre casi 6.000 personas para averiguar el tono de los ciudadanos franceses.

Un 76% cree que los jóvenes tienen menos posibilidades de salir adelante en la vida que sus padres. Esta cifra es una enormidad e indica lo negro que ve el futuro una masa de gente en Francia que podemos calificar de “crítica”. Si a eso se añade que un 52% cree que su país está «en decadencia», puede darse por seguro que la gente anda de muy mal café.

Peor aun es el 69% que afirma no confiar ni en la derecha ni en la izquierda, es decir, que rechaza absolutamente a todos los partidos. O lo que es lo mismo, que no ven quién pueda sacarles del pozo. De cada diez franceses, siete le han dado la espalda a los partidos. La democracia europea está en estado comatoso.

Es más o menos lo que yo venía a decir en mi artículo. De modo que el Hombre Sumamente Importante, más que descalificarme, debería explicar por qué casi el 80% de los franceses son reaccionarios según su sistema de medir la progresía.

Los calificativos suelen esconder mala conciencia. El hombre de convicciones débiles se escuda en ellos. Quien acusa a alguien de facha suele ser un intolerante, y el que cree insultar a otro llamándole neocón está deslumbrado por los neoconservadores de los que por otra parte apenas sabe nada, del mismo modo que quien cree que «rojo» es un insulto ha de ser porque le dan mucho miedo los rojos. Los calificativos, como estas páginas, son boomerangs que de paso califican a quien los emplea.

Los Hombres Muy Importantes de Madrid suelen andar por la vida calificando como si fueran entomólogos. Desde su altura, nos ven a los demás como insectos y les encanta poner agujitas y tarjetitas con nuestra definición: reaccionario, bolchevique, catolicón, derechista, izquierdoso.

Es cierto que somos despreciables, ni siquiera hemos aspirado a un ministerio… De todos modos, la verdad es que a este bustélido, que lo ha implorado desde que tiene uso de razón, no se lo dieron. Tampoco son tan tontos.

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18 de mayo de 2006
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Una saludable falta de respeto

Obedeciendo los consejos de mi colega J.-Fr. Fogel, me puse a leer la inmensa Histoire égoïste de la litterature française de Charles Dantzig (¡casi mil páginas!) y como ya nos había advertido a sus lectores, en efecto, estoy maravillado. Reír a carcajadas con una historia de la literatura no pasa todos los días. Dantzig, además, tiene un inmenso conocimiento de lo que ama.

Me admira el tono desabrochado, ácido, realmente egoísta del autor, grabado al acero en una prosa que oscila entre Pascal y Liberation. Su manera de tratar a las vacas sagradas es inconcebible en España. No se esfuerza por ser educado y caer simpático, sólo quiere expresar del modo más directo y salvaje sus emociones como lector compulsivo, sin separar el momento de la adoración y el momento del odio.

A modo de ejemplo, traduzco un párrafo dedicado a Colette para que se animen los editores españoles.

Dado que en sus últimos años se había convertido en una vieja dama que sólo hablaba de confituras, todo el mundo decidió que era una anciana deliciosa. Esta grandísima astuta sabía ocultar su egoísmo, que no era pequeño, y como un gordo abejorro nunca dejó de estar sumamente pendiente de sus placeres, primero los carnales, luego los digestivos. Colette era un vientre. En pocas palabras, era asquerosa. ¡Ah, cómo comprendo, cada vez que la leo, la ira de Baudelaire contra George Sand! El instinto, la lujuria, el género hembra, la glotona que sucede a la insumisa, esas páginas que parecen sábanas arrugadas, manchadas de semen y croissant con mantequilla! ¡Vieja coqueta natural a la manera de la Sevigné, falsa compasiva, degolladora de pollos! ¡Puaf, puaf, puaf!”.

No importa ahora si el juicio es o no es justo, si es o no es misógino, si exagera o no exagera la abyección moral de Colette. Lo que importa, a mi modo de ver, es la intimidad con la que detesta a Colette, su implicación casi corporal, como si hablara de una tía materna, una prima o una novia que nunca le hizo el menor caso y a la que abraza en sueños húmedos y violentos.

Lo que me gusta de Dantzig es esa música pasional y desolada del que ama sin esperanza.

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17 de mayo de 2006
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Perdona que insista

Es que he vuelto muy impresionado de esta última visita a Barcelona. Coincidí con el derrumbe del gobierno de Maragall, la expulsión de los independentistas y la convocatoria de elecciones. En el palacio de la Generalidad quedó un montón de cascotes mezclados con relojes Rollex, carburadores de BMW y lencería de Christian Dior, horterismo caro. En realidad, se han derrumbado más cosas.

Cuando los socialistas catalanes ganaron la carrera de los Juegos Olímpicos y pusieron a Barcelona en el mapa internacional, sufrieron un ataque de narcisismo que ha acabado por sorberles el seso. Diseñaron una ciudad de servicios sobre las ruinas de una ciudad industrial y aquella masa amorfa, negra de hollín, miserable y cubierta de roña del franquismo que tanto le gustaba a Bataille, se transformó en una agradable ciudad socialdemócrata.

A partir de ese momento se creyeron capaces de crear de la nada, como Dios. El montaje de espectáculos ha sido una obsesión de los últimos diez años. Escenarios, telones, montajes, coreografías, en resumen, falsedades, cuentos y trampantojos. Una escenografía de purpurina que escondía corrupciones, mafias, criminalidad rampante, clientelismo y estafas apenas disimuladas a la población, como el hundimiento del túnel del Carmelo que dejó a casi un centenar de familias sin hogar.

Creyeron que se harían con el poder absoluto si diseñaban un partido que, aunque socialista, fuera nacionalista, porque Cataluña echa mucho de menos la religión. Olvidaron que el único caso conocido de nacional socialismo es escasamente recomendable. Se aliaron con los independentistas, los cuales disfrazan una ideología de extrema derecha con retórica izquierdoide. Finalmente, ese diseño les ha estallado en la cara al cabo de dos años.

El poder, en las próximas elecciones, volverá muy probablemente a la derecha tradicional y católica en cuyas manos estuvo desde la muerte de Franco y que representa muy cabalmente a la burguesía catalana. El paréntesis socialista se verá como una aberración: aquellos años en los que un grupo de señoritos convencidos de ser de izquierdas creyeron poder diseñar la vida de los ciudadanos como si fuera un desodorante.

El diseño de la mentira, unido al espectáculo circense continuado para distraer a la población y un soborno descarado de los medios de comunicación, no les ha servido para nada. Si quieren volver al poder no tendrán más remedio que ser socialistas. Y eso seguramente no conviene a sus intereses privados.

Por lo demás, los restaurantes estaban carísimos y había bajado mucho la calidad. Seguía siendo un placer ver el sol cada mañana y a los loros verdes volar en formación de combate entre las palmeras, como aquellas heroicas patrullas de Spitfire en la batalla de Inglaterra. Están anidando y no se andan con bromas.

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16 de mayo de 2006
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