Félix de Azúa
Cinco bulliciosas colegas de trabajo con las que coincido en una comisión universitaria, salen a bucear por la vida nocturna de esta exquisita ciudad de provincias. Van por su cuenta, una práctica cada vez más común entre mujeres que ya han cumplido los treinta y cinco. Se arreglan en el aula, sin el menor recato. Sus compañeros estamos encantados: damos consejos y curioseamos. “Hidratación skin caviar luxe body emulsion la prairie”, lee el presidente del tribunal, que es químico, “¡cielo santo!”.
También yo manifiesto mi sorpresa porque una de ellas, una mujer de complexión fuerte y abundante, morena, muy sexy, se pinta un suave bigote con el lápiz de ojos. En el labio superior, evidentemente. Una sombra leve pero conspicua.
No es un bigote fingido a lo Groucho, sino con pretensiones de verosimilitud a lo Portugal Te Ama. Insisto en mi estupefacción con toda la modestia del mundo, no vaya a ser que se trate de una nueva tendencia erótica, the moustache trend, digamos. Me miran como si fuera el último en enterarme. Lo soy.
“Es por los moscones, dice una de ellas pequeña y vivaracha, los ahuyenta como el ajo”. Interviene la de ingenieros: “A los chulos no les gusta el pelo, los peores se depilan, el pelo se está demostrando el repelente más eficaz contra el pelmazo”.
Nunca lo hubiera dicho, pero sus amigas lo confirman. Ellas no gastan bigote porque buscan compañía y están muy ilusionadas y efervescentes. “Alguien habrá que nos comprenda y nos mime, no como vosotros, cabezas de huevo”. La que habla es una profesora de informática, alta y seria, que estudió en el MIT. “Lo de ella, añade dando una cabezada hacia la singular, es distinto, es una avalancha, es insoportable, es un no vivir, serán las feromonas o el olor corporal o cualquier otra porquería biológica, pero le caen encima como langostas. Lo de las rubias es un cuento, aquí chiflan las morenas. Hace bien en protegerse”.
La del bigote (le queda estupendamente, por otra parte) asiente. Luego, con cierta melancolía, concluye: “Es la ley de los rendimientos decrecientes. Si te asaltan demasiados, no puedes quedarte con ninguno. Al bigote, en cambio, ya sólo acuden los maduros. Y por lo general, gallegos. A mi me gustan así, maduritos y gallegos”.
Se alejan como una bandada de codornices. Las despido con el corazón ligero.