Félix de Azúa
El pasado 3 de febrero una información de agencia advertía sobre las cinco pinturas de Klimt que el estado austriaco se ve en la obligación de devolver a su propietaria, María Altmann, una vez que el tribunal llamado “Fondo de Indemnización” (para los judíos expoliados) hubiera fallado en su favor.
No es ninguna tontería. Entre los cinco cuadros figura el retrato de la abuela de María, Adele Bloch-Bauer, una de las piezas más celebradas de la galería del Belvedere y uno de sus principales atractivos. Había sido robado por los nazis en 1938 a Ferdinand Bloch-Bauer, judío austriaco que logró huir a Suiza y murió arruinado al poco tiempo.
La información aparece con cuentagotas: otro boletín de agencia fechado el 16 de mayo, amplía la responsabilidad del estado austriaco. No son sólo los cinco cuadros, sino también el palacio de los Bloch-Bauer, en el 18 de la Elisabethstrasse, lo expoliado por la administración de ese país. En la actualidad están instalados los despachos de la alta burocracia de los ferrocarriles (ÖBB).
La disposición del tribunal ordena la devolución de una parte del palacio. Los derechos fiscales han dejado la porción de María en el equivalente a una cuarta parte.
Los cuadros ya están empaquetados y pronto volarán al museo municipal de Los Angeles, ciudad en la que reside María y donde desea depositarlos. Sin embargo, el palacio es indivisible, no puede desplazarse un trozo hasta los EE. UU.
Y ahora viene lo bueno.
Los burócratas de la ÖBB ya tenían muy avanzada la venta del palacio. Pensaban trasladar sus despachos a un lujoso edificio nuevo y espectacular. El negocio era brutal: la administración austriaca se embolsaba cien millones de euros (tirando bajo) gracias a un robo perpetrado por la misma administración austriaca unos años antes. En Austria, a diferencia de Alemania, nunca se aplicó la desnazificación del estado.
Ahora bien, tras la sentencia, el estado austriaco no puede vender sin la firma de María, la cual cuenta 90 años de edad y ríe discretamente cuando se le pregunta por este delicado problema. Si muere, la venta del palacio y las comisiones de los intermediarios pueden retrasarse un siglo. Están muy nerviosos.
¿Venganza? La anciana heredera comenta: “No, no. Sólo quiero que esa gente comprenda el significado de la palabra justicia”.
Con estos mimbres, Bernhard habría escrito una pieza magistral.